A principios de los años ochenta, en un
mundo donde únicamente existían dos canales de televisión (TVE1 y TVE2),
emitían los viernes por la tarde un programa titulado “La segunda oportunidad”,
que trataba sobre la seguridad vial. En plena infancia, recuerdo perfectamente
el miedo que me infundía la cabecera de inicio (http://www.youtube.com/watch?v=GBp7gspN-LY).
Me tapaba los ojos, pero
aun así me atraían sus imágenes y terminaba viéndolo una y otra vez. En
él, un coche (algunos dicen que un Jaguar y otros que un Daimler) se estrellaba
violentamente contra una piedra gigantesca situada en medio de la carretera. En
pleno proceso de destrucción a cámara lenta, una solemne voz decía: “El hombre es el único animal que tropieza
dos veces en la misma piedra. De todas formas, qué bueno sería contar en
ocasiones con una segunda oportunidad”. Y de repente, como si existiera una
máquina del tiempo, todo retrocedía como si nada hubiera pasado. En la segunda
ocasión, el conductor del vehículo esquivaba la mole que tenía enfrente.
En
la vida sucede igual en muchas ocasiones. Muchos tienen una segunda
oportunidad, incluso en las situaciones más dramáticas o en los crímenes más
horrendos. Quizá no te suene el nombre de José Rabadán, pero si te digo que se
le conocía como “el asesino de la Katana” porque asesinó con 16 años a sus padres
y a su hermana menor con una espada japonesa en abril de 2000 puede que le
recuerdes. Su look era semejante al de un personaje de videojuego al que era
adicto. Si hubiera dependido de la sociedad, habrían arrojado al fondo del mar
la llave del calabozo. Pero no todo el mundo pensaba igual. Un
muchacho que se había hecho cristiano estando en la prisión de Santander, le
envió una carta a José Rabadán con un Nuevo Testamento y una nota que decía: “A mí, Dios me ayudó, a ti también te puede
ayudar; y Julio, también”. Semanas después, Julio García Celorio, director
de los centros de rehabilitación “Nueva Vida”, recibió una llamada telefónica
de José, pidiéndole que fuera a verle: “Aunque
cuando le fui a ver me advirtieron que el chico no hablaría, antes de llevar
veinte minutos en la celda con él ya estaba conmigo de rodillas orando y
pidiéndole al Señor perdón”. Un preso anónimo, que había tenido una segunda
oportunidad creyó que todo el mundo podía tenerla igualmente. Y por eso José
Rabadán se rehabilitó.
Muchos
ven a Dios como un ogro o un tirano que está deseando enviar a las personas al
infierno, cuando es justo lo contrario: “Mas Dios muestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos
5:8). ¡Dios
encarnado pagando paga en la cruz con su muerte los pecados ajenos! Y todo por
amor.
La
segunda oportunidad está abierta a todos los que la quieran aprovechar, aunque
se hayan estrellado contra piedras gigantescas. Dios no quiere que nadie
perezca sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9).
Mientras vivamos, tenemos esa nueva oportunidad. El que no quiere saber nada de
Dios puede buscarle. El que se apartó aún está a tiempo de regresar y
abandonar lo que le aleja Su voluntad. El alcohólico puede rehabilitarse. El
que le es infiel a su novia puede convertirse en un hombre íntegro. El que
guarda rencor contra alguien puede limpiar su corazón. El ladrón puede
transformarse en alguien dadivoso.
Es
cierto que, aunque la persona decida cambiar, en muchas ocasiones sus malas
acciones conllevarán un precio a pagar ante la sociedad: el maltrato
psicológico o el adulterio acabará en divorcio; el que ha enseñado durante años
falsas doctrinas será señalado hasta que se gane la confianza, y el
narcotraficante terminará entre barrotes varias décadas de su vida. Por citar
un solo ejemplo, el camboyano Kaing
Guek Eav, que confesó haber participado en torturas, asesinatos y crímenes
contra la humanidad, provocando la muerte de 16.000 personas en la prisión que
dirigía a finales de los años setenta, a pesar de reconocer su culpa, haber
pedido perdón y convertirse posteriormente a Cristo, está pagando con la cadena
perpetua por sus actos. Conozco
hombres que han pasado por el terrible mundo de la droga: casi todos tienen
diversas enfermedades y otros ya no están en este mundo. Rabadán llevará toda
su vida el estigma sobre sí del asesinato de sus padres.
Las
consecuencias a pagar pueden desmoralizar a cualquiera, y más viviendo en
un mundo cuyo “deporte” favorito es “condenar”. Por eso, el consuelo que ellos
pueden encontrar no procede del hombre, sino de Dios. Pueden mirar al lugar
donde fue crucificado Jesús: “Y cuando llegaron al lugar llamado
de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y
otro a la izquierda [...] Y uno de los malhechores que estaban colgados le
injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando
en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque
recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a
Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto
te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas
23:33, 39-43). ¡Esto es humanamente incomprensible! Un asesino se arrepintió en
la última hora de su vida y recibió una promesa inimaginable. El otro se
endureció aun más y recibió el silencio eterno por respuesta. ¿Un asesino en el
cielo? Así es. Cristo vino al mundo a llamar a los pecadores al arrepentimiento
(Lucas 5:32). Y ahí estamos todos incluidos. Aunque jamás hayamos asesinado,
torturado, violado, robado o adulterado, delante de Dios “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10).
Sé
que suena grotesco lo que voy a decir: El mismo Hitler que ordenó exterminar a
6 millones de judíos y provocó una guerra mundial que acabó con más de 60
millones de muertos, si en lugar de haberse suicidado se hubiera arrepentido,
hoy no estaría donde está, sino en la presencia de Dios. Por eso me alegré
profundamente cuando detuvieron al genocida Sadam Hussein pero no
cuando lo ahorcaron sin que se hubiera arrepentido lo más mínimo de sus
acciones. No puedo ni imaginarme la conversación que hubo entre Dios y este
dictador. Solo sé que “!Horrenda cosa es
caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31). Soy el primero que se
indigna y señala el mal que veo a mi alrededor, pero mi mayor deseo es que los
que cometen tales fechorías sean conscientes de sus errores y comiencen una
nueva vida.
En un país como el nuestro que ha sido
golpeado sin piedad por el terrorismo de ETA estamos viendo a algunos que
se están arrepintiendo profundamente de sus acciones. No todos, ni mucho menos,
pero siempre hay excepciones, como Iñaki Rekarte, que apretó el mando a
distancia del coche bomba que causó la muerte de tres personas y heridas a
veinte en Santander. O el caso de Luis
Carrasco, el asesino del exgobernador Juan María Jáuregui, quien se reunió once
años después con la viuda Maixabel Lasa: “La persona que iba a conducir el encuentro
me confirmó la disposición del familiar para reunirse conmigo. Se despejaba el
temor que me había embargado hasta ese momento, que ella finalmente no
quisiera, una decisión sin duda frustrante para mí, pero que si se hubiera
producido yo la habría entendido (…) El encuentro, finalmente, se produjo y fue
(he de admitirlo) muy complicado emocionalmente (…) Lo afronté con miedo y
dudas: no estaba seguro de cómo conseguiría enfrentarme a aquella situación
[...] Para mí era vital escucharla. Poder
estar con el familiar de la víctima del atentado en el que yo participé
directamente […], tener ocasión de escuchar sus impresiones y sus testimonios
me permitió reevaluar racionalmente numerosas cuestiones de carácter ético y
emocional y acercarme a una realidad largamente eludida, que siempre estuvo
ahí, de la que durante tanto tiempo logré escapar e igualmente me esforcé por
no ver [...] En pocos minutos, ella aparecería, se sentaría frente a mí. Y yo
habría de afrontar su presencia desde mi vergüenza y mi arrepentimiento, y
consciente de la trágica posición en que me había situado el devenir de mi
propia trayectoria personal, empeñada muchos años atrás en un desatinado
transitar hacia ninguna parte, consagrada al servicio de un terco y necio
delirio de sinsentidos que, mientras duró, solo consiguió sembrar odio y dolor
[...] el encuentro con esas
personas fue aleccionador y decisivo en mi particular proceso de transformación
personal; representó un hito, un antes y
un después [...] Acudí con un solo objetivo: pedirle a ella y a todos los
que tanto habían sufrido por mi culpa, perdón. Perdón por ser el causante de
una gran injusticia, por ser el culpable del asesinato de su marido, el
culpable de su sufrimiento, el culpable de haber destruido su proyecto de vida
en común y sus sueños compartidos, el culpable de haber impedido que
disfrutaran juntos de todos los momentos felices que les tenía reservado el
futuro, el culpable de haberles despojado de miles de posibilidades que jamás
se habrían de concretar, el culpable de haber acabado con todo lo que hubiera
podido ser su vida y ya nunca sería [...] Años de reflexión y de introspección
hasta convertirme en la persona que ahora soy. Hasta redefinirme y abandonar la
lógica fanática y sectaria en la que una vez me hallé ciegamente inmerso y
abominar de todo aquello que quería dejar de ser y que deseaba no haber sido nunca.
Años ásperos, duros, de discontinua pero tenaz evolución hasta depurar e
instalar en mi fuero interno el sentimiento de culpa, de arrepentimiento, la
necesidad de pedir perdón”. Un detalle impresionó a la viuda: “El
preso me dijo que no sentía nada bueno en él”. Y el preso le pidió perdón
por un crimen imperdonable. Y la viuda se lo agradeció, le dio un abrazo y le
dijo que no le importaría volver a verlo[1].
Muchos tendrán que
tragarse su orgullo. Muchos tendrán que pedir perdón ante unos hombres que no
se lo concederán, pero les merecerá la pena ante la visión de la eternidad. Por
todo lo que hemos visto, debemos señalar y condenar las malas acciones,
pero no a las personas. Como dice el conocido refrán: “Mientras hay vida, hay
esperanza”. Aunque el mal ya esté hecho, “La segunda oportunidad” está
disponible para TODOS.
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