domingo, 17 de noviembre de 2013

La intolerancia de los que se hacen llamar tolerantes



Una de las banderas que ondea orgullosamente la sociedad que nos envuelve es la de la tolerancia. Todo se basa en la idea de que cada persona, si es feliz con su estilo de vida y su manera de pensar, es completamente libre para hacer lo que desee y nadie puede decirle nada al respecto. Es lo que proclaman a los cuatro vientos los llamados “tolerantes”. En la práctica, es completamente falso: son tolerantes mientras pienses como ellos en cada tema. En el momento en el que difieres en algún punto importante, el insulto, la agresividad verbal y/o física no tardan en aparecer.
Hace unos días me encontraba junto a un vecino por distintas zonas de mi ciudad pegando carteles que anunciaban la marcha organizada por la plataforma “Derecho a Vivir” a favor de la vida y en contra de la actual Ley del Aborto, que permite aniquilar a un feto humano hasta los tres meses, incluso por razones de sexo. Varias personas se detuvieron a leer el cartel en distintos momentos y sus comentarios fueron positivos: “Una buena iniciativa”, “Yo tengo tres hijos y eso de abortar para nada” “Eso está muy bien”, etc. Me sorprendió gratamente porque eran personas con edades comprendidas entre los 20 y los 45 años, que suele ser el marco generacional que mayormente está a favor del aborto. Hasta que llegó un caballero de unos sesenta años: durante unos segundos leyó detenidamente y, volviéndose hacia nosotros con una profunda mirada de odio y una agresividad verbal que no me esperaba, nos dijo: “¿Qué hacen ustedes? ¿Por qué lo ponen? Yo no estoy de acuerdo con eso”. Sorprendidos, y sin tiempo a responderle, agarró el cartel que casi estaba pegado en la pared para arrancarlo, pero se detuvo cuando se ensució la mano con la cola del papel, enojándose aun más. El señor que me acompañaba, de casi ochenta años pero con la vitalidad de un jovencito, interpuso su brazo para evitar el destrozo. Despegamos con suavidad el cartel y nos marchamos en silencio para evitar un altercado mayor. Mientras nos alejábamos, decía en voz alta (a pesar de estar solo en la calle): “¡Vaya tela, vaya tela!”, alargando la pronunciación de las vocales.
Este tipo de personas son las que presumen de ser tolerantes y acusan de intolerantes a aquellos que defendemos unas ideas opuestas a las suyas. Es cierto que cada persona puede defender sus creencias con argumentos, siempre y cuando no atenten contra nadie. Y si alguien no está de acuerdo puede replicar igualmente. Hoy ha sido la marcha por toda España contra el aborto, y en Madrid cinco activistas de FEMEN han tratado de reventar el acto. En sus torsos desnudos han mostrado por escrito sus argumentos: “Mis normas, mi cuerpo” y el repetitivo “abortar es sagrado”. Lara Alcázar, líder del movimiento en España, ha dicho que “al sector ultraderechista conservador nazi no les gustamos mucho”. Me parece grotesco que se llame nazi y conservador al que quiere preservar la vida, cuando precisamente fueron los nazis los que la destruían.
Como ya compartí aquí http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/femen-el-derecho-sagrado-de-asesinar.html  y aquí http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/respuesta-un-anonimo-favor-del-aborto.html, los ideales Pro-abortistas me parecen terroríficos. Basta leer su página en facebook para ver el odio visceral con el que se expresan los que las apoyan contra los que difieren en sus posturas. En este mismo acto, estas cinco chicas han sido rociadas con un aerosol rojo por algunos participantes. Entiendo perfectamente la indignación de los Pro-vida y que les hayan gritado “abortistas terroristas” porque el aborto es otra clase de terrorismo. Pero, en estos casos y en cualquier otro, nadie tiene derecho a usar la agresión verbal o física.  
En este blog he escrito una y otra vez de mi fe cristiana, puesto que es el propósito principal del mismo. Argumento lo mejor que sé y dentro de mis conocimientos. Estoy totalmente convencido de las palabras de Jesús: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6), y así lo comparto (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html). En mi vida pública, tengo mis propias pautas internas para saber con quién es conveniente hablar y con quién no, y no tengo ningún problema en mantener una conversación con personas que no comparten mis ideas cuando se muestran sinceramente interesadas y respetuosas. No me importa que sean ateos, agnósticos, católicos, protestantes, etc. Aunque no comparto muchas de sus ideas, les respeto y les expongo las razones por las cuáles pienso de otra manera.
Yo lucho dentro de lo que considero justo: considero que el aborto es un asesinato y estoy en mi derecho de denunciarlo, de ayudar a las mujeres embarazadas a tener alternativas y de recoger miles de firmas junto a decenas de organizaciones para hacerlas llegar al Gobierno de España y al Parlamento Europeo para que se derogue la ley actual. Quiero que se respete la vida y el derecho a nacer, y no que con mis impuestos se financien abortos en la Seguridad Social; veo que ciertos grupos llamados "cristianos" están enseñando falsas doctrinas, y estoy en mi derecho de destapar tales errores; escucho que se promulgan teorías científicas que no concuerdan con la realidad, por lo que estoy en mi derecho de decirlo. Y así con todo con lo que no comparto.
La intolerancia es algo que se observa en todos los ámbitos de la sociedad: Basta con entrar en Internet en un foro de fútbol, cine, cómics, política, religión, música o de cualquier otra área para comprobar el odio y la intolerancia que se respira. E igual ocurre en todos los países: si un cristiano vive en un país musulmán extremista y es sorprendido en su casa en posesión de una Biblia, es azotado y encarcelado, como mínimo. Sin embargo, cuando son ellos los que vienen a países democráticos, quieren libertad para poder reunirse tranquilamente. Dicen ser tolerantes con los que profesan otra fe, pero la realidad es bien distinta. La  misma Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos hace más de sesenta años el artículo 18 sobre la libertad religiosa: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observación”. La realidad es muy distinta.
Los medios de comunicación generalistas muestran otro tipo de intolerancia: se hacen eco de un pastor protestante que se dedica a quemar el Corán (acción que repudio), pero no dicen nada de los cientos de miles de cristianos que viven encerrados en campos de trabajo en países comunistas. Esta misma semana han informado sobre la próxima inauguración de la Embajada de Corea del Norte en Madrid, mientras ignoran que el régimen de Kim Jong II ha fusilado estos días ante diez mil "espectadores" a ochenta personas por el “crimen” de tener una Biblia. Así dan ejemplo. Ni una palabra en la televisión.
¿Cómo puede alguien que se llama a sí mismo “tolerante” decirme que soy un intolerante por no pensar como él? Es ilógico. Yo lo tolero y él me odia.
En conclusión, lo que ya sabíamos: que vivimos en un mundo sumamente intolerante, donde debemos aprender a luchar con todo nuestro empeño por lo que creemos por el bien de la humanidad pero sin agredir a nadie. Es nuestro deber moral denunciar el mal en una sociedad que ya no sabe distinguir el bien del mal, pero no caigamos en la misma intolerancia que tanto denunciamos, y recordemos que exclusivamente Dios tiene el poder de cambiar el corazón de los seres humanos. 

2 comentarios:

  1. Muy bien por tu artículo. Que Dios te siga dando fuerzas y voluntad para hacer lo que estás haciendo.

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  2. Jesus, totalmente de acuerdo en lo que dices. Y bravo por tu pegada de carteles

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