Una de las banderas que ondea
orgullosamente la sociedad que nos envuelve es la de la tolerancia. Todo se
basa en la idea de que cada persona, si es feliz con su estilo de vida y su
manera de pensar, es completamente libre para hacer lo que desee y nadie puede
decirle nada al respecto. Es lo que proclaman a los cuatro vientos los llamados
“tolerantes”. En la práctica, es completamente falso: son tolerantes mientras
pienses como ellos en cada tema. En el momento en el que difieres en algún
punto importante, el insulto, la agresividad verbal y/o física no tardan en
aparecer.
Hace unos días me encontraba junto a un
vecino por distintas zonas de mi ciudad pegando carteles que anunciaban la
marcha organizada por la plataforma “Derecho a Vivir” a favor de la vida y en
contra de la actual Ley del Aborto, que permite aniquilar a un feto humano
hasta los tres meses, incluso por razones de sexo. Varias personas se
detuvieron a leer el cartel en distintos momentos y sus comentarios fueron
positivos: “Una buena iniciativa”, “Yo tengo tres hijos y eso de abortar para
nada” “Eso está muy bien”, etc. Me sorprendió gratamente porque eran personas
con edades comprendidas entre los 20 y los 45 años, que suele ser el marco
generacional que mayormente está a favor del aborto. Hasta que llegó un
caballero de unos sesenta años: durante unos segundos leyó detenidamente y,
volviéndose hacia nosotros con una profunda mirada de odio y una
agresividad verbal que no me esperaba, nos dijo: “¿Qué hacen ustedes? ¿Por qué
lo ponen? Yo no estoy de acuerdo con eso”. Sorprendidos, y sin tiempo a
responderle, agarró el cartel que casi estaba pegado en la pared para
arrancarlo, pero se detuvo cuando se ensució la mano con la cola del papel,
enojándose aun más. El señor que me acompañaba, de casi ochenta años pero con
la vitalidad de un jovencito, interpuso su brazo para evitar el destrozo.
Despegamos con suavidad el cartel y nos marchamos en silencio para evitar un
altercado mayor. Mientras nos alejábamos, decía en voz alta (a pesar de estar
solo en la calle): “¡Vaya tela, vaya tela!”, alargando la pronunciación de las
vocales.
Este tipo de personas son las que
presumen de ser tolerantes y acusan de intolerantes a aquellos que defendemos
unas ideas opuestas a las suyas. Es cierto que cada persona puede defender sus
creencias con argumentos, siempre y cuando no atenten contra nadie. Y si
alguien no está de acuerdo puede replicar igualmente. Hoy ha sido la marcha por
toda España contra el aborto, y en Madrid cinco activistas de FEMEN han tratado
de reventar el acto. En sus torsos desnudos han mostrado por escrito sus
argumentos: “Mis normas, mi cuerpo” y el repetitivo “abortar es sagrado”. Lara
Alcázar, líder del movimiento en España, ha dicho que “al sector
ultraderechista conservador nazi no les gustamos mucho”. Me parece grotesco que
se llame nazi y conservador al que quiere preservar la vida, cuando
precisamente fueron los nazis los que la destruían.
Como ya compartí aquí http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/femen-el-derecho-sagrado-de-asesinar.html
y aquí http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/respuesta-un-anonimo-favor-del-aborto.html,
los ideales Pro-abortistas me parecen terroríficos. Basta leer su página en
facebook para ver el odio visceral con el que se expresan los que las apoyan
contra los que difieren en sus posturas. En este mismo acto, estas cinco chicas
han sido rociadas con un aerosol rojo por algunos participantes. Entiendo
perfectamente la indignación de los Pro-vida y que les hayan gritado “abortistas
terroristas” porque el aborto es otra clase de terrorismo. Pero, en estos casos y en cualquier otro, nadie tiene derecho a
usar la agresión verbal o física.
En este blog he escrito una y otra vez
de mi fe cristiana, puesto que es el propósito principal del mismo. Argumento
lo mejor que sé y dentro de mis conocimientos. Estoy totalmente convencido de
las palabras de Jesús: “Yo soy el camino,
y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6), y
así lo comparto (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
En mi vida pública, tengo mis propias pautas internas para saber con quién es
conveniente hablar y con quién no, y no tengo ningún problema en mantener una
conversación con personas que no comparten mis ideas cuando se muestran
sinceramente interesadas y respetuosas. No me importa que sean ateos,
agnósticos, católicos, protestantes, etc. Aunque no comparto muchas de sus
ideas, les respeto y les expongo las razones por las cuáles pienso de otra
manera.
Yo lucho dentro de lo que considero
justo: considero que el aborto es un asesinato y estoy en mi derecho de
denunciarlo, de ayudar a las mujeres embarazadas a tener alternativas y de
recoger miles de firmas junto a decenas de organizaciones para hacerlas llegar
al Gobierno de España y al Parlamento Europeo para que se derogue la ley actual.
Quiero que se respete la vida y el derecho a nacer, y no que con mis impuestos
se financien abortos en la Seguridad Social; veo que ciertos grupos llamados
"cristianos" están enseñando falsas doctrinas, y estoy en mi derecho
de destapar tales errores; escucho que se promulgan teorías científicas que no
concuerdan con la realidad, por lo que estoy en mi derecho de decirlo. Y así
con todo con lo que no comparto.
La intolerancia es algo que se observa
en todos los ámbitos de la sociedad: Basta con entrar en Internet en un foro de
fútbol, cine, cómics, política, religión, música o de cualquier otra área para
comprobar el odio y la intolerancia que se respira. E igual ocurre en todos los
países: si un cristiano vive en un país musulmán extremista y es sorprendido en
su casa en posesión de una Biblia, es azotado y encarcelado, como mínimo. Sin
embargo, cuando son ellos los que vienen a países democráticos, quieren
libertad para poder reunirse tranquilamente. Dicen ser tolerantes con los que
profesan otra fe, pero la realidad es bien distinta. La misma Asamblea
General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de
los Derechos Humanos hace más de sesenta años el artículo 18 sobre la libertad
religiosa: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de
conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de
religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su
creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la
enseñanza, la práctica, el culto y la observación”. La realidad es muy distinta.
Los medios de comunicación generalistas
muestran otro tipo de intolerancia: se hacen eco de un pastor protestante que
se dedica a quemar el Corán (acción que repudio), pero no dicen nada de los
cientos de miles de cristianos que viven encerrados en campos de trabajo en
países comunistas. Esta misma semana han informado sobre la
próxima inauguración de la Embajada de Corea del Norte en Madrid, mientras
ignoran que el régimen de Kim Jong II ha fusilado estos días ante diez mil
"espectadores" a ochenta personas por el “crimen” de tener una
Biblia. Así dan ejemplo. Ni una palabra en la televisión.
¿Cómo puede alguien que se llama a sí
mismo “tolerante” decirme que soy un intolerante por no pensar como él? Es
ilógico. Yo lo tolero y él me odia.
En conclusión, lo que ya sabíamos: que
vivimos en un mundo sumamente intolerante, donde debemos aprender a luchar con
todo nuestro empeño por lo que creemos por el bien de la humanidad pero sin
agredir a nadie. Es nuestro deber moral denunciar el mal en una sociedad que ya
no sabe distinguir el bien del mal, pero no caigamos en la misma intolerancia
que tanto denunciamos, y recordemos que exclusivamente Dios tiene el poder de
cambiar el corazón de los seres humanos.
Muy bien por tu artículo. Que Dios te siga dando fuerzas y voluntad para hacer lo que estás haciendo.
ResponderEliminarJesus, totalmente de acuerdo en lo que dices. Y bravo por tu pegada de carteles
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