Me atrevería a decir que todos los seres
humanos, en algún momento de sus vidas, han pasado por situaciones
desagradables y dolorosas. Muchos sacaron lecciones positivas de aquellos
acontecimientos pero otros muchos siguen llevando el dolor a cuestas. Y, entre
ambos grupos, suele darse un denominador común: el miedo les bloquea el
presente. Es un miedo agudo que les lleva a cerrar el corazón porque no quieren
volver a sentir dolor. Es un método de supervivencia que puede traer beneficios
a corto plazo pero que empeora la calidad de vida y la reduce a la mínima
expresión.
Un amigo me contó de sus circunstancias
personales, y que se repiten con mucha frecuencia entre todo mortal: era
amable, educado, atento, buen conversador y cariñoso. Todo ello puedo
corroborarlo. Pero, tras abrir plenamente y en confianza su corazón ante la
mujer que decía sentir profundos sentimientos hacia él, esta se mostró fría e
indiferente. La relación murió a la velocidad del rayo. Fue un rechazo amoroso
extraño y que le dejó secuelas una buena temporada. ¿Qué ocurrió? Que el
corazón de mi amigo asoció “abrirse” + “ser cariñoso” + “mostrarse vulnerable”
+ “entregarse” = “dolor”. ¿Qué hizo? Se encerró en sí mismo. No quería volver a
sufrir de aquella manera, por lo que redujo su contacto social al mínimo. Ahora
era él quien se mostraba áspero, sarcástico y evasivo. Tampoco se abría ni ante
los más allegados, y cuando lo hacía era únicamente para manifestar amargura.
Estas secuelas son muy comunes entre
aquellos que han sufrido un serio revés en la vida, y no sólo en el plano
sentimental, sino en todos los aspectos: la muerte inesperada de un ser
querido, el azote de una enfermedad, una mala experiencia eclesial por un abuso
de autoridad, la ruptura de una relación por una infidelidad, la traición de
amigos que realmente no le querían sino que le usaban, el descubrimiento
después de muchos años de la doble cara de un familiar, etc.
¿Qué te puedo decir? Que un número
determinado de malas experiencias (aun muchas), por muy desagradables que hayan
resultado, no tienen por qué volver a repetirse. Y, aunque sucedan en un alto
número de ocasiones, no serán para siempre. Casi puedo escuchar tus palabras:
“En realidad ya perdí la cuenta de cuántas veces sucedió”. Te entiendo mejor de
lo que crees. Ahora bien, es en estos contratiempos que nos dejan aturdidos
donde debemos aprender las lecciones más valiosas de la vida. El dolor sirve
para crecer,
madurar, fortalecernos y descansar aun más en Dios: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en
Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os
perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 P. 5:10).
Solo
podrás sanar tus heridas si dejas que el Médico por excelencia lo haga: “Venid a mí todos los que estáis trabajados
y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:28). Si te aconteció un hecho negativo que tuvo que ver
con las relaciones personales, tendrás que aprender de ello: lo bueno, lo
malo, qué falló, en qué fuimos responsables y en qué no. Y si la culpa es de la
otra persona que se portó realmente mal, continuar adelante y pasar página.
Quizá debas ser más cauteloso en la próxima ocasión. Quizá no debas entregar tu
corazón con tanta rapidez. Quizá debas estar totalmente seguro de que los
sentimientos son compartidos. Quizá debas conocer mejor al otro antes de
entregarle tu amistad y de mostrarte vulnerable. Entiendo que desees cerrar tu corazón para protegerte, y es
hasta normal que lo hagas por un tiempo mientras vuelves a sentirte más seguro.
Por supuesto que no es fácil volver a confiar a la hora de hacer nuevos amigos
cuando los anteriores te traicionaron. Desde luego que no es fácil volver a
abrir tu corazón ante una persona del sexo opuesto cuando la anterior te engañó.
Desde luego no es fácil aceptar a nuevas personas cuando las anteriores
resultaron ser unas hipócritas. Pero no debes olvidar que la salud emocional y
espiritual conlleva la apertura de nuestro ser más íntimo hacia aquellos que
verdaderamente merecen la pena y que son realmente genuinos.
Si nos sentimos débiles es porque somos
humanos. Por eso es perfectamente lógico sentir cierto desazón cuando nos
enfrentamos a una situación que nos recuerda a hechos anteriores que pueden
acontecer nuevamente. Ahora bien, esto no debe incapacitarnos para encarar esas
circunstancias que pueden tener un final diferente. Ocurra lo que ocurra,
podremos vivir día a día disfrutando todo lo positivo que nos acontezca y
afrontado con madurez lo desagradable. No puedes permitir que tu pasado (lejano
o cercano en el tiempo) o las circunstancias desagradables inhabiliten tu
presente y tu porvenir. No vivas pensando
en lo malo que puede suceder porque
se convertirá en un sinvivir.
Toma una vez más el ejemplo de Jesús,
quien pasó por circunstancias negativas que se repitieron a lo largo de su
vida, pero siguió adelante día a día. Como dijo Pablo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que
está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en
Cristo Jesús” (Fil. 3:13-14).
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