Al final de este escrito mostraré cómo
expreso visiblemente y de forma bastante original mi rechazo a todo tipo de
práctica supersticiosa.
Desde que era muy
pequeño y apenas tenía uso de razón, recuerdo que algunos de mis familiares —en
este caso, del género femenino (aunque es obvio por lo que voy a resaltar)—
comentaban, cada 31 de diciembre, que llevaban puestas unas bragas rojas, ya
que decían que traían buena suerte para el año entrante. Me parecía muy extraño,
pero tampoco le prestaba mucha atención. Pensaba que era más bien una tradición
o una especie de broma entre ellas.
Cuando me hice mayor
y seguí escuchando la misma cantinela, descubrí que lo decían en serio y que
creían en sus propias palabras. Perdón por la expresión, pero empezó a
parecerme una estupidez de “adultos”. Y cuando me hice cristiano y descubrí lo
que este tipo de prácticas conllevaba, empezó a no hacerme nada de gracia.
Siempre había querido
escribir sobre este asunto, pero me faltaba un empujón final que me llevara a
hacerlo. Eso sucedió la Nochevieja de 2022: me dijeron que me habían comprado
un bóxer de color rojo y que me lo pusiera, que había que hacerlo para tener la
susodicha buena suerte. Lo rechacé
por completo, y por eso estoy aquí escribiendo estas líneas.
Algunos dirán: “¡Qué
antipático y extremista eres! ¡Nunca se desprecia un regalo!”. Si no eres
cristiano nacido de nuevo, entiendo que pienses así de mí. Pero si lo eres —y
no conoces el trasfondo espiritual que hay detrás de este tipo de
supersticiones— te animo a seguir leyendo; así verás la seriedad del asunto.
El origen de las supersticiones
Las bragas rojas son
parte de una extensa lista de prácticas donde se busca “atraer” la dicha o la
fortuna en cualquier área de la vida, sea en la salud, en el amor, en el
dinero, en el trabajo o en cualquier otra, tanto para uno mismo como para los
que nos rodean o queremos.
Hay decenas de supersticiones, según
cada país y cultura, pero con esta muestra es más que suficiente:
- Los gatos negros se asociaban en la
Edad Media a las brujas, que en la mayoría de los casos no eran más que mujeres
que usaban remedios naturales como medicina. Las habladurías y la propia
superstición de las personas de la época llevaron a creer que, si un gato negro
estaba en compañía de estas “brujas”, era porque eran prácticamente demoníacos,
por lo que mejor no cruzarse con ellos.
- Se tocaba madera. Unos porque decían
que en el interior de los árboles habitaban duendes y hadas, y así se les
llamaba para que te dieran fortuna. Y otros, cristianos caídos en la
ignorancia, lo hacían porque era como tocar la cruz de Cristo, y así lograr su
protección.
- El novio no podía ver a la novia antes de
la boda. De contrario todo les iría mal desde el comienzo. Se hacía así porque
muchísimos matrimonios eran concertados entre las familias, por lo que se
procuraba que no se conocieran antes, fuera que no se gustaran y huyeran antes
del “sí quiero”, lo que rompería el acuerdo, siendo una vergüenza para ambas
familias.
- Había que tener
mucho cuidado en que no se derramara la
sal, ya que, “según el manuscrito Hieroglyphica, escrito por
el humanista Pierio Valeriano Bolzani en 1556, la sal se vinculaba
a amistad duradera. Al ser un condimento que preserva los
alimentos, se creería que ofrecer la sal primero a los invitados era un gesto
de querer que la amistad durara eternamente. De ahí que derramar la sal se
considerara el fin simbólico de la amistad”[1].
- No se debía pasar por debajo de una
escalera. Según el paganismo que adoptó el cristianismo —por lo tanto, un
falso cristianismo— las escaleras de mano con forma de triángulo representan a
la Trinidad, y si la pasabas por debajo, era como si la profanaras, proclamando
así que tu lealtad era al diablo, con todas las consecuencias negativas que eso
acarrearía.
- Romper un espejo era sinónimo de siete
años de mala suerte. En el pasado, muchos creían que un espejo reflejaba
literalmente el alma, por lo que si se rompía, al alma le pasaba lo mismo. A
esto hay que sumarle más factores: en Grecia, las “adivinaciones” se hacían
usando espejos. Si, durante el proceso, el espejo se caía y rompía, significaba
que el afectado moriría o su porvenir sería bien aciago.
¿Y por qué siete años en concreto? Los
romanos pensaban que la vida se renovaba cada siete años, por lo que si un
espejo se te rompía, tendrías mala suerte hasta que no pasaran esos años.
- Levantarte con el pie derecho te hará
tener un buen día, y lo contrario si lo haces con el izquierdo. ¿De dónde viene
esta nueva superstición? Como nos cuenta el Centro Virtual Cervantes, en esta
ocasión, de la interpretación supersticiosa de un acto religioso: “En los
Misales se leía que el sacerdote que se disponía a celebrar la misa, una vez
rezado el Introito, tenía que subir las gradas del altar adelantando el pie
derecho. Este acto sirvió para que el pueblo denominara ‘entrar con pie
derecho’ al hecho de empezar a dar acertadamente los primeros pasos de un
negocio”[2].
- El número 13
anunciaba todo tipo de desastres en tu vida, por lo que muchos hoteles evitan
tenerlo. ¿La realidad? El origen
se encuentra en la mitología nórdica: “Según explica el historiador Donald
Dossey, se invitaron a 12 dioses a un banquete en el Valhalla, el paraíso de
Odin, Thor y compañía. Sin embargo, se autoinvitó a una decimotercera persona:
Loki, dios de las mentiras y de los engaños. Cuando se intentó expulsar a
Loki, acabó muriendo Balder, el favorito de los dioses. Fue un día muy funesto
porque el final de Balder anunció el inicio del Ragnarök, el ocaso de los
dioses. Esta historia se considera la primera referencia a la mala suerte del
número 13, (y una inspiración
evidente para la posterior Última Cena)”[3], donde se dice que el traidor Judas era el decimotercer
comensal.
- Y, para terminar de rematar, hay que evitar a toda
costa casarse no solo el día 13,
sino especialmente si coincide con el martes.
De ahí el dicho: “en martes 13, ni te cases ni te embarques, ni de tu casa te
apartes”. En la mitología griega, ese era el día de Ares, el dios de la guerra.
En consecuencia, se cree que cualquier cosa que se haga ese día, acabará mal,
incluso violentamente.
Absurdo de lo absurdo, todo es un absurdo
Si le citas a los
creyentes las palabras “vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es
vanidad”, sabrán al instante que es un famoso texto del libro de
Eclesiastés.
Esa es la traducción de la RV60, y muchos no
conocen otra diferente. Sin embargo, para el caso que estamos viendo, me resulta
apabullante y clarificadora la realizada por la Nueva Versión Internacional
(guste más o menos): “Lo más absurdo de
lo absurdo —dice el Maestro—, lo más absurdo de lo absurdo, ¡todo es un
absurdo!” (Ecl. 1:2).
Haciendo un juego de
palabras redundantes: es absurdo
creer en supersticiones absurdas del
pasado que proceden de mentes absurdas,
que toman sus pensamientos de la mitología y la ignorancia.
En pleno siglo XXI,
¿de verdad aceptan que el destino del universo, incluyéndolos a ellos, depende
de unas bragas rojas?
¿De verdad aceptan
que su felicidad o desdicha está en manos de un gato negro, cuando en realidad
el pobre sale corriendo cuando un humano desconocido trata de acercarse?
¿De verdad aceptan
que, si les cae la sal, se van a romper sus amistades, y no por otras causas
verdaderamente importantes?
¿De verdad aceptan
que si les despiden del trabajo o un cáncer se manifiesta en sus cuerpos es
porque pasaron por debajo de una escalera?
¿De verdad afirman
que da “mala suerte” casarse un martes 13, cuando cientos de miles de divorcios
que se producen al año son de personas que no se casaron en dicha fecha?
¿De verdad siempre
que se levantan con el pie derecho les sonríe el día, viviendo en una especie
de paraíso terrenal?
¿De verdad creen que
Loki, Ares o Judas están detrás de las supuestas desgracias que suceden
alrededor del número trece?
¿De verdad creen que
se les romperá el alma por un espejo fracturado, y que la imagen que refleja el
espejo es la del alma?
Lo digo porque conozco, y seguro que tú también,
personas que son muy agraciadas en su rostro pero tienen un alma que es todo lo
contrario. Y lo mismo a la inversa: caras poco hermosas pero almas que sí lo
son sobremanera.
Me repito: que hoy en
día haya individuos que sigan creyendo en algunas de las cuestiones citadas
—que incluso se alteran emocionalmente y se muestran ansiosas hasta que no
hacen algún otro tipo de ritual para “contrarrestar” dichas “maldiciones”— es
literalmente absurdo, y es hora de que rompan para siempre con ellas. Mientras
no lo hagan, estarán atadas y con cadenas en sus mentes.
Creer en ellas atenta contra Dios mismo
Estas prácticas, ni
más ni menos, son los que se conocen como supersticiones, y que la propia
definición que hace la RAE de dicho término debería poner a todo el mundo sobre
aviso: “Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”.
Empecemos por la segunda parte de la descripción y
terminemos con la primera:
1. Contraria
a la razón
Creer que de un
objeto, sea el que sea, depende tu dicha o desdicha, tu salud o tu enfermedad,
tu riqueza o tu pobreza, tu éxito o tu fracaso, no habla bien de la persona, ya
que demuestra una pobreza interna muy grande.
Y ahora te vas a
reír: siendo adolescente, recuerdo perfectamente el día que me encontré en mi
colegio una piedrecita que me pareció bien hermosa. Me la guardé en el bolsillo
y de ahí no salió en varias semanas. No sé el porqué, pero comencé a creer que me traía suerte, sobre todo en
los deportes, hasta el punto de convencerme de que los buenos partidos que
estaba llevando a cabo se debían a ella.
Un día, en uno de
esos encuentros, me golpeé con un rival de frente: los dos caímos al suelo
abruptamente. ¿En qué parte de mi cuerpo quedé muy dolorido? En la ingle,
puesto que a esa altura, en el bolsillo del pantalón de deporte, llevaba la
piedrecita.
Cuando me levantaron
cojeando y me saqué la piedra, todos se extrañaron. A varios compañeros les
expliqué el motivo de llevarla. Ellos sí que se quedaron de piedra. Uno quiso
tirarla, pero le pedí que no lo hiciera. Cuando llegué a clase con retraso por
la lesión que me había provocado, la historia ya había corrido por el aula.
Y claro, aunque en
broma, se rieron de mí. Me lo gané a pulso y me lo merecía. Esa misma tarde,
fui consciente de la sandez que suponía el haberle otorgado a un mineral la
capacidad de hacer que marcara goles, así que me deshice de ella lanzándola lo
más lejos posible.
Como sé de primera
mano cómo funciona la autosugestión, cuando alguno dice que, por hacer una cosa
u otra, les ha ido bien, siento pena. ¿Es que nunca enferman? ¿Es que siempre
están felices? ¿Es que siempre les sonríe la vida? ¿Es que siempre logran todos
sus sueños? ¿Es que nunca les han traicionado los que se llamaban amigos? ¿Es
que sus relaciones sentimentales siempre son maravillosas? ¿Es que todos tienen
trabajos extraordinarios que les hacen sentir plenos? ¿Es que nunca van a
morir? ¿Es que sus seres queridos y familiares vivirán jóvenes eternamente en
este mundo?
Cuando algo de esto
sucede, que depende de mil factores y que es ley de vida, ¿a quién le echan la
culpa?
2. Creencia
extraña a la fe religiosa
Más de uno
podría decir que no le hacen daño a
nadie y que sus prácticas solo amplían sus creencias o, al menos, el número de
posibilidades de ser protegidos o bendecidos por algún ser celestial. Sin
embargo, alguien que profesa el cristianismo genuino no puede hacer tal
afirmación. No se puede aceptar pulpo como animal de compañía, por una razón
que debería poner los pelos como escarpia a estas personas: “el mismo Satanás se disfraza como ángel de
luz” (2 Co. 11:14).
Como bien dijeron en una ocasión: “Toda creencia
sobrenatural ajena al cristianismo es superstición. La superstición es una
manera de relación con el demonio”. Entre las muchas formas en que esté ángel caído engaña a los seres
humanos, una de ellas es por medio de las supersticiones. No es casualidad que
algunos de los sinónimos del término sean “hechicería, magia, brujería,
ocultismo”[4].
¿Hay personas que afirman que no, que no es nada de
eso? Sí. Pero la cuestión es que no es lo que ellos crean o digan, sino lo que
Dios dice, y Él declara en Su Palabra que sí lo es. El apóstol Pablo dijo que
es una obra de la carne, y que quien la practica no heredará el reino de Dios
(cf. Gá. 6: 22). Además, se cae en la idolatría cuando se deposita la confianza
personal en cualquier cosa (objeto, persona o acción) que no sea Dios.
El que dice que cree
en Él pero deposita su fe en algo de lo citado con anterioridad, o desconoce por completo la Biblia e ignora
la verdad, o realmente no ha nacido de nuevo. Un verdadero renacido jamás
aceptaría las supersticiones en su vida. Viene a ser un desprecio al propio
creador del universo y a Su Palabra, ya que la petición de esos corazones no la
están llevando ante Él en oración —que es la única manera que Jesús y los
Apóstoles enseñaron con rotundidad—, sino por medio de amuletos o prácticas que
no proceden de sus enseñanzas, que son claras al respecto.
También en algunos
ambientes católicos y evangélicos se ha caído en este tipo de falsas creencias
por medio de otras prácticas: ponerle velas a “santos”, llevar encima “estampas
de ángeles custodios”, uso de “agua bendita” o de “prendas ungidas”, “rosarios
bendecidos”, etc. Las he citado entre comillas porque ninguna de ellas tiene
base bíblica, y son una mezcla de paganismo y filosofías orientales. Y Jesús
fue extremadamente claro ante el día del juicio:
“No todo el
que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace
la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel
día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les
declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:21-23).
Las
prácticas supersticiosas caen en la categoría de maldad porque rechazan la
buena, agradable y perfecta voluntad de Dios (Ro. 12:2). Ni el hacer milagros, ni el echar fuera demonios, ni ser
muy beato o muy religioso, sirve de nada si se antepone los propios designios a
los de la Soberanía de Dios.
Otros han convertido directamente a Jesús
en una mezcla de amuleto y genio de la lámpara, al que se le exige con la
herejía de la confesión positiva que
atienda a sus demandas sin falta: dinero, trabajo, salud o amor. Todos ellos
desprecian la oración del Padrenuestro (“hágase
tu voluntad”) y omiten voluntariamente las palabras de Santiago: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos
esto o aquello” (Stg. 4:15).
Como de las erradas convicciones que
profesan muchos “cristianos” he hablado ampliamente en mis dos libros
publicados (Herejías por doquier: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html y Mentiras que creemos: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html), les remito a ellos a quienes estén interesados en
profundizar en las mismas.
Conclusión
¿Seguirás creyendo que Dios, que es
Todopoderoso, Omnipotente y Omnisciente, que creó el universo de la nada, que
hasta el más mínimo átomo del que estamos formados le obedece, está
condicionado en Su Voluntad a un gato negro, a un bote de sal, a unas
escaleras, a un espejo roto, a un martes 13 o a unas bragas rojas? ¿Seguirás
controlado por semejantes simplezas?
¿Cómo puedes rechazar todo esto?
1. Confiando únicamente en Dios y en nada
más.
2. Evidentemente, esto último es opcional, y
como forma cómica de desprenderse de estas falsas creencias mentales: cada vez
que te cruces con un gato negro, sácale la lengua, sonríele o ponle caritas de
payaso; si tienes algún espejo que está viejo pero nunca te has atrevido a
tirar, salta sobre él hasta dejarlo hecho añicos. O cálzate unas zapatillas
deportivas amarillas —como las mías de la
foto—, color que muchos relacionan también con la “mala
suerte”, y que es otra insensatez.
Y así, con todo los ejemplos que se te
ocurran. Nada te va a ir mejor o peor porque lo hagas, pero puede ser una forma
de mostrar tu rechazo y de reírte de todas y cada una de las supersticiones que
existen y que son un “absurdo de lo absurdo”.



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