lunes, 22 de diciembre de 2025

Tu felicidad, tu futuro y el destino de la humanidad, dependen de unas bragas rojas

 

Al final de este escrito mostraré cómo expreso visiblemente y de forma bastante original mi rechazo a todo tipo de práctica supersticiosa.

Desde que era muy pequeño y apenas tenía uso de razón, recuerdo que algunos de mis familiares —en este caso, del género femenino (aunque es obvio por lo que voy a resaltar)— comentaban, cada 31 de diciembre, que llevaban puestas unas bragas rojas, ya que decían que traían buena suerte para el año entrante. Me parecía muy extraño, pero tampoco le prestaba mucha atención. Pensaba que era más bien una tradición o una especie de broma entre ellas.
Cuando me hice mayor y seguí escuchando la misma cantinela, descubrí que lo decían en serio y que creían en sus propias palabras. Perdón por la expresión, pero empezó a parecerme una estupidez de “adultos”. Y cuando me hice cristiano y descubrí lo que este tipo de prácticas conllevaba, empezó a no hacerme nada de gracia.
Siempre había querido escribir sobre este asunto, pero me faltaba un empujón final que me llevara a hacerlo. Eso sucedió la Nochevieja de 2022: me dijeron que me habían comprado un bóxer de color rojo y que me lo pusiera, que había que hacerlo para tener la susodicha buena suerte. Lo rechacé por completo, y por eso estoy aquí escribiendo estas líneas.
Algunos dirán: “¡Qué antipático y extremista eres! ¡Nunca se desprecia un regalo!”. Si no eres cristiano nacido de nuevo, entiendo que pienses así de mí. Pero si lo eres —y no conoces el trasfondo espiritual que hay detrás de este tipo de supersticiones— te animo a seguir leyendo; así verás la seriedad del asunto.

El origen de las supersticiones
Las bragas rojas son parte de una extensa lista de prácticas donde se busca “atraer” la dicha o la fortuna en cualquier área de la vida, sea en la salud, en el amor, en el dinero, en el trabajo o en cualquier otra, tanto para uno mismo como para los que nos rodean o queremos.

Hay decenas de supersticiones, según cada país y cultura, pero con esta muestra es más que suficiente:

- Los gatos negros se asociaban en la Edad Media a las brujas, que en la mayoría de los casos no eran más que mujeres que usaban remedios naturales como medicina. Las habladurías y la propia superstición de las personas de la época llevaron a creer que, si un gato negro estaba en compañía de estas “brujas”, era porque eran prácticamente demoníacos, por lo que mejor no cruzarse con ellos.

- Se tocaba madera. Unos porque decían que en el interior de los árboles habitaban duendes y hadas, y así se les llamaba para que te dieran fortuna. Y otros, cristianos caídos en la ignorancia, lo hacían porque era como tocar la cruz de Cristo, y así lograr su protección.

- El novio no podía ver a la novia antes de la boda. De contrario todo les iría mal desde el comienzo. Se hacía así porque muchísimos matrimonios eran concertados entre las familias, por lo que se procuraba que no se conocieran antes, fuera que no se gustaran y huyeran antes del “sí quiero”, lo que rompería el acuerdo, siendo una vergüenza para ambas familias.

- Había que tener mucho cuidado en que no se derramara la sal, ya que, “según el manuscrito Hieroglyphica, escrito por el humanista Pierio Valeriano Bolzani en 1556, la sal se vinculaba a amistad duradera. Al ser un condimento que preserva los alimentos, se creería que ofrecer la sal primero a los invitados era un gesto de querer que la amistad durara eternamente. De ahí que derramar la sal se considerara el fin simbólico de la amistad”[1].

- No se debía pasar por debajo de una escalera. Según el paganismo que adoptó el cristianismo —por lo tanto, un falso cristianismo— las escaleras de mano con forma de triángulo representan a la Trinidad, y si la pasabas por debajo, era como si la profanaras, proclamando así que tu lealtad era al diablo, con todas las consecuencias negativas que eso acarrearía.

- Romper un espejo era sinónimo de siete años de mala suerte. En el pasado, muchos creían que un espejo reflejaba literalmente el alma, por lo que si se rompía, al alma le pasaba lo mismo. A esto hay que sumarle más factores: en Grecia, las “adivinaciones” se hacían usando espejos. Si, durante el proceso, el espejo se caía y rompía, significaba que el afectado moriría o su porvenir sería bien aciago.
¿Y por qué siete años en concreto? Los romanos pensaban que la vida se renovaba cada siete años, por lo que si un espejo se te rompía, tendrías mala suerte hasta que no pasaran esos años.

- Levantarte con el pie derecho te hará tener un buen día, y lo contrario si lo haces con el izquierdo. ¿De dónde viene esta nueva superstición? Como nos cuenta el Centro Virtual Cervantes, en esta ocasión, de la interpretación supersticiosa de un acto religioso: “En los Misales se leía que el sacerdote que se disponía a celebrar la misa, una vez rezado el Introito, tenía que subir las gradas del altar adelantando el pie derecho. Este acto sirvió para que el pueblo denominara ‘entrar con pie derecho’ al hecho de empezar a dar acertadamente los primeros pasos de un negocio”[2].

- El número 13 anunciaba todo tipo de desastres en tu vida, por lo que muchos hoteles evitan tenerlo. ¿La realidad? El origen se encuentra en la mitología nórdica: “Según explica el historiador Donald Dossey, se invitaron a 12 dioses a un banquete en el Valhalla, el paraíso de Odin, Thor y compañía. Sin embargo, se autoinvitó a una decimotercera persona: Loki, dios de las mentiras y de los engaños. Cuando se intentó expulsar a Loki, acabó muriendo Balder, el favorito de los dioses. Fue un día muy funesto porque el final de Balder anunció el inicio del Ragnarök, el ocaso de los dioses. Esta historia se considera la primera referencia a la mala suerte del número 13, (y una inspiración evidente para la posterior Última Cena)”[3], donde se dice que el traidor Judas era el decimotercer comensal.

- Y, para terminar de rematar, hay que evitar a toda costa casarse no solo el día 13, sino especialmente si coincide con el martes. De ahí el dicho: “en martes 13, ni te cases ni te embarques, ni de tu casa te apartes”. En la mitología griega, ese era el día de Ares, el dios de la guerra. En consecuencia, se cree que cualquier cosa que se haga ese día, acabará mal, incluso violentamente.

Absurdo de lo absurdo, todo es un absurdo
Si le citas a los creyentes las palabras “vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad”, sabrán al instante que es un famoso texto del libro de Eclesiastés.
Esa es la traducción de la RV60, y muchos no conocen otra diferente. Sin embargo, para el caso que estamos viendo, me resulta apabullante y clarificadora la realizada por la Nueva Versión Internacional (guste más o menos): “Lo más absurdo de lo absurdo —dice el Maestro—, lo más absurdo de lo absurdo, ¡todo es un absurdo!” (Ecl. 1:2).
Haciendo un juego de palabras redundantes: es absurdo creer en supersticiones absurdas del pasado que proceden de mentes absurdas, que toman sus pensamientos de la mitología y la ignorancia.
En pleno siglo XXI, ¿de verdad aceptan que el destino del universo, incluyéndolos a ellos, depende de unas bragas rojas?
¿De verdad aceptan que su felicidad o desdicha está en manos de un gato negro, cuando en realidad el pobre sale corriendo cuando un humano desconocido trata de acercarse?
¿De verdad aceptan que, si les cae la sal, se van a romper sus amistades, y no por otras causas verdaderamente importantes?
¿De verdad aceptan que si les despiden del trabajo o un cáncer se manifiesta en sus cuerpos es porque pasaron por debajo de una escalera?
¿De verdad afirman que da “mala suerte” casarse un martes 13, cuando cientos de miles de divorcios que se producen al año son de personas que no se casaron en dicha fecha?
¿De verdad siempre que se levantan con el pie derecho les sonríe el día, viviendo en una especie de paraíso terrenal?
¿De verdad creen que Loki, Ares o Judas están detrás de las supuestas desgracias que suceden alrededor del número trece?
¿De verdad creen que se les romperá el alma por un espejo fracturado, y que la imagen que refleja el espejo es la del alma?

Lo digo porque conozco, y seguro que tú también, personas que son muy agraciadas en su rostro pero tienen un alma que es todo lo contrario. Y lo mismo a la inversa: caras poco hermosas pero almas que sí lo son sobremanera.
Me repito: que hoy en día haya individuos que sigan creyendo en algunas de las cuestiones citadas —que incluso se alteran emocionalmente y se muestran ansiosas hasta que no hacen algún otro tipo de ritual para “contrarrestar” dichas “maldiciones”— es literalmente absurdo, y es hora de que rompan para siempre con ellas. Mientras no lo hagan, estarán atadas y con cadenas en sus mentes.

Creer en ellas atenta contra Dios mismo
Estas prácticas, ni más ni menos, son los que se conocen como supersticiones, y que la propia definición que hace la RAE de dicho término debería poner a todo el mundo sobre aviso: “Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”.
Empecemos por la segunda parte de la descripción y terminemos con la primera:

1. Contraria a la razón
Creer que de un objeto, sea el que sea, depende tu dicha o desdicha, tu salud o tu enfermedad, tu riqueza o tu pobreza, tu éxito o tu fracaso, no habla bien de la persona, ya que demuestra una pobreza interna muy grande.
Y ahora te vas a reír: siendo adolescente, recuerdo perfectamente el día que me encontré en mi colegio una piedrecita que me pareció bien hermosa. Me la guardé en el bolsillo y de ahí no salió en varias semanas. No sé el porqué, pero comencé a creer que me traía suerte, sobre todo en los deportes, hasta el punto de convencerme de que los buenos partidos que estaba llevando a cabo se debían a ella.
Un día, en uno de esos encuentros, me golpeé con un rival de frente: los dos caímos al suelo abruptamente. ¿En qué parte de mi cuerpo quedé muy dolorido? En la ingle, puesto que a esa altura, en el bolsillo del pantalón de deporte, llevaba la piedrecita.
Cuando me levantaron cojeando y me saqué la piedra, todos se extrañaron. A varios compañeros les expliqué el motivo de llevarla. Ellos sí que se quedaron de piedra. Uno quiso tirarla, pero le pedí que no lo hiciera. Cuando llegué a clase con retraso por la lesión que me había provocado, la historia ya había corrido por el aula.
Y claro, aunque en broma, se rieron de mí. Me lo gané a pulso y me lo merecía. Esa misma tarde, fui consciente de la sandez que suponía el haberle otorgado a un mineral la capacidad de hacer que marcara goles, así que me deshice de ella lanzándola lo más lejos posible.
Como sé de primera mano cómo funciona la autosugestión, cuando alguno dice que, por hacer una cosa u otra, les ha ido bien, siento pena. ¿Es que nunca enferman? ¿Es que siempre están felices? ¿Es que siempre les sonríe la vida? ¿Es que siempre logran todos sus sueños? ¿Es que nunca les han traicionado los que se llamaban amigos? ¿Es que sus relaciones sentimentales siempre son maravillosas? ¿Es que todos tienen trabajos extraordinarios que les hacen sentir plenos? ¿Es que nunca van a morir? ¿Es que sus seres queridos y familiares vivirán jóvenes eternamente en este mundo?
Cuando algo de esto sucede, que depende de mil factores y que es ley de vida, ¿a quién le echan la culpa?

2. Creencia extraña a la fe religiosa
Más de uno podría decir que no le hacen daño a nadie y que sus prácticas solo amplían sus creencias o, al menos, el número de posibilidades de ser protegidos o bendecidos por algún ser celestial. Sin embargo, alguien que profesa el cristianismo genuino no puede hacer tal afirmación. No se puede aceptar pulpo como animal de compañía, por una razón que debería poner los pelos como escarpia a estas personas: “el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Co. 11:14).
Como bien dijeron en una ocasión: “Toda creencia sobrenatural ajena al cristianismo es superstición. La superstición es una manera de relación con el demonio”. Entre las muchas formas en que esté ángel caído engaña a los seres humanos, una de ellas es por medio de las supersticiones. No es casualidad que algunos de los sinónimos del término sean “hechicería, magia, brujería, ocultismo”[4].
¿Hay personas que afirman que no, que no es nada de eso? Sí. Pero la cuestión es que no es lo que ellos crean o digan, sino lo que Dios dice, y Él declara en Su Palabra que sí lo es. El apóstol Pablo dijo que es una obra de la carne, y que quien la practica no heredará el reino de Dios (cf. Gá. 6: 22). Además, se cae en la idolatría cuando se deposita la confianza personal en cualquier cosa (objeto, persona o acción) que no sea Dios.
El que dice que cree en Él pero deposita su fe en algo de lo citado con anterioridad, o desconoce por completo la Biblia e ignora la verdad, o realmente no ha nacido de nuevo. Un verdadero renacido jamás aceptaría las supersticiones en su vida. Viene a ser un desprecio al propio creador del universo y a Su Palabra, ya que la petición de esos corazones no la están llevando ante Él en oración —que es la única manera que Jesús y los Apóstoles enseñaron con rotundidad—, sino por medio de amuletos o prácticas que no proceden de sus enseñanzas, que son claras al respecto.
También en algunos ambientes católicos y evangélicos se ha caído en este tipo de falsas creencias por medio de otras prácticas: ponerle velas a “santos”, llevar encima “estampas de ángeles custodios”, uso de “agua bendita” o de “prendas ungidas”, “rosarios bendecidos”, etc. Las he citado entre comillas porque ninguna de ellas tiene base bíblica, y son una mezcla de paganismo y filosofías orientales. Y Jesús fue extremadamente claro ante el día del juicio:
 
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:21-23). 

Las prácticas supersticiosas caen en la categoría de maldad porque rechazan la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios (Ro. 12:2). Ni el hacer milagros, ni el echar fuera demonios, ni ser muy beato o muy religioso, sirve de nada si se antepone los propios designios a los de la Soberanía de Dios.  
Otros han convertido directamente a Jesús en una mezcla de amuleto y genio de la lámpara, al que se le exige con la herejía de la confesión positiva que atienda a sus demandas sin falta: dinero, trabajo, salud o amor. Todos ellos desprecian la oración del Padrenuestro (“hágase tu voluntad”) y omiten voluntariamente las palabras de Santiago: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (Stg. 4:15).
Como de las erradas convicciones que profesan muchos “cristianos” he hablado ampliamente en mis dos libros publicados (Herejías por doquier: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html y Mentiras que creemos: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html), les remito a ellos a quienes estén interesados en profundizar en las mismas.

Conclusión
¿Seguirás creyendo que Dios, que es Todopoderoso, Omnipotente y Omnisciente, que creó el universo de la nada, que hasta el más mínimo átomo del que estamos formados le obedece, está condicionado en Su Voluntad a un gato negro, a un bote de sal, a unas escaleras, a un espejo roto, a un martes 13 o a unas bragas rojas? ¿Seguirás controlado por semejantes simplezas?
¿Cómo puedes rechazar todo esto?

1. Confiando únicamente en Dios y en nada más.

2. Evidentemente, esto último es opcional, y como forma cómica de desprenderse de estas falsas creencias mentales: cada vez que te cruces con un gato negro, sácale la lengua, sonríele o ponle caritas de payaso; si tienes algún espejo que está viejo pero nunca te has atrevido a tirar, salta sobre él hasta dejarlo hecho añicos. O cálzate unas zapatillas deportivas amarillas como las mías de la foto, color que muchos relacionan también con la “mala suerte”, y que es otra insensatez.

Y así, con todo los ejemplos que se te ocurran. Nada te va a ir mejor o peor porque lo hagas, pero puede ser una forma de mostrar tu rechazo y de reírte de todas y cada una de las supersticiones que existen y que son un “absurdo de lo absurdo”.

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