¿Otra vez voy a
analizar una película de dibujos animados? Quienes ya conocen este blog
seguramente no se lo preguntarán, porque saben que me da igual escribir sobre
un libro, una serie, un cómic o incluso un tratado de teología o filosofía,
siempre que podamos sacar de ello alguna enseñanza útil para los cristianos —y
también para quienes no lo son— que quieran aprender.
He comprobado que
muchas personas se sienten intimidadas al enfrentarse a un libro grueso o a
términos que les resultan extraños. Prefieren un lenguaje sencillo y coloquial,
como el que usamos casi siempre los seres humanos, sin tantas formalidades ni
complicaciones. Por el contrario, se sienten abrumadas si la mayoría de lo que
escuchan son versículos bíblicos, hablados como hace dos mil años o al estilo
de un púlpito. ¿Significa esto que no hay lugar para las citas bíblicas? ¡Para
nada! Siempre recurro a ellas, pero deben presentarse de manera que todos
puedan entenderlas, sin importar sus conocimientos o estudios. Jesús, de estar
físicamente hoy entre nosotros, hablaría de forma distinta a como lo hizo en la
época romana.
Así que sí: hoy
volveré a usar este método, y lo seguiré aplicando siempre que lo considere
oportuno. Con esta historia, exploraremos los sentimientos que surgen cuando
nos traicionan y cómo actuar cuando nos sentimos destrozados en mil pedazos por
una deslealtad profunda.
De qué trata
Como es habitual en
este tipo de producciones, la animación es sublime y añade nuevos matices.
Parte de la trama transcurre en un mundo en caos, donde la oscuridad se hace
evidente en numerosos momentos, envolviéndonos en la historia. Aunque diferente
en estilo, su esquema no es original: buenos y malos, conflictos familiares y
existenciales, y un objetivo que alcanzar. La historia gira en torno a la
tierra de Kumandra, donde durante milenios dragones y humanos vivieron en
completa paz, y estas criaturas mágicas proporcionaban agua, lluvia y armonía.
Pero, como el mal
nunca descansa, unos espíritus oscuros llamados Druun, con forma de niebla
negra, trajeron el caos, arrasaron los pueblos y convirtieron en estatuas de
piedra a todas las personas que tocaban. Cinco dragones —Pangu, Yagán, Pranee,
Amba y Sisu— se enfrentaron a estas tinieblas y, cuando parecía que serían
derrotados, concentraron su poder en una gema. Sisu, la dragona, utilizó esa
gema para vencer, desterrando a los Druun y reviviendo a todos, excepto a los
dragones, que quedaron petrificados.
Lo único que quedó
fue la gema. En lugar de unirse, todos lucharon por poseer el último vestigio
de la magia de los dragones. Se trazaron fronteras y Kumandra se dividió en
cinco naciones: Colmillo, Corazón, Columna, Garra y Cola. Se convirtieron en
enemigos, y la gema tuvo que ser ocultada; recayó en Corazón, que desde
entonces la protege como una reliquia sagrada.
Nuestra historia
comienza 500 años después. El rey de la nación de Corazón y guardián de la gema
es Benja, quien también entrena a su hija, la princesa Raya, para que lo suceda
en esa labor. Con la mejor de sus intenciones, Benja organiza una gran fiesta
para reunir nuevamente a las cinco naciones de Kumandra. Lo que él desconoce es
que Naamari, de la nación Colmillo, planea ganarse la confianza de Raya durante
el banquete, con el fin de que le muestre dónde está la gema y pueda robarla.
Cuando revela sus
verdaderas intenciones, ambas se enfrentan a muerte. El estruendo en la montaña
hace que todos los presentes corran a ver lo que sucede, y al ver la gema,
comienzan a luchar por poseerla. En medio de la batalla, la gema se rompe, lo
que permite que los Druun resurjan. Una vez más, todos los habitantes de
Corazón quedan convertidos en piedra, incluyendo a Benja, que lanza a su hija al
agua para salvarla.
El resto de las
naciones huye a sus respectivos territorios, llevándose cada una un fragmento
de la gema. El mundo queda prácticamente desolado, sumido en un ambiente
postapocalíptico donde los Druun continúan extendiéndose.
Raya emprende
entonces un largo camino de seis años para revertir la situación. La única
manera de lograrlo es encontrar a Sisu y reunir nuevamente los fragmentos de la
gema.
La película nos
muestra que Raya debe aprender a confiar en los demás, incluso en enemigos que
intentan acabar con ella, como Naamari y otros. Pero no se trata solo de que
ella confíe en ellos: ellos también deben aprender a confiar en todas las demás
naciones; es decir, todos deben confiar unos en otros.
¿Un fallo?
El punto débil que le
encuentro es muy claro, y cualquier adulto que haya visto la película lo habrá
notado fácilmente: el happy end, un desenlace que peca de buenismo e
idílico.
Aunque la historia
puede disfrutarse a cualquier edad, su público principal es infantil y juvenil.
Por eso no se puede mostrar un final en el que el mal triunfe, los villanos
obtengan el poder, la tierra sea destruida y los héroes mueran. Aún hay
generaciones que recuerdan con lágrimas la muerte de Mufasa, el padre de Simba
en El Rey León, como para que los niños actuales salgan traumatizados
del cine, causando el enfado de los padres. Por ello, el final de Raya y el
último dragón concluye con todos felices, amigos para siempre y llenos de
humildad por la lección aprendida.
Como ejemplo a
imitar, el final me parece maravilloso y no lo considero un error. Es ese tipo
de enseñanza lo que deberían llevarse los pequeños en sus corazones. Sin
embargo, cualquier persona con más de una década de experiencia en este mundo
entenderá que el desenlace es edulcorado y demasiado optimista, por lo que se
aleja de la realidad. Como ya señalamos en Ataque a los Titanes: el ciclo
de odio y violencia de la humanidad, y de algunos cristianos, que no tiene
fin... hasta que llegue el día (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/02/ataque-los-titanes-el-ciclo-de-odio-y.html), vivimos
en un mundo física y verbalmente violento, y nuestras interacciones suelen reflejarlo.
¿La causa? Todos
traemos de serie una naturaleza pecaminosa que nos inclina al mal. Esto nos
lleva a veces a no reconocer el pecado, a negarlo, a esquivar la culpa y, por
tanto, a no arrepentirnos. Pablo lo explicó de manera clara: “Porque no hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino
el pecado que mora en mí” (Ro. 7:19-20). Además, las obras de la carne nos
lo recuerdan constantemente. Puede que no caigamos en las más evidentes, como “adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia, idolatría, hechicerías, herejías, homicidios, borracheras, orgías”,
pero sí en otras que muchos consideran menores, como “enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, envidias”
(cf. Gá. 5:19-21).
Incluso con las
mejores intenciones, fallamos y pecamos. Lo mismo sucede en nuestras
relaciones: los demás también pueden fallar y pecar contra nosotros. Uno de los
golpes más dolorosos es cuando traicionan nuestra confianza. Le ocurrió a Raya:
aunque era recelosa, siendo obediente a su padre —quien era extremadamente
confiado y hospitalario, incluso con sus enemigos— se mostró abierta, amable y
generosa con Naamari, otra chica de su edad. Le abrió no solo las puertas de su
casa, sino también las de sus pensamientos y sentimientos más profundos. Por
primera vez en su vida, se la veía realmente relajada ante una nueva amiga.
Todo parecía transcurrir con normalidad, hasta que Naamari reveló que su único
objetivo era ganarse su confianza para bajar la guardia y robar la gema.
Con la dragona Sisu
ocurre algo similar: le insistía en que debía confiar, porque así fue como pudo
vencer, confiando en sus otras hermanas dragones. Pero la vida real no funciona
de la misma manera: si confías en un enemigo que desea matarte, tarde o
temprano lo hará. Abrirle tu corazón una y otra vez solo le da la oportunidad
de usar lo que sabe de ti para traicionarte en cuanto pueda.
Además, en nuestro
mundo, no todos los malvados se redimen como en la película. Muchos que han practicado
el mal durante gran parte de sus vidas mueren sin arrepentirse y sin cambiar su
actitud, ni siquiera en sus lechos de muerte.
Formas de traición
La traición puede
manifestarse de muchas maneras y sus tentáculos son largos. Entre las más
comunes están:
- Revelar intimidades
que compartiste en confianza.
- Usar esas mismas
intimidades para burlarse de ti a tus espaldas.
- Guardar información
personal para lanzártela en el momento que consideren oportuno, algo frecuente
entre ex parejas inmaduras o antiguos amigos.
- Ridiculizar tus
sentimientos.
- Aprovechar lo que
saben de ti para chantajearte emocionalmente.
- Amenazarte con
revelar a otros aspectos de tu pasado que creías olvidados.
Quizá se te ocurran
otras formas de traición, pero estas son las más frecuentes. Este tipo de
actitudes son miserables y pueriles, y tristemente ocurren más de lo que
imaginamos. Y sí, también entre cristianos.
El dolor dependerá
del grado de intimidad que tuvieras con la persona. Si alguien apenas conocido
te traiciona, te molestará y te sorprenderá, pero te afectará poco. En cambio,
si se trata de tu cónyuge, un buen amigo o un hermano cercano, dejará una
profunda huella, y el dolor será intenso.
Recordemos los
sinónimos de traición para entender su gravedad: deslealtad, alevosía,
infidelidad, engaño, falsía, felonía, ingratitud, infamia, vileza, insidia,
delación, perjurio, complot, maquinación, conjura. Es lo opuesto a lealtad y
rectitud.
¿Qué hacer?
Según la pedagogía
que muestra la película, la solución ante la traición sería confiar una y otra
vez en quienes nos han fallado. ¿Vuelven a traicionarnos? Volvemos a confiar.
¿Otra vez? Volvemos a confiar. ¿Y de nuevo? Volvemos a confiar.
Lo siento, pero no
estoy de acuerdo. Esta interpretación de “poner la otra mejilla” es ingenua. La
historia de Naamari es buenista y omite la naturaleza caída del hombre. Por
eso, considero más conveniente que plantees una serie de preguntas y
reflexiones antes de decidir cómo actuar:
- Evalúa el grado de
hipocresía. ¿Ha mostrado una doble cara ante ti durante mucho tiempo sin que lo
percibieras? Por afecto hacia esa persona, ¿te has autoengañado, minimizando
los hechos mientras tu subconsciente sabía lo que sucedía?
- Determina desde cuándo ocurre la traición.
¿Fue algo puntual, una sola vez, o se ha repetido? ¿Has puesto a prueba a esa
persona, aunque solo fuera en algo pequeño, y ha vuelto a fallar?
En función de las
preguntas que he planteado más arriba y de la gravedad del hecho, decide por ti
mismo qué prefieres hacer. Aunque tú tendrás la última palabra sobre tu propia
vivencia, voy a exponer lo que yo creo.
Si alguien te traiciona…
si alguien a quien expresamente le pediste que no compartiera cierta vivencia
personal lo hace… si alguien revela sin tu permiso lo que escribiste por un
medio digital o lo que hablasteis en privado… si alguien divulga entre sus
colegas lo que le confiaste solo a él… ¿qué puedes hacer? Mi consejo parte de
un proverbio: “El que anda en chismes
descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr. 11:13).
Puesto que estas
personas —fueran amigas o no, lo sigan siendo o no— han demostrado:
- que no son dignas
de confianza;
- que se dejan llevar
por el chisme;
- que se sienten con
libertad para revelar secretos sin autorización;
- que anteponen su
libertinaje a la fidelidad y a la integridad;
…no te dejes
arrastrar por el buenismo malentendido ni por las buenas intenciones. Lo mejor
es no hablarles más de asuntos íntimos ni revelarles nada que consideres
privado. Solo quien es de espíritu fiel lo merece. A esos, sí.
Últimos matices
Se podría objetar a
mi exposición el caso del profeta Oseas y su mujer Gomer: ella le fue infiel y
Dios le ordenó perdonarla. Pero eso no invalida nada de lo que he dicho:
1) Aquella historia
simboliza la relación del pueblo judío con el Señor: ellos le eran infieles —al
caer en la idolatría y servir a falsos dioses—, pero eran perdonados una y otra
vez.
2) No podemos tomar
un caso particular y generalizarlo al resto.
3) Lo expuesto no
tiene que ver con “no perdonar”. Jesús enseñó que, siempre que hubiera
arrepentimiento, deberíamos perdonar: “Si
tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si
siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti,
diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Lc. 17:3–4). Ese es el sine qua non
del que hemos hablado varias veces. La cuestión es que, si el arrepentimiento
es genuino, la persona no volverá a caer en el mismo pecado de deslealtad. En
otros aspectos sí tropezará —como hacemos todos—, pero en ese mismo… estaría
evidenciando que su arrepentimiento fue más bien de boca pequeña: un simple
remordimiento que surgió al ser reprendido y cuyo sentimiento de culpa se
disipó con los días, hasta volver a lo mismo.
4) A todos nos viene
a la mente el caso de Judas y su traición —cuyo desenlace conocemos
tristemente—, pero, para lo que estamos tratando, el ejemplo perfecto es el de
Pedro: traicionó a Jesús en una noche aciaga para él. Y Jesús, tras resucitar,
sabía cuán arrepentido se sentía y que el discípulo necesitaba ponerse en paz.
Por eso, así como lo negó tres veces, también tres veces le ofreció la
oportunidad de resarcirse. Pedro no dejó pasar la oportunidad, y la aprovechó:
“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón,
hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te
amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez:
Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te
amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de
Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me
amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le
dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn. 21:15-17).
Implícitamente, Jesús
le ofreció la posibilidad de pedir perdón y de ganarse de nuevo Su confianza.
Repito: ganarse la confianza. Pero no siempre sucede así: la deslealtad
suele tener raíces muy profundas, y quien la comete no lo hace de manera
involuntaria ni sin darse cuenta. Por eso es necesario aprender a discernir
cuándo es posible restaurarla y cuándo lo más sabio es tomar otro rumbo.
Conclusión
Podrá resultar muy
emotivo ver en la película a Raya volviendo junto a Naamari, a pesar de que en
cada encuentro esta intentaba asesinarla; pero, en la vida real, Jesús se
marchó cuando quisieron apedrearle. No se quedó allí diciendo: “Venga, tiradme
todas las piedras que queráis, a ver quién me da”, ni “las esquivaré todas”, ni
“me da igual las heridas que me hagáis, luego me autosanaré”. No: se fue.
Sin más. Por eso he insistido en que debes analizar cada situación y
decidir tú mismo, conforme a las interrogantes que te planteé antes.
Como al principio no
puedes saber quién ni cuándo te va a traicionar, será la propia experiencia la
que te enseñe de cara al futuro. Es la parte amarga de la vida, pero así es
como crecemos, maduramos y aprendemos a seleccionar a las personas de
confianza. Puede ser una, dos o las que tú consideres. Recuerda que lo
importante es la calidad de la relación con unos pocos, no la cantidad. Y no
olvides aquel otro proverbio: “Sobre toda
cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:23). No
lo regales ni lo abras a cualquiera, ni mucho menos al traidor que no lo merece
ni sabe valorarlo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario