lunes, 1 de diciembre de 2025

Raya y el último dragón. ¿Qué hacer cuando te traicionan?

 


¿Otra vez voy a analizar una película de dibujos animados? Quienes ya conocen este blog seguramente no se lo preguntarán, porque saben que me da igual escribir sobre un libro, una serie, un cómic o incluso un tratado de teología o filosofía, siempre que podamos sacar de ello alguna enseñanza útil para los cristianos —y también para quienes no lo son— que quieran aprender.
He comprobado que muchas personas se sienten intimidadas al enfrentarse a un libro grueso o a términos que les resultan extraños. Prefieren un lenguaje sencillo y coloquial, como el que usamos casi siempre los seres humanos, sin tantas formalidades ni complicaciones. Por el contrario, se sienten abrumadas si la mayoría de lo que escuchan son versículos bíblicos, hablados como hace dos mil años o al estilo de un púlpito. ¿Significa esto que no hay lugar para las citas bíblicas? ¡Para nada! Siempre recurro a ellas, pero deben presentarse de manera que todos puedan entenderlas, sin importar sus conocimientos o estudios. Jesús, de estar físicamente hoy entre nosotros, hablaría de forma distinta a como lo hizo en la época romana.
Así que sí: hoy volveré a usar este método, y lo seguiré aplicando siempre que lo considere oportuno. Con esta historia, exploraremos los sentimientos que surgen cuando nos traicionan y cómo actuar cuando nos sentimos destrozados en mil pedazos por una deslealtad profunda.

De qué trata
Como es habitual en este tipo de producciones, la animación es sublime y añade nuevos matices. Parte de la trama transcurre en un mundo en caos, donde la oscuridad se hace evidente en numerosos momentos, envolviéndonos en la historia. Aunque diferente en estilo, su esquema no es original: buenos y malos, conflictos familiares y existenciales, y un objetivo que alcanzar. La historia gira en torno a la tierra de Kumandra, donde durante milenios dragones y humanos vivieron en completa paz, y estas criaturas mágicas proporcionaban agua, lluvia y armonía.
Pero, como el mal nunca descansa, unos espíritus oscuros llamados Druun, con forma de niebla negra, trajeron el caos, arrasaron los pueblos y convirtieron en estatuas de piedra a todas las personas que tocaban. Cinco dragones —Pangu, Yagán, Pranee, Amba y Sisu— se enfrentaron a estas tinieblas y, cuando parecía que serían derrotados, concentraron su poder en una gema. Sisu, la dragona, utilizó esa gema para vencer, desterrando a los Druun y reviviendo a todos, excepto a los dragones, que quedaron petrificados.
Lo único que quedó fue la gema. En lugar de unirse, todos lucharon por poseer el último vestigio de la magia de los dragones. Se trazaron fronteras y Kumandra se dividió en cinco naciones: Colmillo, Corazón, Columna, Garra y Cola. Se convirtieron en enemigos, y la gema tuvo que ser ocultada; recayó en Corazón, que desde entonces la protege como una reliquia sagrada.
Nuestra historia comienza 500 años después. El rey de la nación de Corazón y guardián de la gema es Benja, quien también entrena a su hija, la princesa Raya, para que lo suceda en esa labor. Con la mejor de sus intenciones, Benja organiza una gran fiesta para reunir nuevamente a las cinco naciones de Kumandra. Lo que él desconoce es que Naamari, de la nación Colmillo, planea ganarse la confianza de Raya durante el banquete, con el fin de que le muestre dónde está la gema y pueda robarla.
Cuando revela sus verdaderas intenciones, ambas se enfrentan a muerte. El estruendo en la montaña hace que todos los presentes corran a ver lo que sucede, y al ver la gema, comienzan a luchar por poseerla. En medio de la batalla, la gema se rompe, lo que permite que los Druun resurjan. Una vez más, todos los habitantes de Corazón quedan convertidos en piedra, incluyendo a Benja, que lanza a su hija al agua para salvarla.
El resto de las naciones huye a sus respectivos territorios, llevándose cada una un fragmento de la gema. El mundo queda prácticamente desolado, sumido en un ambiente postapocalíptico donde los Druun continúan extendiéndose.
Raya emprende entonces un largo camino de seis años para revertir la situación. La única manera de lograrlo es encontrar a Sisu y reunir nuevamente los fragmentos de la gema.
La película nos muestra que Raya debe aprender a confiar en los demás, incluso en enemigos que intentan acabar con ella, como Naamari y otros. Pero no se trata solo de que ella confíe en ellos: ellos también deben aprender a confiar en todas las demás naciones; es decir, todos deben confiar unos en otros.

¿Un fallo?
El punto débil que le encuentro es muy claro, y cualquier adulto que haya visto la película lo habrá notado fácilmente: el happy end, un desenlace que peca de buenismo e idílico.
Aunque la historia puede disfrutarse a cualquier edad, su público principal es infantil y juvenil. Por eso no se puede mostrar un final en el que el mal triunfe, los villanos obtengan el poder, la tierra sea destruida y los héroes mueran. Aún hay generaciones que recuerdan con lágrimas la muerte de Mufasa, el padre de Simba en El Rey León, como para que los niños actuales salgan traumatizados del cine, causando el enfado de los padres. Por ello, el final de Raya y el último dragón concluye con todos felices, amigos para siempre y llenos de humildad por la lección aprendida.
Como ejemplo a imitar, el final me parece maravilloso y no lo considero un error. Es ese tipo de enseñanza lo que deberían llevarse los pequeños en sus corazones. Sin embargo, cualquier persona con más de una década de experiencia en este mundo entenderá que el desenlace es edulcorado y demasiado optimista, por lo que se aleja de la realidad. Como ya señalamos en Ataque a los Titanes: el ciclo de odio y violencia de la humanidad, y de algunos cristianos, que no tiene fin... hasta que llegue el día (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/02/ataque-los-titanes-el-ciclo-de-odio-y.html), vivimos en un mundo física y verbalmente violento, y nuestras interacciones suelen reflejarlo.
¿La causa? Todos traemos de serie una naturaleza pecaminosa que nos inclina al mal. Esto nos lleva a veces a no reconocer el pecado, a negarlo, a esquivar la culpa y, por tanto, a no arrepentirnos. Pablo lo explicó de manera clara: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí” (Ro. 7:19-20). Además, las obras de la carne nos lo recuerdan constantemente. Puede que no caigamos en las más evidentes, como “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, herejías, homicidios, borracheras, orgías”, pero sí en otras que muchos consideran menores, como “enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, envidias” (cf. Gá. 5:19-21).
Incluso con las mejores intenciones, fallamos y pecamos. Lo mismo sucede en nuestras relaciones: los demás también pueden fallar y pecar contra nosotros. Uno de los golpes más dolorosos es cuando traicionan nuestra confianza. Le ocurrió a Raya: aunque era recelosa, siendo obediente a su padre —quien era extremadamente confiado y hospitalario, incluso con sus enemigos— se mostró abierta, amable y generosa con Naamari, otra chica de su edad. Le abrió no solo las puertas de su casa, sino también las de sus pensamientos y sentimientos más profundos. Por primera vez en su vida, se la veía realmente relajada ante una nueva amiga. Todo parecía transcurrir con normalidad, hasta que Naamari reveló que su único objetivo era ganarse su confianza para bajar la guardia y robar la gema.
Con la dragona Sisu ocurre algo similar: le insistía en que debía confiar, porque así fue como pudo vencer, confiando en sus otras hermanas dragones. Pero la vida real no funciona de la misma manera: si confías en un enemigo que desea matarte, tarde o temprano lo hará. Abrirle tu corazón una y otra vez solo le da la oportunidad de usar lo que sabe de ti para traicionarte en cuanto pueda.
Además, en nuestro mundo, no todos los malvados se redimen como en la película. Muchos que han practicado el mal durante gran parte de sus vidas mueren sin arrepentirse y sin cambiar su actitud, ni siquiera en sus lechos de muerte.

Formas de traición
La traición puede manifestarse de muchas maneras y sus tentáculos son largos. Entre las más comunes están:

- Revelar intimidades que compartiste en confianza.
- Usar esas mismas intimidades para burlarse de ti a tus espaldas.
- Guardar información personal para lanzártela en el momento que consideren oportuno, algo frecuente entre ex parejas inmaduras o antiguos amigos.
- Ridiculizar tus sentimientos.
- Aprovechar lo que saben de ti para chantajearte emocionalmente.
- Amenazarte con revelar a otros aspectos de tu pasado que creías olvidados.

Quizá se te ocurran otras formas de traición, pero estas son las más frecuentes. Este tipo de actitudes son miserables y pueriles, y tristemente ocurren más de lo que imaginamos. Y sí, también entre cristianos.
El dolor dependerá del grado de intimidad que tuvieras con la persona. Si alguien apenas conocido te traiciona, te molestará y te sorprenderá, pero te afectará poco. En cambio, si se trata de tu cónyuge, un buen amigo o un hermano cercano, dejará una profunda huella, y el dolor será intenso.
Recordemos los sinónimos de traición para entender su gravedad: deslealtad, alevosía, infidelidad, engaño, falsía, felonía, ingratitud, infamia, vileza, insidia, delación, perjurio, complot, maquinación, conjura. Es lo opuesto a lealtad y rectitud.

¿Qué hacer?
Según la pedagogía que muestra la película, la solución ante la traición sería confiar una y otra vez en quienes nos han fallado. ¿Vuelven a traicionarnos? Volvemos a confiar. ¿Otra vez? Volvemos a confiar. ¿Y de nuevo? Volvemos a confiar.
Lo siento, pero no estoy de acuerdo. Esta interpretación de “poner la otra mejilla” es ingenua. La historia de Naamari es buenista y omite la naturaleza caída del hombre. Por eso, considero más conveniente que plantees una serie de preguntas y reflexiones antes de decidir cómo actuar:

- Evalúa el grado de hipocresía. ¿Ha mostrado una doble cara ante ti durante mucho tiempo sin que lo percibieras? Por afecto hacia esa persona, ¿te has autoengañado, minimizando los hechos mientras tu subconsciente sabía lo que sucedía?
-  Determina desde cuándo ocurre la traición. ¿Fue algo puntual, una sola vez, o se ha repetido? ¿Has puesto a prueba a esa persona, aunque solo fuera en algo pequeño, y ha vuelto a fallar?

En función de las preguntas que he planteado más arriba y de la gravedad del hecho, decide por ti mismo qué prefieres hacer. Aunque tú tendrás la última palabra sobre tu propia vivencia, voy a exponer lo que yo creo.
Si alguien te traiciona… si alguien a quien expresamente le pediste que no compartiera cierta vivencia personal lo hace… si alguien revela sin tu permiso lo que escribiste por un medio digital o lo que hablasteis en privado… si alguien divulga entre sus colegas lo que le confiaste solo a él… ¿qué puedes hacer? Mi consejo parte de un proverbio: “El que anda en chismes descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo” (Pr. 11:13).
Puesto que estas personas —fueran amigas o no, lo sigan siendo o no— han demostrado:

- que no son dignas de confianza;
- que se dejan llevar por el chisme;
- que se sienten con libertad para revelar secretos sin autorización;
- que anteponen su libertinaje a la fidelidad y a la integridad;

…no te dejes arrastrar por el buenismo malentendido ni por las buenas intenciones. Lo mejor es no hablarles más de asuntos íntimos ni revelarles nada que consideres privado. Solo quien es de espíritu fiel lo merece. A esos, sí.

Últimos matices
Se podría objetar a mi exposición el caso del profeta Oseas y su mujer Gomer: ella le fue infiel y Dios le ordenó perdonarla. Pero eso no invalida nada de lo que he dicho:

1) Aquella historia simboliza la relación del pueblo judío con el Señor: ellos le eran infieles —al caer en la idolatría y servir a falsos dioses—, pero eran perdonados una y otra vez.

2) No podemos tomar un caso particular y generalizarlo al resto.

3) Lo expuesto no tiene que ver con “no perdonar”. Jesús enseñó que, siempre que hubiera arrepentimiento, deberíamos perdonar: “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Lc. 17:3–4). Ese es el sine qua non del que hemos hablado varias veces. La cuestión es que, si el arrepentimiento es genuino, la persona no volverá a caer en el mismo pecado de deslealtad. En otros aspectos sí tropezará —como hacemos todos—, pero en ese mismo… estaría evidenciando que su arrepentimiento fue más bien de boca pequeña: un simple remordimiento que surgió al ser reprendido y cuyo sentimiento de culpa se disipó con los días, hasta volver a lo mismo.

4) A todos nos viene a la mente el caso de Judas y su traición —cuyo desenlace conocemos tristemente—, pero, para lo que estamos tratando, el ejemplo perfecto es el de Pedro: traicionó a Jesús en una noche aciaga para él. Y Jesús, tras resucitar, sabía cuán arrepentido se sentía y que el discípulo necesitaba ponerse en paz. Por eso, así como lo negó tres veces, también tres veces le ofreció la oportunidad de resarcirse. Pedro no dejó pasar la oportunidad, y la aprovechó:

“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn. 21:15-17).

Implícitamente, Jesús le ofreció la posibilidad de pedir perdón y de ganarse de nuevo Su confianza. Repito: ganarse la confianza. Pero no siempre sucede así: la deslealtad suele tener raíces muy profundas, y quien la comete no lo hace de manera involuntaria ni sin darse cuenta. Por eso es necesario aprender a discernir cuándo es posible restaurarla y cuándo lo más sabio es tomar otro rumbo.

Conclusión
Podrá resultar muy emotivo ver en la película a Raya volviendo junto a Naamari, a pesar de que en cada encuentro esta intentaba asesinarla; pero, en la vida real, Jesús se marchó cuando quisieron apedrearle. No se quedó allí diciendo: “Venga, tiradme todas las piedras que queráis, a ver quién me da”, ni “las esquivaré todas”, ni “me da igual las heridas que me hagáis, luego me autosanaré”. No: se fue. Sin más. Por eso he insistido en que debes analizar cada situación y decidir tú mismo, conforme a las interrogantes que te planteé antes.
Como al principio no puedes saber quién ni cuándo te va a traicionar, será la propia experiencia la que te enseñe de cara al futuro. Es la parte amarga de la vida, pero así es como crecemos, maduramos y aprendemos a seleccionar a las personas de confianza. Puede ser una, dos o las que tú consideres. Recuerda que lo importante es la calidad de la relación con unos pocos, no la cantidad. Y no olvides aquel otro proverbio: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:23). No lo regales ni lo abras a cualquiera, ni mucho menos al traidor que no lo merece ni sabe valorarlo.

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