lunes, 26 de mayo de 2025

Onward. ¿Siguen vivos tus padres y te llevas mal con ellos? & El aprendizaje que puede haber detrás (2ª parte)

 


Venimos de aquí: Onward. El dolor de la muerte de tus padres & ¿Quedaron cuentas pendientes? (1ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/05/onward-el-dolor-de-la-muerte-de-tus.html

En el primer escrito, partiendo de la excelente película Onward, nos centramos en esas posibles cuentas pendientes que quedaron con padres que ya fallecieron, siendo una carga que muchas personas experimentan y dicen sentir. Lo expusimos desde ambos puntos de vista: tanto si la relación con ellos fue sana como si tornó más bien hacia lo difícil o complejo.
Hoy nos enfocaremos en qué hacer en el caso de que sigan vivos y esa complicidad brille por su ausencia. Eso sí, repito lo que ya dije: dejaré a un lado los casos extremos, como los de padres profundamente malvados, asesinos, delincuentes, violentos, infieles, maltratadores, violadores, etc., ya que eso merecería un punto y aparte.

Si aún están vivos...
Si se da el caso de que siguen vivos y, por las causas citadas previamente, tienes una relación compleja con ellos, debes aspirar a mejorarla. Puedo entender que haya dinámicas perniciosas que son difíciles de cambiar, y más cuando no depende únicamente de ti. Pero, por la parte que te toca, el intento debe llevarse a cabo. Si no lo haces, e incluso respondes al fuego con fuego, mal por mal, imitando lo malo, sacando tu peor versión, hará que, aparte de no sentir paz en el presente, cuando fallezcan, posiblemente, el desasosiego te perseguirá al evocar el pasado, puesto que de los malos recuerdos no podemos deshacernos voluntariamente.
Busca maneras de hacerlo. No hablo de que ahora todo se convierta en un paraíso de amor y abrazos, pero que pueda haber, con el tiempo, cierta cordialidad. ¿Qué puedes hacer? “Honrarlos”. Sí, es cierto que hay padres que provocan a ira a los hijos, contraviniendo el mandato bíblico (cf. Ef. 6:4), por lo que no es fácil, pero eso no exime a nadie de honrarlos, puesto que es una decisión de la voluntad, más allá de las emociones. Así que vuelvo a formular la pregunta, y la amplío: ¿qué puedes hacer y cómo?

1) Dale a Dios las gracias por ellos, puesto que son el canal que Él usó para traerte a la vida:

- “Presta atención a tus padres, pues ellos te dieron la vida; y cuando lleguen a viejos, no los abandones” (Pr. 23:22. TLA).
- “Oye a tu padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies” (Pr. 23:22. RV-60).

No hacerlo te hace una persona ingrata, como el que dice “¡ojalá no me hubieran tenido!”. Si tu forma de ser tampoco es muy agradable, no los culpes a ellos, como intentando autojustificarte por cómo eres, puesto que cada uno elige cómo ser.

2) Una de las acepciones de “honrar” es “enaltecer o premiar los méritos de alguien”. Por ello, lo mejor que puedes hacer es centrarte en las cualidades positivas que puedan tener, aunque sean pocas a tu parecer. Aunque hay más, te cito una completa lista -sería bueno que la desmenuzaras por ti mismo-, para buscar algunas que formen parte del carácter de tus padres. Recuerda que, incluso las personas más negativas, poseen ciertas cualidades:
 

Paciente

Honesto

Sensible

Perfeccionista

Respetuoso

Responsable

Buen conversador

Buen administrador

Ordenado

Disciplinado

Fiel

Prudente

Solidario

Introspectivo

Amable

Tranquilo

Optimista

Analítico

Risueño

Puntual

Limpio

Humilde

Inteligente

Imaginativo

Resiliente

Detallista

Valiente

Asertivo

Generoso

Comedido

Organizado

Bondadoso

Trabajador

Elocuente

Sincero

Resolutivo


Como apunta la “Biblia del diario vivir”, “en parte, honrar significa hablar bien de ellos” (pág. 114). Por lo tanto, reconocer sus virtudes y mencionarlas, es una forma perfecta de llevar a cabo dicha honra.

3) Aprende a pasar página de determinados errores que puedan cometer. Digamos que no es una tarea sencilla, y que requiere de una gran paciencia. Pero la razón para actuar así es la única manera de no dejarse arrastrar por la amargura que te puede provocar las acciones de otras personas. Aparte, como todos fallamos de una manera u otra, queremos que los demás hagan lo mismo con nosotros. Así, aplicable a todo el mundo, es lo que nos dejó Pablo por escrito: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gá. 6:1).
Un ejemplo claro, donde se observan las dos caras de la misma moneda, es cuando Noé se emborrachó (cf. Gn. 9:21). Debido a ello, estaba desnudo en su propia tienda. Cam, uno de sus hijos, lo vio, y lo único que hizo fue salir a contárselo a sus hermanos. Aunque el pasaje es muy escueto, algunos teólogos señalan que fue algo aun más perturbador. Fuera de una manera u otra, fue bastante grave. Ciñéndonos a lo que podemos asegurar, tuvo la oportunidad de cubrir a su padre y guardar silencio sobre el desliz de Noé. Nadie jamás habría sabido lo ocurrido, y ni su propio padre se habría acordado, dado su estado de embriaguez. Pero no lo hizo, sino que lo deshonró con su comportamiento.
Por el contrario, Sem y Jafet lo honraron: sin mediar palabra, andando de espaldas, lo cubrieron. Así honraron a su padre. Uno fue maldecido; los otros dos, bendecidos.
Muchos hijos cometen el error de deshonrar a sus padres de la misma manera: se reúnen con amigos o familiares (los famosos lo hacen en un estudio de televisión ante millones de personas que disfrutan con esa basura llamada reality shows), y allí ponen sobre la mesa todos los defectos y faltas cometidas por sus progenitores, hasta las más pequeñas, despotricando entre malas caras, incluso burlas, como si ellos mismos fueran perfectos. Esta es una actitud miserable.

4) Interésate por sus necesidades. ¿Necesitan ir a la consulta del médico? Llévalos. ¿Necesitan que les ayudes a hacer la compra? Ayúdales. ¿Necesitan que colabores para alguna tarea hogareña? Hazla. Puede que no sean agradecidos ni que valoren lo que haces, pero eso no es lo que debe moverte –porque de lo contrario caerás en la frustración-, sino en “procurarles el bien”.

5) Interésate por sus gustos. ¿Qué libros lee? ¿Qué películas o series son de su agrado? ¿Cuáles son sus comidas favoritas? Así podrás hacer recomendaciones o hacerle algún que otro regalo, sea en fechas señaladas o en días normales y corrientes.

6) Escucha su pasado. A la inmensa mayoría le gusta hablar de sí mismo, y más todavía aquellos con un amplio recorrido vital, como en el caso de los padres. Tienen mil experiencias que contar, y muchas veces se encuentran con que los más jóvenes –llámese hijos, absortos en las nuevas tecnologías y redes sociales- no tienen ningún interés en sus aventuras y desventuras, como si no tuvieran valía ni importancia, considerándolas aburridas. No tiene sentido, y es egoísta, querer que los demás te escuchen, como si tus peripecias fueran las más apasionantes del universo, y no esforzarte en escuchar atentamente y con empatía lo que los padres tienen que narrar. Saber dónde estuvieron, qué hicieron y a quiénes conocieron, puede ser infinitamente más enriquecedor que pasarse las horas muertas mirando sandeces en Tik-Tok.

Si nada de lo mencionado funciona, atesora en tu corazón algún buen momento que pudiste compartir con ellos y quédate con aquello que pudiste aprender, aunque sea para no caer en las mismas actitudes tóxicas. En definitiva, el principio mencionado por Pablo: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Ts. 5:21).

Acciones vs maldición
Las maneras citadas son formas concretas de honrar a los padres. Algunas serán más factibles de llevar a cabo que otras, y las formas exactas cada uno tendrá que verlas, pero el deber es el que es. El hombre que no lo hace en absoluto, es como si, en cierta manera, “maldijera” a sus padres. El verbo hebreo qalal “a menudo adquiere la idea de maldecir, tratar como ´insignificante` o despreciable (o sea, ´mal-decir`)”[1].
Esto es tan grave que, en el Antiguo Testamento, se puso por ley que “todo hombre que maldijere a su padre o a su madre, de cierto morirá; a su padre o a su madre maldijo; su sangre será sobre él” (Lv. 20:9). Que en estos tiempos de la gracia no se aplique tal severidad, no quita la seriedad que implica el asunto. El que trata a sus padres como insignificantes, deja mucho que desear como persona. Así que no seas de los que cae en ese pozo oscuro. Todavía estás a tiempo de rectificar.

Adelante
Puesto que mis conocimientos en inglés son casi nulos, en primera instancia pensé que Onward hacía referencia al nombre propio de alguno de los personajes. Pero no, en español significa “Adelante”. Y lo que vemos en la película es, ni más ni menos, una representación de la propia vida: hacer las paces con el pasado, fuera como fuera la relación que tuviste con tus padres, siendo la única manera de seguir adelante, con dolor en el proceso o sin él.
Aunque no entiendo por qué en España le cambiaron el título a “Unidos”, cuando contemplas la trama cobra todo su sentido: aunque Ian termina por ver de lejos a su padre, que habla por unos instantes con Barley y se abrazan, no puede llegar a tiempo de hablar con él antes de que desaparezca. Pero, en esos segundos, se da cuenta de que, a pesar de la ausencia de su difunto padre durante toda su vida, se ha unido sobremanera a su hermano por todo lo que ha vivido con él. Se da cuenta de que lo cuidaba y lo empujaba a ser más de lo que nunca podría ser. Por eso le dice a Barley: “Nunca tuve un papá, pero siempre te tuve a ti”. Señores y señoras, señoritos y señoritas, saquen sus pañuelos. Además, todo lo que querría haber hecho con su padre, todos sus anhelos y lícitos deseos (que cité en el primer artículo: jugar a atrapar, dar un paseo, hablar de corazón a corazón, reír juntos, una lección de conducir, compartir su vida con él), ya lo estaba cumpliendo con su hermano.
Al principio de la aventura lo tenía por un mero friki molesto, un perdedor que le hacía pasar vergüenza ajena y con el que vivía con él bajo el mismo techo. Luego, tras conocerlo realmente, aprendió a apreciarlo de verdad, a ser capaz de observar con alegría todos sus puntos fuertes y ver qué podía aprender mucho de su forma de ser.
Esta es una lección que deberían aplicarse millones de hermanos a lo largo y ancho del mundo para imitarla. Cuando caen en la altivez, en la soberbia, en la hipocresía, en el “no tengo nada que aprender de ti”, en el “yo soy mejor que tú”, “tus intereses son ridículos”, muchos hermanos mayores desprecian a los que son más pequeños –aunque ambos sean ya adultos-, tratándolos como mindundis, donnadies. Eso es muy triste, no saben lo que se pierden y es un desprecio a la propia creación de Dios.
No seas así. Tengas o no familia cercana, lo que debes aprender es a celebrar la vida con los vivos. Es decir, VIVIR con los VIVOS. Pueden ser amigos, compañeros de instituto o de trabajo, o personas con las que interactúas en el día a día. El cómo lo dejo a tu imaginación.

Conviértete en...
Barley logró finalmente despedirse de su padre. Teniendo en cuenta que es una fantasía, podemos quedarnos más bien con la otra parte. Ian le pregunta qué le había dicho, a lo que contesto que su padre estaba muy orgulloso de la persona en la que se había convertido. Fueras huérfano desde muy pequeño, vivan o no, tengas una buena relación con ellos o una complicada, la mejor manera de cumplir el propósito para el cual naciste es convertirte en alguien de quien tus padres se sentirían orgullosos, y eso incluye al Padre de todos nosotros: Dios. Nunca lo olvides. Te dará una nueva perspectiva de todo y de todos.


[1] Vine. Diccionario expositivo. Caribe. Pág. 185.

lunes, 19 de mayo de 2025

Onward. El dolor de la muerte de tus padres & ¿Quedaron cuentas pendientes? (1ª parte)

 


Más de un lector habitual del blog habrá pensado, y con razón, que he hecho un maratón de películas de Pixar, dado que llevo unos meses escribiendo sobre distintas películas de dicha productora. La realidad es que tenía muchas de ellas acumuladas sin visualizar y, por fin, pude ponerme casi al día. Esto no significa que escriba de todas las que veo, sino de las que me parecen interesantes y con un buen mensaje que transmitir. Y ahí sí destacan estos largometrajes, que tratan asuntos que suelen ir dirigidos a un público adulto. Por eso gustan tanto, aparte de su soberbio acabado visual y unos diseños de personajes muy vistosos.
La última, hasta ahora, que me ha sorprendido e impactado, ha sido “Onward”. No esperaba gran cosa de ella. Es más, viendo el póster promocional y los primeros minutos de metraje, pensaba que sería bastante infantil. Craso error: su trasfondo me pareció, una vez más, cautivador y emotivo. Los propios títulos que le he dedicado a ambos escritos expresan por dónde voy a ir. 

De qué trata
Aunque está ambientada en un mundo extremadamente parecido al nuestro –colegios, música, restaurantes, amigos, trabajo, amas de casa, padres, etc-, tiene una particularidad: sus habitantes parecen sacados de un cuento, donde los protagonistas son elfos, mantícoras, cíclopes, hadas, dragones, unicornios, gnomos e incontables personajes de la mitología. Eso sí, sus vidas, sentimientos y actitudes son igual de humanas que las nuestras.
Durante eones, dicho lugar fue un paraíso, donde todo funcionaba con pura magia, en el sentido literal del término. Poco a poco, esta dejó de usarse y cayó en el olvido, considerándose un mito, para dar paso a la tecnología: luz eléctrica, coches, aviones, lavadoras, neveras y todo lo que bien conocemos. Es aquí donde nos encontramos a dos hermanos elfos adolescentes: Ian, el tímido por excelencia, y Barley, al que muchos consideran un fracaso, que es todo un friki de las tradiciones ancestrales de la magia, de los juegos de rol y de la música heavy, y que tiene una furgoneta que se cae a pedazos, pero a la que adora. Ambos viven con su madre y el novio de ella, un centauro policía –mitad humano, mitad caballo-, ya que el padre murió hace unos años de una enfermedad. Ian no pudo conocerlo y solo tiene de él una sudadera que usaba en la universidad y una cinta antigua en casete donde escucha una y otra vez a su padre hablar. Barley era tan pequeño que solo guarda tres recuerdos: que su barba era áspera, que tenía una risa tonta y que él solía tocar los tambores usando sus pies.
Al no ser simplemente niños, sino que están a medio camino de ser adultos, su historia personal tiene unos matices que la convierten en melancólica y con momentos agridulces, ya que sus emociones giran en torno a su difunto padre: ambos lo echan muchísimo de menos. El día del decimosexto cumpleaños de Ian, la madre le da a Ian un regalo envuelto, el cual su esposo le pidió que le diera llegado el momento. Al abrirlo, Ian se encuentra con un verdadero bastón mágico, junto a una pequeña carta. Allí descubre que hay una manera, usando dicho báculo, de traer de vuelta a su padre durante un día. En primera instancia, lo logra... a medias: solo aparece la mitad del cuerpo, de cintura para abajo, aunque siendo él de verdad. Para poder completar la otra mitad, necesita una piedra: la Gema del Fénix. Tienen que encontrarla antes de que se ponga el sol del día siguiente, por lo que Ian, Barley y las piernas de su padre –al que le ponen un muñeco en la zona de arriba-, parten a una aventura, llena de peligros, que les cambiará para siempre.
El deseo inquebrantable de ver una vez más a su padre será su máxima motivación, puesto que sienten que dejaron asuntos pendientes, los cuales mencionaremos como parte de las lecciones que podemos extraer de esta obra.
Su premisa básica –la ausencia de un padre- se basa en la historial original del director de la película, Dan Scanlon (para más detalles, ver https://www.fotogramas.es/noticias-cine/a31202209/onward-pelicula-pixar-historia-real/).

El dolor de la pérdida
La aflicción que se experimenta al ver fallecer a un padre o a una madre es inclasificable. Se han escrito millones de líneas sobre dicho sentimiento, y ninguna llega a expresar en toda su magnitud el desgarro que se produce en el alma de quien observa con sus ojos tal escena. La IMPOTENCIA, así, en mayúsculas, de no poder hacer absolutamente nada, ante el deterioro físico y/o cognitivo, y el contemplar cómo se acerca la muerte a pasos agigantados, es la peor emoción que, en mi opinión, existe.
Es una larga agonía, donde la propia mente trata, sin conseguirlo, de autoengañarse: “ya verás como va a estar mejor”, “quizá la nueva medicación le haga efecto”, “Dios lo sanará con Su poder y mis oraciones de fe”. Pero nada de eso ocurre. Aunque Él puso eternidad en nuestros corazones (cf. Ecl. 3:11), la inmortalidad en este mundo, tras la caída en Edén, se frustró, y no se puede revertir. 
El momento en sí de la muerte es intratable, irracional, salvaje, violento. ¿Cómo puede ser que la persona que estaba a mi lado, que durante decenas de años me cuidó desde que nací, que me alimentó y me proveyó de todo lo necesario, que me acurrucó en la cama, que me besó, que compartió mil momentos conmigo, con buenas y malas experiencias, con sonrisas y algún momento de enojo, ya no se mueve? ¿Por qué no respira? ¿Por qué no habla? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
En el caso de aquellos que lo han sufrido en sus carnes de manera repentina e inesperada (una enfermedad fulgurante o un accidente de cualquier tipo), supongo que, por lo inesperado, debe ser aún peor.
Cuando acontece, el vacío siguiente que provoca es antinatural. Estás tan habituado a su presencia, que hay algo en el interior que espera que, en cualquier momento, te lo des de bruces. Al entrar en el salón de tu casa. Al caminar por esas calles mil veces transitadas. Al cruzar la esquina. Al entrar en aquella cafetería donde ibas. Al hablar de alguna afición que teníais en común. Al hablar con amigos suyos que todavía viven. Al sentarte en su mismo sillón. Y así en todo momento, lugar y estación del año.
Dicen que no hay nada peor que perder a un hijo. Como no he sido padre, no puedo afirmarlo ni desmentirlo, pero lo creo. De igual manera digo que, salvo dicha circunstancia que desconozco, considero la muerte de un padre como la peor experiencia por la que puede pasar el ser humano. Excepto los que fallecen antes que ellos, todos pasamos por ahí y la padecemos.
Un alma que no se rompe por dicha pérdida y unos ojos que no derraman lágrimas, aunque sea en la soledad, es porque no estaba realmente unida a esa persona ni le concedía el valor que tenía. Aunque cada persona vive el duelo de manera diferente, me resulta incomprensible que alguien pueda permanecer impertérrito en su ser interior.
Ahora bien, si la gestión de dichos sentimientos se hace de manera saludable, el dolor va menguando con el paso del tiempo. Según cada cual, el proceso será más o menos largo.
Esa es una verdad, pero otra igual de clara es que la sensación de que “falta algo”, importantísimo en tu vida, nunca se va. Nunca. Jamás. En cualquier momento vienen recuerdos inesperados. En cualquier momento se presentan en tu mente palabras que escuchaste. En cualquier noche tienes sueños muy reales donde dicha figura interactúa contigo, mezclando fantasía y momentos reales del pasado. Y, al despertar, crees y sientes que has estado con él, por lo que te sientes frustrado, y hasta enojado, por haber despertado. ¡Eras tan feliz en ese sueño!
Por más que lo repita, siempre me quedaré corto: cada ser humano puede expresar su vivencia de millones de formas, que son únicas e intransferibles.
Viéndolo así, y en términos meramente humanos, puede llegar a ser comprensible querer volver a hablar con ellos, pero ya vimos que ni pueden volver ni nosotros debemos intentar contactar. Para una amplia explicación sobre lo que Dios enseña al respecto, leer: “Coco. No, los muertos no se pasean entre nosotros & El peligro de dichas creencias” (2ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/10/coco-no-los-muertos-no-se-pasean-entre.html.

Quedaron asuntos pendientes con tus padres?
Volvamos a Onward: los dos hermanos arrastran una carga en sus corazones, cada uno por razones diferentes. Ian siente la pena de no haber tenido un padre, con todo lo que eso significa, creyendo que esa es la fuente de sus inseguridades y de su carácter taciturno. Por eso, cuando vislumbra la oportunidad de estar con él, hace una lista de todo lo que le gustaría hacer: jugar a atrapar, dar un paseo, hablar de corazón a corazón, reír juntos, una lección de conducir y compartir su vida con él.
Por su parte, Barley termina confesando que tiene un cuarto recuerdo, no siendo precisamente su favorito: cuando el padre estaba enfermo, se suponía que iba a entrar a despedirse de él. Pero estaba conectado a muchos tubos y no se veía como él mismo. Se asustó y no entró. Eso le marcó, hasta el punto de que, como él mismo dice “fue entonces cuando decidí que nunca más iba a volver a tener miedo”. Aun así, se siente culpable por no haberse despedido. Esas últimas palabras y ese adiós quedaron pendientes. Y esa es su razón para querer verlo. A esto volveremos en el segundo artículo.
Lo que muestran es un suceso que es innegable en muchas personas, y que les duele cuando hacen introspección: sienten que hubo algo que quedó incompleto: momentos que no se vivieron o se dejaron de hacer por no concedérsele importancia, palabras de afecto que no se pronunciaron, disculpas que no se llegaron a dar por acciones hirientes, reproches guardados, etc. ¿Qué hacer ante algo así? Como las circunstancias pueden ser muy variadas, trataré de abarcar todas las posibles.

1) si tuviste una relación positiva
Puede que, por tú forma de ser, no le expresaras con palabras el profundo cariño que sentías hacia él. Si ese fuera la situación, ten presente que el amor no se expresa solo con el habla, sino también con acciones. Y ahí seguro que puedes hacer memoria y recapitular decenas y decenas de ellas:

- el día y el momento que compartiste un tiempo de juego.

- el día y el momento que compartiste un momento de risas.

- el día y el momento que hablaste con él de algún tema que le interesaba.

- el día y el momento que os alegrasteis juntos por algún tipo de éxito.

- el día y el momento que estuvisteis juntos en una piscina.

- el día y el momento que fuisteis a comer a un restaurante.

- el día y el momento que le hiciste un regalo o lo recibiste.

- el día y el momento de su cumpleaños o el tuyo.

- el día y el momento en que vuestras miradas fueron cómplices.

Hacer la lista, con sus respectivos detalles, es cosa tuya. Pero, por todo eso y más, tu padre/madre/los dos, sabía que lo amabas. Él sentía tu calor humano como tú el suyo, por lo que no debes llevar sobre ti una losa infundada.

2) si tuviste una relación difícil
Dejando a un lado casos extremos (padres profundamente malvados, asesinos, delincuentes, violentos, infieles, maltratadores, violadores, auténticos monstruos), puesto que eso daría para otro escrito específico, puede que tu relación no fuera fácil por cómo eran y se comportaban, con varios o muchos de estos rasgos:

- carácter agrio.
- falta de control emocional.
- reacciones exageradas a situaciones nimias.
- extremadamente perfeccionista.
- insatisfecho crónico, pesimista, controlador, malhumorado y que se dedicaba a despotricar.
- con dificultades para mostrar verdadera empatía.

No creo que para ningún hijo fuera sencillo tener una afinidad con un progenitor con las características señaladas. Por eso, aun con los fallos que pudiste cometer, intenta quedarte con la parte buena de tu actitud, donde trataste de hacerlo lo mejor posible:

a) las veces que pasaste por alto ciertas faltas.
b) cuando, aun teniendo la oportunidad, no sacaste a colación ni reprochaste cosas que acontecieron en el pasado.
c) cuando no te dejaste arrastrar ante sus emociones negativas o airadas.

Puesto que nos estamos refiriendo a familiares en primer grado que ya no están aquí, me vale con esta historia real: una vez, hace muchos años, conocí a un hermano en la fe, que me describió cómo había sido su padre: no fue un santo precisamente. Con todo, en su lecho de muerte, ese hijo tuvo la oportunidad de decirle que lo perdonaba y que, a pesar de todo, no guardaba nada contra él. Ningún hijo debería pasar por el trauma de tener un progenitor que deja bastante que desear, pero a veces sucede. De ahí el valor de dichas palabras: solo una persona que se deja guiar por Dios es capaz de pronunciarlas. En ese aspecto en concreto, es un ejemplo que, dado el caso, todos deberían seguir.
Dicho esto, si ya partieron de este mundo, por lo que algo así ya no se puede llevar a cabo, las pautas son semejantes: no guardar rencor ni amargura. No se puede vivir así, con esas emociones perniciosas hacia nadie, y menos hacia un difunto, fuera como fuera. Es algo que carcome el alma y te destruye por dentro. No cometas ese error. Por unas u otras razones, su naturaleza caída predominó en ellos y no supieron ser buenos padres. Pero ya está. Ahí debe quedar. Puesto que no eres responsable de sus acciones, nuevamente, esa carga no debes llevarla sobre tus espaldas.
Por último: si fuiste tú el causante de la mala relación, o tuviste al menos parte de la responsabilidad –algo que pocos son capaces de reconocer, al presentarse siempre como víctimas, a causa de sus propios sesgos-, acepta que ya no puedes hacer nada. Es normal que, si es así, sientas pesar, incluso remordimientos, pero no debes caer en la desesperación ni quedarte rumiando. Pídele perdón a Dios, que Él te restaure y sane tus heridas (cf. 1. Jn. 1:9; Lc. 4:18).

Continúa en Onward. ¿Siguen vivos tus padres y te llevas mal con ellos? & El aprendizaje que puede haber detrás (2ª parte) https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/05/onward-siguen-vivos-tus-padres-y-te.html

lunes, 12 de mayo de 2025

11.12. ¿Eres soltero porque te tomas las relaciones como si fueran un juego?

 



Lo repetiré a lo largo de todo el capítulo: las causas a la soltería que estamos exponiendo son adyacentes o secundarias. Las causas principales que suelen darse o ser la norma están descritas claramente en el segundo apartado del primer capítulo (Lo que le duele a los solteros: Haciendo malabares: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/03/12-lo-que-duele-los-solteros-haciendo.html). Lo aclaro para que no haya malos entendidos y nadie se cree falsos sentimientos de culpa.

Este tipo de creyentes se toma las relaciones como un juego de adolescentes, donde prima el presente y nada más, mostrando una actitud infantil. Como me dijo un compañero de trabajo de sí mismo: “A mí lo que me gusta es la conquista”, tomándolo prácticamente como si fuera una adicción para él. Esto se convierte en puro capricho emocional y en un mero entretenimiento, ya que sus vidas suelen estar vacías de contenido. Al igual que a un niño se le antoja un juguete determinado, ellos se encaprichan de distintas personas sin apenas argumentos de peso, a las que dejan en un rincón cuando se cansan de ellas.
Saltan de “pareja” en “pareja”, como saltamontes jugando en una colchoneta elástica, con la particularidad de que ninguna tiene nada en común entre ellas, lo que indica que no saben lo que quieren. Cambian de opinión como quien cambia de camisa. No pueden vivir sin una relación, y son vistos por los demás como lo que son: personas inmaduras. En la conquista se muestran sumisos y complacientes. Pero cuando logran lo que desean, se vuelven controladores y dictatoriales, tomando las riendas en la relación, hasta convertir a la pareja en su perrito faldero, que tiene que hacer lo que le digan. En otros casos, son directamente controladores y no quieren saber nada de aquellos que no son dóciles.
Se muestran externamente como narcisistas, aunque en el fondo son profundamente inseguros y temen el rechazo. De ahí que le retiren la palabra a quienes se atreven a ignorarlos. Pasan del amor al odio antes de decir amén. Son seductores natos y celosos patológicos. Los sensatos y prudentes huyen de ellos a la velocidad de la luz cuando los ven acercarse. Dentro de este grupo podríamos encajar a aquellos que describe Bernardo Stamateas: “Los enamorados de cada día, aquellos que ni bien conocen a alguien se enamoran; aquellos que necesitan tener una pareja para controlar a alguien; los amores de verano idealizados”.
Este tipo de personas deben tener cuidado con su forma de actuar, porque pueden cruzarse con alguien que se sienta realmente lastimado por el trato recibido y, aunque sea cristiano, nunca se sabe cómo podrá reaccionar si siente que han jugado con él y sus sentimientos.
Por lo tanto, antes de pensar en mantener una relación, primero deben madurar en todos los aspectos, ya que esta forma de ser es manipuladora, incluso cruel.

* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en: ¿Te sientes culpable por rechazar a un pretendiente?

lunes, 5 de mayo de 2025

Sweetpea. Laura & Rhiannon. ¿Sientes que nadie te ve? ¿Crees que eres “un cero a la izquierda”?

 

“Los de mi clase no quieren saber nada de mí, en mi clase nadie me habla, nadie quiere hacer trabajos conmigo”[1]. Estas fueron las palabras que Laura, de 14 años, le dijo a unas compañeras de clase días antes de suicidarse, el 26 de enero de 2020. Lo llevó a cabo en su propia habitación. Después de comer, la madre avisó a su esposo para que fuera a la habitación de la hija y le preguntara qué película quería ver, que mientras prepararía palomitas. Lo que se encontró fue el cuerpo de su hija sin vida. No puedo ni imaginar cuán terrorífico debe ser ver algo así en persona.

 
Antonio y Yolanda, padres de Laura, la cual cursaba 3º de ESO en el Colegio Sagrada Familia de Cornellà (Barcelona)
 
En primera instancia, los investigadores policiales no encontraron nada extraño en el móvil ni en la tablet que pudiera dar a entender por qué Laura hizo lo que hizo. Pero, pasados los días, sus padres miraron en su agenda, y allí encontraron la explicación: “30 de septiembre. ´De vuelta al infierno`. ´Los niños de mi clase son malvados, siempre inventando rumores de gente que no conocen. Se creen que por insultarme o reírse de mí van a ser superiores`. ´Depressed (deprimida en inglés)´. ´El día más horrible del universo`. 13 de diciembre. ´Saldré en los sucesos, nunca en las revistas`. ´Cada día que pasa me dan más ganas de morirme. ¿Es tan difícil que alguien me comprenda?`. ´Nadie cree mis palabras, lágrimas caen de mis ojos, lloro con furia, nadie se da cuenta, nadie me mira, a nadie le importo` [...]. En clase también la llaman ´cerda`. ´Asquerosa`. ´Apestosa`”. Aparte, la llamaban “la champiñón” porque era bajita.
Y sus padres, ¿qué decían de ella?: “De niña era tímida y observadora. Iba detrás de su hermano mayor y hacía todo lo que hacía él. Estaba feliz” [...] “Siempre le decíamos que jamás se riese de nadie, que para nosotros los maestros siempre tenían razón y que, si alguna vez la castigaban, sería porque algo habría hecho”. De ojos grises, hablaba poco, era reservada y buena estudiante. No le gustaban los petardos ni tenía muchas amigas. No salía mucho y nunca la invitaban a los cumpleaños.
Aparte de que se duchaba mucho y durante mucho tiempo (motivado por esos insultos que recibía, como dejó por escrito), sus padres tampoco notaron nada extraño o preocupante, y achacaban esta forma de ser a la propia pubertad, por lo que no se les puede culpar. Doy por hecho que su carácter retraído hizo que se encerrara en sí misma y que, a su vez, era la manera en que disimulaba ante sus progenitores su estado de ánimo. Eso sí, me sorprende sobremanera que la psicóloga del colegio le restara importancia a unos cortecitos que se había infligido en brazos y piernas. Yolanda narra que la doctora les dijo que no se preocuparan, que era una forma de llamar la atención. Laura no paraba de llorar cuando Antonio habló con ella, pero no habló. El padre la abrazó muy fuerte y le preguntó: “Hija, ¿nos prometes que no lo vas a hacer más?”, a lo cual ella respondió prometiéndolo. El asunto de los cortes fue apenas cinco meses antes del fatal desenlace. Lo que debería haber sido una señal de alarma extrema, no lo fue para la psicóloga. Por eso me resulta incomprensible su interpretación de los hechos.
Entre los demás, nadie hizo nada por ella. Ningún padre los llamó tras la tragedia, ni quiso saber nada de ellos. Ni siquiera la Policía Autonómica Catalana hizo bien su trabajo: miraron lo justo en sus pertenencias, por lo que el juzgado se inhibió y, finalmente, la Fiscalía de Menores, archivó el caso. Si no llega a ser por los padres que miraron meticulosamente en la habitación, nada se habría descubierto. Y lo que leyeron resultó estremecedor: “Mis amigas llorarán, pero pronto se olvidarán de mí. Y las de mi clase se pondrán contentas porque ya no estará la apestosa”. Se descargó en el móvil una guía contra el acoso escolar, pero no le funcionó. Unas desalmadas convirtieron su vida en el infierno.
Tras conocer el caso por las redes sociales, dos antiguas alumnas dieron el paso final y fueron a hablar con los padres: “Nos contaron que mi hija siempre estaba sola en el patio. Que le preguntó que por qué estaba sola y le explicó: ´Los de mi clase no quieren saber nada de mí, en mi clase nadie me habla, nadie quiere hacer trabajos conmigo` (palabras con las que inicié este escrito). Le dijo que le lanzaban lejos el estuche, que le tiraban escupitajos”.
Hasta que no acabe la investigación –ahora sí se ha reabierto-, no sabremos si los profesores sabían algo, qué tipo de calificación tenía la psicóloga del centro para ejercer y por qué no se activó el protocolo contra el acoso escolar. Tampoco hubo ninguna compañera que le echara una mano. Es más, por lo que narran sus padres, “algunas niñas se reían en el tanatorio y se hacían selfis con el féretro al fondo”. Si llego a ver eso mismo en el funeral de una hija propia, no sé cómo habría reaccionado, pero seguro que nada bien.

Rhiannon Lewis
La historia de Laura es dura, muy dura, y tristemente no es la primera de este estilo que conocemos[2]. Supe de ellas pocos días después de terminar una serie titulada “Sweetpea”. Está protagonizada por la actriz Ella Purnell, que interpreta el papel de Rhiannon Lewis. Y con estas palabras comienza la primera escena del primer capítulo: “Personas a las que mataría. Los tíos que se espatarran. Donna, la del súper. Norman, del trabajo. Por no saber apreciar mi potencial. Jeff, del trabajo. Por tener cero percepción espacial. Es más, a todos los del trabajo. Gente que se acuesta conmigo y luego te responde a los mensajes solo con emojis. Mi hermana, Seren, por dejarme en ´visto` en el móvil y en mi vida en general. Nuestra madre, por marcharse y olvidarse de decirnos dónde fue. Y en el primer puesto de mi lista, Julia Blenkingsopp. Que me sometió a una implacable campaña de abuso psicológico. Minando mi autoestima y mi contexto general en el mundo. Julia Blenkingsopp, por hacer que me arrancara tanto pelo que tuve que llevar peluca. Julia Blenkingsopp, por convertirme en un fantasma. Haciéndome invisible para siempre, y miedosa. Y mataría a mi padre por morirse. Y abandonarme para tener que ocuparme de todo sola”.
Esta es su voz en off, mientras en imágenes observamos diversas escenas de su vida, tanto pasada como presente: ella sentada en el autobús con las piernas encogidas mientras dos hombres las tienen bien estiradas; la cajera del supermercado habla por un auricular mientras ella espera que le cobre la cesta de la compra; no le hace ni caso y la atiende lentamente; su jefe la tira la gabardina encima de la cabeza como si fuera un ropero; se le derrama en las manos parte del café caliente porque un compañero de trabajo no mira por donde ella pasa; el resto se marcha sin despedirse y la dejan la última con las luces apagadas; el chico con el que estuvo ni le devuelve el saludo; su hermana no responde a sus wasap; su madre marchándose de casa cuando ella una cría; los desprecios y las burlas a la que la sometían en el instituto, donde se arrancaba a sí misma el pelo.
Hace bien su trabajo de recepcionista en un periódico, pero no la valoran, y aunque se muestra amable y simpática con todo el mundo, es como si fuera invisible. Tampoco tiene amigas. Su jefe la llama sweetpea”, que por lo que he podido averiguar, es cuando se le dice a una mujer de forma peyorativa “tráeme esto o aquello, guapa”. Hierve en su interior, pero se resigna y sonríe de cara a los demás, como si todo fuera bien.
La verdad es que esos primeros minutos son impactantes. Empatizas con ella y sientes tristeza. Eso sí, todo da un vuelco cuando una noche explota y comete un asesinato... y no será el último. No describo más porque no es necesario para aquello de lo que estoy escribiendo y para no estropear el resto de la trama al que quiera verla.

En común & El deseo de todo ser humano
Del bullying en sí no voy a hablar, más que nada porque es algo que ya hice ampliamente en “Estamos muertos: jóvenes que se sienten “zombies” a causa del bullying” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/02/estamos-muertos-jovenes-que-se-sienten.html). Si no lo leíste en su momento, y estás pasando por dicha situación o conoces algún caso, no tardes en ir a sus líneas. Te ayudará a saber qué hacer y cómo pedir ayuda si fuera necesario.
Dicho esto, hoy me quiero centrar en un aspecto en concreto de cómo se sentía Laura y Rhiannon, y qué solución bíblica encontramos para aquellos que experimentan esa clase de emoción tremebunda y negativa.
Es evidente que ambas difieren en que una acabó con su vida y la otra se convirtió en una asesina en serie. Pero, como has podido comprobar, el trasfondo de sus historias tiene mucho en común. Aparte de lo ya señalado, ¿en qué coincidían plenamente Laura y Rhiannon, la primera una chica real y la segunda ficticia? Que las dos sentían que eran invisibles, y eso las llevaba a creer que eran “un cero a la izquierda”.
¿Qué anhela la inmensa mayoría de los seres humanos? Que lo miren; así se sienten amados, valorados, respetados y valiosos. Y por mirar no me refiero a “le vean físicamente”, sino que “le vean como persona”: su ser interior, su alma, su esencia, sus dones y talentos. Es de esa manera que...

- un bebé quiere que sus padres le miren.

- unos padres quieren que su bebé los mire.

- un niño y un adolescente quiere que sus padres le miren.

- una enamorada quiere que el chico que le gusta la mire.

- un enamorado quiere que la chica que le gusta la mire.

- un buen trabajador quiere que su jefe le mire.

- un deportista quiere que su entrenador le mire.

- un escritor quiere que un editor le mire.

- un compositor quiere que una discográfica le mire.

Y así con todas las mezclas que nos podamos imaginar. Da igual que uno sea joven o adulto; todos quieren que les miren. Lo trágico es que no siempre sucede. En este mundo, nos encontramos casos como el de Laura. Chicos, chicas, hombres y mujeres a los que se les ignora.

¿Quién te ve de verdad? La historia de Zaqueo
Dice así la narración: Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:1-10).
Muchos menosprecian a los demás por su apariencia física. Ya lo hemos visto en los casos mencionados. Zaqueo posiblemente provocaba risotadas entre la muchedumbre por su baja estatura. Puede que directamente, en la cara, o cuando lo veían pasar y se le quedaban mirando o cuchicheando. Además, era el jefe de los cobradores de impuestos, por lo que su mala fama estaba garantizada entre el pueblo llano, siendo considerado un pecador y un traidor a su patria, al trabajar para los romanos. Hasta él mismo reconoció que defraudaba a la gente. Sin embargo, su curiosidad le llevó a querer saber quién era ese Jesús del que todo el mundo hablaba. Subiéndose a un árbol, y entre toda la multitud, Jesús lo miró a los ojos. Curiosamente, es el único caso registrado en los Evangelios en los que Jesús se “autoinvitó”: era Él quien quería estar con Zaqueo. Esto le conmovió de tal manera que decidió cambiar su vida por completo: arreglar lo malo que había hecho en el pasado y comenzar a vivir en rectitud.
Zaqueo supo que era amado. Zaqueo supo que era valorado. Zaqueo se sintió valioso. Zaqueo supo que era respetado. Y todo eso no por uno cualquiera, sino por el mismísimo Mesías, Dios encarnado. Y todo eso porque Jesús le miró: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (vr. 10).

Tu historia
Para todos aquellos que sienten que nadie los ve o que son “un cero a la izquierda”: que tu concepto de ti mismo no dependa de las personas, sino de Dios. Tu valor, tu estima, el sentirte amado, no debes basarlo en los seres humanos, sean quienes sean. Hacerlo puede llevar a la neurosis. Como se sabe bien, los síntomas de esta inestabilidad emocional son la ansiedad y los temores sin razones aparentes, la preocupación y la culpa en exceso, la propensión a las emociones y reacciones negativas, ira e irritabilidad, baja autoestima y depresión. Nada de esto significa ser un estoico impertérrito al que nunca le afecta nada, sino no dejarse dominar por las creencias del prójimo.
Por eso es tan importante cambiar la perspectiva: lo que opinan y sienten los demás sobre ti es fluctuante. Un día te pueden amar con locura y poco después es posible que no quieran saber nada de ti. La vida, los años y las circunstancias varían sin que tengamos control sobre los demás. Sin embargo, lo que Dios ve en ti y cómo te valora es estable y seguro. Toda mi estabilidad proviene de Él, y solo de Él. Escucha y asimila Sus pensamientos. Eso te hará sobrevolar sobre lo que otros piensen o sientan sobre tu persona, sea bueno o malo, tanto si son compañeros de estudios, de trabajo, familiares, conocidos o desconocidos.
Nunca pierdas de vista que Dios te ama (cf. Jn. 3:16), que hubo fiesta en el cielo por ti (cf. Lc. 15:20), que conoce cada lágrima y vivencia por lo que has pasado (cf. Sal. 56:8), y que te ha preparado una casa para la eternidad (cf. Jn. 14:2). Vive en paz con Él y en Él.


[2] Los datos en el presente siguen en aumento y afecta a la inmensa mayoría de los países del mundo, siendo México el que encabeza la lista con más del 50% de afectados entre sus 40 millones de alumnos. Es tan dramática la panorámica que, en dicho país, el 15% de los suicidios están ligados al bullying, donde, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) se registran 52 suicidios infantiles cada mes; de 2008 a 2018 alrededor de 7 mil menores de edad se han quitado la vida a causa del acoso.