lunes, 5 de mayo de 2025

Sweetpea. Laura & Rhiannon. ¿Sientes que nadie te ve? ¿Crees que eres “un cero a la izquierda”?

 

“Los de mi clase no quieren saber nada de mí, en mi clase nadie me habla, nadie quiere hacer trabajos conmigo”[1]. Estas fueron las palabras que Laura, de 14 años, le dijo a unas compañeras de clase días antes de suicidarse, el 26 de enero de 2020. Lo llevó a cabo en su propia habitación. Después de comer, la madre avisó a su esposo para que fuera a la habitación de la hija y le preguntara qué película quería ver, que mientras prepararía palomitas. Lo que se encontró fue el cuerpo de su hija sin vida. No puedo ni imaginar cuán terrorífico debe ser ver algo así en persona.

 
Antonio y Yolanda, padres de Laura, la cual cursaba 3º de ESO en el Colegio Sagrada Familia de Cornellà (Barcelona)
 
En primera instancia, los investigadores policiales no encontraron nada extraño en el móvil ni en la tablet que pudiera dar a entender por qué Laura hizo lo que hizo. Pero, pasados los días, sus padres miraron en su agenda, y allí encontraron la explicación: “30 de septiembre. ´De vuelta al infierno`. ´Los niños de mi clase son malvados, siempre inventando rumores de gente que no conocen. Se creen que por insultarme o reírse de mí van a ser superiores`. ´Depressed (deprimida en inglés)´. ´El día más horrible del universo`. 13 de diciembre. ´Saldré en los sucesos, nunca en las revistas`. ´Cada día que pasa me dan más ganas de morirme. ¿Es tan difícil que alguien me comprenda?`. ´Nadie cree mis palabras, lágrimas caen de mis ojos, lloro con furia, nadie se da cuenta, nadie me mira, a nadie le importo` [...]. En clase también la llaman ´cerda`. ´Asquerosa`. ´Apestosa`”. Aparte, la llamaban “la champiñón” porque era bajita.
Y sus padres, ¿qué decían de ella?: “De niña era tímida y observadora. Iba detrás de su hermano mayor y hacía todo lo que hacía él. Estaba feliz” [...] “Siempre le decíamos que jamás se riese de nadie, que para nosotros los maestros siempre tenían razón y que, si alguna vez la castigaban, sería porque algo habría hecho”. De ojos grises, hablaba poco, era reservada y buena estudiante. No le gustaban los petardos ni tenía muchas amigas. No salía mucho y nunca la invitaban a los cumpleaños.
Aparte de que se duchaba mucho y durante mucho tiempo (motivado por esos insultos que recibía, como dejó por escrito), sus padres tampoco notaron nada extraño o preocupante, y achacaban esta forma de ser a la propia pubertad, por lo que no se les puede culpar. Doy por hecho que su carácter retraído hizo que se encerrara en sí misma y que, a su vez, era la manera en que disimulaba ante sus progenitores su estado de ánimo. Eso sí, me sorprende sobremanera que la psicóloga del colegio le restara importancia a unos cortecitos que se había infligido en brazos y piernas. Yolanda narra que la doctora les dijo que no se preocuparan, que era una forma de llamar la atención. Laura no paraba de llorar cuando Antonio habló con ella, pero no habló. El padre la abrazó muy fuerte y le preguntó: “Hija, ¿nos prometes que no lo vas a hacer más?”, a lo cual ella respondió prometiéndolo. El asunto de los cortes fue apenas cinco meses antes del fatal desenlace. Lo que debería haber sido una señal de alarma extrema, no lo fue para la psicóloga. Por eso me resulta incomprensible su interpretación de los hechos.
Entre los demás, nadie hizo nada por ella. Ningún padre los llamó tras la tragedia, ni quiso saber nada de ellos. Ni siquiera la Policía Autonómica Catalana hizo bien su trabajo: miraron lo justo en sus pertenencias, por lo que el juzgado se inhibió y, finalmente, la Fiscalía de Menores, archivó el caso. Si no llega a ser por los padres que miraron meticulosamente en la habitación, nada se habría descubierto. Y lo que leyeron resultó estremecedor: “Mis amigas llorarán, pero pronto se olvidarán de mí. Y las de mi clase se pondrán contentas porque ya no estará la apestosa”. Se descargó en el móvil una guía contra el acoso escolar, pero no le funcionó. Unas desalmadas convirtieron su vida en el infierno.
Tras conocer el caso por las redes sociales, dos antiguas alumnas dieron el paso final y fueron a hablar con los padres: “Nos contaron que mi hija siempre estaba sola en el patio. Que le preguntó que por qué estaba sola y le explicó: ´Los de mi clase no quieren saber nada de mí, en mi clase nadie me habla, nadie quiere hacer trabajos conmigo` (palabras con las que inicié este escrito). Le dijo que le lanzaban lejos el estuche, que le tiraban escupitajos”.
Hasta que no acabe la investigación –ahora sí se ha reabierto-, no sabremos si los profesores sabían algo, qué tipo de calificación tenía la psicóloga del centro para ejercer y por qué no se activó el protocolo contra el acoso escolar. Tampoco hubo ninguna compañera que le echara una mano. Es más, por lo que narran sus padres, “algunas niñas se reían en el tanatorio y se hacían selfis con el féretro al fondo”. Si llego a ver eso mismo en el funeral de una hija propia, no sé cómo habría reaccionado, pero seguro que nada bien.

Rhiannon Lewis
La historia de Laura es dura, muy dura, y tristemente no es la primera de este estilo que conocemos[2]. Supe de ellas pocos días después de terminar una serie titulada “Sweetpea”. Está protagonizada por la actriz Ella Purnell, que interpreta el papel de Rhiannon Lewis. Y con estas palabras comienza la primera escena del primer capítulo: “Personas a las que mataría. Los tíos que se espatarran. Donna, la del súper. Norman, del trabajo. Por no saber apreciar mi potencial. Jeff, del trabajo. Por tener cero percepción espacial. Es más, a todos los del trabajo. Gente que se acuesta conmigo y luego te responde a los mensajes solo con emojis. Mi hermana, Seren, por dejarme en ´visto` en el móvil y en mi vida en general. Nuestra madre, por marcharse y olvidarse de decirnos dónde fue. Y en el primer puesto de mi lista, Julia Blenkingsopp. Que me sometió a una implacable campaña de abuso psicológico. Minando mi autoestima y mi contexto general en el mundo. Julia Blenkingsopp, por hacer que me arrancara tanto pelo que tuve que llevar peluca. Julia Blenkingsopp, por convertirme en un fantasma. Haciéndome invisible para siempre, y miedosa. Y mataría a mi padre por morirse. Y abandonarme para tener que ocuparme de todo sola”.
Esta es su voz en off, mientras en imágenes observamos diversas escenas de su vida, tanto pasada como presente: ella sentada en el autobús con las piernas encogidas mientras dos hombres las tienen bien estiradas; la cajera del supermercado habla por un auricular mientras ella espera que le cobre la cesta de la compra; no le hace ni caso y la atiende lentamente; su jefe la tira la gabardina encima de la cabeza como si fuera un ropero; se le derrama en las manos parte del café caliente porque un compañero de trabajo no mira por donde ella pasa; el resto se marcha sin despedirse y la dejan la última con las luces apagadas; el chico con el que estuvo ni le devuelve el saludo; su hermana no responde a sus wasap; su madre marchándose de casa cuando ella una cría; los desprecios y las burlas a la que la sometían en el instituto, donde se arrancaba a sí misma el pelo.
Hace bien su trabajo de recepcionista en un periódico, pero no la valoran, y aunque se muestra amable y simpática con todo el mundo, es como si fuera invisible. Tampoco tiene amigas. Su jefe la llama sweetpea”, que por lo que he podido averiguar, es cuando se le dice a una mujer de forma peyorativa “tráeme esto o aquello, guapa”. Hierve en su interior, pero se resigna y sonríe de cara a los demás, como si todo fuera bien.
La verdad es que esos primeros minutos son impactantes. Empatizas con ella y sientes tristeza. Eso sí, todo da un vuelco cuando una noche explota y comete un asesinato... y no será el último. No describo más porque no es necesario para aquello de lo que estoy escribiendo y para no estropear el resto de la trama al que quiera verla.

En común & El deseo de todo ser humano
Del bullying en sí no voy a hablar, más que nada porque es algo que ya hice ampliamente en “Estamos muertos: jóvenes que se sienten “zombies” a causa del bullying” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/02/estamos-muertos-jovenes-que-se-sienten.html). Si no lo leíste en su momento, y estás pasando por dicha situación o conoces algún caso, no tardes en ir a sus líneas. Te ayudará a saber qué hacer y cómo pedir ayuda si fuera necesario.
Dicho esto, hoy me quiero centrar en un aspecto en concreto de cómo se sentía Laura y Rhiannon, y qué solución bíblica encontramos para aquellos que experimentan esa clase de emoción tremebunda y negativa.
Es evidente que ambas difieren en que una acabó con su vida y la otra se convirtió en una asesina en serie. Pero, como has podido comprobar, el trasfondo de sus historias tiene mucho en común. Aparte de lo ya señalado, ¿en qué coincidían plenamente Laura y Rhiannon, la primera una chica real y la segunda ficticia? Que las dos sentían que eran invisibles, y eso las llevaba a creer que eran “un cero a la izquierda”.
¿Qué anhela la inmensa mayoría de los seres humanos? Que lo miren; así se sienten amados, valorados, respetados y valiosos. Y por mirar no me refiero a “le vean físicamente”, sino que “le vean como persona”: su ser interior, su alma, su esencia, sus dones y talentos. Es de esa manera que...

- un bebé quiere que sus padres le miren.

- unos padres quieren que su bebé los mire.

- un niño y un adolescente quiere que sus padres le miren.

- una enamorada quiere que el chico que le gusta la mire.

- un enamorado quiere que la chica que le gusta la mire.

- un buen trabajador quiere que su jefe le mire.

- un deportista quiere que su entrenador le mire.

- un escritor quiere que un editor le mire.

- un compositor quiere que una discográfica le mire.

Y así con todas las mezclas que nos podamos imaginar. Da igual que uno sea joven o adulto; todos quieren que les miren. Lo trágico es que no siempre sucede. En este mundo, nos encontramos casos como el de Laura. Chicos, chicas, hombres y mujeres a los que se les ignora.

¿Quién te ve de verdad? La historia de Zaqueo
Dice así la narración: Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:1-10).
Muchos menosprecian a los demás por su apariencia física. Ya lo hemos visto en los casos mencionados. Zaqueo posiblemente provocaba risotadas entre la muchedumbre por su baja estatura. Puede que directamente, en la cara, o cuando lo veían pasar y se le quedaban mirando o cuchicheando. Además, era el jefe de los cobradores de impuestos, por lo que su mala fama estaba garantizada entre el pueblo llano, siendo considerado un pecador y un traidor a su patria, al trabajar para los romanos. Hasta él mismo reconoció que defraudaba a la gente. Sin embargo, su curiosidad le llevó a querer saber quién era ese Jesús del que todo el mundo hablaba. Subiéndose a un árbol, y entre toda la multitud, Jesús lo miró a los ojos. Curiosamente, es el único caso registrado en los Evangelios en los que Jesús se “autoinvitó”: era Él quien quería estar con Zaqueo. Esto le conmovió de tal manera que decidió cambiar su vida por completo: arreglar lo malo que había hecho en el pasado y comenzar a vivir en rectitud.
Zaqueo supo que era amado. Zaqueo supo que era valorado. Zaqueo se sintió valioso. Zaqueo supo que era respetado. Y todo eso no por uno cualquiera, sino por el mismísimo Mesías, Dios encarnado. Y todo eso porque Jesús le miró: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (vr. 10).

Tu historia
Para todos aquellos que sienten que nadie los ve o que son “un cero a la izquierda”: que tu concepto de ti mismo no dependa de las personas, sino de Dios. Tu valor, tu estima, el sentirte amado, no debes basarlo en los seres humanos, sean quienes sean. Hacerlo puede llevar a la neurosis. Como se sabe bien, los síntomas de esta inestabilidad emocional son la ansiedad y los temores sin razones aparentes, la preocupación y la culpa en exceso, la propensión a las emociones y reacciones negativas, ira e irritabilidad, baja autoestima y depresión. Nada de esto significa ser un estoico impertérrito al que nunca le afecta nada, sino no dejarse dominar por las creencias del prójimo.
Por eso es tan importante cambiar la perspectiva: lo que opinan y sienten los demás sobre ti es fluctuante. Un día te pueden amar con locura y poco después es posible que no quieran saber nada de ti. La vida, los años y las circunstancias varían sin que tengamos control sobre los demás. Sin embargo, lo que Dios ve en ti y cómo te valora es estable y seguro. Toda mi estabilidad proviene de Él, y solo de Él. Escucha y asimila Sus pensamientos. Eso te hará sobrevolar sobre lo que otros piensen o sientan sobre tu persona, sea bueno o malo, tanto si son compañeros de estudios, de trabajo, familiares, conocidos o desconocidos.
Nunca pierdas de vista que Dios te ama (cf. Jn. 3:16), que hubo fiesta en el cielo por ti (cf. Lc. 15:20), que conoce cada lágrima y vivencia por lo que has pasado (cf. Sal. 56:8), y que te ha preparado una casa para la eternidad (cf. Jn. 14:2). Vive en paz con Él y en Él.


[2] Los datos en el presente siguen en aumento y afecta a la inmensa mayoría de los países del mundo, siendo México el que encabeza la lista con más del 50% de afectados entre sus 40 millones de alumnos. Es tan dramática la panorámica que, en dicho país, el 15% de los suicidios están ligados al bullying, donde, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) se registran 52 suicidios infantiles cada mes; de 2008 a 2018 alrededor de 7 mil menores de edad se han quitado la vida a causa del acoso.  

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