lunes, 26 de julio de 2021

6.2 ¿De dónde reciben los valores perniciosos los jóvenes y adolescentes?

 


Venimos de aquí: ¿Cómo es el mundo actual donde viven los jóvenes y adolescentes? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/07/61-como-es-el-mundo-actual-donde-viven.html).

Vivimos en una sociedad que, literalmente, ahoga. Se admira el éxito banal, el estatus económico y laboral, se valora la belleza como el no va más, el atractivo físico y la fuerza física como los dones supremos, el ocio, el hedonismo, el materialismo y las nuevas tecnologías se han convertido en los dioses de este siglo, y se glorifica la sensualidad y la sexualidad sin orden ni concierto, sea del tipo que sea. Es lo que se vende por activa y por pasiva, de manera insistente y sin freno. Y atrae sobremanera a la carne.
Lo terrible es que los propios jóvenes creen que este mundo es mejor que el pasado: sí, lo será en temas de salud, tecnología o democracia, pero en términos morales bíblicos, es la antesala del infierno.
Si no aceptas este sistema, te puedes sentir como Charlton Heston en El Planeta de los Simios: amordazado y atado por una raza extraña, a la vez que desconcertado y a punto de entrar en un estado de locura, al verte aprisionado y sin escapatoria en un planeta que, aparentemente, no es el tuyo pero que sí lo es.


La sociedad –principalmente a través de los medios de comunicación (anuncios, series de televisión, películas, artículos en revistas y en Internet, letras de canciones, etc.)-, le marca a los adolescentes una velocidad de crucero tan elevada que les hace creer, en términos absolutos, que se están perdiendo la gran vida: fiestas, alcohol, discotecas, música que les hace vibrar, sexo, etc. De ahí el ansía por probarlo todo ya, aquí y ahora. Cuando entran en esa espiral, viene a ser una especie de agujero negro que se los traga y del cual es muy difícil escapar, por la sencilla razón de que experimentan todo tipo de placeres a través de los cinco sentidos.
Esta es la forma en que los pensamientos de los adolescentes –y también los adultos- son moldeados. No son plenamente conscientes de hasta qué extremo son maleables, ya que creen que son dueños absolutos de sus pensamientos y decisiones. Ni se imaginan hasta qué punto están equivocados.

La información que reciben los jóvenes

En el mundo actual, desde bien pequeños, se pasan horas y horas recibiendo “información” de:

1. Películas, series, programas de televisión y vídeos en youtube:
a) donde la forma de vestir destaca por su falta de pudor, incluyendo menores.
b) donde los desnudos son casi integrales.
c) donde el amor se reduce a una emoción, el sexo fuera del matrimonio se normaliza y las escenas sobre el mismo son abundantes e íntegras.
e) donde abunda la violencia gratuita y sádica, y el vocabulario ordinario, incluso entre los llamados comediantes y youtubers, lo que “ayuda” a su normalización.
f) donde las familias desestructuradas son protagonistas principales.
g) donde el embarazo y el aborto entre adolescentes es una opción más.
h) donde el antaño respeto hacia los padres y los mayores –que se daba por hecho y era innegociable- se convierte en burla y desprecio.

Por hacer un pequeño apunte sobre la pura telebasura chabacana que, tristemente, es consumida por millones de adolescentes en España: todo comenzó a fraguarse a principios de los años 90, con el desembarco de canales privados de televisión, como el caso de Tele5 –entre otros muchos-, donde emitían programas como Tutti Frutti, en el cual aparecían las Mama Chicho, que eran seis chicas italianas que aparecían medio desnudas cantando “Mamá, Chicho, me toca, me toca cada vez más...”, junto con un baile provocativo. Desde entonces, los jóvenes han pasado de divertirse sanamente con los interminables partidos de fútbol de la serie de dibujos animados Campeones (Oliver y Benji/Captain Tsubasa) a esperpentos como Gran Hermano, Sálvame, Salsa rosa y Mujeres, hombres y viceversa, donde tristemente los participantes suelen tener todas las partes de sus cuerpos operadas menos el cerebro, y que se han convertido en fenómenos de verdadero culto para una audiencia sedienta de que les alimenten sus pasiones más bajas. Como alguien dijo: “A pesar de sus fortunas y de sus cuerpos cincelados y siliconados, no son más que polillas: se sienten atraídas por la luz”.

2. Pornografía: Aquí tienen todo tipo de depravaciones al alcance de un click. En un principio, cuando el boom de los videoclubs, quiénes querían visualizarla tenían que pagar por ella para alquilarla y ser mayores de edad. Incluso en el mismo local, las cintas estaban separadas del resto por medio de una pequeña puerta. Ahora pueden acceder gratuitamente a través de Internet chicos de cualquier edad y estrato social, desde el jovencito que se educa en el instituto más humilde de su barrio hasta el que asiste a un colegio privado, sea o no religioso.
Hará unas semanas, vi en youtube una encuesta callejera donde el dueño del canal le preguntaba a chicos y chicas –casi todos menores de edad- sobre si veían pornografía. 9 de cada 10 dijeron que sí sin ningún tipo de pudor. Las chicas decían que les parecía un tanto machista lo que allí se observaba, pero que les “exitaba” igual. El último “testimonio” fue el de una chica de 16 años, que señalaba que veía al menos una vez al día. Cuando el youtuber le preguntó por dos prácticas concretas del porno más ¿duro? ¿vomitivo? ¿aberrante? (no sé ni cómo llamarlas), para la sorpresa de él, la jovencita afirmó que le fascinaban, ya que películas como “50 sombras de grey” la tenían loca. Me quedé sin palabras cuando terminé de ver la “investigación”.
Por otro lado, sin necesidad de llegar a la pornografía explícita, casi todas las películas presentan “escenas de cama” como parte del argumento. El contraste con el pasado es brutal: la mayor escena sensual de mediados del siglo pasado fue la protagonizada por Rita Hayworth en Gilda (1946), donde se desprendía de un guante mientras cantaba. Actualmente, las actrices –y actores- se lo quitan todo menos el guante.

3. Bombardeo de necedades: Anuncios de perfumes, colonias, desodorantes, bebidas alcohólicas y todo tipo de moda, publicitadas como si fueran el paraíso terrenal y la puerta para seducir al sexo opuesto, y donde las mujeres son presentadas como meros objetos de consumo (juego al que se prestan lamentablemente casi todas las modelos). Todo está sobreerotizado. Incluso para promocionar una tableta de chocolate o un champú se emplea la sensualidad: “La promiscuidad sexual en la adolescencia no se debe tanto al desajuste hormonal como al exceso de estímulos externos”[1].
Con el fin de ganar visitar –y con ello, dinero-, hasta la prensa deportiva se hace eco cada día de mujeres que llenan sus redes sociales de fotografías semidesnudas, y que ganan su fama luciendo un “trasero” o un escote. Absurdo. Ridículo. Lamentable. No hay adjetivos en la RAE para describir un mundo que “premia” estas actitudes.
Augusto Cury describe con total acierto la realidad: “Los medios de comunicación los han seducido (a los jóvenes) con estímulos rápidos y ya elaborados. Se han vuelto amantes del fast food emocional. La televisión transporta a los jóvenes, sin que hagan ningún esfuerzo al corazón de un excitante encuentro deportivo, al interior de una aeronave, al centro de una guerra o de un dramático conflicto policial. Este bombardeo de estímulos no es inofensivo. Actúan en un fenómeno inconsciente de mi área de investigación llamado psicoadaptación, el cual aumenta el umbral del placer en la vida real. Con el tiempo, niños y adolescentes pierden el placer por los pequeños estímulos de la rutina diaria”[2].
Esta es la clase de información que bebe sin descanso la juventud: “Cada día están en contacto con miles de estímulos seductores que se infiltran en las matrices de su memoria. Por ejemplo, los padres enseñan a sus hijos a ser comprensivos y a consumir sólo lo necesario, pero el sistema les enseña a ser individualistas y a consumir sin necesidad. ¿Quién se queda con este botín? El sistema social. La cantidad de estímulos y la presión emocional que el sistema ejerce sobre los jóvenes son enormes. Casi no hay libertad de elección”[3]. Y todo esto a través de decenas de canales de televisión, millones de páginas webs, redes sociales, etc. Hoy hay más información que nunca, pero a la vez más perniciosa que nunca.
Resulta imparable porque mueve miles de millones y crea puestos de trabajo sin medir las consecuencias éticas. Y la inmensa mayoría de los padres no la controlan ni están preparados para ello. Esperan tener “suerte” y que sus retoños crezcan buenos y bien educados por sí mismos. Dirán que es el “destino”, cuando ellos no se han preocupado en inculcarles un sentido crítico y bíblico a la realidad imperante en la sociedad.

Preguntas finales
Concluyo este capítulo dividido en dos partes con sendas preguntas, una para los padres y otra para los jóvenes:

- ¿De verdad pueden creer los padres que sus hijos lo tienen fácil para distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, lo sano de lo pernicioso, con la cantidad de estímulos que reciben y de tentaciones fáciles que tienen al alcance de la mano, cada segundo de sus vidas? O los progenitores cristianos se toman sumamente en serio la educación de sus pequeños –sean niños o adolescentes- o las posibilidades de que se pierdan en el camino son muy elevadas.

- Joven, ¿te das cuenta de la imperiosa necesidad que tienes de formarte en otros valores distintos a los que transmite la sociedad para no dejarse arrastrar por la corriente y caer en el borreguismo?


Continuará en: La presión de grupo a la que son sometidos los jóvenes y adolescentes.



[1] Guembe, Pilar & Goñi Carlos. No se lo digas a mis padres. Ariel. Pág. 146.

[2] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith.

[3] Ibid.


No hay comentarios:

Publicar un comentario