lunes, 24 de febrero de 2025

15.7. ¿Cuáles serán las amenazas que dirán contra tu persona tras salir de un grupo sectario?

 


Venimos de aquí: ¿Cómo enfrentar la soledad tras salir de una iglesia sectaria? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/06/156-como-enfrentar-la-soledad-tras.html).

El miedo a perder la salvación es uno de los grandes temores que tienen muchos de los que quieren abandonar la iglesia local a la que pertenecen. El origen de esta idea no está fundamentada en las Escrituras, sino en las posibles amenazas que el pastor de turno ha lanzado durante años sobre la mente del creyente, afligiendo así su corazón e infundiéndole auténtico pánico, provocando que algunos terminen por claudicar y desistan de marcharse. Puro chantaje espiritual. Como a esta falacia abominable le vamos a dedicar un capítulo completo, veamos ahora otras amenazas que suelen lanzar estos grupos que caen en el sectarismo.

Amenazas y falacias
Aquí entran todo tipo de expresiones manipuladoras:

- “Dios va a quitar la protección sobre tus hijos y enfermarán”.

- “Tendrás un accidente de tráfico cuando menos te lo esperes”.

- “El Señor me ha mostrado que morirás”.

- “El juicio de Dios caerá sobre ti por no ser fiel a tu pastor”.

- “Entristeces al Espíritu Santo y Él se va a apartar de ti”.

- “La maldición y la ruina vendrán sobre tu vida”.

- “Aunque te conviertas en un conocido predicador, no tendrás la bendición del cielo”.

- “No encontrarás ninguna iglesia como la nuestra y nadie te acogerá”.

- “Eres libre para irte, pero que sepas que todas las iglesias están fatal y no tienen la unción, ya que ni siquiera creen en los dones espirituales”.

- “Sin nosotros, no podrás llevar a cabo la obra que Dios tenía preparada para ti”.

- “Vas a estar fuera de la voluntad divina”.

- “Tienes que someterte al pastor”.

- “Te has rebelado contra el ungido de Jehová”.

- “Que Dios se apiade de tu alma”.

- “Te vas a perder”.

Entre estos enunciados tajantes, destaca el más hiriente y ofensivo de todos: “Estás en tinieblas y estás siendo usado por ellas”. Estas palabras son detestables y condenables, y aquellos que las han pronunciado tendrán que rendir cuentas delante de Dios por el daño que han causado a todos a los que se las han dicho.

Falacias y mentiras
En general, todas estas expresiones condenatorias caen en distintos tipos de falacias. Para el que desconozca el significado de dicho término –el cual suelo emplear con asiduidad en mis escritos- es este: “un razonamiento no válido o incorrecto pero con apariencia de razonamiento correcto. Es un razonamiento engañoso o erróneo (falaz), pero que pretende ser convincente o persuasivo”[1]. Y entre las falacias más conocidas, y que suelen emplearse en estos grupos sectarios por parte de sus líderes, podemos identificar las siguientes:

- ad hominem (dirigido contra el hombre, desprestigiándolo).

- ad baculum (se apela al bastón, a la amenaza, a la fuerza).

- ad verecundiam (se apela a la autoridad).

- ad populum (dirigido al pueblo, provocando emociones).

Cuando algo malo o negativo les ocurre a estos hermanos que se marchan, el resto señala que es el juicio de Dios: “Interpretan caprichosamente los acontecimientos de la vida en clave de fidelidad o no a su liderazgo. En esas mismas iglesias puede haber desgracias personales que se interpretan como el trato de Dios, no como un juicio. Pero en aquellos que se han atrevido a oponerse con temor y temblor a los abusos de la clase dirigente, a estos cualquier cosa desagradable que ocurra en sus vidas se interpretará como una señal inequívoca del castigo de Dios”[2]. Resulta irónico esa doble vara de medir.

La respuesta ante tales sandeces
Ante todo esto, siendo muy breve por la contundencia de la respuesta, me quedo con las palabras de Séneca: “El chantaje y la astucia solo son propios de los débiles”. El mismo Señor ya habló en contra de los falsos profetas de Israel: “Entristecisteis con mentiras el corazón del justo” (Ez. 13:22).
Olvida las amenazas y las falacias que hayan pronunciado contra ti. No tengas temor de estas personas: realmente, Dios no les ha hablado (cf. Dt. 18:22).

Continuará en: Ante las amenazas de las iglesias abusadoras, descansa en Dios.


[2] Zaballos, Virgilio. Conceptos errados. Logos.

lunes, 17 de febrero de 2025

11.11. ¿Eres soltero porque tienes algún tipo de miedo?

 


Venimos de aquí: ¿Eres soltero porque afirmas no necesitar pareja? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/06/1110-eres-soltero-porque-afirmas-no.html).

Lo repetiré a lo largo de todo el capítulo: las causas a la soltería que estamos exponiendo son adyacentes o secundarias. Las causas principales que suelen darse o ser la norma están descritas claramente en el segundo apartado del primer capítulo (Lo que le duele a los solteros: Haciendo malabares: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/03/12-lo-que-duele-los-solteros-haciendo.html). Lo aclaro para que no haya malos entendidos y nadie se cree falsos sentimientos de culpa.

Aquí nos encontramos con infinidad de casos que aluden al miedo para no buscar pareja. O, en el caso de que la tengan, para no comprometerse. He conocido a muchas personas que alojan en su interior esta clase de temores. En general, es el miedo a sufrir. En algunas ocasiones, anticipan en sus mentes lo que aun no ha ocurrido. Y en otras, lo que temen es que vuelva a repetirse historias pasadas.
Un hermano me compartió que había hecho una especie de “voto de soltería” junto a un amigo, ya que únicamente veía sufrimiento y corazones rotos en las personas que había a su alrededor por sus experiencias negativas; ninguno de los dos quería pasar por las mismas circunstancias.
Una antigua amiga me contó una vez que desconfíaba de los hombres en general, porque su padre se marchó con otra mujer sin que la madre sospechara nada, cuando todo iba aparentemente bien en casa y ella se sentía feliz con sus padres.

Miedos concretos
Veamos algunos de estos miedos que padecen muchas personas, que incluye también a los cristianos:

- Miedo a repetir los mismos errores que cometieron sus padres, cuyo matrimonio fue realmente aciago y acabó en divorcio.

- Miedo a comprometerse y a no estar a la altura de las circunstancias de lo que espera la pareja de él. 

- Miedo a no saber afrontar los problemas de pareja cuando surjan.

- Miedo al dudar de su propia capacidad para cubrir las necesidades emocionales y sentimentales de su compañero.

- Miedo a no ser capaz de cubrir las necesidades económicas y materiales al carecer de trabajo estable.

- Miedo a mostrarse vulnerable y creer que dejará de ser amado cuando esto suceda.

- Miedo a la convivencia diaria.

- Miedo al fracaso matrimonial y a las consecuencias que ello conllevaría para su salud emocional y sentimental.

- Miedo a una posible infidelidad de su pareja (física o emocional) y más si lo fue su ex.

- Miedo a no ser un buen padre o madre.

- Miedo a sentirse anulado por su compañero, y con ello perder la libertad de hacer tareas por sí mismo.

- Miedo a la infelicidad, porque es lo que ha visto en otros matrimonios cercanos, incluyendo familiares, hermanos en la fe o amigos.

- Miedo a descubrir en el matrimonio que la persona con quién se casó no era como él creía.

- Miedo a hacer daño a su pareja por la forma propia de ser.

- Miedo a no estar a la altura de la anterior pareja de su compañera, y más si ella tuvo relaciones sexuales antes de conocer al Señor.

- Miedo a las comparaciones con anteriores parejas a nivel físico, emocional e intelectual.

- Miedo a repetir los errores del pasado.

- Miedo al abandono.

- Miedo a ser manipulado y controlado, ya que así lo padeció con sus padres.

Afrontar los miedos
Todos estos miedos deben ser afrontados. Siempre lo he dicho y siempre lo diré: el amor es un riesgo y, cuando llega, merece la pena luchar por él. Es lógico que sientas   cierto desasosiego a que un pasado negativo se repita o que se den en tu vida las mismas condiciones que se han dado en la de aquellos que están cerca de ti. Es humano en un principio sentir desconfianza ante las personas del sexo opuesto cuando una (o varías) de ellas te fallaron o te traicionaron gravemente, incluso con alevosía. Pero de ahí a quedarte anclado y bloqueado hay una distancia abismal.
La persona madura aprende las suficientes herramientas en el Señor para enfrentar cualquier circunstancia que se presente. Aprender del pasado, analizar los errores ajenos y propios, y buscar la sabiduría de Dios para cada situación, son claves para adquirir fortaleza en tu continuo crecimiento personal.
Por otro lado, ser consciente de que los errores que otros cometieron no tienen que darse en tu vida. Vive al día disfrutando de cada paso. Las garantías completas no existen en ningún ámbito de la vida, y tampoco en el sentimental.
Recuerda que tu Padre celestial usa cada acontecimiento, aun los más dolorosos e inexplicables, para acercarte a Él y mostrarte Su voluntad, junto a tu dependencía de Su Gracia.

* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en: ¿Eres soltero porque te tomas las relaciones como si fueran un juego?

lunes, 3 de febrero de 2025

El ahorcado. Antiguos cristianos que cayeron por la ira y el odio

 


Callado. Tímido. Humilde. Silencioso. Inteligente. Amable. Formal. Educado. Bien vestido. Entregado al Señor. Sirviéndole con su talento, que era tocar la guitarra. Así lo recuerdo. Y no solo yo, sino todos aquellos que lo conocieron. No hablé muchas veces con él, ya que era un joven adolescente de entre las más de cuatrocientas personas que había en aquella congregación y no me movía en su círculo. A pesar de su corpulencia física, su personalidad tranquila le hacía pasar desapercibido.
Bastantes años después de mi marcha de aquel lugar, que terminó siendo un hábitat lúgubre y siniestro, me hablaron de este mismo chico, que ya había cumplido los treinta años. Me quedé estupefacto: era una especie de hippie, iba a playas nudistas con su novia, usaba un lenguaje malsonante, y su nuevo look consistía en llevar la mitad del pelo rapado y la otra mitad largo. Más allá de sus renovadas aficiones o gustos estéticos, su nuevo estilo de vida iba aparejado a la actualización de sus creencias o, más bien, a la ausencia de ellas: dudaba de la propia existencia de Dios.
Un cambio tan radical es llamativo en grado sumo y, a la vez, triste de observar. Si fuera el personaje de una novela, nos descolocaría. Pero, siendo alguien real, de carne y hueso, nos estremece el alma.

¿Por qué?
¿Qué le sucedió para esa transformación? ¿Qué le llevó a romper con su pasado de forma tan abrupta? ¿Cómo una persona puede cambiar tanto, hasta el punto de parecer otra completamente distinta? En el caso que nos atañe, la respuesta la encontramos en cómo reaccionó ante el abuso espiritual que padeció y a los sentimientos que esto le provocó, que no supo gestionar, y que le condujeron a experimentar el odio más absoluto hacia el causante y otros mandamases. Ardía en ira, pero se la guardaba. Durante todos los años que estuvo en aquella iglesia, no dijo nada sobre lo que le removía las entrañas. Agachaba la cabeza, sonreía y obedecía. Ahí no le puedo reprochar nada. Es muy fácil señalar, a toro pasado, qué podría haber hecho o dicho cuando tocaba. Si, en las pocas ocasiones en que me atreví a disentir, se me reprendió con toda dureza, donde se me consideraba un desobediente a mis pastores, haciéndome sentir falsamente culpable, puedo entender que otros prefirieran callar. 
Hasta que llegó el día y se desahogó con dicha persona a la que odiaba: le dijo que ya no quería ser “el bueno”, el que se dejaba pisotear, el que ponía buenas caras cuando le había hecho alguna jugarreta, el que saludaba a personas que no quería ni ver y el que se callaba lo que tenía que decir por miedo a ofender, a quedarse aislado o a ser un incomprendido. No deseaba volver a experimentar la frustración y la amargura, que le hacían sentir como un inútil.
Según su opinión, pasar página de todo lo anterior era cerrar etapas, tomar las riendas de su vida, actuar libremente como quería, sin ataduras ni opresiones, y alejarse del terror y el miedo. Como punto de partida, tales intenciones eran válidas, necesarias y sanas. En mi caso, hice lo mismo: apartarme de la hipocresía, de la doble moral, de la manipulación, del chantaje emocional y de las falsas praxis eclesiales que formaban parte de un sistema corrompido por aquellos que jugaban con los cristianos.
El problema vino con la segunda parte: olvidó lo básico, que es el camino de Dios. Y no solo eso: dejó que el odio hacia una persona en particular lo consumiera. El individuo en sí había sido un líder respetado en la música, al que se le consintió absolutamente todo, incluso el despotismo con el que hablaba en ocasiones a los miembros del coro. Cuando se descubrió sus relaciones extramatrimoniales –en plural- y cómo intentaba seducir a otras mujeres, lo negó rotundamente. Durante ese tiempo, hasta que ya no pudo más esconder la verdad, el joven del que hablamos lo apoyó y estuvo a su lado, lo trató bien, le saludaba y le preguntaba cómo le iba todo. Era su manera de pagar bien por mal. Y es de admirar dicha actitud. Pero se cansó, precisamente por todo lo que tenía guardado en su foro interno contra dicho personaje. Le confesó que le había maltratado, engañado, traicionado, ninguneado, machacado, controlado, utilizado, desvalorizado. Y que había sido un títere en sus manos durante muchísimos años, al que manejó como le dio la gana en todos los ámbitos de su vida.

Errando el tiro
Hasta aquí hizo lo que tenía que hacer: expresarle sus emociones y hacerle consciente del mal que le había causado. Salvo por el lenguaje un tanto extremo y no citado, personalmente, por lo demás, me parece correcto y sano. Pero lo que vino luego muestra que se pasó de frenada. No tanto por llamarle agresor sexual, mala persona, hipócrita, aprovechado, oportunista, engañador y abusón, o por decirle verdades como templos, como que había pisoteado muchísimas vidas y dejado un montón de cadáveres a su paso, habiendo creado solo odio y destrucción por donde había pasado, sino por una serie de insultos malsonantes que le dedicó, que prefiero omitir. Y, por encima de todo, por señalar cuánto lo odiaba, con todas sus fuerzas, por el mal que había causado.
En un momento de ira, de desesperación, de desgarro emocional, se puede llegar a entender dicha reacción a nivel humano. Como ya conté cuando hablé de la iglesia sectaria en la que estuve, también experimenté ira, así que me puedo poner en su piel. Lo que vino después, ese giro de ciento ochenta grados en su vida, ya no tiene justificación alguna. Se puede estar descolocado un tiempo, desconcertado unos meses, pero no abandonar a Jesús, que lo ofreció todo por nosotros. La cruz de Cristo vino a redimir, no a condenar, y si un sitio o una serie de personas logran lo contrario, uno se aleja lo más posible, pero no del Redentor.
Cuando se asienta la vida en las emociones, en la fe en los hombres, en las actividades eclesiales o en cualquier otra cosa, sucede lo que ya vaticinó Jesús en la parábola de los dos cimientos: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mt. 7:24-27).
Reconozco que no es nada sencillo permanecer de pie en medio de las tinieblas, sean externas o internas. Las emociones son tan abrumadoras que te pueden llevar a extraviarte con una facilidad pasmosa. He visto muchos perdiéndose a mi alrededor, incluso entre aquellos que parecían maduros y firmes en Cristo. Lo único que lo impide es estar asentado sobre la Roca, que es Cristo. 
En el caso de la persona mencionada, creía que, alejándose de todo aquello, sería libre. Podría haberlo sido, pero, al rechazar a Dios y odiar, esos fantasmas le acompañaron a todas partes y decidieron por él, por lo que seguía siendo esclavo, haciéndose el daño a sí mismo.

La experiencia de El Ahorcado
La historia que acabo de narrar reapareció entre mis recuerdos mientras veía a Sofía Falcone, el personaje magistralmente interpretado por la actriz Cristin Milioti en la serie “El Pingüino”, de la cual ya hemos hablado ampliamente en los dos artículos que preceden a este. 
Nunca la había visto actuar y, si la memoria no me falla, es la mejor actuación que he visto nunca de una actriz. Se nota que, principalmente, su carrera se ha desarrollado en el teatro. Lo dicho: extraordinario su papel.
Al principio parecía una más en la trama y que apenas sumaba, siendo la hija del mayor mafioso de la ciudad, Carmine Falcone, asesinado por Enigma, como vimos en “The Batman. ¿Quieres ser “la venganza” o una bengala que ilumine en la oscuridad?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/01/the-batman-quieres-ser-la-venganza-o.html). Pero cuando llegamos al cuarto y estremecedor capítulo, nuestra forma de verla cambia por completo. Odiamos cómo actúa a partir de entonces, pero la comprendemos por completo.
Durante diez años estuvo internada en el asilo de Arkham por múltiples asesinatos. Los llevaba a cabo ahogando y ahorcando a sus víctimas, de ahí el sobrenombre de “El ahorcado”. Tras su liberación descubrimos que ella no mató a nadie, sino que fue su propio padre, que acabó incluso con la vida de la madre de Sofía cuando esta era una niña. Para no ir a la cárcel, el padre la incriminó, comprando a la Policía y a los médicos, haciendo que toda la familia testificara por escrito contra ella, acusándola de tener problemas mentales. Lo que padeció durante aquella década fue indecible, soportando un ambiente enfermizo, donde fue sometida en diversas ocasiones a sesiones de electroshock, y donde tuvo que cambiar su naturaleza pacífica en otra agresiva para defenderse de otras presas, hasta el punto de que asesinó a una de ellas.
¡Imagínate que algo así te pasara! Para muchos que pasan por una iglesia sectaria, sin llegar a estos límites, la experiencia puede ser muy parecida. Desasosiego. Miedo. Culpa. Prohibición de actuar libremente. 
Toda su juventud, Sofía fue una chica encantadora, que amaba a su padre y a su hermano, noble, de buen corazón, dadivosa y entregada a obras de caridad. Pero el dolor tan terrible que le causaron la cambió para siempre. Los traumas, que eran parte de su ser, y de los cuales no logró desembarazarse, la tenían prisionera, aunque ya no estuviera entre rejas.

¿Qué hizo tras liberarse? ¿Comenzó de nuevo, lejos de su miserable familia? ¿Buscó la paz? ¿Se apartó de todo lo malo que la rodeaba? Nada de eso. Para empezar, entró en el negocio delictivo de su difunto padre, maquinando para hacerse con el control de la organización criminal. Luego le pegó un tiro a bocajarro a su tío por contradecirla. Secuestró a una anciana –la madre de Oswald, alias el Pingüino- porque este había asesinado a su hermano y la traicionó. Le dijo a sus lacayos que pusieran una bomba bajo una barriada, lo que provocó la muerte de decenas de personas, no solo de mafiosos, sino también de inocentes.
Aunque aparentaba tranquilidad, era un torbellino de emociones. ¿No habían maquinado contra ella para hacer creer a los demás que estaba loca? Pues ahora se comportaba como tal, de forma díscola. De la Sofía humilde y cariñosa apenas quedaba nada, solo una mente ansiosa que maquinaba a fuego lento su venganza. Y así lo hizo: tras cenar con su familia, se puso una máscara para protegerse y los gaseó a todos. Solo salvó a la hija pequeña de su prima para que le sirviera de coartada. 

Aprendiendo de los errores ajenos
De ambas vivencias –la real, contada al comienzo de este escrito, y la ficticia, la de Sofía Falcone-, podemos aprender que el odio, la amargura y el rencor, impiden, siempre, cerrar las heridas del pasado, imposibilitando una mejor vida y conforme a la verdadera voluntad de Dios. Es como un cáncer que carcome, sin prisas pero sin pausa. Incluso a las que consideramos buenas personas, les destruye si no saben qué hacer con dichas emociones. Es como si se ahorcaran a sí mismos. Por eso Sofía acabó de nuevo con sus huesos en prisión, y el joven del que hablamos al comienzo en su propia prisión mental. Ambos se convirtieron en aquello que decían odiar en los demás.
¿De verdad hay ex-cristianos que creen que ahora sí lo están haciendo bien? ¿Creen que son sus mejores versiones por usar un vocabulario soez, por despotricar de los que seguimos siendo cristianos, por tener relaciones sexuales con cualquiera con el que se presente la ocasión o por haber perdido el pudor sano? ¿Acaso piensan que están demostrando ser mejores que aquellos que cometieron el atropello contra ellos al llevar ese estilo de vida, que no incluye a Dios? ¿No proclamaban a los cuatro vientos que Jesús era el Señor de sus vidas? Vino la tormenta y la barca se hundió porque, realmente, no lo era.
Al actuar así, estas personas están demostrando que no aprendieron nada. Escaparon del abuso espiritual para convertirse en un alma fea, independientemente de cómo fueran físicamente, de lo bien que les fuera todo o del éxito social que alcanzaran.
¿La lección? Está muy clara. Ya tienes el testimonio de otras personas para no seguirlos y no conducirte por la misma senda oscura. No vayas de víctima, pero tampoco de verdugo. Que tu mirada y tu fe estén puestas en Jesús (cf. He. 12:2), no en el hombre, ni en lo que hagan o dejen de hacer los demás.

lunes, 27 de enero de 2025

El pingüino. ¿Tienes hermanos y te sientes un segundón entre ellos? (2ª parte)

 


Venimos de aquí: El pingüino. ¿Tienes hermanos y te sientes un segundón entre ellos? (1ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/01/el-pinguino-tienes-hermanos-y-te.html 

Tras analizar a Oswald, alias “El Pingüino”, y los celos que sentía hacia sus hermanos, veamos cómo se sintieron varios personajes bíblicos y qué puedes hacer si experimentas ciertos complejos de inferioridad hacia tus propios hermanos carnales.

El complejo de Edipo y el conflicto con los hermanos
(Oswald y su madre Francis)

Lo que vemos en la serie es un complejo de Edipo de manual. Para los que lo desconozcan, el mito del trágico rey Edipo proviene de la mitología griega: Edipo, hijo del rey Layo de Tebas y Yocasta, había sido abandonado poco después de haber predicho el oráculo que mataría a su padre y se desposaría con su madre. Desamparado para que muriera, fue llevado ante el rey de Corintio y su esposa, que no tenían hijos, y lo adoptaron. Edipo creció así sin conocer cuál era su origen ni la profecía sobre su persona.
Sin embargo, el joven Edipo, al escuchar rumores acerca de que el rey y la reina no eran sus padres, consultó al oráculo, quien le reveló que su destino sería dar muerte a su propio padre y que se casaría con su madre. Edipo, creyendo que sus padres eran quienes lo habían criado, se marchó para escapar de su destino.
Al salir de Delfos, Edipo se encontró con Layo y le dio muerte tras una disputa, sin saber que este era su padre y el rey. Layo estaba en camino hacia el oráculo para consultarle como librar a Tebas de la Esfinge, un monstruo que asesinaba a sus súbditos cuando no podía resolver los acertijos que les proponía. Luego de asesinar a Layo, Edipo marchó en dirección a Tebas y libró a la ciudad de la Esfinge tras resolver su adivinanza. Tras ser proclamado rey y casarse con Yocasta, descubrió que era su madre y que había acabado con la vida de su propio padre. El final de su historia fue horripilante: ella se suicidó tras conocer la verdad y él se sacó los ojos, abandonado la ciudad y convirtiéndose en un vagabundo.
Partiendo de dicha narración, y basándose en su propia experiencia personal, el psicoanalista Sigmund Freud desarrolló su propia teoría. La misma –muy criticada y cuestionada- expone una serie de emociones que se manifiestan durante la infancia, donde el niño experimenta deseos amorosos hacia su madre, incluyendo, a veces, el sexual, pudiendo permanecer dichos sentimientos durante la vida adulta, viendo a los demás –el padre y los hermanos- como rivales odiosos que quieren usurpar el amor que, según él, le corresponde en exclusiva.
Antes de proseguir, y para que nadie se escandalice de antemano, haré una puntualización: aunque reúne todas las características de dicho síndrome, hay una que no aparece, ya que, en ningún momento, a pesar de las muestras de cariño, se ve algo que insinúe un deseo sexual de Oswald por su madre. Era un amor, una obsesión, que transcendía el plano físico. Era tal su obstinación que, tras quedar en estado vegetativo, le pidió a su novia Eve que se vistiera con el mismo vestido que llevó su madre en aquella ocasión en que, siendo niño, bailó con ella en el club Monroe´s. Durante el baile le ruega a Eve que le diga que le quiere y que está orgullosa de él. Oswald le habla a ella refiriéndose como mamá: “Lo he logrado, mamá. ¿A qué sí? [...] El último piso. Un ático. Nadie viviendo encima ni al lado”. A lo que Eve, haciéndose pasar por la madre de Oswald, le responde con todo lo que él deseaba oír: “Sabía que lo lograrías, mi niño precioso. Gotham es tuya, cariño. Ya nada se interpone en tu camino”.

Y tú, ¿cómo te sientes?
Si necesidad de entrar en todos los entramados del síndrome –puesto que mis intenciones van por otro lado-, y sin necesidad de aceptar las teorías de Freud –que no comparto ni de lejos-, podemos ver algo que sí es real y observable: si un niño ama a su madre de una manera extrema, todos los que la rodean le molestan y les resulta un estorbo, sea su propio padre o sus hermanos. Y es aquí donde quiero llegar: en familias con más de un hijo, suele darse, consciente o inconscientemente, en mayor o en menor grado, rivalidad y celos entre hermanos. Todos ellos quieren:

- ser los más amados por los padres.

- recibir el mayor grado de atención.

- ser los más valorados.

- ser a los que les dedican más tiempo.

- ser los que reciben mejores regalos.

Hasta cierto punto, es algo normal durante la infancia, dado que el carácter está sin formar y las inseguridades son muy habituales. De ahí tanta hipersensibilidad interna, donde se mira al detalle las pequeñas o grandes diferencias en la actitud de los padres hacia los otros hermanos (si a uno le da más, le compra más, le hace más caso, pasa más tiempo con él, le hace más regalos, etc.) o la creencia de que alguno de ellos es el favorito respecto a los otros.
Se quiera o no, esta percepción de la realidad –sea objetiva o no, el joven la percibe así-, influye en cómo se siente. El problema no es tanto durante la infancia, sino si dichas emociones permanecen al llegar a la vida adulta. Puede que sea tu caso respecto a tus padres. Puede que eso te haga sentir como un segundón. Puede que, a diferencia de otros hermanos, sientas que no te valoran. Puede que creas que no se molestan en conocerte lo suficiente. Puede que no te den la validez que consideras que mereces y que no valoran tus dones, virtudes o puntos fuertes. Puede que consideres que solo se fijan en tus errores o aspectos negativos. Y vuelvo a hacer el inciso: aunque sea en parte subjetiva tu opinión o cien por cien verídica, así lo experimentas.
Además, a algunos les resulta fastidioso tener hermanos más inteligentes, más altos, más guapos, mejores deportistas, casados o con hijos. También se da el caso contrario: casados que envidian a los hermanos solteros o con menos responsabilidades labores y familiares. Cada persona es un mundo y nadie, salvo ellas mismas, saben qué les agrada o desagrada en el prójimo.
A todo esto le podemos añadir un aspecto peliagudo: aquellos hijos que saben que sus padres tienen a uno por “favorito”, y al que ama más que a los demás. Eso es algo que, a veces, sucede. Es lo que leemos en la familia de Jacob: para él, su predilecto era José, al que amaba “más que a todos sus hijos” (Gn. 37:3). La razón estaba bien clara: “porque lo había tenido en su vejez”. Sus hermanos lo aborrecían por ello (vr. 4) y por la túnica especial que le hizo de colores, sentimiento que fue a más cuando José se mostró un tanto fanfarrón por una serie de sueños que tuvo, donde él se veía señoreando sobre su familia y era servido.
La mayoría de las túnicas eran sencillas, llegaban hasta la rodilla y tenían mangas cortas. La de José era probablemente del tipo que usaban los nobles de manga larga, llegaba hasta el tobilo y tenía muchos colores
(Biblia del diario vivir. Editorial Caribe. Pág. 63-64)

Aunque un padre o una madre ame a todos sus hijos y le dé lo mejor que tenga a todos, puede darse, de forma más o menos visible, que su amor hacia uno en concreto sea mayor. Hay infinidad de causas que lo pueden motivar:

- el tenerlo a cierta edad o cuando ya no lo esperaba.

- el carácter del jovencito, que los puede revitalizar y hacerlos sentir rejuvenecidos.

- el tener más tiempo para disfrutarlo, ya con la experiencia del pasado y sin tantas preocupaciones.

- poseer afinidad en el carácter o los gustos; etc.

Una historia bien conocida y de la que podemos aprender
Cuando vemos a ciertos personajes bíblicos con hermanos, siempre nos ponemos de parte de uno de ellos –“el bueno”- e, inmediatamente, desechamos al resto. Pero, si eres de los que sientes la clase de emoción que hemos descrito en párrafos anteriores, este es el momento ideal para hablar de ellos. Puede que, ahora sí, los comprendas y veas qué lecciones puedes extraer de ellos para ti mismo. Esto te llevará a empatizar –que no justificar- y, a la vez, a no caer en sus errores.
Esto podemos verlo en un caso concreto: el de David. Puesto que hay similitudes entre los casos de José y David, para no hacerlo repetitivo me centraré en este último.
Deja a un lado, por ahora, lo que pensaron e hicieron sus hermanos y ponte en la piel de ellos, al comienzo de todo. Es humano que, como vamos a ver, en su sano orgullo, en su estima propia, se sintieran heridos y desplazados.
Ninguno de sus siete hermanos mayores fue elegido por Dios para ser rey de Israel, sino el más pequeño, el simple que apacentaba las ovejas y que tocaba el arpa. La Escritura describe a David como “rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer” (1 S 16:12). Puede que algunos de sus hermanos también fueran agraciados, pero, como sucede en muchas ocasiones, el más joven de la familia suele ser el que más brilla entre el resto, por esa mezcla de inocencia, dulzura y bisoñez.
No solo era el más guapo, sino que, encima, lo eligieron como el especial, el que gobernaría, incluso sobre ellos. Es fácil imaginar que esto no le sentó nada bien al resto. Creo que a nadie, ni a ti ni a mí, nos hubiera hecho sentir bien. Más apuesto, más talentoso, tan valiente que ya de mozuelo mataba leones y osos, y seleccionado para una misión divina. Hasta tuvieron que sentirse humillados cuando aquel imberbe derrotó a Goliat con una mera onda.
Mientras sus hazañas quedaron escritas para la posteridad y la eternidad, apenas hay unas líneas sobre sus hermanos. Si algo así nos hubiera acontecido –y si estás leyendo estas líneas es porque, en otras circunstancias, así lo experimentas- nos veríamos como segundones.
Con todo esto, podemos llegar a entender –aunque no estemos de acuerdo- con el trato despectivo que recibió de su hermano Eliab, el primogénito. David, por orden de su padre, fue a llevarle comida a él y otros dos hermanos en medio de la guerra en la que Israel estaba enfrascada contra los filisteos. Al ver la situación, que todos los soldados estaban aterrados y ningún hebreo se atrevía a luchar contra el gigante, habló a los que estaban a su alrededor: “¿Qué harán al hombre que venciere a este filisteo, y quitare el oprobio de Israel? Porque ¿quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente?” (1 S. 17:26). A pesar de su ser, servicial y amable, de que sus intenciones eran nobles, Eliab no lo soportó más y sacó todo lo que tenía acumulado en su interior: “Y oyéndole hablar Eliab su hermano mayor con aquellos hombres, se encendió en ira contra David y dijo: ¿Para qué has descendido acá? ¿y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido” (vr. 28). 
Posiblemente, nosotros habríamos reaccionado de la misma manera. Puede que ya lo hayamos hecho en nuestra vida, fuera en el pasado o en el presente, y nuestra reacción, como la de Eliab, sea impropia, fruto de sentirse desplazado, superado o infravalorado.

¿Qué puedes hacer?
Lo que voy a citar es muy básico, pero luego aplicarlo no le resulta fácil a todos, y más si, en tu caso, has luchado contra sentimientos de inferioridad, de incomprensión por parte de tus padres o de desarraigo hacia tus hermanos.

1) No te compares con ellos. Sean como sean, mejores en algunos aspectos respecto a ti y peores en otros, no entre en ese juego pernicioso. No ganas nada con ello.

2) Deja la envidia a un lado. Si cumples el primer punto, este segundo vendrá como consecuencia de manera natural.

3) Desarrolla y usa tus talentos y dones, sin pensar en los suyos, sean cristianos o no. No olvides que es el Espíritu el que reparte los dones como quiere (cf. 1 Co. 12:11).

4) Cuando te fijes en ellos, que sea para ver qué puedes aprender, tanto de sus aciertos, para imitarlos, como de sus errores, para no repetirlos.

5) No hagas como los hermanos de José: no aborrezcas a ninguno de ellos, ni aunque tus padres ame más a alguno o tenga un estatus o posición socioeconómica superior a la tuya.

6) Que tus padres te hayan tratado de una forma u otra no quitan lo que debes recordar siempre: lo que el Padre, Dios, aprecia, por encima de todo, es el corazón (cf. 1. S. 16:7) y la fe (cf. Mt. 8:10).

Aprende a llevar a cabo estos puntos tras reflexionar sobre ellos, y verás cómo todo cambia en tu interior.

lunes, 20 de enero de 2025

El pingüino. ¿Tienes hermanos y te sientes un segundón entre ellos? (1ª parte)

 


Grata y, sobre todo, inesperada sorpresa, tanto de crítica como de público, ha sido la que todos nos hemos llevado con la serie “El Pingüino”, un spin-off de la película “The Batman”, la cual analizamos en “The Batman. ¿Quieres ser “la venganza” o una bengala que ilumine en la oscuridad?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/01/the-batman-quieres-ser-la-venganza-o.html). Algún despistado habrá pasado de ella al creer que versaría sobre la clásica aventura de uno de los villanos más conocidos del mundo del cómic, concretamente de la editorial DC. Craso error. A diferencia de la segunda parte de Joker (Joker folie à deux & Arthur. Un hombre que, como tú, solo necesitaba amor: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/11/joker-folie-deux-arthur-un-hombre-que.html), la serie obtuvo todo tipo de elogios por sus actuaciones, guion y calidad de producción.
Te agraden o no los superhéroes y sus enemigos, esto no trata de ellos. Tampoco verás a nadie con poderes ni saltando de un edificio a otro como un saltamontes enfundado en un traje de colorines. Lo que aquí se muestra es realismo en carne viva, descarnado, esos suburbios de la ciudad donde tu propia vida peligra a cada paso, y donde las drogas, la prostitución, el pillaje y el asesinato indiscriminado campan a sus anchas. No hay luz ni esperanza. 
Lo fácil habría sido mostrarlo como ese personaje que ya vimos en “Batman Returns” –interpretado por Danny DeVito-, con un paraguas en la mano y un sombrero de copa, que, sumado a su particular físico, le hacía parecer aún más ridículo de lo que ya era. Pero nada de eso es lo que vemos aquí: un irreconocible Collin Farrel eleva el nivel de interpretación a cotas sublimes, con una historia personal dura, turbia y oscura hasta decir basta.
Puedo decir con total libertad que no me agradan las series o las películas donde el protagonismo recae sobre la vida de los malvados y sus fechorías. Como ejemplos podría poner Peaky Blinders, Hijos de la Anarquía y Boardwalk Empire, ganadoras de incontables premios y consideradas como grandes obras por la inmensa mayoría. Tras una temporada, dejé de verlas. Contemplar cómo actuaban las distintas bandas criminales que en ellas se mostraban, me resultaba completamente desagradable.
Mención aparte merece la actriz Cristin Milioti, cuya interpretación de Sofia Falcone me ha maravillado. Y no digo más, porque usaré su personaje para tratar otro tema en el escrito que irá tras este, cerrando así esta particular trilogía.

Un pequeño resumen
Antes de revelar qué sucede en el momento cumbre, donde la escena se abre por medio de un largo flashback y conocemos el pasado del Pingüino –en el séptimo capítulo-, resumamos brevemente el argumento de la serie, donde todo comienza una semana después de los hechos acontecidos en The Batman (2022).
Tras las explosiones que provocaron la inundación de los barrios bajos de la ciudad y su consecuente estado ruinoso, Oswald “Oz” Cobb, alias el Pingüino, el que fue el principal lugarteniente del difunto señor del crimen Carmine Falcone (asesinado por Enigma), aprovecha la caótica situación para intentar convertirse en el mayor de los mafiosos. Para esto usará todo tipo de subterfugios, engaños y manipulaciones. Y eso es precisamente lo que vamos viendo, con sus triunfos y fracasos durante su ascenso a la montaña criminal.
Si para ello debe poner en contra a unos y a otros, lo hará. Si para ello debe robar o matar, lo hará. Si para eso debe usar como chofer, escolta y recadero a un chico adolescente al que le destrozará la vida, lo hará. Si para ello debe traicionar a sus cercanos, lo hará. Es ruin, miserable y egoísta. Todo en él es despreciable. Cada palabra que sale de su boca rebosa maldad y dobles intenciones, al igual que sus acciones. Un alma enfermiza, capaz de reírse burlonamente mientras ve a una madre y su hijo arder en llamas.
Si fuera cierto –que no lo es- que la cara es el espejo del alma, la suya sería el vil reflejo del cuadro de Dorian Grey. Si su rostro es grotesco, su corazón es el mismísimo infierno de Dante.
El brutal contraste lo encontramos en la parte que concierne a la fraternal relación que mantiene con su madre enferma: la adora y la cuida con esmero, dada sus cada vez más habituales pérdidas de memoria y desorientación, debido al Alzheimer, que avanzaba sin remedio. Durante esos instantes, el monstruo se humanizaba.

Un niño que solo quería a su madre, y sus hermanos eran un obstáculo
Reconozco un error por mi parte, del que no me di cuenta hasta que llegó el susodicho capítulo: los momentos en que veía a Oswald con su madre me resultaban tediosos. No le encontraba ningún interés, y menos ver a una señora, interpretada por Deirdre O'Connell, desvariando en cada una de sus apariciones. Me parecía una rémora para la historia, que la ralentizaba.
Pero ay, ay, ay... La verdad es que todo, absolutamente todo, gira en torno a Francis, su madre. Eso es lo que vemos en el flashback, donde contemplamos a Oswald de pequeño (sensacional también el jovencísimo actor Ryder Allen): tenía dos hermanos, Benny y Jack, casi de su misma edad; uno era un poco más pequeño y el otro algo mayor. Vivían en un piso humilde y él ya era diferente: su deformidad en la pierna le hacía andar de forma extraña –de ahí su sobrenombre- y muchos se metían con él. Pero todo eso le daba igual: solo anhelaba estar a todas horas con su madre, ver películas con ella y escuchar sus halagos. Era su vida. Esto hacía que, cuando la veía ser cariñosa con sus hermanos, en silencio y secretamente, se encelara. Su mirada, que solo nosotros como espectadores veíamos, le delataba.
(el rostro de Oswald cuando veía a su madre jugando y bromeando con sus hermanos... no le hacía ni pizca de gracia)

 

(Collin Farrel/Ryder Allen: la versión adulta y joven de “El Pingüino”)

Un día salió a pasear con sus hermanos y bajaron a un alcantarillado. Allí decidieron jugar al escondite, donde era Oswald el que tenía que encontrarlos. Ellos bajaron a mayor profundidad por unas escaleras verticales y, cuando fueron descubiertos, le dijeron que bajara. Él lo intentó, pero por su deformación casi se resbaló. Sumamente enojado, se marchó. Y no solo eso, sino que cerró la compuerta, dejándolos atrás. En ese preciso momento, la lluvia que ya caía se convirtió en torrente y comenzó a anegar el lugar. A Oswald le dio igual. Se marchó a casa y le dijo a su madre que sus hermanos había ido al cine y que él no lo había hecho porque prefería estar con ella. Feliz de tenerla para él solo, eligió una película musical y, como si no pasara nada, la disfrutó abrazado a ella. Aunque miraba por encima del hombro la tormenta para comprobar si sus hermanos regresaban, guardó silencio. Evidentemente, ellos murieron ahogados. Supuestamente, fue un accidente y nadie supo jamás nada. Eso, en teoría...
Su madre nunca abrió la boca, pero sabía que había sido él. Una linterna que llevaba esa noche le hizo intuirlo. Hablando con Rex, un mafioso del barrio, se lo contó: “tengo al demonio en casa”. Rex le mostró las dos opciones que tenía: ignorar lo sucedido y moldear a Oswald o renunciar a él, en el sentido literal del término. Ella entendió al instante qué quería decir con esas palabras: asesinarlo. Con su beneplácito, dicho matón iba a acabar con el joven Oswald. Todo estaba planeado: una noche, su madre le dijo que se pusiera el traje, que iban a salir. Fueron al Monroe´s, un club de jazz, donde estaba el mafioso. Pero aquí cambió todo tras las palabras que Oswald pronunció: “Yo te voy a cuidar, mamá. Lo sabes, ¿no? Has trabajado mucho por nosotros tres. Ahora será más fácil. Conseguiré un trabajo. Y también tengo un montón de ideas para un dinero extra. ¿Qué quieres? Dímelo y te lo consigo. [...] Claro que voy a cuidar de ti. Haría lo que fuera por ti. Yo te veo, mamá. Veo cosas que los demás no ven. Veo cómo sonríes cuando quieres que la gente piense que te está gustando algo que no te gusta. Veo que fumas más cuando piensas, y que bebes más cuando estás triste. Veo lo que mucho que trabajas. Lo lista que eres. Y que te gustaría que la gente importante se diera cuenta. O que esa gente no fuera nada importante. Nadie más cree tanto en ti como yo. Nadie más te va a dar lo que mereces. Te voy a sacar de Gotham este, mamá. Te llevaré a una casa increíble. Mejor que la que tenemos ahora. ¡En el último piso, un ático, como tú querías! ¡Con vistas a toda la ciudad! Te compraré ropa cara y joyas. Y de las buenas, de esas que te ven por la calle y piensan: ´Esa es importante`. Y si no me crees, da igual. Porque te lo voy a demostrar. Todos los días. Pero no pierdas la esperanza en mí”.
Todo esto desarma el corazón de Francis, que decide dar marcha atrás en su plan inicial de renunciar a su hijo Oswald. Bailando juntos, Francis le encomienda convertirse en un hombre de provecho, que le dé absolutamente todo lo que ella se merece, y que él deberá hacerla feliz. A lo que él contesta que sí, que se merece la mejor vida y que se la proporcionará. Se lo promete. Y que no parará hasta conseguirlo. 
Muchas décadas después, cuando Sofia Falcone los secuestra a ambos, y los sienta atados, frente a frente –en la mejor secuencia de toda la serie, donde los tres lo bordan-,  sucede el momento en que la madre de Oswald le cuenta la verdad: revela que lo sabía todo, que sabía que mató a sus hermanos, que lo odia, que nunca ha dejado de hacerlo, que es una decepción, que no vale para nada, que se despierta cada mañana con náuseas por ser su madre y que ella iba a matarlo a través de Rex. ¡Tremendo! A continuación, lo apuñala con una botella rota y le dice: “eres el demonio. Eres el maldito demonio”.  Sobrecogido, se queda en shock al saber cuáles fueron las intenciones de su madre y lo que piensa sobre su persona. De una bofetada en el alma, despierta... aunque solo en parte. Con el rostro descompuesto, y a pesar de ver cómo torturaban a su madre y, a posteriori, sufrir un derrame cerebral que la deja en estado vegetativo, sigue negando insistentemente que matara a sus hermanos. Y afirma que lo que dice Francis respecto a él es fruto de su enfermedad, no lo que piensa realmente. Prefería seguir autoengañándose.
Reconocer la verdad habría sido aceptar que su madre no lo amaba, cuando eso era lo único que él tenía en la vida. Ser gánster, tener dinero, alcanzar el poder, solo era parte del camino que él había trazado para darle la clase de vida maravillosa que le prometió a su madre cuarenta años atrás en aquel club.

Continuará en El pingüino. ¿Tienes hermanos y te sientes un segundón entre ellos? (2ª parte)

lunes, 13 de enero de 2025

The Batman. ¿Quieres ser “la venganza” o una bengala que ilumine en la oscuridad?

 


Jueves, 31 de octubre. “Ahora tenemos una señal para cuando se me necesita. Pero cuando esa luz ilumina el cielo, no es solo una llamada, es una advertencia. Para ellos. El miedo es una herramienta. Creen que me escondo en las sombras. Pero yo soy las sombras”.

Primeras, y segundas, impresiones
La primera vez que vi “The Batman” (2022), más allá del sublime espectáculo visual que me encontré, y alguna que otra escena verdaderamente impactante, me quedé con ganas de más. Acostumbrado a un Batman más fantasioso, con mil artilugios, con enemigos que visten ropas extravagantes y llenas de colorines, ver que la trama giraba en torno a una investigación criminal me desconcertó. Me gustó bastante, pero sin alcanzar el nivel que tenía en mente, que esperaba continuos fuegos artificiales y acción sin descanso. A diferencia de la segunda parte de Joker (“Joker folie à deux & Arthur. Un hombre que, como tú, solo necesitaba amor”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/11/joker-folie-deux-arthur-un-hombre-que.html), está sí fue un éxito de crítica y público, pero a los pocos que no les gustó fue por esa razón: esperaban otra cosa. Lo que nos encontramos fue un film detectivesco de género negro,  mezcla entre películas como “Seven” y series como “Mindhunter”, que ahonda en las terrenales tinieblas del ser humano, más aún de lo que hizo Christopher Nolan en la anterior versión del personaje, que dejó el listón muy alto con The Dark Knight.
Por mi parte, hace escasas fechas, y tras ver su secuela/spin-off, “El Pingüino”, decidí darle un segundo visionado: lo que me encontré, tras quitar de mi mente los prejuicios anteriores, me maravilló en muchos aspectos. Más allá de una sublime pieza musical compuesta por Michael Giacchino, el sobrecogedor sonido de las botas impactando contra el suelo de Batman o de un coche más propio de la saga Mad Max, la figura del hombre murciélago es una mera excusa para adentrarnos en las miserias humanas. Lo comprobamos por medio de una narrativa tétrica y sórdida, donde el caos tiene el control de la ciudad de Gotham, en la que siempre llueve, literal y figuradamente: políticos, policías y fiscales corruptos, drogas, prostitución, mendigos que viven en la miseria, bandas que disfrutan ejerciendo la violencia indiscriminada, y como colofón la podredumbre en las redes sociales donde las mayores miserias se hacen realidad. Todo ello sumado a un contraste brutal entre la pobreza y la opulencia. Como puedes observar, tan real como la vida misma, siendo el claro reflejo de nuestra sociedad presente.
Por lo tanto, está dirigida a un público adulto, no al clásico adolescente que va al cine a pasar el rato mientras charla con sus amigos y molesta al resto de los asistentes.
Además –casualidades de la vida-, la secuencia final tiene claras reminiscencias con los acontecimientos vividos en España en las desoladoras inundaciones de Valencia, la reacción excepcional de la gente como grupo y la actuación –por llamarla de alguna manera- de los políticos de turno, y que acontecieron un par de semanas antes de volver a ver este relato, lo cual me hizo contemplarlo con ojos muy distintos.
Analizando este largometraje, veremos una elección que deberás tomar y qué clase de persona puedes ser en este mundo caótico en el que estamos: “la venganza” del principio, o el que aprende una lección de vida y evoluciona en medio del drama humano, tanto el personal como el de la sociedad en general.

De qué trata
La historia transcurre dos años después de la aparición de un vigilante nocturno que acecha en las sombras a todos los delincuentes, que, al ver la luz de un foco con forma de murciélago reflejada en el cielo, se sienten inseguros y llenos de temor. Curiosamente, al protagonista jamás se le llama Batman. Es más, cuando a él le preguntan “¿y tú quién eres?”, responde de forma amenazante “La venganza”. Cada noche, tras buscar minuciosamente y elegir sus objetivos, se lanza contra ellos como una manada de búfalos en estampida, golpeándolos con la fiereza de un animal salvaje.
En medio de todo esto se produce el brutal asesinato de Don Mitchell Jr., el alcalde de la ciudad. ¿Quién está detrás? Un tal Enigma (Acertijo en Hispanoamérica), del que más tarde se supo que era el forense Edward Nashton. Este, tras su primer asesinato –e igual con los posteriores-, dejaba jeroglíficos en la escena del crimen dentro de un sobre con pistas sobre sus próximos objetivos, para que los leyera Batman, el alter ego del veinteañero, huérfano y multimillonario Bruce Wayne.

Enigma/Acertijo, interpretado por Paul Dano, actor que no me gusta, pero que aquí borda su papel de sociópata y asesino en serie, y eso que su rostro completo solo lo vemos durante unos breves minutos. Su vestimenta no es la que solemos ver en los cómics; aquí es mucho más oscura, representando mejor su personalidad extrema. El actor reconoció que la exigencia de interpretar a un personaje tan intenso le provocó insomnio.

Bajo una campaña en redes sociales, y con el lema “no más mentiras”, Enigma estaba llevando a cabo su propia justicia, la cual consideraba lícita. Quería mostrar la hipocresía, la doble moral, de todos aquellos cargos públicos que hacían promesas de mejora, de renovación, a los ciudadanos de Gotham, pero que mentían con total impunidad mientras llevaban dobles vidas. Vivas en el país que vivas, ¿te suena de algo? Seguro que sí.
(El cadáver del alcalde, con su cara liada en cinta y el mensaje “no more lies”/“no más mentiras”) 

El alcalde, hombre respetado, casado y con un hijo pequeño, tenía su propia amante, una prostituta extranjera bien conocida. Enigma no solo acaba con su vida, sino que su plan va más allá: hace lo propio con Pete Savage, el comisario de Policía, que hacía tratos con narcotraficantes y, a continuación, con Gil Colson, el fiscal del distrito, a nómina de la mafia, al que le pone un collar explosivo en el cuello, cuyo dramático final sucede en una iglesia durante el funeral del alcalde. ¿Sus dos últimos objetivos? Carmine Falcone, el gran capo de la mafia, y Bruce Wayne, al que quiere hacerle pagar por los “pecados” de Thomas Wayne, su difunto padre. Supuestamente, Thomas pagó a Falcone para que matara a un periodista que iba a destapar que su esposa tenía problemas mentales, había estado internada en el psiquiátrico en varias ocasiones y había asesinado a su propio padre. 

¿Batman es igual que Enigma?
Según el villano de la función, ambos son iguales. Y así se lo hace saber cuando lo detienen, lo encierran en Arkham y pide hablar con Batman. Es el momento cumbre de la película, y donde, según su director Matt Reeves, repitieron la toma entre setenta y ochenta veces por la obsesión del actor Paul Dano en lograr la excelencia.
En dicha conversación, Enigma le dice la razón por la cual quiere acabar con Bruce (ignorando que es él quién se oculta tras la máscara de Batman): “He sido invisible toda mi vida. Supongo que ya nunca más lo seré. Ahora me recordarán. Nos recordarán a los dos. Yo estaba allí ese día. Cuando el gran Thomas Wayne anunció su candidatura a la alcaldía e hizo todas esas promesas. Una semana más tarde murió y todos se olvidaron de nosotros. Solo hablaban del pobre Bruce Wayne. Bruce Wayne, el huérfano. ´Huérfano`. Vivir en una torre con vistas al parque no es ser huérfano. Mirar por encima del hombro a todos con ese dinero... Venga ya. ¿Sabes qué es ser huérfano? Compartir habitación con treinta niños. Tener doce años y ya ser dropainómano para no sentir el dolor. Despertarte gritando con ratas mordiéndote los dedos. Ver cómo todos los inviernos muere un bebé por el frío. Pero, no, hablemos del multimillonario con su papaíto muerto en el suelo. Con dinero todo es más fácil”.Resultaba que Edward Nashton, antes de convertirse en el siniestro Enigma, había sido huérfano y le guardaba rencor a Thomas Wayne, director del orfanato donde residía, por dejarlo en la estocada, junto al resto, y por la dura vida que le había tocado llevar como consecuencia. Como Thomas ya estaba muerto, descargaría su rencor en su descendencia, en Bruce, al que consideraba un niño mimado, como ya había hecho con los poderosos y corruptos de la ciudad de Gotham.Y termina exclamando: “Lo hemos hecho juntos. Tú formas parte de esto. Somos un equipo. Tú me has inspirado”. Le estaba dejando bien claro que la labor que hacían era la misma: destapar a los malvados y hacer justicia. Ante tales palabras, Bruce Wayne, enfundado en su traje de “murciélago”, niega que tal afirmación sea cierta, y le dice que no trabajan juntos, que él es un enfermo y un sociópata. Al escuchar estas palabras, Enigma se vuelve loco de rabia, con el rostro desencajado y gritando como un poseído, sintiéndose incomprendido y defraudado. 
Aquí tenemos que plantearnos y cavilar qué hay de verdad en las palabras del asesino. Y la realidad es que, sin llegar a los extremos de Enigma, sus acciones no se alejan de las del héroe. No son iguales porque Batman tiene una línea roja que nunca sobrepasa, la de matar, algo que el villano sí cruza en varias ocasiones, firmemente convencido de que hace lo correcto. Según la mentalidad de Enigma, ni él es tan malo como los demás creen, ni Batman es tan bueno como piensa de sí. Eso debería hacernos sentir incómodos con nosotros mismos.
Durante buena parte del metraje, vemos que Batman es un tipo completamente airado. El asesinato de su padre le marcó para siempre. Anhela venganza. Por eso se apoda con ese sobrenombre: “la venganza”. Pero lo que vemos en Enigma es muy parecido: también huérfano, pero pobre, sufrió las penalidades de su condición. Abandonado por el sistema, que lo consideraba un miserable, era pura furia. Visto así, Batman y Enigma son el mismo personaje con distintos matices y cuyas vidas tomaron rumbos diferentes por la diferencia en sus respectivas cuentas bancarias y la presencia de un mentor; poco más que eso. Mientras que Batman tuvo su origen en el trauma ocasionado por la muerte de sus padres, el germen de Acertijo estuvo en todas las desgracias que sufrió en el orfanato. Ninguno de los dos procesó el dolor y el duelo de forma sana.
El de negro es melancólico, taciturno y obsesionado. El de verde es histriónico, enérgico y un excelente planificador. Podrían haber sido hermanos gemelos: circunstancias parecidas, rumbos parecidos.

¿Somos nosotros de la misma manera?
Ahora es donde toca hablar de nosotros. Aunque no seas de España como yo, seguro que has visto las imágenes: parte de los ciudadanos de Valencia que fueron abandonados a su suerte durante días tras las riadas, se abalanzaron contra el Presidente, Pedro Sánchez, cuando lo vislumbraron. La ira que sentían era completamente humana. Muchos, que no estábamos físicamente presentes, y millones de mis conciudadanos, experimentamos la misma clase de emoción negativa. ¿Cómo habríamos reaccionado de estar presentes? Difícil creer que más de uno no se hubiera sumado a la turba.
Quizá alguno no lo recuerde, pero Gadafi, el dictador que fue presidente de Libia, tras escapar y ser descubierto en un escondite, recibió, por parte de una enfurecida multitud, un terrible linchamiento y todo tipo de vejaciones, antes de ser asesinado. La lista de dictadores que han sufrido en sus carnes el mismo destino es muy llamativa. En otro lugar, abandonado a su suerte, y sin los guardaespaldas que lo protegían, puede ser que Pedro Sánchez hubiera acabado igual.
El mundo mostrado en Gothan es nuestro propio mundo. Lo vemos cada día en los medios de comunicación:

- corrupción hasta los tuétanos en todas las esferas.

- políticos de todo signo e ideología que nos mienten con una sonrisa en la boca y que solo saben culparse unos a otros de los problemas que ellos mismos causan o no quieren resolver.

- injusticias en cualquier rincón del planeta.

- millones y millones de impuestos de los ciudadanos gastados en auténticas sandeces, en enriquecerse a sí mismos o en financiar sus propios partidos sin nuestro permiso y sin mejorar en nada nuestras vidas.

- proxenetas y narcotraficantes que campean a sus anchas.

- abusos de menores que son camuflados por los políticos, como acaba de saberse en Rotherham (Reino Unido), donde más de 1400 niñas fueron violadas por pakistanís y silenciadas por los políticos para no ser acusados de racistas ni perder votos de dicha comunidad.

- dictadores que someten a millones y millones de personas bajo su yugo y que solo permanecen en el poder porque las Fuerzas Armadas les respaldan miserablemente, al igual que los medios de comunicación que, comprados, les apoyan a precio de oro. Lo vemos en Venezuela, Cuba, Corea del Norte, entre otros.

La pregunta que tenemos que hacernos es muy básica: ¿en qué nos diferenciamos de “La Venganza” (el primer Batman) y de “Enigma”, que solo buscaban un cambio y acabar con la maldad? ¿Acaso el mal no merece una retribución? Pensándolo en caliente, y sin la fría reflexión alejada en el tiempo, ¿tan injustas nos parecen sus acciones? ¿No haríamos algo parecido si estuviera en nuestra mano? Vuelvo a citar lo de Valencia, pero seguro que, allá donde vivas, se han producido eventos siniestros que te han hecho sentir esa misma alteración en tu estado de ánimo.
En más de una ocasión, por mi mente ha pasado la imagen de abofetear, con la palma de la mano bien abierta (al estilo “Terence Hill”), y si los tuviera delante, a distintos individuos: cualquiera de esos terroristas que todos conocemos, etarras que se ríen de sus víctimas, radicales musulmanes que se regodean en la muerte de los que no son como ellos, políticos que menosprecian a la población a la que no sirven, sino que los usan para sus propios intereses, pederastas, adúlteros, falsos pastores que abusan o roban a sus fieles, etc. ¿Lo he hecho alguna vez? No. ¿Lo haría si tuviera la oportunidad? Dios me libre. Pero el sentir es ese. En tu caso, solo tú sabes qué experimentas en tu interior ante la malicia, pero no creo que seas alguien inconmovible y de piedra. Jesús sabía perfectamente de esas agitaciones que, en ocasiones, se pasean por nuestro ser más profundo. Por eso, como consuelo, habló en tantas ocasiones del juicio futuro: para los justificados en Cristo será un día de gloria; para los que se burlan, la justicia divina caerá sobre ellos.

Él aprendió la lección. ¿Y tú?

       Batman guiando a los supervivientes en medio de la oscuridad
 
Miércoles, 6 de noviembre. “Empiezo a ver ahora que mis acciones han surtido efecto. Aunque no el que esperaba. La venganza no cambiará el pasado, ni el mío ni el de nadie. Tengo que ir más allá. La gente necesita tener esperanza, saber que hay alguien ahí. La ciudad está enfadada, tiene cicatrices, como yo. Nuestras cicatrices pueden destruirnos. Incluso después de que las heridas físicas se hayan curado. Pero, si sobrevivimos a ellas, pueden transformarnos. Pueden darnos el poder de resistir y la fuerza para luchar”.

El primer monólogo, y que leímos en el primer párrafo de este escrito, sucede al comienzo de “The Batman”. El segundo, citado en el párrafo anterior, justo antes del final. Ambos alegatos muestran la evolución de un personaje oscuro, atormentado en su alma por la corrupción implacable de la ciudad en la que habita, y que le marcó profundamente al asesinar a sus padres cuando él era un niño.
En apenas una semana –el tiempo en el que transcurren los acontecimientos narrados en la película (31 de octubre a 6 de noviembre), aprende una gran lección: cuando da cuenta de que Enigma es un reflejo de su propio yo, pero con otra máscara, decide que tiene que cambiar; la venganza no es el camino. El único posible es el de ser una luz, por pequeña que sea, en medio de las tinieblas. A partir de ahora, su vida no se centrará en la venganza, sino en ayudar a los demás. Él será un faro, una luz que aparecerá en el horizonte cada vez que esta parezca menguar.
Bruce descubre que Enigma ha colocado varias bombas por toda la ciudad. Todas ellas explotan, inundándolo todo a su paso. En medio de la destrucción y la oscuridad, Batman se acerca a los ciudadanos que habían logrado sobrevivir, y que le miran con recelo. ¿Y qué hace? No solo salta sobre un cable eléctrico, para evitar que se electrocuten las personas que estaban en el agua, algo que sí sufre en sus carnes, sino que, tras perder el conocimiento y despertar, camina con el agua hasta la cintura para ayudar a los atrapados. Finalmente, enciende una bengala para que le sigan. Y así sucede. Posteriormente, lo vemos ayudando entre los militares. Se ha dado cuenta de que lo mejor es cambiar “la venganza” por “la esperanza”.
Ahí vemos nuestro camino, no basado en el odio hacia el malvado o por los deseos de venganza hacia la injusticia, sino el que nos marcó Jesús en persona: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa” (Mt:5:14-16).

Mientras tanto, ¿cómo podemos mostrar esa luz?
No, vestirnos de murciélago y salir a escondidas a limpiar las calles no es una opción. Así que veamos tres posibilidades, en las cuales implica mancharse de barro:

Muchos cristianos –demasiados, diría yo- creen que servir a Dios se limita a predicar o cantar en una congregación. Esto conduce a que algunos, dentro de este grupo de individuos, caigan en el elitismo, como si fueran más espirituales, mejores, más entregados o más cercanos al Altísimo. El resto olvida que reflejar la luz de Dios, incluso sin palabras, está muy por encima de todo eso.
Ante una sociedad caída como la nuestra, las maneras de brillar son abundantes:

1) si el deseo de muchos es la condenación del adversario, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha anunciando el mensaje de salvación.

2) si las relaciones prematrimoniales son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha guardándose hasta el matrimonio. 

3) si la infidelidad en los matrimonios y los noviazgos son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha siendo fiel.

4) si la mentira, la soberbia, la prepotencia, la manipulación emocional, el histrionismo y el lenguaje vulgar son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha actuando de forma opuesta.

5) si las obras de la carne (adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías) son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha con el fruto del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22-23).

6) si el desprecio a los ancianos, los pobres, los marginados, los desempleados y los miembros de otras razas y países son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha amándolos y ayudándolos en lo que esté en su mano.

7) si la indiferencia por los padres es la tónica entre muchos hijos son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha honrándolos.

8) si el deseo de venganza, el pagar mal por mal y el odio a los enemigos son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha dejando la justicia en manos de Dios, bendiciendo al que le maldiga y orando por sus enemigos.

9) si en este mundo la guerra y la violencia son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha con su pacifismo.

10) si el anhelo por la gloria personal y el reconocimiento externo son el pan de cada día, el hombre y la mujer de Dios mostrará su antorcha buscando la gloria de Dios, por medio de los dones recibidos y el buen uso de su tiempo.

Por último, para los que son padres: considero que no existe mayor obra en la tierra para ellos que educar a sus hijos en el Señor. Es un desafío y una oportunidad –aparte de un mandamiento divino- que les convierte en privilegiados, y muchos pasan por alto: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6).
¿Estos diez puntos, más el extra, implica llevarlos a cabo, incluso si no hay reciprocidad? Sin duda. ¿Todo esto significa ser idealista? No, sino ser alguien que tiene principios, que se rige por los mandamientos de Dios. ¿Que no nos siguen? Eso no depende de ti ni está en tu poder. Ni Jesús obligó a nadie a hacerlo. Se identificó como el camino, y la verdad, y la vida (Jn. 14:6), mostrando Su luz, pero dejó en las manos de cada uno ir tras Él o quedarse en las oscuridad. 
Termino este escrito parafraseando las palabras que lo encabezan a forma de interrogante: ¿serás “la venganza”, igual que la mayoría, o serás una bengala, la de Dios, que alumbre en las tinieblas?