“Quizá te suene exagerado lo que voy a decir: ha
sido una de las películas de mi vida”. Esas fueron las primeras palabras que
salieron de mi boca en dirección a uno de los amigos que asistió conmigo al
cine el pasado miércoles a ver la segunda parte de “Dune”, dirigida, al igual que su predecesora, por Denis
Villeneuve.
Cualquier adjetivo que use para elogiarla se quedaría
corto. Es una epopeya descomunal, más grande que la vida misma, y que derrocha
la misma grandiosidad que otras obras como “Ben Hur”, “El Señor de los anillos”
o “Interstellar”. Imágenes apabullantes que me pusieron la piel de gallina en
varias ocasiones, una fotografía maravillosa, un diseño de vestuario mimado
hasta el extremo, unos personajes fieros y llenos de motivaciones, una trama
adictiva y una banda sonora envolvente, logran que tanto la mente como los
sentidos queden embriagados. Siendo la ciencia ficción mi género favorito, disfruté
tanto que sus tres horas de duración se me hicieron cortas.
(las dimensiones de los ejércitos y naves, resultan colosales)
Puesto que me encuentro, desde hace un par de meses,
leyendo la saga de libros en que se basan (seis en total, escritos por Frank
Herbert, el primero de ellos en 1965), me gustaría haberlos terminado antes de
escribir este artículo, pero como me falta bastante, y con el bombazo que ha supuesto su adaptación
cinematográfica, no quiero esperar más para tratar un tema muy interesante. Que
lo amplíe o analice otras cuestiones diferentes, dependerá de lo que pueda
extraer de las novelas originales y de las secuelas que todavía faltan por
mostrar en el medio audiovisual.
Su trama
Estamos en el año 10191. La humanidad ha conquistado
el universo y, dividido en “casas” (clanes, tribus, familias, como quieras
entenderlo), conforman un Imperio. Una de esas casas, los Atreides, han sido
nombrados por el Emperador para trasladarse al planeta desértico Arrakis y
hacerse cargo de él. Allí deberán seguir con la peligrosa extracción de la
“especia”, el producto más valioso de la galaxia por sus incontables
propiedades, como ser la materia que se usa para los viajes interestelares y,
también, un narcótico que sirve para amplificar la conciencia y retrasar el
envejecimiento.
Desposeídos de su feudo, la perversa familia Harkonnen, antiguos señores de dicho planeta, lo toman como una afrenta, y comenzarán a
conspirar para retomar el poder en Arrakis y erradicar a los Atreides. A
partir de ahí conocemos al joven Paul Atreides, hijo del duque Leto y su
concubina Jessica. Su madre es una Bene Gesserit, miembro de una orden formada
únicamente por mujeres, que manejan los hilos desde las sombras, y con diversos
poderes, siendo el más destacado “La voz”, por el cual pueden obligar con sus
palabras a obedecerlas. Paul ha sido adiestrado por su madre en ese poder. Pero
todo va más allá: entre los Fremen, los lugareños de Arrakis, y a los que nadie
ha logrado doblegar en generaciones, tienen una profecía: un Mesías vendrá a
salvarlos y a convertir su planeta en un paraíso. Este Mesías es nombrado de
diversas formas: Kwisatz
Haderach, Mahdi, Muad'Dib, Usul y Lisan al-Gaib, todos nombres que tienen su
razón de ser (para saber más al respecto: https://www.espinof.com/entretenimiento/muaddib-lisan-al-gaib-dune-2-le-ha-dado-muchos-nombres-a-paul-atreides-todos-tienen-su-propio-significado).
Todas las señales apuntan a Paul, aunque él mismo duda
de la condición que le quieren asignar, y se plantea si no es todo una
manipulación por parte de las Bene Gesserit. Eso sí: al principio, los Fremen están
divididos entre los que creen en él y los que piensan que las profecías solo
son cuentos de viejas para esclavizar la mente de sus seguidores. Finalmente,
tras una serie de pruebas indubitables, junto a sus innatas habilidades para la
lucha, su capacidad para ver los posibles futuros, leer la mente y percibir los
sentimientos de los que les rodean, todos se arrodillan ante él y lo veneran
como el Mesías, el Lisan al-Gaib.
Paul Atreides, con sus fieles, dispuestos a dar su vida por la causa y por él
Juntos, más de cincuenta mil hombres y mujeres, armas
atómicas y gusanos de arena titánicos, se enfrentan
al Emperador y a los crueles Harkonnen para hacerse con el poder del Imperio.
La esperanza
ante los distintos Mesías, humanos o sobrehumanos
La figura de “The One”, “El elegido”, “Mesías”,
“Salvador” o cualquier otro nombre que señale a una persona especial, ya ha
sido vista...:
- en términos cinéfilos, por ejemplo, en el personaje
de Neo, de “Matrix”, o en “Messiah” (la serie de Netflix, de la que ya hablamos
aquí https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/01/un-peligroso-y-falso-mesias-camina-por.html).
- en el medio literario, en “Fundación” con Hari
Seldon o en la saga de “Ender”, con el protagonista del mismo nombre. ¿Y qué
decir de la considerada “salvadora” de “Juego de Tronos”? Basta con ver todos
los apodos grandilocuentes que le asignaron: Daenerys de la Tormenta de la
casa Targaryen, La Primera de su Nombre, Reina de los Ándalos, los Rhoynar y
los Primeros Hombres, Señora de los Siete Reinos y Protectora del Reino,
Khaleesi del Gran Mar de la Hierba, Señora de Rocadragón y Reina de Meereen. ¿Y
cómo acabó? En la mayor de las tragedias; convirtiéndose en la peor de las
tiranas (como vimos en “El final de Juego de Tronos: una parábola del mundo
cristiano y eclesial: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/05/el-final-de-juego-de-tronos-una.html).
La verdad es que, la idea de la búsqueda interna de alguien que nos salve, esta prácticamente
grabada a fuego en toda persona que ha habitado, habita y habitará este mundo.
Forma parte de varias religiones:
1) Los judíos anhelaban al Mesías, pero no a un siervo
sufriente, sino a uno poderoso que, con el uso de la fuerza, destruyera a sus
enemigos y los liberase del yugo de Roma. Como no reconocieron a Jesús y,
tristemente, le negaron, siguen aguardando.
2) Por su parte, los musulmanes esperan también a su
propio Mahdi (el guiado, el redentor), un profeta reformador que los unirá a
todos antes de los últimos días: “El Mahdi establecerá justicia e igualdad en
la tierra, que antes estaba llena de opresión y tiranía, y (el Mahdi) gobernará
durante siete años.” (Abu Daud 4285). ¿Y cómo, según ellos, logrará esto?:
“A través de la propagación de las enseñanzas verdaderas del islam. Él gobernaría
e iluminaría al mundo moral y espiritualmente. Además, su tarea sería unir a
los musulmanes y terminar con sus conflictos internos como juez justo”[1].
A pesar de que el propio Mahoma dijo que “el único
Mahdi es Jesús, hijo de María” (Ibne Maja, 4039), curiosamente, afirman que “la
profecía acerca de la llegada de un Mesías en los últimos días no se refiere al
mismo Jesús, hijo de María, sino que se refiere a la llegada de una nueva
persona cuya misión se asemejará exactamente a la del primer Mesías, y por
eso fue declarado simbólicamente ´Mesías`”[2]. Una manera estrambótica que usan los musulmanes para
negar al verdadero Jesús del cristianismo.
3) La realidad va mucho más allá de lo prodigioso: incluso
los ateos buscan a esa persona que
mejore sus vidas exponencialmente y elimine cualquier problema. A veces, sobre
todo las personas codependientes, depositan esa esperanza en una pareja sentimental. También se observa en la
propia política: cada vez que hay unas elecciones y el pueblo acude a las
urnas, piensan que su candidato, cuando llegue al poder y
establezca la ideología que a ellos les atraen, aparecerán de una manera u otra
el bienestar general y la felicidad personal.
4) Acontece igual con los líderes religiosos: miles de
individuos exaltando a su adalid, deseando tocarlo y recibir algún tipo de
palabra especial, como si eso les trajera una bendición celestial. Otros, como
los hippies, se aferran a ideales, como la libertad absoluta o su famoso lema
“haz el amor y no la guerra”.
El deseo del
corazón del ser humano espiritual
Aunque muchos traten de negarlo, somos seres
espirituales. Ese hambre y sed que tenemos no puede llenarla nadie
y, mucho menos, nada material. De ahí que, hasta “creyentes a su manera”, “no-nacidos
de nuevo” o “agnósticos”, participen, de alguna manera, en ceremonias o
festividades religiosas, como “misas”, “cultos”, “procesiones” “rezos” y
“veneraciones” a supuestos santos o ángeles. Otros se interesan por cuestiones
como el Tarot, la videncia, la vida más allá de la muerte, la reencarnación, el
horóscopo o las religiones orientales, depositando su “fe” en supersticiones,
figuras de madera, cruces y miles de amuletos.
Mientras que muchos
terminan cayendo en la apatía y el desinterés, otros tantos son presas de las garras
de sectas, gurús de la New Age, grupos
esotéricos, supuestos maestros y guías que afirman tener nuevas revelaciones o,
por último, de telepredicadores que prometen todo tipo de riqueza y prosperidad
material.
Dada esa innegable espiritualidad, que solo es
satisfecha por el que la creó, es evidente que está impregnado en el corazón de
cada ser humano el deseo de un Mesías, que nos proporcione la paz, la dicha y
el sentido a la propia existencia. Al igual que nadie nos dice que debemos
comer y beber, sino que simplemente lo sabemos por instinto, nuestra parte
espiritual nos muestra esa necesidad de
un Salvador.
El Mesías
que no gusta a todos
Más allá de fábulas, como las descritas en Dune y
otras tantas obras, tanto de ficción como religiosas (el Corán es el mayor
ejemplo), hay ALGUIEN que sí cumplió todas las profecías que se habían dicho
sobre Él: Jesús de Nazaret. Si se le llama Jesucristo es porque “Cristo” es la
traducción al idioma griego del hebreo “Mesías”.
A diferencia de Paul Atreides, de Neo y del resto de
“hombres”, previamente citados, Jesús no tenía ninguna duda de su mesianidad (cf. Jn. 4:25-26), y de quién era: el “Yo soy”, el mismo Dios que se
reveló al hombre en la época del Antiguo Testamento. Por eso los judíos querían
matarlo, por blasfemo, al hacerse igual que Dios (cf. Mt. 26:63-65).
Vino a redimir; ese era su fin mayor. En parte, esto implicaba
cambiar al ser humano desde su interior y “sanar a los quebrantados de corazón” (Lc. 4:18). Pero,
por encima de todo, por si no fuera ya poco,
su misión especial estaba bien clara:
morir, voluntariamente, en una cruz, por los pecados de cada uno de nosotros. ¡Sí,
el pecado que nos condena, por mucho que dicho término haya sido repudiado y
desterrado del vocabulario de casi todos! Y, para demostrar su poder sobre la
muerte, resucitó de entre los muertos. A todo aquel que creyera en Él y en los
actos descritos, le prometió la vida eterna: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá” (Jn 11:25).
¡No existe mensaje más grande que este! Todo el mundo
puede decir que es realmente maravilloso, aunque tiene un “pero”, y por eso
este “Mesías” –el único Mesías-, no es del agrado de muchos: Él demandó, y
sigue haciéndolo, arrepentimiento, lo cual es, ni más ni menos, que un cambio
en la forma de pensar y actuar: “Si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:3). Y todos es “todos”;
sin excepción.
Como dije en “30 monedas (2ª parte): Un bochorno
teológico al servicio del diablo & ¿Por qué la humanidad prefiere los
cuentos de viejas antes que al Dios de la Biblia?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/01/30-monedas-2-parte-un-bochorno.html),
“pueden ´sentirse` bien consigo mismos,
incluso ´felices`, considerarse ´buenas personas`, llevar a cabo todo tipo de ´actos
de amor`, ser ´amables`, ´amigables` y ´admirados`, tanto en persona como en
redes sociales, alcanzar el ´éxito` y el ´reconocimiento`. Pero la realidad es
que, sin arrepentimiento, sin depositar la confianza en el sacrificio de Jesús
en la cruz por los pecados, todo eso no servirá absolutamente de nada”.
¿Mensaje impopular? Muchísimo. Tanto que,
ex-cristianos o falsos cristianos, no dejan de reinterpretar las Escrituras a
su antojo, para hacer un “dios” (en minúscula) a su medida y creencias
personales. Desde Sodoma y Gomorra, donde estaba normalizado que desde los más
jóvenes hasta los más ancianos del lugar fueran partícipes de todo tipo de mal
(cf. Gn. 19:4), hasta el día de hoy, donde, por ley, en diversos países, se
considera delito de odio promulgar este tipo de mensajes: “No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis;
ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni
los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los
borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”
(1 Co. 6:9-10). La transformación que exige el Mesías va desde ese tipo de
actos “grandilocuentes”, u otros como guardar la propia sexualidad hasta el
matrimonio y ser fiel a tu cónyuge, hasta los que parecen más nimios, pero que
salen de lo profundo del corazón: “Quítense
de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”
(Ef. 4:31).
El Mesías
volverá
En contraste con Paul Atreides, el falso Mesías de
Netflix y compañía, Jesús, con sus ojos como llama de fuego (Ap. 19:12),
regresará, “con poder y gran gloria” (Mt. 24:30). Decenas de profecías
fueron anunciadas antes de Su primera venida: todas ellas, históricamente, se
hicieron realidad. De la misma forma, la misma cantidad de ellas, hablan de Su
regreso. Vino como cordero que se dejó llevar al matadero, pero vendrá, como REY
DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Ap. 19:16), a establecer Su reino, donde, los que
hayan creído en Él, pasarán la eternidad en Su presencia, y los que no,
alejados para siempre.
Citando unas palabras de C.S. Lewis, que he repetido
en más de una ocasión, y no me canso de hacerlo: “En última instancia solo hay dos tipos de personas: los que dicen a
Dios ‘hágase tu voluntad’ y aquellos a quienes Dios dirá, al fin (de la
historia), ‘hágase tu voluntad’. Todos los que están en el infierno lo han
elegido. Sin esta opción personal no habría infierno”. Tal aseveración
describe fácil y claramente lo que expresa la Biblia, explícita e
implícitamente: “El que en él cree, no es
condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado” (Jn.
3:18).
Mientras tanto, aquí seguiremos suspirando, cada día, hasta
que el Mesías, Jesús, vuelva. ¡Maranatha!
Mi espíritu se enardece al ver y oír acerca del Mesías. Nuestra parte espiritual nos muestra esa necesidad de un Salvador pues somos seres espirituales como él.
ResponderEliminarEl Arrepentimiento nos conecta en un mismo Espíritu con El. Es como morir al yo, lo mío..., ver la otra vida , pura y perfecta que nos da Jesús y anhelar estar allí. La única Llave que abre.
Como grano de trigo debo querer morir para que brote su vida en mí. Esto choca frontalmente con nuestro ego. El que ama su vida ...
¿De qué nos quiere librar el Señor para que haya hecho tan grande obra única y perfecta capaz de cubrir todo el desastre ocasionado por la humanidad perdida? No puede quedar en una simple historia, icono o leyenda para unos fanáticos. Para un verdadero creyente, es el verdadero sentido de esta vida.
Este Salvador viene pronto, quiero tener mi lámpara encendida. M. Benítez.