Es tal el daño que
han causado dentro del cristianismo, y siguen causando, los llamados
“telepredicadores evangélicos”, y tanto que he visto, leído y escuchado sobre
ellos, que una y otra vez me resistía a ver la película “Los ojos de Tammy
Faye”, basada en la historia real de esta mujer (1942-2007) y su esposo Jim Bakker (1940-). A pesar de tenerla
disponible para visualizarla desde hace un tiempo, siempre me echaba para atrás
a última hora. Al final, haciendo de tripas corazón, le di al play. Lo que más o menos me esperaba, se
hizo realidad: fue un puñetazo en el estómago. Más bien diría que uno tras
otro, de los que quitan el aliento y te hacen desfallecer ante la contemplación
de tanto disparate “en nombre de Dios”.
La misma nos cuenta
el ascenso y caída de ambos telepredicadores: desde sus inicios en los años 60,
cuya fe era genuina y guiada por los deseos de servir a Dios, donde Tammy daba
a conocer a Jesús en un programa para niños de la cadena CBN de Pat Robertson usando
marionetas, y Jim presentaba “el club de los 700”, otro espacio de entrevistas
en horario de máxima audiencia, hasta convertirse en sombras de sí mismos.
Fueron estrellas de su propio show, llamado “The PTL Club”, y poco a poco se
desviaron de su propósito inicial. Llegaron a usar 200 millones de dólares de
los fondos de PTL para construir Heritage USA, un retiro cristiano y un parque
temático, siendo junto a Disney World y Disneyland, el más famoso de todos los
Estados Unidos.
En esta segunda etapa
oscura, el distanciamiento entre ambos se hizo manifiesto: todo era falsa
apariencia, ella recibió tratamiento por adicción a pastillas, él fue acusado
de violación por parte de la secretaria de la iglesia, las conductas sexuales
inapropiadas e infidelidades tomaron su lugar, y la avaricia por el dinero se
apoderó de sus corazones. Como era de esperar, todo explotó y terminó como el
rosario de la aurora: PLT se declaró en bancarrota al deber más de treinta
millones de dólares, Bakker fue despedido de las Asambleas de Dios como pastor,
fue condenado a cuarenta y cinco años de prisión (aunque solo cumplió cinco)
por conspiración, fraude y malversación de fondos con los millones de dólares
que había recaudado de las donaciones de bienintencionados cristianos, y que
usó para gastos personales y en su propio beneficio. Finalmente, el divorcio
llegó en 1992, tras treinta y un año de matrimonio.
El que apenas tenga
conocimiento del cristianismo verdadero, pensará que es el que se nos muestra,
el cual es horrible. Lamentablemente, son los malos ejemplos como estos los
que, una vez más, logran que se hagan realidad las palabras que Pablo le dijo a
los judíos: “Te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y
conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías
en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en
tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la
ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro,
¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar,
¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que
abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley,
¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre
de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Ro. 2:17-24). Por el contrario, el que conozca las
enseñanzas de Jesús, sabrá que buena parte de las predicadas por Tammy y Jim
fueron un disparate enfermizo. En el caso de ella, es más triste aun, puesto
que sus intenciones iniciales eran loables y nacidas de un buen corazón.
(a la izquierda, los auténticos Tammy y Jim;
a la derecha, los actores que los interpretan: Andrew Garfield y Jessica
Chastain. Jessica está tan irreconocible respeto a cómo es la actriz en la vida
real, que no me extraña que le hayan dado el Oscar a mejor actriz y la película
al mejor maquillaje. Incluso imita a la perfección su voz, parecida a la de Betty
Bop)
Las buenas intenciones de Tammy que terminan en un grave
error teológico: defensa de los grupos LGTBI & ¿Dios nos acepta tal y como
somos?
Los deseos de Tammy eran nobles. Por eso, antes de analizarlas, hay que contextualizar estas
palabras que pronunció en su programa: “Qué
triste que nosotros como cristianos, que debemos ser la sal de la tierra,
nosotros que se supone que podemos amar a todos, tengamos tanto miedo de un
paciente con SIDA que no vamos a subir y poner nuestro brazo alrededor de ellos
y decirles que nos importan”. En una época –los años 80- donde el SIDA explotó como la terrible enfermedad que
es, muchos cristianos evangélicos norteamericanos dieron la espalda a los
afectados. Como la inmensa mayoría eran homosexuales que tenían todo tipo de
relaciones entre ellos, los creyentes no hicieron lo que debían: en lugar de
buscarlos y ayudarlos, directamente los condenaron. Tammy se puso en medio y
dijo que ese no era el camino. Jesús era el ejemplo a seguir por medio de la
compasión. Tanto Él como ella les dieron lugar en su dolor.
Ahora
bien, si en ese aspecto llevaba toda la razón, en otro no llevaba ninguna. Y me
explico: durante el largometraje, vemos a diversos
telepredicadores famosos de la época, como Pat Roberson, atacar duramente a los
homosexuales, señalándolos como los principales enemigos de los Estados Unidos.
Por el contrario, siempre que Tammy está presente, los defiende. Entrevista a
un homosexual con SIDA, Steve Pieters –cuya pareja murió por dicha enfermedad-,
siendo considerado por ella como un testimonio maravilloso, al ver cuán feliz
se siente él por ser quién es, dándole incluso las gracias a Dios por el apoyo
de sus padres. Steve, que había sido pastor de
la Iglesia de la Comunidad Metropolitana de Hartford (Connecticut) antes de su renuncia, llega a poner en
boca de Jesús afirmaciones como que Él “ama su forma de amar”. Ya empezamos a
ver claramente los desaciertos.
(a la izquierda, el actor Randy Havens; a la
derecha, el verdadero Steve, el cual canta en un coro gay en Los Ángeles y
trabaja como psicoterapeuta en Alternatives, un centro de tratamiento de drogas
y alcohol LGBT en Glendale, California[1])
Aquí vemos reflejado
los dos extremos que se lleva dando en los últimos 50 años respecto a la
homosexualidad en ambientes supuestamente cristianos: de considerarlos como
no-personas (lo cual sí es homofobia y, por lo tanto, completamente condenable)
a decirles que vivan tal y como se sientan. Del puño completamente cerrado al
puño completamente abierto. De ser prácticamente endemoniados a enseñarles que
es parte del amor de Dios expresarse con total libertad. Esto mismo se está
viendo ya en incontables “iglesias”, incluso en mi país (España), donde el
apoyo de algunas de ellas al movimiento LGTBI es público y notorio. En Estados
Unidos, en estos últimos años, fue muy comentado el cambio de posición del
ex-pastor Joshua Harris, del que mencioné brevemente su historia en “El cuento de Hadas en el que viven muchos que se dicen
“cristianos” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/08/el-cuento-de-hadas-en-el-que-viven.html).
Volviendo al quid de
la cuestión, Tammy, en su argumentación, repite en varias ocasiones que Dios
nos ama de tal manera que nos acepta tal y como somos, que viene a ser un
mantra repetido hasta la extenuación por los que defienden la vida homosexual.
En su caso concreto, vemos una extrapolación personal que termina convirtiendo
en una falsa teología: a pesar de todos sus esfuerzos por lograrlo, ella no se
sentía valorada ni amada por su madre –y, posteriormente, por su marido-, por
lo que no deseaba que nadie se sintiera de la misma manera. ¿Cómo remediar este
rechazo? Haciendo que todos sintieran el amor de Dios al considerarlo
incondicional.
Es ahí mismo, en
dicho postulado, donde está el fallo, ya que no muestra el concepto en su
totalidad. Pablo enseña claramente que “Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más,
estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la
ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su
vida” (Ro. 5:8-10). En la cruz, Dios
nos demostró Su amor para con todos nosotros. Esa es, sin duda alguna, la
primera parte. Pero nos queda la otra parte: en respuesta a ese amor, nos toca
seguir las también palabras del apóstol: “En
cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de
vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en
la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22).
Puesto que Dios creó
la mujer para el hombre y el hombre para la mujer, la unión entre personas del
mismo sexo está fuera de Sus designios. Tratar de cambiar esta idea tan
elemental para, supuestamente, adaptarla a los nuevos tiempos, y envolviéndola
en el manto del amor divino, es una de las grandes falacias presentes en la
humanidad. Tanto el heterosexual inconverso, como el que se considera
homosexual, están llamados a dejar su antiguo estilo de vida y a vestirse del
nuevo hombre.
Aunque entre los
homosexuales no creyentes, la monogamia de por vida no es la norma sino la
excepción, centrémonos en uno de los argumentos más esgrimidos y exprimidos por
parte de los que se autodenominan “cristianos gays” que apelan a la fibra
sensible: “Dios es un Dios de amor. Por lo tanto Él no puede estar en contra
del amor entre dos hombres o dos mujeres”. Como dijo el cantante Elton John: “Si Jesucristo estuviera vivo hoy en día y
estuviera tan convencido de sus ideales como lo estaba
entonces, celebraría el matrimonio homosexual con el mismo entusiasmo que
cualquier otro tipo de boda, porque estas uniones no dejan de representar el mismo
amor, la compasión y el perdón que él tanto predicaba. Al fin y al
cabo, el matrimonio no deja de ser la expresión de lo mejor que tenemos en
este mundo, y creo que la Iglesia debería centrarse en promover ese intercambio
de sentimientos en lugar de condenarlo”[2].
Ideas como estas
buscan apoyarse en textos bíblicos como “Dios
es amor” (1 Jn. 4:8) o “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39). Por eso, muchos dicen –incluso los
ateos- que qué tiene de malo que dos personas del mismo sexo estén juntas si se
aman. Si siguiéramos esa línea de pensamiento, tendríamos que extenderla a toda
clase de amor: el incesto entre un hombre y una mujer –ambos adultos- que dicen
amarse o las relaciones románticas consensuadas entre tres o más personas
(poligamia) o a la nueva moda: las relaciones abiertas. Y así con todo lo que
podamos imaginar. Sí, Dios es un Dios de
amor y quiere que nos amemos unos a otros, pero dentro de sus leyes, del orden
y del marco que Él ha establecido para la humanidad, no de lo que queramos nosotros
hacer, puesto que eso es libertinaje.
No olvidemos que el
primer gran mandamiento, y que antecede al de amar al prójimo, es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37). El que ama a
Dios le obedece, y no trata de amoldarlo a sus propias ideas. Tanto el amor
romántico como la expresión del mismo por medio de la sexualidad queda para el
matrimonio –ni antes ni fuera de él- ya que es el marco que Dios estableció.
Dios es un Dios de
amor, pero los grupos LGTBI que se dicen cristianos han revertido el
significado y han convertido “el amor en dios”. Si Dios nos aceptara tal y como
somos, Su muerte en la cruz y la expiación llevadas a cabo habrían sido
innecesarias. Nos recibe con nuestra naturaleza caída para lavarnos y
perdonarnos, pero no para aceptar nuestros pecados ni para aprobar nuestra
forma de ser. Sí, Dios nos ama, pero, en respuesta a ese amor, debemos
obedecerle. De lo contrario, seremos nosotros quienes estaremos demostrando no
amarle, al querer hacer nuestra propia voluntad en lugar de la Suya.
Conclusión
Resumiendo lo
analizado: señalar que Dios nos acepta tal y como somos es un falso evangelio,
más propio del “evangelio de los hippies”, de “haz el amor, no la guerra”. Amar y aceptar no son sinónimos. Somos
amados por Él antes de ser aceptados, pero no somos aceptados antes de habernos
arrepentido. El evangelio genuino abarca la cruz y la muerte al yo, el
negarse a uno mismo. Y, repito, esto incluye tanto a heterosexuales como a
homosexuales, ya que todos “están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23), puesto que “no hay justo, ni aun uno” (Ro. 3:10). Proclamar esta verdad no es odio: es puro amor, ya que
busca la salvación eterna de todos. Callar sí que sería falta de amor.
Aquellos que se
llaman cristianos no deben imitar la conducta de esos telepredicadores
furibundos que aparecen en la película y que demuestran un odio profundo hacia
el colectivo LGTBI, ya que entonces estarán siendo como los hijos del trueno
(Jacobo y Juan), los cuales le dijeron a Jesús: “Señor, ¿quieres que mandemos que
descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Lc. 9:54), a lo que Jesús reprendió: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois;
porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres,
sino para salvarlas” (Lc. 9:55-56). Pero, dicho esto, tampoco pueden seguir
la forma de actuar de Tammy,
enseñando una moralidad en completa disonancia con Dios ni participando en
marchas del “Orgullo gay” como hacía ella. Aunque la película trata de redimirla, sus enseñanzas no tienen
redención.
Ya hemos visto el
equilibrio y en qué punto se encuentra el Evangelio. Ese, y solo ese, es el que
debe anunciar un cristiano nacido de nuevo.
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