Venimos de aquí: ¿Cómo se confronta a una iglesia cegada, errada y abuisadora? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/01/9-como-se-confronta-una-iglesia-cegada.html).
Algunos creen
que, si los líderes están enseñando y aplicando principios alejados de la
Palabra de Dios, serán removidos tarde o temprano por el Señor, ya que si Él lo
permite es por alguna razón. Para argumentarlo, te citan la parábola del trigo
y la cizaña, dejando de lado el resto de las Escrituras. Si así fuera, no
existirían en la actualidad las sectas ni las falsas religiones a lo largo y
ancho del mundo. La manera en que Dios actúa difiere en cada caso. A algunos
les llega el juicio en esta vida y a otros después. En el Antiguo Testamento,
vemos casos donde el juicio era fulminante. Ahí tenemos el caso de los
sacerdotes Nadab y Abiú cuando presentaron un fuego extraño a Jehová. Y en el
comienzo de la iglesia primitiva observamos la muerte de Ananías y Safira por
mentir al Espíritu Santo. Pero no siempre es así en todos los casos. De lo
contrario, posiblemente no pasaría un solo día sin que viéramos continuas
tormentas en el horizonte y rayos cayendo por doquier. Y ni mucho menos me
refiero en exclusiva a los pastores, sino a todos nosotros.
Así que debemos
encomendar la causa a nuestro Padre, pero no podemos quedarnos sentados
impasibles, esperando fuego del cielo. Aunque Dios mismo constituyó a los apóstoles, a los profetas, a los
evangelistas, a los pastores y maestros, Él no está obligado –ni muchísimo menos- a mantener la autoridad en
ellos. Igual que quitó a Saúl de su posición de rey, puede quitar a quien
quiera si sus obras así lo merecen.
En el caso de las iglesias locales, Dios suele usar
a personas para mostrarles a otros sus errores. Él envió a Natán para señalarle
a David su pecado. Por esa razón existían los Jueces en el Antiguo Testamento:
para establecer justicia. En ciertos casos, esa justicia requiere apartar a
aquellos que persisten en el error. Simplemente, ellos recogerán lo que han
sembrado.
El trigo y la cizaña
Antes de actuar, también hay que tener en
cuenta la parábola del trigo y la cizaña, donde Jesús explicó la razón por la que
permite determinadas cuestiones: “El reino de los cielos es semejante a un hombre que
sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su
enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y
dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos
del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu
campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? El les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y
los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? El les
dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el
trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de
la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en
manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero” (Mt. 13:24-30). Aunque el pasaje se refiere al mundo y
no a la iglesia, podemos extraer la misma enseñanza para ésta.
Dios prefiere en ocasiones que el trigo permanezca
junto a la cizaña y no permite que nadie la arranque, “no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el
trigo” (vr.
29). Los tiempos le pertenecen a Él. Sea en esta vida o en la otra, intervendrá
en el momento exacto; ni antes ni después, y lo hará a Su manera y de la forma
que considere.
Todo esto
implica cautela, ser un buen cirujano para
reconocer quiénes son los causantes de los graves problemas que observamos,
para que no vayamos a tumba abierta contra todos y comencemos una especie de
cruzada.
Temores para no actuar
Muchos temen
señalar los errores por miedo a que luego les digan: “¿Tú eres otro de los que
va haciendo daño a la iglesia?”. Los pastores que usan este tipo de expresiones
para amedrentar a los hijos de Dios, deberían saber que el verdadero daño se provoca cuando se tergiversa la
Biblia para controlar a las ovejas de forma malsana bajo el yugo de
mandamientos humanos, y no cuando se denuncian los errores que esas prácticas
están induciendo.
Es lamentable
cuando los miembros son coartados, usando para ello el ejemplo de David, quien
no se atrevió a levantar su mano contra Saúl cuando tuvo oportunidad.
Nuevamente, no es válida tal referencia: en este caso se refería a que no se
atrevió a matarlo; ni siquiera a agredirlo físicamente. Y aquí no estamos
hablando de matar a nadie (lo cual
va en contra de la voluntad de Dios), sino de reprender a alguien (acción que respalda la Palabra), sea quién
sea, en caso de que cometa errores graves que afecten a la iglesia. Es lo mismo
que hizo Pablo cuando se encaró con Pedro públicamente al estar actuando
hipócritamente: “Cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio,
dije a Pedro delante de todos...” (Gá. 2:14). Cuando los motivos son los correctos y no se busca la
venganza personal, es necesario el careo.
¿Señalar el error es murmurar?
Algunos
consideran que murmurar es hablar negativamente de un pastor o de otro miembro
de la congregación a sus espaldas. Si el único propósito de tal acción fuera
señalar los errores doctrinales que está enseñando sin intención de hablar con
él, evidentemente se estaría pecando. Pero juzgar hace alusión a los hechos y a
las acciones, no a la persona (juicio del cual se encargará el Señor).
Si tus palabras
no son tenidas en cuenta tras tratar el asunto personalmente, y sabes que hay
otros hermanos que piensan como tú, lo justo es compartir los graves errores
que se están cometiendo: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y
repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si
no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres
testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si
no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mt. 18:15-17). Esto no es una
supuesta alianza conspiratoria, sino un mandamiento. Y, en este caso, muy
necesario, dada la gravedad, puesto que el pecado no es puntual sino continuo:
faltas flagrantes en la doctrina o formas de gobierno abusivas y antibíblicas.
Es algo que no se está cometiendo únicamente contra unos pocos individuos, sino
contra toda la iglesia local.
Que varios
hermanos se reúnan porque han tomado conciencia de lo que ocurre, que hablen
para analizar y unificar criterios de lo que se está haciendo mal, exponiendo
cada uno de las razones que los ha llevado a pensar de tal manera, no es ni
mucho menos pecaminoso, sino sabiduría práctica y un deber bíblico. Si el hecho
de hablar entre hermanos que están en desacuerdo en asuntos espinosos fuera
murmurar, jamás se podría denunciar a un anciano, cuando el mismo Pablo mostró
claramente que se puede acusar a un anciano con dos o tres testigos (cf. 1 Ti.
5:19). Si no fuera así, las palabras de Pablo carecerían de sentido. Ni
siquiera se podría llevar el asunto ante la iglesia, al contrario de lo que
enseñó Jesús. Como bien enseña la Escritura, se les puede acusar, como el mismo
término griego indica (kategoria):
“Hablar en contra de una persona delante
de un tribunal público”[1].
También tienen
que saber que el propósito principal no es la destrucción o la condenación,
sino que aquellos que están en el error puedan rectificar. En definitiva,
indicarle al paciente su enfermedad y proporcionarle la cura. Lo que se busca es el bien mayor para el cuerpo de
Cristo. Esa es la línea a seguir.
Si no se arrepienten ni cambian, es la iglesia la que
deberá tomar cartas en el asunto y separarlos de la comunión de los santos, y
no a la inversa como suele suceder. Y ser tajantes si es necesario, porque las
Escrituras les respaldan para que lo hagan, ya que la herejía es una obra de la
carne (cf. Gá. 5:20).
Antes de dar un
paso así, debes asegurarte que aquellos que piensan de la misma manera van a ir
adelante, porque puede que, a la hora de la verdad, todos se echen atrás y
termines convirtiéndote en la cabeza de turco que pague todos los platos rotos.
Si no dan ese paso y te ves solo, observando que no hay posibilidad de cambio,
lo mejor es marcharse sin hacer ruido y dejar a los demás con sus propias
conciencias.
Continuará en: Cuando una
iglesia dañina desprecia la verdad.
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