Todos aquellos que estuvieron conmigo en cierta
iglesia, sabrán cómo la misma cayó en el sectarismo, donde una vida de
esperanza se convirtió en una certera esperanza de muerte. De igual manera, entre
otros muchos acontecimientos y la exposición de falsas doctrinas –que fue lo
que provocó mi salida años atrás-, conocen de primera mano algunos de los
últimos detonantes que llevaron a su implosión final: cierta persona, con voto,
voz y mando, había estado en varias relaciones de adulterio. Y no solo eso,
sino que, durante años, intentó “seducir” a otras mujeres, algunas de ellas
jóvenes. Todo eso se ocultó, hasta que ya fue de dominio público. Ahí estalló
la guerra, en la cual ya no estuve presente, y el consecuente derrumbe. Tan
triste como cierto.
Esto ha vuelto a mi mente después de lo que ha
sucedido con el ya expolítico Íñigo Errejón. A falta de que, tarde o temprano,
se celebre el juicio –en singular o plural- contra su persona por la denuncia
de acoso sexual, me quedo con una frase en concreto de una carta que ha
publicado para confesar sus malas acciones: “He llegado al límite de la
contradicción entre el personaje y la persona”. Decía ser uno y era de forma
opuesta. Decía pensar y sentir de una manera, y en su interior pensaba y sentía
todo lo contrario. Exactamente igual que el caso descrito en el primer párrafo.
Es aquí donde yo me quiero hacer una pregunta, y la
lanzo al aire, para que todo el mundo se la responda ante sí mismo: “¿No será
que también hay un “Errejón” dentro de nosotros?”. Y me explico: casos como los
citados de adulterio o de abuso son extremadamente llamativos. Los cristianos,
y con razón, nos escandalizamos aún más cuando sucede “entre sus filas”. Pero,
¿y el resto de aquellos que éramos miembros de dicha congregación? ¿No había
contradicción entre el personaje y la persona? Lo digo por que:
- algunos abusaron espiritualmente de otros y
ejercieron un poder coercitivo.
- algunos eran celosos, controladores, manipuladores o
narcisistas.
- algunos estaban enfrascados en la pornografía.
- algunos novios no estaban precisamente guardando la
pureza.
- algunos tenían un carácter agrio y arisco.
- algunos eran emocionalmente infieles a sus parejas.
- algunos no controlaban su lenguaje o se dejaban
llevar por la propia ira verbal.
- algunos no sabían perdonar y eran rencorosos.
- algunos se divorciaban sin justificación bíblica.
- algunos eran adictos a los videojuegos.
- algunos despotricaban de los demás a sus espaldas.
- algunos no amaban a sus enemigos.
- algunos no tenían nada de dadivosos.
- algunos hijos deshonraban a sus padres.
- algunos padres provocaban a ira a sus hijos.
Al hacer esta breve
lista no estoy tratando de exculpar los actos del personaje nombrado. La
destrucción que provocó a su paso fue mayúscula. Y que Dios lo perdone si se ha
arrepentido genuinamente. Pero lo que quiero no es centrarme en él, sino en
nosotros.
Cada uno sabía de qué pie cojeaba. No creo que nadie
se librara, y por supuesto yo tampoco. Todos sabemos sobre la piedra y esas
palabras de Jesús: “el que esté libre de pecado...”. Eso era entonces. Pero, ¿y
hoy en día? ¿No será que, hasta cierto punto, la frase de Errejón (“He llegado
al límite de la contradicción entre el personaje y la persona”), es aplicable a
nosotros? ¿Hay incongruencias que hay que corregir? Es algo que cada cual
debería reflexionar profundamente, y plantearse si no existe cierta disociación
entre lo que es y lo que dice ser.
Las dos diferencias principales entre los casos
narrados al comienzo y el resto de los guionizados es que:
1) Los actos de los primeros se conocieron y los actos
de los segundos no, al menos no públicamente y de forma general. Pero bien dijo
Pablo que “los pecados de algunos hombres se hacen evidentes antes de que ellos
sean llevados a juicio, aunque a otros se les descubren después” (1 Tim. 5:24).
2) Los actos de los primeros los consideramos pecados
de “primera categoría” y los de los demás de “segunda categoría”. Unos tienen
importancia, sin embargo, los otros –curiosamente, los que cometíamos
nosotros-, apenas: “No tiene importancia”, “no es para tanto”, “Dios me
perdona”. El remordimiento apenas se manifestaba, olvidando que, por todos
ellos, Cristo fue voluntariamente a una cruz a sufrir una muerte atroz y a
pagar nuestra deuda.
Así que, hoy, aun a costa de ser pesado, termino
nuevamente con la susodicha frase, para que cada cual se la plantee en su
conciencia y vea, si como cristiano, no ha caído en ella: “He llegado al límite
de la contradicción entre el personaje y la persona”. Y, si es así, seamos como
el publicano de la parábola: “El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de
esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones,
injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la
semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos,
no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,
diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lc. 18:11-13).
* Como apéndice: hay ex-cristianos que, en su foro
interno, presentan como argumentación para abandonar la fe que se
decepcionaron. Puesto que el que conoce verdaderamente al autor de la fe
(Jesús) sabe que Él no desilusiona a nadie, tendrían que preguntarse si se
“decepcionaron” con el “Errejón” que vieron en los demás o con el “Errejón” que
vieron en sí mismos.
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