lunes, 28 de octubre de 2024

Coco. No, los muertos no se pasean entre nosotros & El peligro de dichas creencias (2ª parte)

 


Venimos de aquí: Coco: el Día de los Muertos, en México, y el Día de Todos los Santos, en España (1ª parte). https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/10/coco-el-dia-de-los-muertos-en-mexico-y.html

Aunque a muchos, que se dicen creyentes, autoconsiderándose hasta cristianos, no les guste lo que van a leer a lo largo y ancho de este escrito, deben saber la verdad puntualizada en la Biblia. Ella no puede ser más clara y contundente. Omitir la realidad, tajantemente descrita por Dios, y seguir negándola, prefiriendo “tener creencias propias”, es un peligro de dimensiones catastróficas del que hay que alejarse con toda la premura posible.
Para empezar: aquellos que se aferran al argumento de “somos millones los que sí creemos que los difuntos están cerca de nosotros, así que no podemos estar equivocados”, les diré que también hay más de 1500 millones de musulmanes en el mundo, 500 millones de budistas, millones de ateos y millones que niegan la divinidad de Jesús, y todos ellos están errados. Confiar en “soy parte de la masa, de una multitud incontable, y por eso llevo razón”, es un razonamiento infantil y frívolo.

¿Hablar con los difuntos?
Los hay que hablan con ellos en voz alta o en susurros, les piden ayuda y guía, creyendo que sus seres queridos fallecidos los escuchan, les dan fuerza desde el más allá –o el más acá-, e incluso que los protegen. Algunos llegan a afirmar que los sienten a su alrededor.
El asunto es tan grave que Dios no se lo tomó en ningún momento a broma y decretó desde el comienzo de la historia de Israel un juicio fulminante y justo para los que llevaran a cabo ciertas prácticas:

- “Y el hombre o la mujer que evocare espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos” (Lv. 20:27).

- “No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti” (Dt. 18:10-12).

Por suerte para muchos, estas leyes del Antiguo Testamento ya no son aplicables en el Nuevo Pacto. Pero que ya no sea así no quita el principio de fondo: Dios prohíbe el mero intento de comunicarse con alguien del otro lado. Quienes digan que “ellos no van a médiums ni espiritistas, ni tampoco hacen nada malo ni extraño, sino que hablan sencillamente estando a solas, de forma particular, y lo hacen de buena fe”, es que no es han entendido nada y son unos inconscientes. Pedir ayuda, consejo, ánimo o fortaleza a un muerto, que ni siquiera se sabe si está en el Paraíso, se haga de una manera u otra, está vetado por Dios, por razones muy claras.
Toda la Escritura enseña, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, que es el Señor mismo el que debe guiarnos y consolarnos, y en Él, solo en Él, en quien debemos apoyarnos. Cualquier otra cosa está de más, siendo pura idolatría, al ser satánica en todo su apogeo. Buscar ayuda en:

- supuestos santos.
- vírgenes.
- ángeles de procedencia no-bíblica (puesto que la Biblia solo menciona como nombre propio a Gabriel y Miguel, siendo el resto procedentes de fuentes apócrifas y del paganismo).
- o difuntos...

... todos ellos reflejados en las tan habituales estampas religiosas, es abominación para Dios: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Tim. 2:5).

Los difuntos ya no están en este mundo
Independientemente de que haya personas que celebren o no las festividades que analizamos en el artículo anterior (a saber: la “Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos”, el “Día de Todos los Santos” y “El Día de los Muertos”), es gigantesco el número de los que creen que los difuntos pueden volver y pasearse por este mundo en forma de espíritus.
Programas de radio y televisión, libros, novelas y películas como Ghost y El sexto sentido, haciéndose eco del folclore popular y del sincretismo religioso, nos han vendido la idea de que los difuntos caminan por estos lares en forma espiritual e invisible a nuestros ojos. Incluso señalan supuestas causas por la que lo hacen:

- Porque tienen asuntos pendientes que resolver.
- Porque no se atreven a dar el paso al más allá.
- Porque no aceptan su propia muerte y se agarran a este plano de la existencia.
- Porque no son conscientes de que han fallecido y creen que, de alguna manera, siguen vivos.
- Porque quieren proteger a sus familiares de alguna amenaza, como si fueran ángeles custodios.

Sin embargo, la Biblia es extremadamente clara en este asunto: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (He. 9:27). Justo después de la muerte física, viene el juicio delante de Dios. Si el nombre de dicha persona “no fue hallado inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (cf. Ap. 20:15). Como dije en “La zona de interés. No, papa Francisco, el infierno no está vacío” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/05/la-zona-de-interes-no-papa-francisco-el.html), “existe el debate teológico sobre si el infierno está ya habitado por humanos condenados o si esto no sucederá hasta después del Juicio Final. Ambas posturas son defendibles y respetables, en las cuales no voy a detenerme. Pero, más allá de eso, sea como sea, ahora o más adelante, la certeza del infierno es patente”. Dicho esto, lo que queda claro es que la salvación o la condenación quedan establecidas desde el mismo momento del juicio post mortem. La verdadera “Muerte final” –así la llaman en la película de Coco- no es porque no quede nadie en el mundo de los vivos que te recuerde, sino porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:18). A eso la Biblia lo llama “la segunda muerte” (Ap. 20:14-15).
Tampoco existe nada llamado Purgatorio, doctrina católica que va en contra de las Escrituras. En un futuro, cuando estudiemos el catolicismo en profundidad, lo veremos. Sinceramente, es una ofensa a la obra que Jesús llevó a cabo en la cruz, como si hubiera quedado incompleta. Por eso, y aunque se haga con buenas intenciones, orar por los difuntos, por si estuvieran allí, es una pérdida de tiempo, puesto que dicho lugar no existe. Para no desviarme del tema central, dejaré la explicación más extensa para esa otra ocasión mencionada.
El individuo que ha vivido de espaldas a Dios, que ha ignorado sistemáticamente Su voluntad, que ha decidido seguir su propio camino, que no ha nacido de nuevo (cf. Jn. 3) y que no se ha arrepentido, tiene su destino sellado, y no precisamente para su bien. De ahí las categóricas palabras de Jesús: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:3). Pueden sonreír, pueden considerarse feliz, pueden afirmar que no hacen mal a nadie, pueden creer lo que le venga en gana sobre los vivos y los muertos, pueden promulgarlo a los cuatro vientos, que nada cambiará su desdichada eternidad.
Por el contrario, el que está escrito en el libro de la vida, pasa a la morada de Dios por perpetuidad. Vida eterna o condenación eterna. No hay medias tintas ni más vuelta de hoja: El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn. 3:36). Y creer en Él abarca, sin ningún género de duda, aceptar lo que enseña sobre la vida y la muerte.
Por esto es terrible enseñar que todos los que fallecen irán a un lugar mejor, donde sus almas descansarán y estarán colmadas de alegría, incluso aunque hayan ido en contra de los designios del Dios verdadero, como erradamente enseña el universalismo.

¿Pueden los difuntos volver a este mundo?
Ya hemos visto que los que partieron de este mundo están en un lugar u otro –cielo/infierno-, y en ningún sitio de la Biblia se nos dice que puedan regresar. Es más, ni siquiera en el Antiguo Testamento se presentaba esa posibilidad, como enseñó Jesús en la parábola de Lázaro y el rico (cf. Lc. 16:19-31), la cual dice así: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.  Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lc. 16:19-31).

¿Pero no regresó Samuel?
Ante todo lo reseñado, nos queda un caso concreto que analizar, que algunos profanos pueden usar para defender la idea de que no hay nada maligno en invocar a los difuntos por los canales adecuados, hasta el punto de que nos visiten. El suceso lo vemos en el de la adivina de Endor y la supuesta aparición del difunto Samuel. Aconteció que Saúl, el rey de Israel, visitó a una adivina para que le pusiera en contacto con el ya fallecido profeta Samuel para consultarle.
En primer lugar, resaltar nuevamente que tal acto fue abominable a los ojos de Dios, y la consecuencia que pagó Saúl fue contundente: “Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó, y porque consultó a una adivinay no consultó a Jehová; por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí” (1 Cr. 10:13-14).
En segundo lugar, ¿se apareció Samuel o no? Hay dos puntos de vista, siendo el segundo el que más se ciñe a lo revelado en el global de las Escrituras, aunque no podemos descartar tajantemente el primero:

1) No era Samuel, sino un demonio haciéndose pasar por él. Puesto que el diablo es el padre de mentira (cf. Jn. 8:44) y que se disfraza de ángel de luz (2 Co. 11:14), podría haber sido una artimaña más de las suyas para engatusar a la humanidad.

2) Puesto que los videntes, o los que se hacen llamar “guías espirituales”, no hablan de parte de Dios ni tienen poder alguno para traer a los muertos de vuelta, fue Dios mismo, bajo su autoridad y soberanía, quien permitió que Samuel regresara, de forma excepcional, y diera a Saúl una profecía que se iba a cumplir poco tiempo después: “Jehová te ha hecho como dijo por medio de mí; pues Jehová ha quitado el reino de tu mano, y lo ha dado a tu compañero, David. Como tú no obedeciste a la voz de Jehová, ni cumpliste el ardor de su ira contra Amalec, por eso Jehová te ha hecho esto hoy. Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los filisteos; y mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará también al ejército de Israel en mano de los filisteos” (1 S. 28:17-19).

Así que tengamos presente que este pasaje describe una situación concreta, pero no nos enseña a repetirla ni a llevarla a cabo.
El juicio que Dios mandó sobre Saúl y sus propios hijos –la muerte-, debería ser suficiente advertencia para no contravenir la ley divina y querer establecer contacto con un difunto, sea a solas o por medio de un supuesto vidente, esos que dicen que “tienen la gracia”. Recordemos que la aplicación de la sentencia no tiene por qué aplicarse inmediatamente. Puede suceder tras la muerte natural, sin que medie ninguna enfermedad grave o alguna desgracia de por medio. Sea como sea, el veredicto se lleva a cabo sí o sí. Advertidos quedan todos.

¿Qué son esas “presencias”?
Las apariciones, presencias o fantasmas –cuando son reales y no meras imaginaciones-, que muchos adjudican a seres que partieron de este mundo, son espíritus inmundos, que fueron expulsados del cielo tras la rebelión del diablo (cf. Ap. 12:9). Ni familiares fallecidos ni amigos de visita ni gaitas.
Puesto que dicha aseveración merece una larga exposición, también en un futuro, abriré una nueva etiqueta en el blog sobre una de las ramas de la teología, que es la demonología. Puedo decir, y los amigos que estaban conmigo lo podrían atestiguar, que cuando estudié en el seminario el tema, me impactó sobremanera lo que allí se expuso, tanto a nivel doctrinal como en lo referente a casos reales, narrados tanto por el profesor y pastor como por otros alumnos. En las clases siempre había lugar para momentos serios y otros algo más distendidos, pero durante aquellas lecciones en particular el ambiente era de gravedad ante lo que se estaba tratando. Por mi parte, no abrí ni la boca, algo extrañísimo en mí. Así que ya veremos otros aspectos concretos y que deberían poner sobre aviso a los más ingenuos, incluyendo a los que ven sus acciones como bienintencionadas. 
Llegado el día, mostraré otros aspectos concretos, y que deberían poner sobre aviso a los más ingenuos, incluyendo a los que ven sus acciones como bienintencionadas. Por ahora, solo diré algo que todo conocedor de la Biblia ya sabe: cuando una persona abre una puerta a ese mundo espiritual –sea por medio de estampas religiosas, amuletos, consultas a “videntes”, lectura de cartas o de manos, participación en fiestas paganas, etc.-, está poniéndose en un riesgo su propia salud. Y esto abarca tanto enfermedades de índole físico como de desórdenes mentales y emocionales. Y no solo a él mismo, sino, por extensión, a los que le rodean, especialmente a sus hijos. No todas las enfermedades proceden de espíritus (como dejamos bien claro en mi libro “Herejías por doquier”), ni mucho menos, pero hay espíritus que sí las provocan. Es algo que se puede ver con claridad en los Evangelios. Si tienes en tu poder alguna de estas “piezas”, con las que crees que haces el bien, o dices afirmar que buscas “la buena suerte”, deshazte de ellas inmediatamente. Y si asistes a “sesiones”, jamás vuelvas a acercarte.

¿Hay algo rescatable del “Día de Todos los Santos” y del “Día de los Muertos”?
Ha quedado perfectamente establecido qué es desechable de los días citados: prácticamente todo. Personalmente, no veo algo malo ir al cementerio a dejar unas flores, como una forma de recordar a un ser que ya partió. Pero, más allá de eso, el trasfondo es tan espeluznante que nadie debería celebrar ni llevar a cabo los ritos que hemos analizado, por muy emotivos que puedan parecer y por muchas emociones que despierten. Es abrir puertas a un mundo espiritual al que Dios nos ha prohibido acceder. Sus buenas razones tiene. Toda persona que contradice las leyes de Dios al respecto, ni se imagina cómo está siendo atado a las tinieblas.
El que no quiera entenderlo ni aceptarlo, que no lo haga; libre es. Ni Dios, ni nadie, le va a poner una escopeta en la cabeza. Eso sí, tendrá que apechugar con las consecuencias; puede que presentes, seguro que eternas. Además, que no olvide que las palabras que Jesús le dijo a los judíos también se le puede aplicar a él: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mt. 15:8-9). Puede creer lo que le apetezca, pero serán sus propios mandamientos, no los de Dios.
Ahora bien, hay tres ideas que quiero resaltar para bien. Quitando todo lo que conlleva dichos eventos y absolutamente todos los rituales que se llevan a cabo.

1) La idea de recordar a los seres queridos.
Como ya resalté en el primer artículo, la escena más emotiva de la película Coco se produce casi al final: “Mamá Coco”, la bisabuela de Miguel, debido a que ya era una ancianita, no hablaba, no se movía de su mecedora y había perdido la memoria. Lo único que recordaba era a su padre, que la abandonó cuando era una niña. Veía una foto de él, incluso aunque le faltara el trozo de la cara, y decía “papá, papá”. Pero llegó el día que ni de eso se acordaba. ¿Qué hizo Miguel? Se puso a tocar con la guitarra la canción que el padre de Coco le cantaba. Segundos después, los ojos de ella se abrieron e iluminaron como cuando era una cría. Emocionada, llena de felicidad, comenzó a cantar también.

¿Qué quiero decir al rememorar dicha secuencia?:

- que sin necesidad de dedicar a ello un día en particular.
- que sin necesidad de altares ni comidas como ofrendas.
- que sin esas creencias paganas de que un día al año están de vuelta.
- que sin la doctrina católica de que están en un purgatorio –inexistente- o que nuestras acciones les ayudan a llegar al cielo...

... sería sano dedicar algún momento, a nivel particular, de forma interna, a recordar con cariño a esas personas que ya no están con nosotros y que nos marcaron con su presencia y cariño, y de la que aprendimos. ¿Evitar el pasado por el dolor de la ausencia? Sin duda, es comprensible. Pero todo negativo tiene su parte luminosa, y rememorar escenas del pasado de forma puntual, debería ser bonito, aunque venga acompañado de lágrimas.

2) La idea de pensar en los vivos.
Durante la infancia, la mayoría admira a sus familiares. Pero muchos, y más actualmente, cuando llegan a la adolescencia, empiezan a mirarlos con desdén; ni los escuchan ni quieren pasar tiempo con ellos, prefiriendo a las amistades, como si fueran incompatibles. El recordar a los difuntos te podrá ayudar a reflexionar sobre tu conducta hacia los familiares vivos que te rodean, sin necesidad de esperar a que mueran. ¿Cómo?:

- Viendo si estás honrando a tu padre y a tu madre (cf. Ef. 6:2).

- Viendo si estás menospreciando a tus hermanos, como lamentablemente hicieron los hermanos mayores de José y David (cf. Gn. 37:18-36; 1 S. 17:28-37).

- Viendo si cuidas a los ancianos de tu hogar, y si, como nieto, estás siendo su “corona” (cf. Pr. 17:6), la bendición que se supone eres para un abuelo. Volviendo a Coco, en la escena ya mencionada, vemos imágenes de su infancia. El error que buena parte de la juventud comete es creer que las personas mayores siempre fueron así o que ellos, en el futuro, no serán iguales, con sus achaques y demás. En el caso de ella, una anciana llena de arrugas y decrépita, considerándola una especie de mueble que ya es un estorbo. Pero la evidencia, más allá de su desgaste físico y mental, es que en lo profundo de ella, hay una muchacha, que tuvo una infancia y una trayectoria vital, con tristezas y alegrías, que jugó con sus amiguitos a correr y saltar, que lloró y rio, que tuvo buenos y malos momentos, que probó el dolor y la felicidad. Y eso, jamás, jamás, jamás, se puede infravalorar y pasar por alto.

- Lo dicho es extensible a los amigos, que son aquellos que tienen a Dios por su Señor, que son humildes, que sabes que son confiables porque guardarán tus secretos y no los revelarán, y con los que deseamos compartir nuestra parte más íntima.

3) La idea de meditar sobre el tiempo invertido.
Tener conciencia de la propia muerte debe poner en perspectiva la vida en sí y el uso que haces de ella, concretamente del tiempo. ¿Qué haces con él? ¿En qué lo dedicas? ¿A qué obras lo dedicas? ¿A las que Dios ha preparado de antemano para que andes en ellas, usando tus dones, o meramente para tu propio ocio o vanagloria? (Ef. 2:10; 4:8). ¿Son de las que recibirán recompensa de parte de Dios o de las que serán quemadas en el fuego?

Espero que estos dos escritos, donde partí de la película Coco, te hayan servido para reflexionar. Y si conoces a alguien que crees debe hacerlo, te animo a que se los hagas leer.

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