Venimos de aquí: Coco: el Día de los Muertos, en México, y el Día de Todos los Santos, en España (1ª parte).
https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/10/coco-el-dia-de-los-muertos-en-mexico-y.html
Aunque a muchos, que se dicen
creyentes, autoconsiderándose hasta cristianos, no les guste lo que van a leer
a lo largo y ancho de este escrito, deben saber la verdad puntualizada en la
Biblia. Ella no puede ser más clara y contundente. Omitir la realidad,
tajantemente descrita por Dios, y seguir negándola, prefiriendo “tener
creencias propias”, es un peligro de dimensiones catastróficas del que hay que
alejarse con toda la premura posible.
Para empezar: aquellos
que se aferran al argumento de “somos millones los que sí creemos que los
difuntos están cerca de nosotros, así que no podemos estar equivocados”, les
diré que también hay más de 1500 millones de musulmanes en el mundo, 500
millones de budistas, millones de ateos y millones que niegan la divinidad de
Jesús, y todos ellos están errados. Confiar en “soy parte de la masa, de una
multitud incontable, y por eso llevo razón”, es un razonamiento infantil y
frívolo.
¿Hablar con los difuntos?
Los hay que hablan con ellos en voz alta o en susurros,
les piden ayuda y guía, creyendo que sus seres queridos fallecidos los
escuchan, les dan fuerza desde el más allá –o el más acá-, e incluso que los
protegen. Algunos llegan a afirmar que los sienten
a su alrededor.
El asunto es tan
grave que Dios no se lo tomó en ningún momento a broma y decretó desde el
comienzo de la historia de Israel un juicio fulminante y justo para los que
llevaran a cabo ciertas prácticas:
- “Y el hombre o la mujer que evocare
espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán
apedreados; su sangre será sobre ellos” (Lv. 20:27).
- “No sea
hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien
practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni
encantador, ni adivino, ni mago, ni
quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová
cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa
estas naciones de delante de ti” (Dt. 18:10-12).
Por suerte para muchos, estas leyes del Antiguo
Testamento ya no son aplicables en el Nuevo Pacto. Pero que ya no sea así no
quita el principio de fondo: Dios prohíbe el mero intento de comunicarse con alguien del otro lado. Quienes digan que
“ellos no van a médiums ni espiritistas, ni tampoco hacen nada malo ni extraño,
sino que hablan sencillamente estando a solas, de forma particular, y lo hacen
de buena fe”, es que no es han entendido nada y son unos inconscientes. Pedir
ayuda, consejo, ánimo o fortaleza a un muerto, que ni siquiera se sabe si está
en el Paraíso, se haga de una manera u otra, está vetado por Dios, por razones
muy claras.
Toda la Escritura enseña, una y otra vez, una y otra
vez, una y otra vez, que es el Señor mismo el que debe guiarnos y consolarnos,
y en Él, solo en Él, en quien debemos apoyarnos. Cualquier otra cosa está de
más, siendo pura idolatría, al ser satánica en todo su apogeo. Buscar ayuda en:
- supuestos santos.
- vírgenes.
- ángeles de
procedencia no-bíblica (puesto que la Biblia solo menciona como nombre propio a
Gabriel y Miguel, siendo el resto procedentes de fuentes apócrifas y del
paganismo).
- o difuntos...
... todos ellos reflejados en las tan habituales
estampas religiosas, es abominación para Dios: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre
Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Tim. 2:5).
Los difuntos ya no están en este mundo
Independientemente de que haya personas que celebren o
no las festividades que analizamos en el artículo anterior (a saber: la “Conmemoración
de Todos los Fieles Difuntos”, el “Día de Todos los Santos” y “El Día de los Muertos”), es gigantesco el número de
los que creen que los difuntos pueden volver y pasearse por este mundo en forma de espíritus.
Programas de radio y
televisión, libros, novelas y películas como Ghost y El sexto sentido,
haciéndose eco del folclore popular y del sincretismo religioso, nos han
vendido la idea de que los difuntos caminan por estos lares en forma espiritual
e invisible a nuestros ojos. Incluso señalan supuestas causas por la que lo
hacen:
- Porque tienen
asuntos pendientes que resolver.
- Porque no se
atreven a dar el paso al más allá.
- Porque no aceptan
su propia muerte y se agarran a este plano
de la existencia.
- Porque no son conscientes
de que han fallecido y creen que, de alguna manera, siguen vivos.
- Porque quieren
proteger a sus familiares de alguna amenaza, como si fueran ángeles custodios.
Sin embargo, la
Biblia es extremadamente clara en este asunto: “Y de la manera que está establecido
para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”
(He. 9:27). Justo después de la
muerte física, viene el juicio delante de Dios. Si el nombre de dicha persona “no fue hallado inscrito en el libro de la
vida fue lanzado al lago de fuego” (cf. Ap. 20:15). Como dije en “La zona
de interés. No, papa Francisco, el infierno no está vacío” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/05/la-zona-de-interes-no-papa-francisco-el.html), “existe
el debate teológico sobre si el infierno está ya habitado por humanos condenados o si esto no sucederá hasta después
del Juicio Final. Ambas posturas son defendibles y respetables, en las cuales
no voy a detenerme. Pero, más allá de eso, sea como sea, ahora o más adelante,
la certeza del infierno es patente”. Dicho esto, lo que queda claro es que la
salvación o la condenación quedan establecidas desde el mismo momento del
juicio post mortem. La verdadera
“Muerte final” –así la llaman en la película de Coco- no es porque no quede nadie
en el mundo de los vivos que te recuerde, sino “porque no ha creído en
el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn. 3:18). A eso la Biblia lo llama
“la segunda muerte” (Ap. 20:14-15).
Tampoco existe nada
llamado Purgatorio, doctrina católica que va en contra de las Escrituras. En un
futuro, cuando estudiemos el catolicismo en profundidad, lo veremos. Sinceramente,
es una ofensa a la obra que Jesús llevó a cabo en la cruz, como si hubiera
quedado incompleta. Por eso, y aunque se haga con buenas intenciones, orar por
los difuntos, por si estuvieran allí, es una pérdida de tiempo, puesto que
dicho lugar no existe. Para no desviarme del tema central, dejaré la
explicación más extensa para esa otra ocasión mencionada.
El individuo que ha
vivido de espaldas a Dios, que ha ignorado sistemáticamente Su voluntad, que ha
decidido seguir su propio camino, que no ha nacido de nuevo (cf. Jn. 3) y que
no se ha arrepentido, tiene su destino sellado, y no precisamente para su bien.
De ahí las categóricas palabras de Jesús: “Si
no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente” (Lc. 13:3). Pueden sonreír, pueden considerarse feliz, pueden afirmar que no hacen
mal a nadie, pueden creer lo que le venga en gana sobre los vivos y los
muertos, pueden promulgarlo a los cuatro vientos, que nada cambiará su
desdichada eternidad.
Por el contrario, el que está escrito en el libro de
la vida, pasa a la morada de Dios por perpetuidad. Vida eterna o condenación
eterna. No hay medias tintas ni más vuelta de hoja: “El que cree en el Hijo
tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino
que la ira de Dios está sobre él” (Jn. 3:36). Y creer en Él abarca, sin ningún género de duda,
aceptar lo que enseña sobre la vida y la muerte.
Por esto es terrible enseñar que todos los que fallecen irán a un lugar mejor, donde sus almas descansarán
y estarán colmadas de alegría, incluso aunque hayan ido en contra de los
designios del Dios verdadero, como erradamente enseña el universalismo.
¿Pueden los
difuntos volver a este mundo?
Ya hemos visto que los que partieron de este mundo
están en un lugar u otro –cielo/infierno-, y en ningún sitio de la Biblia se
nos dice que puedan regresar. Es más, ni siquiera en el Antiguo Testamento se
presentaba esa posibilidad, como enseñó Jesús en la parábola de Lázaro y el
rico (cf. Lc. 16:19-31), la cual dice así: “Había un hombre rico, que se vestía
de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había
también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél,
lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico;
y aun los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo,
y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y
fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio
de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo:
Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta
de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta
llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu
vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú
atormentado. Además de todo esto, una
gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que
quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá.
Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan
ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los
profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno
fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no
oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se
levantare de los muertos” (Lc. 16:19-31).
¿Pero no
regresó Samuel?
Ante todo lo reseñado, nos queda un caso concreto que
analizar, que algunos profanos pueden usar para defender la idea de que no hay
nada maligno en invocar a los difuntos por los canales adecuados, hasta el
punto de que nos visiten. El suceso lo vemos en el de la adivina de Endor y la
supuesta aparición del difunto Samuel. Aconteció que Saúl, el rey de Israel,
visitó a una adivina para que le pusiera en contacto con el ya fallecido
profeta Samuel para consultarle.
En primer lugar, resaltar nuevamente que tal acto fue
abominable a los ojos de Dios, y la consecuencia que pagó Saúl fue contundente:
“Así murió Saúl por su rebelión con que
prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó, y
porque consultó a una adivina, y no consultó a Jehová; por esta causa lo mató, y traspasó el
reino a David hijo de Isaí” (1 Cr. 10:13-14).
En segundo lugar, ¿se apareció Samuel o no? Hay dos
puntos de vista, siendo el segundo el que más se ciñe a lo revelado en el
global de las Escrituras, aunque no podemos descartar tajantemente el primero:
1) No era Samuel, sino un demonio haciéndose pasar por
él. Puesto que el diablo es el padre de mentira (cf. Jn. 8:44) y que se
disfraza de ángel de luz (2 Co. 11:14), podría haber sido una artimaña más de
las suyas para engatusar a la humanidad.
2) Puesto que los
videntes, o los que se hacen llamar “guías espirituales”, no hablan de parte de
Dios ni tienen poder alguno para traer a los muertos de vuelta, fue Dios mismo,
bajo su autoridad y soberanía, quien permitió que Samuel regresara, de forma excepcional, y diera a Saúl
una profecía que se iba a cumplir poco tiempo después: “Jehová te ha
hecho como dijo por medio de mí; pues Jehová ha quitado el reino de tu mano, y
lo ha dado a tu compañero, David. Como tú no obedeciste a la voz de
Jehová, ni cumpliste el ardor de su ira contra Amalec, por eso Jehová te ha
hecho esto hoy. Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los
filisteos; y mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará
también al ejército de Israel en mano de los filisteos” (1 S. 28:17-19).
Así que tengamos presente que este pasaje describe una
situación concreta, pero no nos enseña a repetirla ni a llevarla a cabo.
El juicio que Dios mandó sobre Saúl y sus propios
hijos –la muerte-, debería ser suficiente advertencia para no contravenir la
ley divina y querer establecer contacto con
un difunto, sea a solas o por medio de un supuesto vidente, esos que dicen que “tienen
la gracia”. Recordemos que la aplicación de la sentencia no tiene por qué
aplicarse inmediatamente. Puede suceder tras la muerte natural, sin que medie
ninguna enfermedad grave o alguna desgracia de por medio. Sea como sea, el
veredicto se lleva a cabo sí o sí. Advertidos quedan todos.
¿Qué son
esas “presencias”?
Las apariciones, presencias o fantasmas –cuando son
reales y no meras imaginaciones-, que muchos adjudican a seres que partieron de
este mundo, son espíritus inmundos, que fueron expulsados del cielo tras la
rebelión del diablo (cf. Ap. 12:9). Ni familiares fallecidos ni amigos de visita ni
gaitas.
Puesto que dicha aseveración merece una larga
exposición, también en un futuro,
abriré una nueva etiqueta en el blog sobre una de las ramas de la teología, que
es la demonología. Puedo decir, y los amigos que estaban conmigo lo podrían
atestiguar, que cuando estudié en el seminario el tema, me impactó sobremanera
lo que allí se expuso, tanto a nivel doctrinal como en lo referente a casos
reales, narrados tanto por el profesor y pastor como por otros alumnos. En las clases
siempre había lugar para momentos serios y otros algo más distendidos, pero durante
aquellas lecciones en particular el ambiente era de gravedad ante lo que se
estaba tratando. Por mi parte, no abrí ni la boca, algo extrañísimo en mí. Así que ya veremos
otros aspectos concretos y que deberían poner sobre aviso a los más ingenuos,
incluyendo a los que ven sus acciones como bienintencionadas.
Llegado el
día, mostraré otros aspectos concretos, y que deberían poner sobre aviso a los
más ingenuos, incluyendo a los que ven sus acciones como bienintencionadas. Por
ahora, solo diré algo que todo conocedor de la Biblia ya sabe: cuando una persona abre una puerta a ese mundo espiritual –sea
por medio de estampas religiosas, amuletos, consultas a “videntes”, lectura de
cartas o de manos, participación en fiestas paganas, etc.-, está poniéndose en
un riesgo su propia salud. Y esto abarca tanto enfermedades de índole físico como de desórdenes mentales y emocionales.
Y no solo a él mismo, sino, por extensión, a los que le rodean, especialmente a
sus hijos. No todas las enfermedades proceden de espíritus (como dejamos bien
claro en mi libro “Herejías por doquier”), ni mucho menos, pero hay espíritus que sí las provocan. Es algo
que se puede ver con claridad en los Evangelios. Si tienes en tu poder alguna
de estas “piezas”, con las que crees que haces el bien, o dices afirmar que
buscas “la buena suerte”, deshazte de ellas inmediatamente. Y si asistes a “sesiones”,
jamás vuelvas a acercarte.
¿Hay algo rescatable
del “Día de Todos los Santos” y del “Día
de los Muertos”?
Ha quedado perfectamente establecido
qué es desechable de los días citados: prácticamente todo. Personalmente, no
veo algo malo ir al cementerio a dejar unas flores, como una forma de recordar
a un ser que ya partió. Pero, más allá de eso, el trasfondo es tan espeluznante
que nadie debería celebrar ni llevar a cabo los ritos que hemos analizado, por
muy emotivos que puedan parecer y por muchas emociones que despierten. Es abrir
puertas a un mundo espiritual al que Dios nos ha prohibido acceder. Sus buenas
razones tiene. Toda persona que contradice las leyes de Dios al respecto, ni se imagina cómo está siendo atado a las tinieblas.
El que no quiera entenderlo ni aceptarlo, que no lo
haga; libre es. Ni Dios, ni nadie, le va a poner una escopeta en la cabeza. Eso
sí, tendrá que apechugar con las consecuencias;
puede que presentes, seguro que eternas. Además, que no olvide que las palabras
que Jesús le dijo a los judíos también se le puede aplicar a él: “Este pueblo de labios me honra; Mas su
corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas,
mandamientos de hombres” (Mt. 15:8-9).
Puede creer lo que le apetezca, pero serán sus propios mandamientos, no los
de Dios.
Ahora bien, hay tres ideas que quiero
resaltar para bien. Quitando todo lo que conlleva dichos eventos y
absolutamente todos los rituales que se llevan a cabo.
1) La idea de recordar a los seres
queridos.
Como ya resalté en el primer
artículo, la escena más emotiva de la película Coco se produce casi al final:
“Mamá Coco”, la bisabuela
de Miguel, debido a que ya era una ancianita, no hablaba, no se movía de su
mecedora y había perdido la memoria. Lo único que recordaba era a su padre, que
la abandonó cuando era una niña. Veía una foto de él, incluso aunque le faltara
el trozo de la cara, y decía “papá, papá”. Pero llegó el día que ni de eso se
acordaba. ¿Qué hizo Miguel? Se puso a tocar con la guitarra la canción que el
padre de Coco le cantaba. Segundos después, los ojos de ella se abrieron e
iluminaron como cuando era una cría. Emocionada, llena de felicidad, comenzó a
cantar también.
¿Qué quiero decir al rememorar dicha
secuencia?:
- que sin necesidad de dedicar a ello
un día en particular.
- que sin necesidad de altares ni
comidas como ofrendas.
- que sin esas creencias paganas de
que un día al año están de vuelta.
- que sin la doctrina católica de que
están en un purgatorio –inexistente- o que nuestras acciones les ayudan a llegar al cielo...
... sería sano dedicar algún momento,
a nivel particular, de forma interna, a recordar con cariño a esas personas que
ya no están con nosotros y que nos marcaron con su presencia y cariño, y de la
que aprendimos. ¿Evitar el pasado por el dolor de la ausencia? Sin duda, es
comprensible. Pero todo negativo tiene su parte luminosa, y rememorar escenas
del pasado de forma puntual, debería ser bonito, aunque venga acompañado de
lágrimas.
2) La idea de pensar en los vivos.
Durante la infancia, la mayoría admira a sus familiares. Pero muchos, y
más actualmente, cuando llegan a la adolescencia, empiezan a mirarlos con
desdén; ni los escuchan ni quieren pasar tiempo con ellos, prefiriendo a las
amistades, como si fueran incompatibles. El
recordar a los difuntos te podrá ayudar a reflexionar sobre tu conducta hacia
los familiares vivos que te rodean, sin necesidad de esperar a que mueran.
¿Cómo?:
- Viendo si estás honrando a tu padre
y a tu madre (cf. Ef. 6:2).
- Viendo si estás menospreciando a
tus hermanos, como lamentablemente hicieron los hermanos mayores de José y
David (cf. Gn. 37:18-36; 1 S. 17:28-37).
- Viendo si cuidas a los ancianos de
tu hogar, y si, como nieto, estás siendo su “corona” (cf. Pr. 17:6), la
bendición que se supone eres para un abuelo. Volviendo a Coco, en la escena ya
mencionada, vemos imágenes de su infancia. El error que buena parte de la juventud comete es creer que las personas
mayores siempre fueron así o que ellos, en el futuro, no serán iguales, con sus
achaques y demás. En el caso de ella, una anciana llena de arrugas y decrépita,
considerándola una especie de mueble que ya es un estorbo. Pero la evidencia,
más allá de su desgaste físico y mental, es que en lo profundo de ella, hay una
muchacha, que tuvo una infancia y una trayectoria vital, con tristezas y
alegrías, que jugó con sus amiguitos a correr y saltar, que lloró y rio, que tuvo
buenos y malos momentos, que probó el dolor y la felicidad. Y eso, jamás,
jamás, jamás, se puede infravalorar y pasar por alto.
- Lo dicho es
extensible a los amigos, que son aquellos que tienen a Dios por su Señor, que
son humildes, que sabes que son confiables porque guardarán tus secretos y no
los revelarán, y con los que deseamos compartir nuestra parte más íntima.
3) La idea de meditar sobre el tiempo
invertido.
Tener conciencia de
la propia muerte debe poner en perspectiva la vida en sí y el uso que haces de
ella, concretamente del tiempo. ¿Qué haces con él? ¿En qué lo dedicas? ¿A qué
obras lo dedicas? ¿A las que Dios ha preparado de antemano para que andes en
ellas, usando tus dones, o meramente para tu propio ocio o vanagloria? (Ef. 2:10; 4:8). ¿Son de las que recibirán recompensa de parte de Dios o de las que serán
quemadas en el fuego?
Espero que estos dos
escritos, donde partí de la película Coco, te hayan servido para reflexionar. Y
si conoces a alguien que crees debe hacerlo, te animo a que se los hagas leer.
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