Una vez puestas todas las cartas boca arriba, vayamos
terminando y sacando las últimas conclusiones. Y para esto seré claro: necesitar o usar el alcohol, incluso en pequeñas dosis, para alcanzar cualquier fin de
los que hemos descrito en los artículos anteriores:
- Es un menosprecio a la grandeza de Dios.
- Es tenerlo en poca estima.
- Es considerarlo “insuficiente” para las propias
necesidades personales.
- Es creer que no lo necesitas para llegar a ser la
clase de persona que puedes ser.
- Es decir que las palabras que Jesús le dijo a la
mujer samaritana (“mas el que
bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”, Jn. 4:14)) no
son ciertas.
- Es señalar que el gozo que Él produce no alcanza el
nivel deseado.
- Es negar las bienaventuranzas descritas en el
capítulo 5 de Mateo.
- Es proclamar a los cuatro vientos que no sirve de
nada echar nuestra ansiedad sobre Él.
- Es olvidar que Jesús prometió de sí mismo, y cuyo
origen era su propia Persona, que había venido para que tuviéramos vida, y en
abundancia (cf. Jn. 10:10).
Algunos se escudan bajo el paraguas de que ellos
“controlan”. En la película llegan a afirmar que ellos deciden cuándo beben, al
contrario que el alcohólico que no puede contenerse. Esto se puede convertir en
un autoengaño muy sutil, puesto que, aunque realmente haya muchas ocasiones en
que hagan todo lo citado a lo largo de estos escritos sin consumir alcohol,
también es cierto que en otros momentos sí lo usan. Por eso me vuelvo a
repetir: la persona que bebe poco, aunque controle la cantidad que ingiere, el
lugar y el momento, y su tasa de alcohol en sangre sea baja, si depende de él (“si” condicional), como de cualquier otro factor externo y en
cualquiera de las facetas que hemos descrito, no controla; es más: es
dependiente del mismo. Se puede
ser esclavo del alcohol, incluso si se toma en pequeñas cantidades, cuando se
bebe por los motivos ya mencionados.
En mi caso, ¿por qué no bebo alcohol? Con todo lo dicho,
creo que ha tenido que quedar bastante claro, pero recalcaré ciertos puntos a
modo de conclusión. Eso sí, no lo hago para aparentar una supuesta superioridad
moral ni nada semejante, puesto que no es esa mi intención, ni de lejos, sino para llevar a la reflexión personal del
lector:
1) No lo necesito absolutamente para nada. No me hace
falta la más mínima gota de alcohol para socializar, para “vencer” la timidez”,
para confrontar el dolor y reducir la ansiedad, para disfrutar de la vida, para
estar bien o alcanzar un supuesto
potencial y, ni muchos menos, para usarlo recreativamente. Como hemos visto,
las alternativas que Dios nos ofrece para lograr todo eso, convierte en
completamente innecesario algo como la bebida.
Es muy llamativo que Pablo, con la infinidad de
consejos que ofrece a los cristianos en sus cartas, nunca diga que beban para
sentirse bien, relacionarse o “quitarse las penas”, solo a Timoteo por las
razones medicinales que ya vimos.
2) Con todas las
bebidas alternativas no alcohólicas que existen, no veo la necesidad de ingerir
las que sí. Hasta hace un año, bebía esporádicamente refrescos; ahora, por
salud, únicamente agua. Pero, el que no tenga problemas de salud, puede
encontrar infinidad de bebidas no destiladas a su gusto y de buen sabor.
3) Me niego rotundamente a tomar un solo sorbo de algo
que, cuando te excedes lo más mínimo, estimula el sistema nervioso de manera
antinatural, disminuye el autocontrol, te idiotiza, te infantiliza, te
animaliza, saca lo peor de ti, baja el umbral en el cual uno se enoja ante los
demás, despierta las pasiones más bajas y acaba con las líneas morales de forma
muy sencilla, convirtiéndote en una mala caricatura de ti mismo.
4) Cuando se llega al punto de estar “contento” o
“pillar el punto”, la mayoría de las conversaciones se convierten en puras
sandeces y banalidades, que suelen consistir en chistes subidos de tono, burlas
sobre los demás, bromas de dudoso gusto a costa de otros, enseñamiento y
señalización de los defectos ajenos y en revelación de secretos de terceros que
fueron contados en confianza. En resumen, hablar sin pensar previamente y sin
pasar las ideas mentalmente por el filtro de la Palabra de Dios. Proverbios ya
nos avisa de los contrastes que suelen darse al hablar por hablar: “En las muchas palabras no falta pecado; mas
el que refrena sus labios es prudente” (Pr. 10:19). De ahí este consejo
práctico: “el corazón del justo piensa
para responder” (Pr. 15:28).
5) Saber de todas las desgracias que ha provocado, y
que provoca, tanto en el propio afectado como en su círculo, destruyendo
multitud de familias y provocando la caída en incontables inmoralidades, me
hace sentir nauseas a nivel moral y repulsa hacia la bebida. En un mundo tan
afectado y seriamente golpeado por el alcohol, considero difícil beberlo de una
forma que “glorifique a Dios”. Observar los efectos de las “botellonas” entre
millones de jóvenes cada fin de semana, me produce tristeza, asombro e incomprensión, e incluso a veces me
siento como Pablo en Atenas, cuyo “espíritu se enardecía viendo la ciudad
entregada a la idolatría”
(Hch. 17:16). De ahí que me parezca un completo sinsentido que algunos
cristianos participen de estos “eventos”.
6) Una vez que se comienza a beber en grupo,
especialmente entre jóvenes, ¿quién pone el límite? Por norma general, nadie.
El ambiente y el “compañerismo” suelen animar a tomar siempre más: una
cervecita más, un Ron Bacardí más, un gin tonic más, un “lo que sea” más. Por
eso es tan fácil pasar de la moderación al exceso. Es más, se nos avisa del
peligro y las consecuencias de andar con “amigos” que convierten el consumo de
alcohol en una práctica habitual de sus reuniones: “No estés con los
bebedores de vino, ni con los comedores de carne; porque el bebedor y el
comilón empobrecerán, y el sueño hará vestir vestidos rotos” (Pr. 23:20-21). Más sobre este tipo de
“compañías”, aquí: “Si es necesario, aléjate, ya, de esas amistades” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/08/15-si-es-necesario-alejate-ya-de-esas.html).
7) Nunca puedes saber a ciencia cierta cómo se siente
en lo profundo de su corazón una persona. Quizá, para ti, tomarte algo no
suponga ningún problema, pero ¿quién te asegura que el que está sentado contigo
compartiendo una bebida alcohólica no está pasando por problemas y está
usándolo como escapatoria mental o anestesiante del dolor? ¿Y si se deprime con
facilidad y le cuesta mantener el equilibrio emocional, agudizándolo el
alcohol? ¿O cómo sabes si es una debilidad que mantiene oculta a ojos ajenos?
¿Y si fue adicto en el pasado y no lo sabes? ¿Y si, a partir de entonces, esa
primera copa que le ofreces, le conduce a que consuma habitualmente?
Puede que, sin ninguna intención y sin mala intención,
estés iniciándolo en algo que no sabes cómo va a evolucionar en el tiempo o, en
el caso de que ya sea real y una concupiscencia para el afectado, ahondes en su
dificultad. Ofrecer a un invitado una bebida alcohólica como señal de
hospitalidad es un riesgo del que tienes que tomar conciencia, puesto que no
tienes ningún control sobre las posibles consecuencias, pudiéndote hacer
cómplice de la caída de otros.
Por eso, siguiendo la máxima del amor, el cual no
busca lo suyo (1 Co. 13:5), considero muy importante ser cuidadoso y prudente
de cara al prójimo inconverso y ante los hermanos en la fe: “Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni
nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite” (Ro 14:21).
8)
De todos los argumentos que he leído de los cristianos pro, el más peligroso ha sido sin duda es el que dice que “se recomienda para los
´de amargado ánimo`”, basándose en Proverbios 31:6.
Me parece una
temeridad absoluta que alguien recomiende el alcohol para las personas
deprimidas partiendo de dicho proverbio, como si la Biblia no fuera un todo que
avisa de sus peligros. Si ya de por sí, una
persona con buen ánimo, suele pasarse en su consumo, exponer a tal riesgo a un
desanimado no tiene ni pies ni cabeza. Es lanzarlo a un pozo oscuro y sin fondo. Deberíamos recordar que muchos
deprimidos caen también en el alcoholismo, y viceversa. Por eso, siempre es
mejor actuar como Pablo nos exhorta ante cualquier situación de desaliento: “alentaos los unos a los otros [...] animaos unos a otros y
edificaos unos a otros” (1 Ts. 4:18; 5:11).
9) En el primer
escrito mostré los dos tipos de estudios médicos que existen y que chocan
frontalmente: por un lado, los que dicen que es bueno para la salud y, por
otro, los que dicen que no es cierto[1]. Pero, incluso si
fueran ciertos los supuestos beneficios del alcohol en pequeñas dosis, la
realidad es que, en muchas ocasiones, son una mera excusa para justificar su
consumo social; ni el propio interesado se toma en serio dicha argumentación
respecto a la salud. Una alimentación
sana, el ejercicio físico y algunos productos naturales de herboristería, son
más que suficientes para una buena salud. Por lo tanto, como señala el doctor
Borja Bandera: el que no ha bebido nunca, no tiene realmente ninguna razón para
comenzar ahora.
10) No creo que este sea un asunto para bromear o
mantenerse neutral. El cristiano no está llamado a tontear con el viejo hombre.
Los principios divinos son claros: apuntan una y otra vez a no alimentar la
naturaleza caída. No enseñan a imitar las costumbres de este mundo. No enseñan
a comportarse como el resto para quedar bien ante la sociedad. Nos llama a la madurez. Nos llama a
trabajar nuestros puntos débiles. Nos llama a confrontar con el poder del
Espíritu que mora en nosotros cualquier situación. Nos llama a tener comunión
con Él. Nos llama a guiarnos en la vida por la enseñanza bíblica
y no por las filosofías y modas imperantes. Y todo ello sin subterfugios para
lograrlo.
En definitiva, nos llama a despojarnos del viejo hombre –en todas las
esferas-, y a revestirnos del nuevo: “En cuanto a la pasada manera
de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos
engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo
hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24).
11) Debemos ser sal y luz, y creo que el consumo
de alcohol no edifica ni es el mejor ejemplo de parte de un cristiano, y menos
con todo lo que representa, significa, simboliza y provoca este producto
endiosado, plaga mundial y causante de tanto dolor. Pienso que aquí también
podríamos encajar las palabras de Pablo: “Todo me es lícito, pero no todo
conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica” (1 Co.10:23). Como dice Gerardo
de Ávila: “Todo
lo que puedo hacer compatible con la fe cristiana, lo hago. Y viceversa. Y no
hay luchas, ni reprender demonios, ni ayunos u
oraciones. Todo lo que hagáis, hacedlo en el nombre del Señor. ¿Puedo disfrutar
y participar de este placer? ¿Si o no? Hay cosas que me gustan, pero no son
compatibles. Esto no significa que quiera hacerlas, sino que me gustan”.
Conclusión
Aunque eso ya queda
fuera de mi ámbito y cae expresamente en manos ajenas, puede ser que, algunos
–muchos o pocos-, tras el enfoque que he ofrecido, sienta que las “utilidades”
sociales, físicas, emocionales y sentimentales que le han dado hasta ahora al
alcohol, incluso de forma “moderada”, carecen de total sentido para un
cristiano.
Si estás convencido de que, bíblicamente, el vino es una
bendición de Dios, que eres libre en conciencia para beberlo y que la Escritura
no lo prohíbe, y sin condenarte por mi parte sin piensas así, te animo a que
reflexiones seriamente sobre todo lo que hemos visto en esta serie de seis
artículos. Así podrás verlo desde una óptica mucho más amplia de la habitual,
que suele limitarse al “sí” o al “no”, y decidir si tienes que reajustar ciertos aspectos de tu ser, de tu
actuar y sentir. No porque lo veas como una especie de “mandamiento o
imposición legalista”, sino como una elección personal y voluntaria, que puede
ser la mejor para ti y los que te rodean. Ahí lo dejo.