lunes, 9 de noviembre de 2020

3.1. Los jóvenes y los adolescentes piden que sus padres les valoren y les comprendan

 


Venimos de aquí: Jóvenes y adolescentes que viven con sus padres pero se sienten huérfanos (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/10/2-jovenes-y-adolescentes-que-viven-con.html).

La base de las siguientes líneas se basan en lo que vimos en el capítulo anterior y en estas palabras de Bernabé Tierno: “Una de las causas de frustración juvenil es la frustración por insatisfacción de necesidades básicas –de afecto y estima, de seguridad y aceptación- que se colman durante los años de la infancia o dejan un vacío para toda la vida”[1].
Aunque añadiré algunos puntos y lo expresaré con otras palabras, lo que necesita un hijo es lo mismo que señala Virgilio Zaballos: “Podemos resumir en tres apartados la responsabilidad de los padres sobre los hijos: enseñar o instruir. Los padres deben instruir al niño desde la niñez (Pr. 22:6). Disciplinar. Los padres deben corregir a los hijos, no los hijos a los padres, para que crezcan seguros y protegidos. La disciplina debe ser aplicada en amor, nunca como violencia. Y amar: tanto la enseñanza como la disciplina tiene que tener su punto de partida en el amor. La firmeza y la ternura deben actuar juntas”[2].
De igual manera que no deberían casarse personas inmaduras, no deberían tener hijos aquellos cristianos (hombres y mujeres) que no tienen asentados y formados sus valores morales ni son capaces de ofrecer a sus hijos lo que necesitan. Si, a pesar de esto, contraen matrimonio –como suele acontecer en demasiadas ocasiones-, no podrán educarlos ni instruirlos en el camino de Dios (cf. Pr. 22:6).
Es cierto que en las últimas décadas la sociedad se ha transformado de tal manera que los padres del presente se enfrentan a situaciones que ellos no tuvieron que afrontar en su día. Esto dificulta sobremanera su tarea. Pero también es palpable que, al igual que los casados olvidan cómo se sentían cuando eran solteros y tratan a estos de la misma manera que no les gustaba que les trataran a ellos mismos, los padres olvidan cómo eran, cómo pensaban y cómo sentían cuando eran adolescentes.
Los padres deberían conocer la esencia profunda de sus hijos, y estos deberían poder mostrarla y expresarla ante ellos con total naturalidad. La realidad es que sucede todo lo contrario: los padres no conocen la parte mas profundo de sus hijos –lo cual es muy triste-, a pesar de que viven con ellos, y estos no la muestran porque han aprendido que hacerlo es sinónimo de rechazo, incomprensión y desvalorización. Esto les lleva a crear una jaula emocional en la que solo dejan entrar a los amigos más cercanos.
Tanto si sus vidas cuando eran pequeños eran mejores o peores, no deben compararse con lo que ellos como hijos tuvieron o no tuvieron. Si un padre fue infeliz o tuvo serias carencias emocionales en el pasado, no tiene que reprochárselo a sus hijos, puesto que ni habían nacido ni son responsables de lo que sus abuelos hicieron. Lo que tiene que hacer dicho padre es aprender para no cometer los errores que cometieron con él y darle a sus hijos lo que merecen y necesitan.
Para esto, hay que ir al fondo del asunto. Si eres padre, lo primero que tienes que hacer es empatizar con los deseos que citamos en la primera parte de este escrito y que tienen los adolescentes –y, en general, todos los seres humanos a cualquier edad-, para ver qué tienes que cambiar. Puede que tus hijos aún sean pequeños o ya sean adolescentes, pero tanto para lo uno como para lo otro te servirá. Los primeros para prepararse ante lo que viene y saber cómo actuar, y los segundos para ver qué tienen que mejorar y cambiar.

Valoración y palabras positivas
No sé si esto ya lo he contado en alguna ocasión, pero recuerdo que, cuando tenía 16 años, un profesor, que jamás había hablado antes conmigo ni me conocía de nada, por el simple hecho de confundirme en un elemento de la tabla periódica, me dijo en voz alta ante toda la clase: “Tú no vales”. Si los sentimientos se pudieran expresar visiblemente como si fueran la viñeta de un cómic, lo que se hubiera reflejado en el instante en que dichas palabras llegaron a mis oídos era un dragón llorando y a la vez vomitando fuego hasta convertir en cenizas a ese maestro carente de empatía. Ese es el poder que tienen las palabras: pueden llevarnos a sentir lo peor de nosotros y de nuestra naturaleza.
Algo parecido a lo descrito es lo que hacen muchos padres con sus hijos. Tienen una feísima costumbre que consiste en dedicar diez minutos de forma íntegra a lanzar decenas de palabras contra el hijo cuando este se equivoca o hace algo mal, y menos de un minuto a felicitarlo cuando acierta o lo hace bien, ni a mostrarse amables con ellos: “Con el tiempo se crea un abismo emocional entre padres e hijos: poco afecto, pero mucha crítica y fricción”[3].
En otras ocasiones se les castiga con el silencio, no dirigiéndoles la palabra. Todo esto desmoraliza a muchos jóvenes y los desmotiva. Sienten que, hagan lo que hagan, sus padres nunca están contentos y que los miden en función de sus errores y defectos.
“Frases como ´si suspendes no vas a ser nada en la vida`, ´si no estudias, no sales de casa`, ´no vas a aprobar`, ´mejor ni lo intentes`, ´esto no se te da bien` han sonado, al menos, una vez en la vida de cualquier estudiante en nuestro país. ¿Qué consecuencias tiene utilizar este tipo de expresiones cuando nos dirigimos a los menores?”[4].
Como nos explica en una entrevista Luis Castellanos –autor del libro Educar en lenguaje positivo- y que debería hacer reflexionar a todos los padres: “Que el pensamiento moldea el cerebro está demostrado científicamente, con estudios que analizan cómo una mala palabra disminuye la capacidad cognitiva del sujeto. Hasta ahora, la Humanidad ha sobrevivido gracias a una serie de emociones negativas, como el miedo, porque el miedo nos defendía ante las amenazas. Pero esto ya no es necesario. Influimos en las capacidades de los niños a través del lenguaje y de las palabras que usamos con ellos. [...] No se trata de un optimismo buenista, sino de dar herramientas para el día a día. El error ha sido pensar que el éxito en la vida dependía de una consecución de cosas: estudios, trabajo, casa, pareja, hijos. ¿Eso garantiza una vida feliz? No, los padres no quieren que los hijos sean clones de ellos, sino que sean felices, que su historia de vida sea digna. El mundo nos duele porque nos han apretado los tornillos en la cabeza que son las palabras. No hemos prestado atención en la enseñanza y en casa al lenguaje que utilizamos hacia nosotros mismos y hacia los demás. [...] El cerebro es maleable y las conexiones sinápticas se ven influidas por las palabras [...] Hace años publicamos en Plos One los resultados de un experimento que hicimos con deportistas y estudiantes. Buscábamos ´palabras clave`, positivas o negativas, y medíamos cómo reaccionaba el sujeto a los estímulos cuando escuchaba unas u otras. Medimos las reacciones cerebrales con resonancia magnética y electroencefalografía. Y comprobamos cómo, ante las palabras positivas, los sujetos eran más rápidos en la prueba y acertaban mejor a los estímulos. Esto es clave en la enseñanza y la comunicación con los estudiantes. Mejora su rendimiento cognitivo y su memoria con solo introducir cambios en el lenguaje con el que nos dirigimos a ellos. [...] No somos conscientes del daño que hace el castigo del silencio. Se le pasan mil cosas por la cabeza a ese niño: ´¿qué he hecho mal, y si mis padres ya no me quieren, y si no me vuelven a hablar?` Su autoestima empieza a descender. El silencio se convierte en el mayor bullicio negativo en la cabeza de una persona. Un niño al que sus padres han castigado con el silencio en la infancia lo usará también como presión hacia sus iguales en su madurez. Tenemos que tomar conciencia de todo esto y ´habitar` las palabras: escogerlas. Hasta ahora no sabíamos que una mala palabra a un niño puede llevarle a la autodestrucción o la destrucción de los otros. Pero ahora que lo sabemos, no podemos ignorarlo. El futuro de nuestros hijos, sus vidas, depende de ese uso del lenguaje. [...] Fue asombroso comprobar cómo un año de trabajo introdujo grandes cambios en las clases, incluso con los niños más ´disruptivos`, aquellos sentados en la última fila, capaces de romper una clase. Utilizamos todas las herramientas disponibles, como pegar palabras concretas en sus zapatos, escribir una frase motivadora en la pizarra… escribir el ´Cuaderno de las Palabras Habitadas`, con objetivos. En un curso escolar vimos el cambio, que nos sorprendió a todos: los niños mejoraron su rendimiento, su capacidad de concentración y su relación con los iguales, con los profesores y sus padres. Solo hizo falta cambiar el lenguaje que se utilizaba en el día a día”[5].
En lugar de centrarte únicamente y de manera exclusiva en lo malo, valora los aspectos positivos que poseen, ¡y díselos! No lo hagas “mentalmente”, sino con palabras. Si es una persona simpática, ¡díselo! Si es amable, ¡díselo! Si es educado con el prójimo, ¡díselo! Si es dadivoso, ¡díselo! Si es íntegro, ¡díselo! Si se mantiene puro en medio de esta perversa generación[6], ¡díselo! No basta con que tú lo sepas, ¡tienes que decírselo! ¡Felicítalo por ello! ¡Alégrate con él de que así sea! Es la manera de reforzar lo bueno que pueda haber en él. Y, sobre todo, ¡dile que le quieres! Ya no son niños, ¿y qué? Aunque hayan crecido, lo necesitan igualmente. Los piropos y señalar lo positivo no puede acabar al mismo tiempo que concluye la infancia. Tampoco quiere decir que seas falso o lisonjero para hablar bien de tu hijo. Es ser justos en lo que es verdadero y de forma medida: “Demuestre satisfacción, comprensión y cariño, no solo cuando el alumno saque buenas notas. Valore sus habilidades (seguro que las tiene), aunque sean distintas de las que aprecia el Ministerio de Educación”[7].
Si los piropos sanos no se dicen en la infancia y en la adolescencia, casi con total seguridad ya no surgirán ningún efecto en la vida adulta. La persona no los creerá ya que no le llegarán a la mente ni le impactarán el corazón.
Sin ánimo vanaglorioso, también debes apreciar e incentivar con tu apoyo los talentos que pueda tener y todo aquello que se le dé bien, como tocar algún instrumento musical, dibujar, escribir, las manualidades, los deportes, etc. Y, en muchas ocasiones, no tanto los logros alcanzados, sino el esfuerzo realizado. Si no lo haces lo estarás atrofiando y desanimando, ya que pensará que sus padres no lo valoran ni lo tienen en cuenta, aparte de que ni él mismo lo considerará importante. Aún así, recuerda: lo más importante es la clase de persona que es, sus valores internos, por encima de sus talentos o lo que pueda llegar a hacer a través de su cuerpo. La sociedad valora a deportistas, cantantes y demás estrellas, a pesar de que sus valores morales son despreciables. Por eso hay padres que, mientras saque buenas notas, miran para otro lado cuando el hijo es promiscuo o sale de botellona a emborracharse. No cometas este error.

Comprensión
Esto es un claro ejercicio de empatía. Entrar en sus mentes para comprender el porqué actúan como lo hacen. Esto no significa que tengas que estar de acuerdo, pero si eres capaz de vislumbrar las razones y motivaciones que hay en su corazón, llegarás a entender su forma de actuar y qué se esconde detrás, por lo que hablar con ellos será más productivo.
Esto implica a su vez no tratarlos ya como niños. En lugar de imponer (“por que lo digo yo”, “por que esta es mi casa” o “por que yo soy tu padre” al estilo Darth Vader) tendrás que argumentar y razonar tus ideas. Quizá los gritos eran el método tradicional que usabas en el pasado y durante su infancia para acabar un berrinche del niño. Ante esto, el pequeño no tenía capacidad de réplica, ni a nivel físico ni verbal, dada la superioridad en ambos aspectos de los padres. Pero en la adolescencia esas fuerzas se equilibran por completo, e incluso son superadas por los jóvenes.
El adolescente no es un robot al que se pueda programar para que obedezca órdenes y sea un clon de los padres, sino que es un proyecto de persona que ahora mismo es inmadura y que tiene los sentimientos a flor de piel, por lo que hay que ofrecerle argumentos convincentes y no caprichosos para que sepa elegir lo correcto y lo sano, llevándolo a crecer y madurar: “Al madurar intelectualmente, el joven se vuelve incómodo, porque discute más y se conforma menos. Es una señal de evolución correcta. Considerar que el joven necesita un lugar seguro para estrenar y ensayar las nuevas alas intelectuales. Cuando discute con los padres acerca de la injusticia en el mundo, las drogas, el sexo, cuando defiende su ansia de libertad, está descubriendo hasta dónde puede llegar con su recién estrenada independencia intelectual. Escuchar sus opiniones, aunque no las comparta, es la mejor forma de conocer cómo piensan sus hijos y el único camino para encarrilar su futuro”[8].

Continuará en: Que se les escuche y se les corrija: lo que necesitan los jóvenes (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/11/32-que-se-les-escuche-y-se-les-corrija.html)


[1] Tierno, Bernabé. Adolescentes, las 100 preguntas clave. Temas de hoy. Pág. 197.

[2] Zaballos, Virgilio. Esperanza para la familia. Logos. Pág. 42.

[3] Cury, Augusto. Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith. ePUB v.1.0. Pág. 8.

[5] Ibid.

[6] Filipenses 2:15.

[7] Nágera, Alejandra. La edad del pavo. Temas de hoy. Pág. 215.

[8] Nágera, Alejandra. La edad del pavo. Temas de hoy.


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