Nada más concluir la película, miré a mi sobrino y le
dije: “Un ejemplo más de que la opinión de los demás y de los medios de
comunicación me dan exactamente igual”. ¿Y por qué hice tal aseveración? Porque
“El ascenso de Skywlaker”, vilipendiada por dos terceras partes del fandom, me
había fascinado. Entiendo que algo pueda no gustar y argumentarlo, al igual que
a mí hay muchas cosas que no me agradan, pero leer los comentarios llenos de
puro odio de muchos en las redes sociales solo sirve para manifestar una vez
más las palabras de Jesús, que “de la
abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34), y en este caso no es
nada bueno. Por eso hace tiempo que dejé de leer las opiniones de otras
personas –aunque le sigo pidiendo opinión a algunos amigos- ya que resultaba
doloroso comprobar hasta qué punto puede degradarse un ser humano por un asunto
que es un mero entretenimiento, sea el cine o cualquier otra afición, cayendo
en los insultos y en todo tipo de comentarios hirientes. Además, discutir por
cuestiones tan superficiales con personas sin la más mínima educación me parece
una completa sandez.
Siempre que sucede algo así –que a alguien no le gusta
lo que a mí sí-, y como no me van a hacer cambiar de opinión, solo digo que
lamento mucho que otros no hayan disfrutado de algo que yo sí he hecho. En este
caso en particular, disfruté como un niño pequeño cuando se levanta de la cama
nervioso y llega al salón de su casa la mañana del 6 de enero. Por eso, aunque
no te gustara lo que viste, mi propósito es que seas capaz de ver cómo una
historia de fantasía nos muestra la imperiosa necesidad que todos tenemos de ser
redimidos. Ese es el verdadero transfondo.
¿La historia
de Star Wars o de la familia Skywalker?
Quien haya seguido la saga de Star Wars desde sus
comienzos, conoce de sobra las distintas tramas que se han desarrollado en
ella. Como se nos describe al comienzo de cada una de las nueve películas
(enealogía), transcurre “hace mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana”. En
esta realidad hay infinidad de planetas donde cohabitan todo tipo de seres y de
especies inteligentes, desde “humanos” y androides hasta razas con forma
antropomórficas completamente extrañas y animalescas.
En algún momento de la historia del universo surgieron
individuos que eran sensibles a la “Fuerza”, que venía a ser un campo invisible
que impregna y rodea toda la creación. Es aquí donde estos individuos sensibles
a ella conformaron la conocida Orden Jedi, los cuales usaban la “Fuerza”
para garantizar la paz y el bien común. Este poder implicaba una serie de habilidades físicas muy
por encima de la media, junto a otras sobrenaturales como la telequinesis, el
control mental de otros seres y la capacidad de percibir a aquellos que poseían el mismo
poder. El problema surgió cuando algunos de estos quisieron usar dicha “Fuerza”
para el mal, ya que, dejándose llevar por el odio, la ira y el miedo, eran
capaces de ser aún más poderosos. A esta “conversión” se la denomina desde
entonces como “pasarse al lado oscuro”. Así surgieron los “Sith”, y cuyo
propósito era imponer su propia visión basada en la opresión del fuerte sobre
el débil.
A partir de ahí, a resumidas cuentas y sin entrar a
detallar las diversas tramas –porque su extensión haría inacabable este
escrito- lo que observamos es una continua lucha entre los Jedis y los Sith,
entre la República Galáctica y los separatistas, entre el Imperio gobernado por
el Emperador Palpatine y la resistencia, entre el equilibrio y el caos, entre
la paz y la tiranía. En definitiva, la clásica lucha entre el bien y el mal.
Ahora bien, el nexo de unión principal en toda la historia es que se nos narra
a través de distintos miembros de la misma familia: los Skywalker. Y es aquí
donde quiero centrarme, especialmente en lo que se desarrolla en el noveno acto
que cierra esta macro-historia. Antes de comenzar, vamos a exponer de forma
gráfica la genealogía para el que no la tenga clara:
Una historia de redención
Quién se quede con lo meramente externo de este cosmos
forjado en la imaginación de George Lucas –el cual, a su vez, “bebió” de
incontables fuentes que luego fundió y forjó-, habrá disfrutado de una banda
sonora que desborda ampliamente la excelencia, con los diseños deslumbrantes de
las naves espaciales que viajan a la velocidad de la luz, con multitud de
imágenes espectaculares que se quedan grabadas en la retina, con personajes
carismáticos y con épicos combates con los brillantes sables láser. Por eso hay
millones de fans en todo el mundo que aman esta historia. Pero, por el
contrario, quien haya buceado en ella y mirado más allá de lo superficial, se
habrá encontrado una historia cíclica de carácter redentor y profundamente emotiva.
Uno de los momentos más recordados e imitados por los
seguidores es cuando Luke Skywalker descubre que su padre –al que creía muerto-
es el mismísimo villano Darth Vader (Anakin Skywalker). Anakin fue un gran
guerrero Jedi que fue cayendo en el lado oscuro de forma progresiva tras el
asesinato de su madre; paso que culminó tras la muerte de su esposa Padme.
Tras el encuentro entre Luke y su padre, éste le
insiste en que se pase al reverso tenebroso, para así gobernar juntos el
universo. Pero Luke se niega una y otra vez, ya que su propósito es que su
padre tome el camino inverso: que del mal vuelva al bien. Darth Vader le dice
que es demasiado tarde para él. Las atrocidades y las fechorías que cometió
como Señor Oscuro a lo largo de los años nos hablan de su maldad, destacando
por sobrecogedora la escena implícita –ya que no se muestra abiertamente- donde
asesina a un grupo de niños que se estaban formando como Jedis. Aun con todo,
Luke insiste en el deseo de “rescatar el alma de su padre”. En el último
momento, con Luke siendo masacrado por los rayos del Emperador Palpatine (un
Sith llamado Darth Siduous), Darth Vader se siente profundamente conmovido y
reacciona, volviendo a ser Anakin y lanzando al vacío al Emperador. A punto de
implosionar la Estrella de la Muerte, el hijo contempla por primera vez el
rostro desfigurado de su padre ya sin el casco y malherido, a punto de morir.
Luke quiere sacar a su padre para ponerlo a salvo, ante lo cual Anakin le
contesta: “Ya me has salvado”. En este momento, expira. Es la historia de un amor redentor en su más pura expresión.
Una historia
cíclica
Años después de estos acontecimientos, la historia de
los Skywalker vuelve a repetirse, y eso es lo que vemos en el último episodio
de todos, el titulado El ascenso de
Skywalker. Aquí vemos la conclusión de lo que se había ido desarrollando en
los capítulos 7 y 8: Ben Solo-Skywalker, hijo de Han Solo y de Leia Skywalker, era
sensible a la fuerza, y comenzó a ser entrenado por su tío Luke. Cuando éste
miró dentro de su mente y visualizó toda la oscuridad que había en su sobrino y
todo el mal que causaría, quiso acabar con él, fracasando en el intento. A
partir de ahí, Ben se pasó al lado oscuro al igual que hizo en el pasado su
abuelo Anakin. Queriendo parecerse a él, adoptó el apodo de Kylo Ren, usando
incluso una máscara para ocultar su rostro. No quería que lo llamaran por su
antiguo nombre ya que él mismo decía que Ben había muerto. En un momento
desgarrador que recuerdo porque dejó helada a la sala, asesinó a su propio
padre (Han Solo) para romper definitivamente con su pasado, a pesar de que
había tratado de que recapacitara y volviera a casa.
El mayor deseo de Kylo era convertirse en el mandamás
de todo el Nuevo Imperio, y para que gobernara a su lado quería atraer a sus
filas a una chica huerfana de padres desconocidos llamada Rey, y en la cual la
“Fuerza” había despertado. El problema es que no la controlaba y sentía que una
oscuridad estaba creciendo en su interior. Por eso Kylo Ren quiso aprovechar la
coyuntura para atraerla a su lado. Finalmente, Rey descubrió el origen de la
oscuridad que residía en ella: era la nieta del Emperador Palpatine. Este
seguía vivo –al menos su espíritu, tras haber sido clonado su cuerpo-, y la
buscaba para que cumpliera su destino de sangre: convertirse en Emperatriz tras
pasarse al lado oscuro. Pero Rey lo tenía claro: a pesar de que en sus sueños
se contemplaba a sí misma llegando al trono, se negó a ceder a la oscuridad, haciendo a la vez todo lo posible
porque Kylo Ren volviera a la luz. Su misericordia ante él, la compasión
que experimentó, llegó a tal extremo que, tras una titánica y colosal batalla
entre los dos, y tras no dejarle otra opción que asestarle un golpe mortal que
le atravesó el costado, usó la Fuerza para sanarlo. Finalmente, Kylo,
percibiendo la muerte de su madre Leia, y tras las palabras del “espíritu” de
su padre, que le dijo: “Kylo Ren está muerto. Mi hijo está vivo. Tu madre se ha
ido, pero aquello por lo que ella luchó, sigue ahí”, volvió al lado de la luz,
siendo de nuevo Ben. Se repite la
historia de un amor redentor en su más pura expresión.
En la batalla final,
Ben –el nuevo Ben- se unió a Rey para enfrentarse a Palpatine, al que terminó
por derrotar Rey en una escena que me puso los vellos del corazón como escarpias
de la propia emoción, si es que algo así existe y es posible. ¿Qué sucedió a
continuación? Que Rey murió ante el sobresfuerzo, instante en que sufrí tres
paros cardíacos. Pero ahí no acabó todo: Ben Skywalker le devolvió el favor y
usó la Fuerza para resucitarla.
Por lo que transmite
ella a través de toda la trama y por la expresión de su rostro, su felicidad
era mayor por el hecho de ver a alguien que estaba en tinieblas y había vuelto
a la luz, antes que por haber derrotado al malvado de su abuelo. Segundos
después, y tras haber usado todo el poder para devolverla a la vida, Ben
falleció al estilo Jedi: desapareciendo. Nuevamente, un Skywalker había sido
redimido. Por eso mencioné el carácter cíclico de la historia.
¿La
redención solo es necesaria para los Kylo Ren de este mundo?
Desde ya hace muchos años, todo pensamiento propio o ajeno, toda circunstancia de la
vida, todo acontecimiento, junto a todo libro, serie o película, lo paso
mentalmente y de forma espontánea por el filtro de las Escrituras. El conocido
lema “¿Qué haría Jesús?” lo llevo al extremo de “¿Qué piensa Dios?”, “¿Qué dice
al respecto Su Palabra”? ¿Qué me dice “ella” sobre lo que estoy pensando? ¿Qué
me dice sobre la opinión que acaba de manifestar esa otra persona? ¿Cómo se
relaciona lo que acabo de leer, ver o escuchar con LA VERDAD de Su revelación
escrita? Y muy importante: ¿Cómo repercute de cara a LA ETERNIDAD?
Intelectualmente puedo entender a aquellos que dicen
que esta historia no es más que un gran entretenimiento. Pero eso es quedarse
muy corto de miras. La razón por la cual conmueve y estremece debería ser
clara: el mensaje expuesto en Star Wars,
extrapolado al mensaje bíblico, nos conduce al mensaje de redención de Cristo. Dije que en el
intelecto entiendo a los que solo ven una diversión y no más allá porque la infinidad de personas de este mundo no
creen ni piensan por un segundo que tengan que ser redimidos de nada. Lo
que para un cristiano nacido de nuevo es obvio, para un ateo, un agnóstico o un
religioso, no lo es en absoluto. Por eso dijo Pablo que “la palabra de la cruz es locura a los que se
pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Co. 1:18).
Mientras que el
inconverso no se considera malo y llega a la conclusión de que no es un Darth
Vader o un Kylo Ren que está en el lado oscuro ni necesita “volver a la luz”
(al mirarse a sí mismo y contemplar que no es una mala persona, ni un asesino,
un violador, un adúltero, un alcohólico o un drogadicto), el verdadero converso
no deja de caer de rodillas día tras día para mirar a la cruz estremecido de
que el Hijo de Dios se sacrificara para pagar por la Oscuridad que habita en cada uno de nosotros, y cuyo
derramamiento de Su propia sangre logró por nosotros la redención: “Bendito sea
el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes
de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él,
en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de
Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de
su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de
pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:3-7).
La realidad es que TODOS necesitamos ser salvados,
incluso aquellos que no lo saben, no lo creen o no lo reconocen, puesto que “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de
Dios” (Ro. 3:23). Repito:
TODOS. Ese lado oscuro, ese reverso tenebroso de la fuerza que mora en
nosotros, se manifiesta en multitud de maneras, no todas tan escandalosas como
las que llevaron a cabo algunos de los Skywalker, pero ahí está,
formando parte de nuestro ser. Aunque sea en momentos concretos o puntuales,
unos y otros sienten ira, se dejan llevar por el chismorreo o la crítica, se
muestran avariciosos, soberbios u orgullosos, experimentan odio en
su interior aunque no lo manifiesten, sienten celos, se enemistan con sus
semejantes, se regodean en la lascivia, muestran un humor vulgar, les carcome
la envidia, se emborrachan, emplean un lenguaje soez, idolatran aquello que no
es Dios, etc.
Muchos omiten de sus pensamientos estas certezas y
ponen como contrapeso que “son buena gente” porque se portan bien con los
amigos y los seres queridos, son bondadosos, dadivosos, altruistas, alegres y
cariñosos. Y no digo que no sea verdad. Hay personas, muchas personas, que son
inconversas pero que resultan encantadoras. Conozco a más de una y seguro que
tú también. El problema es que no es en
mayor o menor grado las expresiones externas de cierta oscuridad lo que nos
condena y nos lleva a la imperiosa necesidad de ser rescatados, sino la misma
Oscuridad en sí que está impresa en nuestro ser. Como he citado en más de
una ocasión, “no somos pecadores porque
pecamos, sino que pecamos porque somos pecadores” (Sinclair Ferguson).
Un amor que
busca un bien mayor
Uno puede pensar que un amigo es el que acompaña a
otro a una “botellona” o a un pub a beber, el que le ríe el chiste obsceno o el
que le piropea, el que le da a “me gusta” a una foto o el que posa junto a otro
en un selfie como manera de
“autopromocionarse”. Nada de eso define la amistad, ni siquiera los mejores sentimientos
o emociones, sean pasajeras o de por vida. En términos generales, tampoco es un
amigo el que participa de una vida disoluta de pecado, ni el que apoya a otro
en sus relaciones contra natura bajo el prisma “del amor”, a abortar, a
divorciarse, a ser infiel o a ser promiscuo. Aunque se considere a una persona
un amigo porque apoya ese tipo de decisiones, e incluso diga alegrarse, es un
mal amigo según los parámetros de Dios, que son los únicos válidos.
Lo llamativo aquí es que Dios ama a las personas más
de lo que se aman a sí mismas o de la que los demás lo hacen. ¿Por qué hago esa
contundente manifestación? Aunque consideramos a amigos verdaderos a aquellos que
están a nuestro lado en los malos momentos, hay un grado de amistad que alcanza
una cota a la que el ser humano no puede aspirar ya que se basa en el amor que busca el BIEN MAYOR del prójimo. Y es
ahí donde entra el mensaje del Evangelio, que proclama que Dios Encarnado
derramó Su sangre para pagar el precio y las consecuencias que merecían y merece
nuestra maldad: “Porque también Cristo
padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos” (1 P.
3:18). ESO ES AMOR. Por eso Jesús dijo que “nadie tiene mayor amor que este, que uno
ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15 13). Esa vida Él la puso y la entregó. Si eso no te conmueve ni
te hace ver la grandeza de Dios, nada lo hará. Ese es el BIEN MAYOR que Dios
desea para todos.
La “amistad humana” no tiene sus ojos puestos en la
eternidad, solo en el aquí y en el ahora. Y, por encima de todo, queda
ridiculizada ante el verdadero AMOR: una persona que ama, más allá,
infinitamente más allá de que sea amigo, busca salvar y redimir el alma del
perdido antes de que sea demasiado tarde y la desgracia se haga realidad. Es
exactamente lo que Dios ha querido siempre con la humanidad: “En
esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo
unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Jn. 4:9). De ahí el complejo plan que trazó para
lograrlo, ejecutado por Cristo y “destinado
desde antes de la fundación del mundo” (1 P. 1:20).
Conclusión
A pesar de los que los ateos se burlan de la Parusía y
que algunos cristianos llevan veinte siglos quejándose porque, según ellos, tarda
en volver, Pedro nos dice que “es
paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos
procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
Ben extendió su mano a Rey para que se pasara al lado
oscuro. Rey extendió su mano a Ben para que se pasara a la luz. Igualmente, la
mano de Dios –describiéndose Jesús a sí mismo como “la luz del mundo” (Jn. 8:12)- sigue extendida hacia todos aquellos
que aun no la han tomado, que no se han arrepentido ni han sido redimidos.
Llegará el momento en que será cerrada y el tiempo de gracia habrá llegado a su
fin. Muchos ni se plantean esta cuestión, y de cuya respuesta depende dónde
pasarán los siglos de los siglos. Otros se lo juegan todo a una carta, la del
“lecho de muerte”, creyendo que en sus últimos momentos podrán dar el paso.
Sinceramente, no me jugaría mi destino final a esa ruleta porque,
como vimos en “A medio segundo de ser atropellado y ¿morir?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2018/08/8-medio-segundo-de-ser-atropellado-y.html), nadie
sabe qué día ni a qué hora dejará de girar el dado.
Pienses como pienses sobre ti, tengas el concepto que
tengas sobre tu persona, te consideres mejor o peor, te vean los demás como te
vean, necesitas ser SALVADO, necesitas ser REDIMIDO. Mi única pregunta, que es la que tienes que
formularte: ¿Lo has sido ya?
* Si la respuesta es “no” y quieres que
cambie a “sí”, te remito a “No soy
religioso, ni católico, ni protestante; simplemente cristiano” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html).
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