Venimos de aquí: ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que lo importante no
es el reconocimiento social ni las posesiones materiales (http://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/05/7-que-puedes-aprender-de-la-crisis-del.html).
Hará un par de meses, y a pesar de su ajetreada agenda
al comienzo de la pandemia, Margarita Robles, la ministra de Defensa de España,
dejaba unas sabias palabras que, dada la profundidad de las mismas, es evidente que no surgieron en un instante sino que fueron fruto de la meditación
personal: “Creo que todo lo que está ocurriendo nos coloca, además, ante dos
cuestiones importantes, que se nos olvidan en seguida. Por un lado, la
vulnerabilidad del ser humano, y esto es algo sobre lo que tenemos que
reflexionar; y, por otro, que nunca hay que dejar de ser humildes, porque
todavía hay muchas cosas que no sabemos ni controlamos, aunque, a veces, el
hombre se sienta poderoso e invencible”[1].
Por mucho que haya
avanzado la tecnología en el último siglo –y más que seguirá haciéndolo-, está
comprobado que un simple “ser microscópico” tiene el poder de tumbarnos, de
incapacitarnos, de parar la sociedad, de enfermarnos y de matarnos. Somos
frágiles aunque no nos guste saberlo. Nuestras fuerzas y nuestro cuerpo tienen
fecha de caducidad. Esta realidad debería llevarnos a ser HUMILDES.
Lo que se observa en
las redes sociales y en la vida cotidiana es todo lo contrario, tanto de parte
de cristianos como de los que no lo son. Dichas actitudes son mezquinas y
dantescas. Los inteligentes se ríen de los que no lo son. Los que poseen
cultura intelectual menosprecian a los que no la tienen. Los ricos consideran
indignos a los pobres. Los guapos se creen privilegiados ante los que no lo
son. Y, por el contrario, los que no son muy inteligentes, ni poseen una gran
cultura intelectual, ni son ricos ni guapos, lanzan toda su ira contra los que
sí tienen algo de esto. Nosotros, que somos polvo, que envejecemos, que la
muerte nos acecha y nos atrapará tarde o temprano, en meses o en décadas, que
todo lo que tenemos se quedará sobre este mundo, creemos que somos dioses, que tenemos el
control de todo y que nuestro destino nos pertenece. Tiene que venir un virus
–que no entiende de fronteras ni clases sociales- y aislarnos socialmente e
impedirnos hacer las actividades de siempre, para recordarnos que no lo somos y que no tenemos control sobre la vida y la muerte:
“La
vida del hombre es como la hierba; brota como una flor silvestre: tan pronto la
azota el viento, deja de existir, y nadie vuelve a saber de ella” (Sal. 103-15-16. DHH).
Jesús, siendo Dios el
único dueño del destino y del universo conocido y no conocido, creador desde la
nada más absoluta, que no está condicionado por nada ni por nadie, cuyo poder
supera nuestra imaginación, que existe desde siempre y para siempre, podría
haber sido el Ser y la persona más soberbia, orgullosa y prepotente de toda la
historia. Dada sus características y sus condiciones, tenía razones de sobra
para serlo. Pero, ¿qué vemos en Él? Que Pablo nos responda: “El cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).
Mirar a la cruz y ver ahí a Jesús, Dios que se hace siervo por amor a nosotros,
el cual, a causa de nuestra vulnerabilidad, ofreciéndose voluntariamente para
morir en un madero por nuestros pecados y regalarle la vida eterna a quien
aceptara dicho sacrificio, nos debe hacer recapacitar. Es la única manera en
que nos miremos a nosotros mismos y a los demás de forma de muy distinta a lo
que solemos hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario