Venimos de aquí: ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que tienes que dar gracias y un millón de
gracias por todo lo que tienes (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/04/6-que-puedes-aprender-de-la-crisis-del.html).
Estas fueron las
palabras que hace unos días salieron de la boca del jugador español Andrés
Iniesta en una entrevista: “El dinero y
la fama no sirven de nada, pero... ¿sabes qué pasa? Que es difícil que alguien
que no tiene todas esas cosas que yo tengo, comprenda que yo diga que no sirven
de nada el dinero y la fama. Pero es verdad que, aunque tengas todo lo del
mundo, si estás vacío por dentro... Las personas, da igual el dinero, tenemos
los mismos sentimientos, los mismos miedos, las mismas alegrías... Y ahí todos
estamos cortados por el mismo patrón. Todo lo demás son accesorios.
Evidentemente, los que tenemos los privilegios tenemos que saber aprovecharlos,
y estar agradecidos por tenerlos, pero el trago que pasé lo pasé como persona,
no lo pasé mejor o peor por tener más o menos dinero”[1].
Para el que no lo sepa, en esta última frase, se refiere a la depresión por lo
que pasó, aunque el énfasis quiero hacerlo en todo lo anterior que dice.
Por su parte, el
catedrático Enrique Rojas señala que, “a la
hora de la muerte, los títulos y los honores desaparecen, la riqueza no sirve
para nada, el prestigio es muy relativo, y lo único que quedan son las huellas
del amor que hayamos dejado en el testimonio de nuestras vidas”[2].
Tanto en el caso de Andrés como en el de Enrique, son
verdades como puños que concuerda completamente con el sentir bíblico, por lo
que resumen mi pensar.
Admiración vs Héroes
Esta sociedad admira
a las personas exitosas: los que tienen estudios universitarios, grandes
trabajos, buenos sueldos, carreras artísticas y deportivas grandiosas, millones
de seguidores en las redes sociales, etc. Muchos los admiran y los envidian.
Incluso lloran de emoción por ellos, y no digamos ya si los ven en persona y
logran fotografiarse juntos. Pero estos días estamos viendo que LOS VERDADEROS
HÉROES son el personal sanitario, los farmacéuticos, las costureras, las
limpiadoras, los agricultores, los ganaderos, los cajeros de supermercados, los
reponedores, los transportistas, los dueños de pequeñas tiendas de comestibles,
los bomberos, los carteros, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los
panaderos, los carniceros, los fruteros, los kiosqueros, los que cuidan de los ancianos, los padres y las madres. Y seguro
que me olvido de más de uno. No fue casualidad que en la parábola de las bodas
que contó Jesús, llamara al banquete a los que el mundo mira con desprecio: “los pobres, los mancos, los cojos y los
ciegos” (Lc. 14:13).
En el siglo I, en la
la iglesia de Corinto, pasó lo mismo entre sus miembros: creían que la élite
estaba formada por los que tenían mayores dones. Y no era así: “Antes bien
los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios” (1 Co. 12:22). Los que parecen los eslabones con
menos fuerza de la cadena, son IMPRESCINDIBLES para que la rueda de este mundo
siga girando.
Jesús,
nuestro gran modelo
De nuevo el ejemplo del que aprender es Jesús. Siendo
Rey, nació en un pesebre. Siendo Rey, trabajó de carpintero. Siendo Rey, entró en Jerusalén sobre un pollino. Por
eso pudo decir de sí mismo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para
vuestras almas” (Mt. 11:29).
Buscar el reconocimiento social, anhelar más y más
dinero, más y más posesiones materiales, no trae descanso para el alma sino
todo lo contrario: descontento, miedo a perderlo todo y ansiedad, y más
sabiendo que es un castillo de naipes que se puede desmoronar en cualquier
momento por una circunstancia adversa.
Mientras que al ser humano le impresiona todo lo
externo (el físico, el dinero, las casas, los coches, los talentos personales,
etc.), a Dios no le deslumbra nada de esto en absoluto. Por el contrario, Jesús
se maravilló por la fe de un centurión romano (cf. Mt. 8:5-10). Dios mismo considera que este mundo no
era ni es digno de aquellos que, a causa de la fe, “fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de
espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras,
pobres, angustiados, maltratados” (He. 11:37-38).
En una vida sencilla es donde reside la verdadera
humildad de espíritu. Él nos lo mostró con toda claridad. Jesús no busco su
propia gloria en este mundo, solo hacer la voluntad del Padre y glorificarlo a
Él. ¿Para cuándo entonces “nuestra” gloria? Para el mismo sitio y momento que
Jesús dijo: “en” y “el” cielo. De ahí su oración: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que
tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn. 17:5).
Aprendamos esta lección tan sencilla pero a la vez profunda, de las que cambian vidas.
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