La idea para el título de este escrito
surgió de una frase que dijo un buen amigo en una conversación que mantuvimos
sobre este tema. Para él el mérito. Gracias.
Venimos de aquí: Historia de un matrimonio: Una plaga
llamada “divorcio” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/02/historia-de-un-matrimonio-una-plaga.html).
Muchos matrimonios consideran que dicho estado no es
“tan emocionante” como el del noviazgo. Y más en esta sociedad actual que vive
tan deprisa, donde parece que la balanza de “cuán feliz soy” se gradua en
función del dinero que uno tenga, de la valía de sus posesiones materiales, de
la casa y el coche que posea, del número de actividades lúdicas de las que
participe y de los países a los que viaje. A mayor número de estos
ingredientes, parece que un matrimonio es más exitoso. Todo esto puede ser
señal de bienestar pero no tiene que
significar necesariamente calidad en
la relación entre los esposos. Ningún punto de lo reseñado garantiza nada entre dos
personas ni es guardián de la dicha personal.
El principio para contraer nupcias debería ser siempre
el que expresa Gerardo de Ávila: “Se tiene que
reconocer que al matrimonio solo deben entrar adultos, no solo en el sentido de
la edad cronológica sino en el de madurez emocional, de desarrollo intelectual
y moral. Mientras sean niños los que contraigan matrimonio este no podrá tener
el carácter que Dios le atribuye. Mientras el matrimonio se produzca por
impulso, sin la reflexión que paso tan serio supone, el matrimonio no podrá ser
como Dios intencionó: Hasta que la muerte los separe”. Ese suele ser en muchas ocasiones el principal
problema en la “fusión” que se debería producir en todo matrimonio:
- Uno de los miembros, o los dos, se casan sin ser
maduros en áreas muy importantes de la vida: carecen de madurez emocional,
desarrollo intelectual y moral. Muchos de ellos entran en el matrimonio con
problemas que ya arrastraban desde el noviazgo, incluso desde antes de él.
- Aunque eran o son relativamente maduros, hay
aspectos muy importantes de su relación –tanto a nivel individual como entre
ambos- que no han desarrollado y que, por lo tanto, no está alcanzando todo el
propósito que se le presupone.
Como aquí ya me estoy refiriendo a personas casadas,
voy a exponer de forma breve, sencilla y entendible distintos aspectos que
deben ser parte “sí o sí” de todo matrimonio. Aquí tocará que cada uno, en humildad, se analice a sí mismo y
haga la sentida oración del salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi
corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de
perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24). Una vez hecho
esto, y teniendo capacidad de reconocer los propios errores y la firme
decisión de modificar y mejorar cualquier aspecto, tocará sentarse junto al cónyuge, mirarse a los ojos y hablar con
claridad. Será vuestra primera prioridad. Allá vamos.
¿Cómo
marcha el nudo de tres dobleces?
En uno de los momentos emotivos de la ceremonia, el
pastor pronuncia esas palabras que todos conocemos de memoria: “Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y
cordón de tres dobleces no se rompe pronto” (Ec. 4:12). A continuación, pasa a explicar
cómo ese cordón está formado por el esposo, la esposa y Dios. Los tres juntos,
resistirán todo lo que les venga en la vida, puesto que es el Señor mismo el
que está en medio de ellos. Al escuchar la idea, el novio se emociona de
orgullo imaginando su cumplimiento y la novia se conmueve derramando alguna
lágrima de emoción, mientras todos los asistentes dicen “amén”. Pero comienza
la vida matrimonial y, en la práctica, uno o los dos:
- No ora ni desarrolla su
espiritualidad en su relación con Cristo.
- No es consciente de que ha
sido comprado por sangre y que su vida tiene el propósito de agradar al que le
rescató: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive
Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20).
- Sus sueños no se distinguen en nada al de los
inconversos, como vimos en “¿Cuáles
son tus sueños para este año? ¿Y para el resto de tu vida? & ¿Todos
merecen la pena? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/01/10-cuales-son-tus-suenos-para-este-ano.html).
- No deja que Dios tome las
riendas cuando surgen las tiranteces.
- No lee la Biblia ni la
escudriña, solo la tiene en la estantería como si fuera un amuleto de
protección.
- No asimila las promesas
contenidas en ella de parte del Señor.
- No conversa con su cónyuge sobre Dios y Su Palabra, perdiéndose lo más
profundo que existe.
- Como desconoce los pensamientos de Dios, en los momentos de desánimo
por los que pasa su cónyuge no puede animarle ni consolarle según las verdades
bíblicas, y mucho menos a sí mismo.
Y es aquí donde surge el
gran problema: basta que uno o ambos no tenga las Escrituras “por norma de fe y
conducta” para que el matrimonio cristiano no sea como debe ser ni alcance el
ideal divino. ¿Por qué? Fácil de explicar: porque ni sus pensamientos, ni sus sentimientos ni sus valores éticos y
morales se basarán en los principios bíblicos inmutables establecidos por Dios.
Para estas personas, la Palabra no es lámpara a sus pies ni lumbrera en su
camino (cf. Sal. 119:105).
Por eso hay tantos
matrimonios que parecen vivir en “yugo desigual”. Es la consecuencia directa de
no poner en práctica
las palabras de Pablo: “No os
conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de
vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta” (Ro. 12:2). Hay muchos que son cristianos, que
verdaderamente “han nacido de nuevo”, salvos, pero con vidas que no han sido
transformadas y que apenas muestran el fruto del Espíritu: “amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá.
5:22-23).
¿Pueden ser emocional y
sentimentalmente “felices” como pareja? No lo dudo, pero, como he dicho, sin
alcanzar el plan divino para ambos. En otros casos, será una relación que
apenas se distinga con las existentes en el mundo caído. Si son los dos
–hombre y mujer- los que no han asimilado los principios bíblicos, apenas se
notará en su vida conjunta. Y si es solo uno de ellos, conforme pasen los años,
más y más se notará que una pata de la mesa cojea. El distanciamiento entre
ellos en diversas esferas se hará cada vez más patente, causando frustración y
sensación de “no complementariedad”. No existe una unión mayor y más profunda
que la que surge del propio espíritu, y cuando no existe comunión en esta área,
la unidad matrimonial tal y como Dios la diseñó se queda incompleta y llena de
frialdad.
Si he reseñado en primer
lugar este aspecto es porque es, sin duda alguna, el más importante de todos.
Por un lado, será Él –la tercera doblez que une las otras dos del nudo- el que hará que la cuerda no se
rompa en los momentos delicados o de mayor tensión. Y por otro, no existe mayor comunión entre dos cónyuges que aquella que tiene a Dios
por centro de todo. La espiritualidad, la relación con Cristo, la
sujeción a la Palabra y el tener una vida llena en mente y corazón de ella, es
la base en la que se debe sustentar todo matrimonio. Así que este debe ser el
primer punto en el que debe “escudriñarse” cada uno de los esposos y comprobar
si está en la senda correcta o debe modificar ciertas pautas muy importantes.
¿Derechos sin obligaciones? & Reciprocidad
El matrimonio es un espacio
en que el ego debe quedar a un lado. Aunque la individualidad y el “yo” no se
pierde, debe formar parte intrínseca de un nuevo estado llamado “nosotros”.
Muchos no comprenden este punto y quieren seguir viviendo como si fueran
solteros: disfrutando de sus beneficios pero sin ningún tipo de responsabilidad
para con el otro. Simplemente quieren
los beneficios sentimentales, emocionales y físicos de convivir junto a alguien
pero sin priorizar la relación, solo buscando su propio bienestar, usando al
cónyuge para sentirse bien consigo mismo. Eso no es amor sino manipulación y
egoísmo. Como bien manifestó Jacinto
Benavente: “Al verdadero amor no se le conoce por lo que
exige, sino por lo que ofrece”.
Jesús dijo: “Así que,
todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también
haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt. 4:12). Este texto debería
encontrar una aplicación perfecta dentro del matrimonio. Por eso:
- ¿Quieres que sea cariñoso contigo? Sé cariñoso.
- ¿Quieres que sea servicial contigo? Sé servicial.
- ¿Quieres que te escuche cuando hablas? Escucha
cuando te habla.
- ¿Quieres que se interese por tu mundo interior?
Interésate tú también.
- ¿Quieres que valore tus pensamientos? Valora los
suyos.
- ¿Quieres que sea considerado con tus sentimientos?
Sé considerado.
- ¿Quieres que le importe tus intereses y aficiones?
Que te importe a ti los suyos.
- ¿Quieres que no te grite? No grites.
- ¿Quieres que no se burle de ti? No te burles.
- ¿Quieres que no te hable con sarcasmo? No lo hagas
tú.
- ¿Quieres que te respete? Respeta.
Toda relación humana, y aún más la matrimonial, debe
sustentarse en la reciprocidad, no exclusivamente en el “yo” o en el “tú”. Como
decía, no es que la “individualidad”
–en el sentido de que somos individuos diferenciados- desaparezca ni que el
“yo” se destruya, sino que el ego queda a un lado y se forma un nuevo concepto:
“nosotros”, basado en el “yo por ti” y en el “tú por mí”.
El amor se
aviva o se deja morir
Si los cónyuges no ofrecen el cariño que el otro
busca, anhela y necesita dentro de una relación normal, es muy fácil que la
mente y el corazón empiece a “sentir” emociones nada convenientes ante las
muestras de afecto de otras personas. Y ahí surgen, muchas veces de forma
involuntaria, las primeras raíces de infidelidad emocional, cuyos brotes pueden
verse de una manera u otra y sus consecuencias son imprevisibles. Como ya dije
en otra ocasión, ni mucho menos justifico la infidelidad bajo el
argumento expuesto –es más, la condeno absolutamente-, pero muchas parejas que
no reciben amor corren el serio peligro de toparse fortuitamente o buscar fuera
de la relación lo que no encuentran dentro de ella.
Que el trato sea diario no debería eximir de seguir
mostrando el amor de forma externa. Es más, creo que es cuando más libremente
se puede expresar. En el matrimonio, el cariño
debería ser la norma, algo que fluya con naturalidad y
espontaneidad, y no la excepción.
Como de este tema he hablado en varias ocasiones[1],
vuelvo a repetir la manera en que el escritor Gary Chapman describe las
distintas formas en que el amor toma lugar de forma tangible:
- Palabras de Afirmación: Son las palabras de valor, aliento y
ánimo que se ofrecen a la pareja, destacando sus cualidades de manera honesta,
y agradeciéndole por medio de cumplidos aquellas cosas que hace bien o que
lleva a cabo por ti. Hay personas que creen que con la mirada es suficiente
para expresar el amor. ¡Incorrecto! En la mayoría de las ocasiones es necesario
decirlo con palabras.
- Actos de Servicio: Aquellos favores prácticos que sabes que
son importantes para tu pareja: recoger la mesa, ayudarla cuando tenga que
levantar peso o hacer la compra, ir a por ella al trabajo, llevarla a distintos
lugares, preparar una comida especial que le guste, limpiar el coche, etc.
- Contacto Físico: Los besos, las caricias y el simple hecho
de tocarse son fundamentales para que las personas que tienen este lenguaje del
amor se sientan amadas. La cercanía física en los momentos de dolor también
estaría aquí incluida. Por otro lado, la sexualidad es un dialecto dentro de
este lenguaje en concreto[2].
- Regalos: Pequeños detalles como notas de amor son
fundamentales. Basta con ir descubriendo qué elementos le produce mayor
felicidad (flores, libros, etc.). Aunque, como dice el autor, el mejor regalo
es la presencia física.
- Tiempo de Calidad: Es pasar tiempo juntos de calidad,
realizar actividades que ambos disfruten y sentarse a conversar de todo tipo de
temas. Aquí también se incluye un dialecto al que Gary llama “conversación de
calidad”, donde las dos partes se escuchan atentamente y sin distracciones: sus
pensamientos y sentimientos, sus experiencias en la vida, sea en un picnic,
sentados en un sofá, en un parque o paseando por la playa.
Cada individuo siente el amor de manera
distinta y, por lo tanto, necesita que se lo expresen de dicha forma. Averiguar
cuál tiene cada uno ya es algo personal y a tratar dentro de la pareja, en
lugar de las clásicas excusas llenas de pereza como “es que no es mi carácter”
o “no sale de mí”. Eso es “matar” el amor. De vosotros depende avivarlo o dejar
que se apague.
¿Cómo
os relacionáis? & ¿Cómo resolvéis los conflictos y las diferencias?
Muchos hombres y mujeres afirman sentirse
en ocasiones más cómodos con sus amigos que con sus cónyuges a la hora de
hablar de temas peliagudos. Las razones que explican el porqué son manifiestas:
- Los amigos escuchan, respetan y
comprenden. Hay cónyuges que muestran indiferencia, falta de empatía y palabras
condenatorias.
- Los amigos no hieren con su vocabulario.
Hay cónyuges que expresan dureza y acidez, a la vez que fulminan con sus miradas.
- Los amigos no faltan el respeto. Hay
cónyuges que se burlan usando el
sarcasmo.
Esta breve lista guionizada, son algunas
de “las
zorras pequeñas, que echan a perder las viñas” (Cnt. 2:15).
Un hombre o una mujer que
cada vez que abre su corazón o surge una discusión recibe por respuesta gritos
y malas caras, donde le hablan con desprecio como si fuera “un trozo de carne
con ojos”, estará recibiendo “fuego amigo” y “creando” malos recuerdos y
experiencias que quedarán grabadas en la mente por la actitud inmadura de su
cónyuge. Y esto se debe a un aspecto del carácter que no ha transformado bajo
la voluntad de Dios. Ya advirtió Santiago que “la lengua está puesta entre
nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación,
y ella misma es inflamada por el infierno” (Stg. 3:6). Son heridas que, aunque luego se cierren
y cicatricen, podrían evitarse en gran medida y que nadie tendría que soportar.
Para un cristiano, no es excusa decir “es mi forma de ser”, “siempre he sido así”
o “a veces me pierdo”, ya que Dios nos ha dado espíritu de “poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7).
Esto lleva a que uno o ambos miembros de la pareja se
encierre en sí mismo como una forma de autoprotegerse. Deja de ver al compañero
como “el mejor amigo” al que abrir el corazón sino que prácticamente lo
contempla como un “enemigo”, alguien peligroso con el que es mejor no mostrarse
emocionalmente vulnerable ni abrirse, ni mostrar diferencias de ningún tipo.
Si Pablo exhortó a los amos para que le hablaran a sus
siervos con “palabra siempre con gracia,
sazonada con sal” (Col. 4:6), ¡cuánto más debería ser así entre esposos! Por
eso es fundamental:[3]
1) Afrontar las desavenencias con madurez y llegar de
forma paulatina a acuerdos consensuados.
2) Escuchar y pensar antes de hablar en lugar de decir
lo primero que se pase por la mente: “El
corazón del justo piensa para responder” (Pr. 15:28).
3) Escuchar atentamente con empatía, valorando los
sentimientos ajenos como si fueran los propios, sin prejuicios y sin querer
saltar a la mínima ofreciendo la propia respuesta. Cuando uno se equivoca, es
muy sano reconocer los errores y cambiar de opinión.
4) No callarse cuando algo ande mal. De no hacerlo
así, en un futuro cercano se explotará y los daños serán graves. Por eso hay
que hablar con educación, sin esperar a que la situación se resuelva por sí
sola o a que el otro se dé cuenta de que sucede algo.
5) Hablar la verdad
en amor (cf. Ef. 4:15) y –esto es muy importante- manteniendo la
confidencialidad cuando sean temas personales y serios. Ni los vecinos, ni las
amistades, ni los familiares tienen que estar al tanto de la intimidad ajena.
La persona que cuenta en público sin permiso del cónyuge lo que han hablado en
privado, no es digna de confianza, y por eso debe evitarse dicha actitud: “Trata tu causa con tu
compañero, y no descubras el secreto a otro, no sea que te deshonre el que lo
oyere, y tu infamia no pueda repararse” (Pr. 25:9-10).
6) Expresar los sentimientos negativos con respeto y
poniéndose en el lugar del otro. Una vez más, llevando a la práctica el texto
que ya citamos párrafos atrás: “Así que, todas las cosas que queráis que
los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque
esto es la ley y los profetas” (Mt. 4:12).
7) Si en ese momento se
está muy alterado, lo mejor es respirar, tomar distancia física, caminar,
calmar el corazón y postergar la conversación hasta que ambos estén tranquilos
y puedan hablar sin herirse. Recordemos que la
palabra áspera hace subir el furor (cf. Pr.15:1) y que “la muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama
comerá de sus frutos” (Pr. 18:21).
8) Desenterrar por completo los gritos del matrimonio.
Es una forma más de violencia doméstica y maltrato psicológico en el que muchos
se regodean y presumen, cuando es una muestra diferenciadora entre una persona
necia y sabia: “El necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al
fin la sosiega” (Pr.
29:11).
9) Que las críticas
sean con ánimo constructivo. El objetivo no es “ganar” o “destruir al
adversario”, sino cambiar distintas cuestiones.
10) Tomar conciencia de
que tu cónyuge es tu mejor amigo –no es tu hijo, tu primo, un colega o un
compañero de trabajo- y así deberíais sentirlo en el trato el uno con el otro[4].
11) Tener presente que
hombres y mujeres son muy diferentes a la hora de reaccionar e interpretar la
realidad (tanto por “diseño” como por “educación”), ya que si no se toma en
cuenta esta verdad, los malos entendidos serán frecuentes y fuente de disputas
eternas. El
mismo escritor y filósofo español Miguel de Unamuno dijo que cuando dos
personas se encuentran no hay dos, sino seis personas distintas: una es como
uno cree que es, otra como el otro lo ve, y otra como realmente; esto
multiplicado por dos da seis. Una cosa es lo que uno dice, otra lo que el otro
entiende que ha dicho y otra lo que realmente se quería decir. Por eso alguien
dijo: “Entre lo que pienso, lo que quiero
decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que
crees entender, lo que entiendes, existen nueve posibilidades de no entenderse”[5].
Pedir perdón
y saber perdonar
Sí, yo perdono... pero no olvido. Es una frase que en
muchas ocasiones se dice en broma pero que en la realidad muchos la practican.
Esto no debería ser así. Si se perdona, se perdona de verdad, se pasa página y
no se guarda rencor, en lugar de volver cada cierto tiempo a echar en cara y
con reproches todo el pasado, que se guarda como una espada a desenvainar
cuando más conviene para atacar al oponente. Es cierto que el amor no hace nada indebido (cf. 1 Co.
13:5), pero también lo es que “no hay nadie tan justo que
haga el bien y nunca peque” (Ecl.
7:20). Por mucho amor que haya en un matrimonio, ambos miembros de la pareja
fallarán en ocasiones y pecarán. Y es ahí donde tendrá que entrar por un parte
el arrepentimiento genuino –es decir, no volver a reincidir una y otra vez en
lo mismo- y por otra la capacidad de perdonar. Si no se lleva a cabo ambas
acciones, serán chinas que llevarán diariamente y de por vida en el zapato,
incomodando el caminar sobremanera.
Un “lema” que tiene
que ser parte de la vida en común es no dejar que el sol se ponga sobre el
enojo (cf. Ef. 4:26).
Sincronizar
dos vidas
Cada uno de nosotros es hijo de su padre y de su
madre. Es hijo de la educación que recibió. Es hijo de la cultura y la sociedad
donde creció. Es hijo de la propia experiencia. Es hijo de... infinitos
factores más. Y cuando se une a otra persona, trae todo eso al matrimonio. Al
ser ambos distintos –tanto en mentalidad como a nivel emocional-, sincronizar
esas dos vidas no es nada sencillo, tanto en los pequeños detalles como en las
cuestiones trascendentales. Según los expertos, lleva unos diez años de
convivencia ajustar las diferencias.
Por otro lado, la vida está formada por muchas etapas
y los dos tienen que aprender a
readaptarse cuando surgen nuevas fases, cediendo cuando haya que ceder, anteponiendo siempre el bien de la pareja. Estos cambios
vienen determinados por nuevas circunstancias, como cambios de trabajo o de la
situación laboral, de proyectos personales que aparecen en el horizonte, de
salud, de edad, de factores familiares, económicos, etc. Cuando esto no se
comprende, y se piensa que la vida es lineal, sin altibajos ni vaivenes, muchos
terminan por bajarse del barco, rompiendo el pacto matrimonial. Esta es la
razón principal que argumentó Nicole para divorciarse de Charlie, como vislumbramos en el
artículo previo donde describimos la película “Historia de un matrimonio”,
aunque también es cierto que ella había renunciado previamente a su sueño de
ser actriz de cine puesto que su deseo de “estar, amar y casarse” con Charlie
era mayor. Este, a su vez, no pudo aceptar que, ahora, años después, ella había
cambiado. Y ella antepuso sus nuevos sueños por encima de la conservación de su
matrimonio. De ahí el distanciamiento que surgió de manera irreversible y el
rechazo que sentían entre ellos. Ninguno
tuvo flexibilidad. Dos personas que se amaban y que se valoraban el uno al
otro de manera hermosa –como vimos en la carta que escribieron-, no supieron
poner su relación por encima de todo. Olvidaron centrarse en los puntos en
común que tenían, que eran muchos.
Lo
visto nos hace ver la importancia de comprender, aceptar y asimilar estas
ideas, porque son reales y de rabiosa actualidad. Como me han dicho varios
amigos en más de una ocasión, esta es una de las mayores dificultades del matrimonio,
entendiéndose este como relación para toda la vida. O surge la readaptación, o
todo termina por morir. Por eso, ante etapas
distintas, es sublime la importancia del reacondicionamiento continuo por parte
de ambos, ya que la vida cambia, y con ella los deseos e intereses.
Este
punto también incluye encontrar algún gusto o afición en común ya que será a lo que
dedicarán juntos el tiempo de ocio y, muy
importante, la organización del tiempo en común y por separado: “Incluso los cónyuges tienen diferentes
necesidades en cuanto a la cantidad de tiempo que pasan juntos. Uno necesita
más espacio, el otro más intimidad, y eso es cuestión de amor, ajuste,
sacrificio y negociación”[6]. Hay una soledad que es buena, deseable y
necesaria. Es un tiempo que necesitáis para vosotros mismos: para reflexionar,
para leer, para estudiar, para orar, para tomar nuevas fuerzas, para descansar,
etc. ¿Cuál es la razón? Pues que sois seres completos por sí mismos. Tanto la
mujer como el hombre que se nos describe en el capítulo 31 de Proverbios no son
apéndices el uno del otro, sino que ambos están ocupados con distintos
quehaceres. Aquellas personas que no son capaces de ocupar sanamente su tiempo
a solas, terminarán agobiando sin remedio a su pareja. El hecho de que uno de
los dos sea introvertido o extrovertido, es un factor a tener en cuenta: “Si tu pareja es introvertida (la gente la
agota y necesita silencio, tiempo privado para cobrar energía) y tú eres
extrovertido, necesitarás esforzarte para entender y aceptar estas diferencias,
y no invadir el tiempo privado del otro. O tú podrías ser el introvertido y tu
pareja necesita estar con la gente mucho más que tú. Entender cómo funciona el
uno y el otro es la clave”[7].
Conclusión
Todo lo que hemos visto en estos seis puntos son
principios bíblicos, básicos y de sentido común para un matrimonio pleno
–aunque no exento de dificultades porque algo así no existe- pero que la falta
de preparación en unos casos, y la dejadez en la rutina diaria en otros, lleva
a que se olviden y no se pongan en práctica.
Recuerda que tu cónyuge “no es tu compañero de piso”,
sino que, tras la salvación, y en términos humanos, ES EL MAYOR REGALO QUE DIOS
TE HA DADO. Y eso implica cuidarlo, mimarlo, protegerlo y tratarlo como lo más
especial que hay en tu vida.
Quizá sea el momento en que te sientes con tu cónyuge
y os miréis a los ojos de la misma manera en que lo hacíais al principio:
buscando lo mejor del otro, deseando perdonar los errores y siguiendo adelante todavía
más unidos. Sin ruidos. Sin nadie más presente. Sin amigos ni familiares de por
medio para “ofrecer su opinión”. Sin prisas. Sin gritos. Sin faltas de respeto.
Y ahí, en ese nido al que llamáis hogar, abrid vuestro corazón el uno al otro y
exponed qué hay en él: qué os gusta del otro, qué no os gusta, qué está yendo
bien en la relación para potenciarla y qué está fallando para rectificar, qué
se puede mejorar, qué planes tenéis a medio y largo plazo, si os sentís
satisfechos con la forma de recibir amor, cómo podéis afianzar el compromiso
sagrado que hicisteis ante Dios, etc. Hay mil temas para hablar[8].
Eso sí: sed concretos, no con
ambigüedades o con las típicas frases hechas como “hay que unirse más” o
“tenemos que amarnos más”. No, lo que sea, que se centre en cómo hacerlo y en
qué áreas en concreto.
De corazón, os deseo
lo mejor.
[1] Los
cinco lenguajes del amor: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/01/los-cinco-lenguajes-del-amor.html;
¿Sabes expresarle adecuadamente el amor a tu pareja? https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/08/1073-sabes-expresarle-adecuadamente-el.html
[2] Para saber más, el libro
“Música entre las sábanas” de Kevin Leman.
[3]
Hombres y mujeres: distintos pero complementarios. https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/01/hombres-y-mujeres-distintos-pero.html
[4] Para
profundizar más sobre este tema en general: ¿Sabes escuchar y comunicarte con
tu pareja? ¿Te comunicas de forma no-verbal? https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/06/1072-sabes-escuchar-y-comunicarte-con.html
[5]
Párrafo compartido en Facebook por Ana María Rossi, docente, actriz, conductora
del programa radial “Coincidencias”.
[6]
Townsend, John. Más allá de los limites. Vida.
[7] Wright, Norman. 101
preguntas antes de volver a casarte. Casa Bautista de Publicaciones. P.
124.
https://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2018/05/1064-el-noviazgo-es-el-fin-del-tiempo.html
Dificultades en el trato con los
suegros y la familia política: