Venimos de aquí: Morir joven, a los 140 años (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/04/1-morir-joven-los-140-anos.html).
Cuando pongamos todos
los interesantísimos datos que ofrecimos en el primer artículo –y que cualquier
persona con un mínimo de interés por aprender debería conocer-, y situemos la
realidad bajo la perspectiva correcta, experimentaremos un sentido de la maravilla
extraordinario e indescriptible. Para esto, tenemos que hacernos una serie de
preguntas.
¿Rediseñar el cuerpo humano?
Con todo lo reseñado hasta ahora y esa información
sobre la mesa, quiero dejar muy claro que no estoy haciendo una apología sobre
el rediseño humano (mejorar nuestras
capacidades físicas e intelectuales, convirtiéndonos en una especie de super-hombre), cuya idea sí defienden
algunos científicos evolucionistas que piensan que venimos del mono y,
evidentemente, ateos que no creen que haya un “Diseñador” detrás, y que hacen
este tipo de afirmaciones: “No tenemos que aceptar las
limitaciones de nuestros cuerpos creados. Al entender el mecanismo molecular y
biológico del cual están construidos nuestros cuerpos, podemos aprender cómo
manipularlo y mejorarlo. El sueño antiguo de la tecnología de controlar y
mejorar la naturaleza que tiene su origen en la Ilustración, se puede extender
ahora al mismo diseño del cuerpo humano. Nuestros cuerpos se pueden estimar
como materia prima, con el potencial para modificarse o mejorarse de acuerdo
con nuestros deseos. Si el cuerpo humano se viera como el producto de fuerzas
ciegas y al azar durante millones de años de evolución, entonces, ¿por qué vacilamos en el uso de nuestra inteligencia evolucionada para mejorar el
diseño?”[1].
Raymond Kurzweil –científico
especializado en Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial, aparte
de asesor tecnológico del Gobierno de EEUU y director de ingeniería en Google- va
en la misma línea: “Yo y muchos
otros científicos creemos que en 20 años tendremos los medios para reprogramar
nuestros cuerpos, frenar en principio el envejecimiento, y revertir el mismo
después. Gracias a la nanotecnología podremos vivir para siempre. En última
instancia, los nanobots sustituirán a las células de la sangre y harán su
trabajo con una eficacia miles de veces mayor. Dentro de 25 años seremos
capaces de hacer un sprint olímpico durante 15 minutos sin respirar, o bucear
durante cuatro horas sin bombona de oxígeno. Los problemas cardíacos serán
resueltos fácilmente, la biónica reconstruirá corazones sanos. La
nanotecnología extenderá nuestras capacidades mentales a tal grado que seremos
capaces de escribir libros en cuestión de minutos”[2].
¿Rehacer o corregir lo defectuoso?
Hacer esto significaría manipular el diseño original
con el que Dios nos creó. Por eso tampoco estoy de acuerdo con la “fabricación”
de bebés a gusto del consumidor (en este caso, los padres), donde se manipulen
embriones para elegir el sexo, el color de ojos y de piel, la altura, etc.
Esta idea se desarrolla en la sensacional película Gattaca, la cual tuvo un grado de
anticipación impresionante ya que se filmó en el año 1997.
En ella observamos un mundo dividido entre dos clases
de personas:
- Los seres humanos nacidos mediante manipulación
genética, y que son física y mentalmente perfectos.
- Los seres humanos nacidos por el método natural y
fruto del amor, a los que se les llama “hijos de Dios”, pero que no son
genéticamente perfectos. Por eso el largometraje comienza confrontando dos
citas:
1) Una bíblica: “Mira la obra
de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció?” (Ecl. 7:13).
2) Otra humanista, expresada por Willard Gaylin
(Profesor Clínico de Psiquiatría en el Colegio de Médicos y Cirujanos de
Columbia): “No solo creo que podamos
alterar la madre naturaleza, creo que ella lo quiere así”.
Ante lo reseñado, y
como cristianos, ¿qué deberíamos hacer y qué no? Que responda a esta pregunta nuevamente
un verdadero experto –ya que yo no lo soy-, como es John Wyatt, presidente del
grupo de Estudios Éticos de la Asociación Médica Cristiana del Reino Unido,
profesor de pediatría neonatal y neonatólogo consultante en University College
de Londres:
“Si tomamos en serio las doctrinas bíblicas de la
Encarnación y Resurrección, necesitamos concluir que la estructura física de
nuestro cuerpo humano no es algo de lo que estamos libres para cambiar sin
antes pensarlo con cuidado. Sin embargo, necesitamos tomar en serio la realidad
de la maldad en el mundo de Dios, los efectos amplios de la caída que
distorsionan y lo dañan todo. La obra maestra original, creada con tanto amor y
que demuestra la mano artística de Dios está dañada, desfigurada, contaminada,
envejecida. El barniz está rallado y amarillento. [...] El reflejo del carácter
de Dios está distorsionado y en parte oscurecido. Pero a través de la
imperfección todavía vemos el esquema de la obra maestra. [...] Si vemos al ser
humano como una obra maestra dañada, entonces nuestra responsabilidad es
preservarla y restaurarla. Estamos llamados a proteger las obras maestras de más
daño, y tratar de restaurarlas de acuerdo al plan original del artista. [...] Estamos
llamados a usar la tecnología para preservar y proteger el diseño presente en
la estructura del cuerpo humano. [...] No somos libres para mejorar el diseño
fundamental de nuestra humanidad. Con la perspectiva de la medicina como una
restauración de arte, ¿qué clase de biotecnología es apropiada para ´la obra
maestra dañada`? Es mi punto de vista que el uso de tecnología, tal como la
manipulación genética o la terapia de células madre, la cual tiene la intención
de restaurar, recrear una cadena dañada de ADN o reemplazar un tejido dañado
por uno normal, parece coherente con la práctica ética. El objetivo es
preservar y restaurar el diseño artístico original. No me parece que haya una
diferencia fundamental entre proveer una hormona artificial tiroidea para un
paciente con hipotiroidismo congénito o reemplazar un segmento del ADN, para
que el paciente pueda sintetizar su propia hormona tiroidea. Ambas acciones
tienen como meta preservar el diseño original. De la misma forma, se puede
considerar como restaurativo el uso de la fecundación in vitro para permitir que
la pareja engendré un bebé que sea genéticamente de ellos. Sin embargo, me
parece que la terapia que se intenta mejorar, con la meta de producir bebés que
tengan extremidades más fuertes, mejor crecimiento y cerebro más hábil, está
pasando los límites de la responsabilidad humana”[3].
Como dijo
Aristóteles: “la virtud está en el término medio”. ¿Restaurar? Sí. ¿Llegar al extremo de rehacer? No.
Algunas líneas difusas
Aclarado este punto
central, es necesario decir que, en ocasiones, la línea que separa el
“rediseño” de la “corrección” no siempre es clara, y de ahí el debate ético
entre científicos y médicos, incluyendo por supuesto a los cristianos.
El mismo aspecto del
rejuvenecimiento celular es complejo: ¿es mejorar o restaurar un defecto?
Nuevamente John Wyatt habla al respecto: “La
diferencia entre terapia restaurativa y terapia fortalecedora no está siempre
clara. ¿Qué acerca de la terapia del gene la cual intenta mejorar la
resistencia a enfermedades contagiosas como el SIDA? ¿Qué acerca de la reparación
del mecanismo celular en la cual se prolonga el nivel de vida de 120 años a 150
años? ¿Qué acerca de la medicina psico-activa que mejora la concentración, el
nivel de vigilancia o la memoria por encima de los niveles normales? ¿Debemos
considerar estas como terapias restaurativas del diseño original o terapias
fortalecedoras que cambian fundamentalmente el orden creado? La nueva
biotecnología nos está forzando a pensar mas profundamente en el orden natural
de la creación. ¿Qué significa ser humano? ¿Cuáles son las limitaciones
impuestas por la estructura física y el orden moral de la creación?”[4].
Este es un debate que
irá en aumento conforme se vayan materializando algunas de estas opciones,
pero, en líneas generales, la conclusión es bastante clara: “En la restauración ética del arte, la
intención del artista original debe ser la norma”[5].
Continuará en ¿Logrará
la biotecnología que seamos inmortales?
[1]
Stott, John. Oportunidades y retos
personales. Vida. Pág. 172-173.
[3]
Stott, John. Oportunidades y retos
personales. Vida. Pág. 187-189.
[4] Ibid.
Pág. 190.
[5] Ibid.
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