Aunque todavía faltan ochenta años para que el siglo
veintiuno llegue a su fin, ya se puede considerar a “Joker” como una de las
mejores películas de esta época, junto a la sublime, soberbia e imponente
representación que hace del mismo el actor Joaquin Phoenix. La considero una
joya atemporal. Es de las pocas veces que la opinión del público y de la
crítica especializada ha coincidido, ganando el León de Oro (mejor película) en
el Festival de Venecia de este 2019.
Desgarradora y descarnada en su máxima expresión,
resulta tremendamente incómoda de ver por la crudeza de lo que se nos narra, y
cuyo fin tiene el propósito de mostrarnos una realidad que procuramos evitar a
toda costa por el desagrado que nos provoca: nos hace mirar, por un lado, directamente y cara a cara al abismo más oscuro de nuestra propia alma
y, por otro, a la podredumbre de
nuestra sociedad, siendo los aspectos en los que me voy a centrar en estos
dos escritos.
Los que busquen encapuchados que salvan al mundo y la
aparición de Batman para enfrentarse a su némesis en el “Universo DC”, que se
alejen de los cines porque no lo encontrarán, salvo pequeños guiños y homenajes
escondidos que no interfieren con la trama general. Esta historia no tiene nada
que ver con el género de superhéroes. Podría haberse titulado de cualquier otra
manera y haber funcionado exactamente igual. Por el contrario, quien desee experimentar
un verdadero shock, donde su conciencia sea zarandeada y sus pensamientos y
sentimientos confrontados, que pase a la sala y que se preparé a pasarlo mal
desde el mismo instante en que se apaguen las luces. Así que todo el mundo está
avisado, ya que no es apta para todos los paladares ni sensibilidades.
¿Demasiado loco o demasiado cuerdo?
En todas estas décadas del personaje se han hecho
distintas versiones e interpretaciones del mismo, incluso alguna animada. Sin
desmerecer a ninguna, siendo algunas más fantasiosas y otras más realistas-, y
destacando algunas más que otras (como la de Jack Nicholson o el difunto Heath
Ledger), en esta se nos ha mostrado, tal y como me decía un amigo, la más
humanizada de todas. ¿Es esto negativo? En mi opinión no, como voy a explicar.
Aquí conocemos la vida de Arthur Fleck, una persona
que tiene un trastorno extraño de la risa que hace que no pueda parar de reírse
a carcajadas en situaciones que no tienen gracia, e incluso viene a
manifestarse cuando en realidad la situación le produce pena, desconcierto o
ira. Sus carcajadas suelen expresar justo lo contrario a lo que siente. Su vida
es pura soledad, vive en un barrio pobre con su anciana e incapacitada madre a
la que cuida como un buen hijo y trabaja en la calle vestido de payaso
anunciando productos con un cartel, donde llega incluso a recibir una paliza de
unos jovenzuelos sin que nadie haga nada por ayudarle. No tiene estudios y su
sueño es ser humorista para hacer reír a los demás. Aparte de eso, acude a una
asistenta social que hace las veces de psicóloga y le receta todo tipo de
medicación ya que su deseo es “dejar de sufrir”. Sabemos que en su diario tiene
anotada la frase “no imagino que
mi muerte me traiga más dolores que mi vida”, que
se siente profundamente triste, pero ni él ni los espectadores sabemos el
porqué hasta bien avanzada la trama: tras hacerle creer su madre –que sufría de
psicosis y un trastorno narcisista- que su verdadero padre es Thomas Wayne e ir
a hablar con él, termina por descubrir que no es así, que fue abandonado, que
es huérfano, que fue adoptado por “su madre” y que uno de los novios de ella lo
ató, lo golpeó y lo violó –algo que ella no trató de evitar-, recuerdos que él
había reprimido profundamente y que eran la causa de su personalidad
atribulada. Como llega a reconocer más tarde, no había sido feliz ni un solo
día de su vida.
Para escapar mentalmente de su profunda tristeza,
imagina de forma muy real situaciones que le hacen feliz, como su asistencia a
un programa de televisión de un famoso presentador donde éste dice admirarle
por su forma de pensar y diciéndole mientras le abraza que desearía haber
tenido un hijo como él, o cuando cree que su vecina se siente atraído hacia él
e inician un noviazgo. Es la manera que tiene de sentirse bien en su mente por
unos breves segundos.
La primera pista de lo que nos quiere transmitir el
director nos la encontramos en una de las escenas iniciales del largometraje: le pregunta a la asistente social si es solo él o el mundo se está volviendo
cada vez más loco.
A partir de ahí, podemos empezar a ver el mundo tal y
como él lo ve. Por eso decía líneas atrás que esta versión humanizada del
personaje no es negativa. Al contrario, nos hace preguntarnos qué ve él y, al
hacerlo, nos daremos cuenta de que, antes de llegar a los compases finales de
la historia, más que loco está demasiado cuerdo. ¿Por qué? ¿Qué contemplan sus
ojos implícita o explícitamente aunque no llegue a expresarlo con palabras? Cualquiera
que sea observador puede verlo:
1) Que el mundo es injusto.
2) Que la sociedad está deshumanizada y carece de
empatía, donde el amor y la compasión brillan por su ausencia.
3) Que los jóvenes tienen más conocimientos y
habilidades que ninguna otra generación pero que a la vez carecen de valores morales.
4) Que la violencia gratuita está al orden del día.
5) Que prima el egoísmo y el “yo” por encima de todo.
6) Que las riquezas están mal repartidas.
7) Que se le concede una importancia abrumadora al
físico, a la apariencia y al éxito personal.
8) Que el matrimonio ya no es fuente de estabilidad
sino algo temporal.
9) Que no todas las personas tienen las mismas
oportunidades en la vida. En una cara de la moneda están los Bruce Wayne y, en
la otra, los Arthur Fleck.
10) Que los empresarios usan al resto de los seres
humanos como mano de obra barata para su propio enriquecimiento.
11) Que deportistas
que defraudan a Hacienda no entran en prisión porque se pueden permitir el lujo
de pagar las multas que reciben sin inmutarse, por muy alta que sea la cuantía,
mientras que una familia es desahuciada de su vivienda por no poder pagar la
hipoteca como consecuencia de la precariedad laboral.
12) Que los Thomas
Wayne de este mundo miran por encima del hombro a los que “no han alcanzado
nada en la vida”.
13) Que la brecha entre ricos y la clase media cada
día es mayor, siendo unos cada vez más ricos y los otros cada vez más pobres.
14) Que cada vez que hay una crisis económica los
afectados son los mismos, que por supuesto no incluye a los políticos y a la
clase alta.
15) Que en muchos trabajos no existe la meritocracia
sino la elección a dedo; es decir, personas que entran a trabajar “por enchufe”
mientras que otros que no lo tienen pero se lo merecen se quedan fuera.
16) Que millones de personas malviven con “contratos
basura”, con bajos sueldos e inestabilidad, que hace imposible que hagan su
propia vida y se independicen.
17) Que infinidad de jóvenes, tras haberse gastado sus
padres miles y miles de euros en sus estudios, tienen que emigrar.
18) Que en incontables países la sanidad pública no
ofrece cuidados paliativos a los enfermos terminales.
19) Que muchos enfermos mentales están encerrados y
hacinados en cárceles del tercer mundo en lugar de estar recibiendo ayuda
psiquiátrica en centros especializados.
20) Que las élites pueden acceder de forma inmediata
–puesto que se lo pueden costear- a tratamientos médicos mientras que el resto
tiene que esperar meses para ser tratados. Por ejemplo, en mi país, la
Seguridad Social tarda de media unos 3 ó 4 meses en ofrecer cita a una persona
que necesita ir al psicólogo, el cual le atenderá durante apenas media hora y
se limitará a recetarle químicos. Como dice Arthur, en realidad “nadie se
preocupa por ellos”.
El que tiene coche,
casa y trabajo, mientras que no le afecte personalmente nada de lo citado, por
norma general, no se preocupa por su prójimo.
Tu mundo
& Mi mundo
¿Hay algo de lo reseñado que no sea verdad? Vuelve a
leer los puntos por si tienes alguna duda. Ese es el mundo en el que vive tanto
Arthur, como tú y como yo. Desde la caída en el Huerto del Edén, el mundo es
tal cual, reinando la desigualdad, la corrupción,
la inmoralidad, la maldad y la locura social. Como dijo el autor de
Eclesiastés: “Nada hay nuevo debajo del
sol” (Ecl. 1:9).
Si los que vivimos en democracias occidentales tenemos
razones para quejarnos por infinidad de asuntos, ¡cuánto más los pobres de este
mundo y los que viven bajo el yugo de gobernantes malvados y leyes opresoras,
en los cuales no solemos ni pensar! Recordemos que los países pobres o donde
los conflictos sociales son graves son mayoría. Para el que no lo sepa, aquí va
el dato: “El 1% de la población mundial, aquellos que tienen un patrimonio
valorado de 760.000 dólares (667.000 euros o más), poseen tanto dinero líquido
o invertido como el 99% restante de la población mundial”[1].
Por todo esto, es normal que haya estallidos sociales
cada poco tiempo en distintos lugares del planeta. Aunque las masas tienen la
conciencia adormecida con distintos “opios” –de nombre “consumismo”, “deportes”,
“redes sociales” y un larguísimo etcétera-, el descontento mundial está
llegando a unos niveles elevadísimos, cansados de que el sistema solo funcione
para unos pocos y de que por las buenas no se logre nada. Ese era el miedo que
tenían en Estados Unidos con el estreno de “Joker”, puesto que el final muestra
un estallido de las masas vestidas con caretas de payaso tomando al
protagonista como ejemplo a seguir, y que ésta fuera un catalizador que sacara
a relucir de forma violenta el sentir y la ira de millones de personas que
viven bajo el yugo del sistema establecido. Algo parecido a lo desarrollado en
“V de Vendetta”.
Hablando sobre esta cuestión a la salida del cine, uno
de los amigos con los que fui, dejó caer que no sabía cómo no se había
producido una rebelión en el mundo. En la misma línea iba el comentario que me
dijo hace un par de años un conocido Policía con el que trabajo, que decía
temer un estallido social en España. En mi opinión pienso que hay dos razones
para que eso todavía no haya ocurrido en mi país:
- Por el consumo de “opio” que he citado líneas atrás,
que mantiene a las masas sumisas y “relajadas”, en una especie de “Matrix”
artificial. Por eso surgen también cada poco tiempo nuevos partidos políticos prometiendo trabajo, subidas
de salarios, prosperidad y desarrollo tecnológico. Lo que vemos día sí y día
también es a presidentes, diputados, concejales, senadores y alcaldes
que ganan miles y miles de euros y que cobran sueldos vitalicios tras su jubilación.
¿Cómo nos quejamos nosotros? Con un “tuit” en Internet. En otro países los
sacarían a gorrazos. Por citar un solo ejemplo más: en el 2014, del movimiento
de los llamados “indignados” que parecía que iba a cambiar la nación, surgió un
partido cuyo líder presumía de vivir en un humilde piso de un barrio modesto,
autodenominándose el representante de la clase obrera, y lo primero que hizo al
llegar a la política fue comprarse una parcela de más de 2000 metros cuadrados
con piscina en una zona exclusiva de Madrid. Y así nos va.
- Y, sobre todo, porque millones de personas viven de
subvenciones, de la llamada “economía sumergida”, de las ayudas de otros
familiares y de la pensión de los padres. No se explica de otra manera sabiendo
los porcentajes de desempleo en muchas regiones. El problema vendrá el día en
que estos elementos comiencen a faltar.
En otras partes del mundo ya han estallado con mayor o
menor virulencia. Ahí tenemos ejemplos recientes como la llamada “Primavera
árabe”, las movilizaciones masivas en Sudán y Argelia que han acabado con el
poder de sus dos líderes autócratas, graves disturbios en Túnez y Jordania, las
protestas de “Los chalecos amarillos” en Francia”, los varios intentos en
Venezuela de derrocar al tirano Maduro, el resurgimiento del fascismo en varios
países europeos o las batallas campales entre manifestantes y policías
antidisturbios cada vez que se reúne el G-12. El problema es que, en el mejor
de los casos, la violencia solo provoca anarquía y miles de muertos sin que
nada cambie para mejor. Hemos podido verlo en los últimos años en países como
Irak o Libia, donde el derrocamiento de sus dictadores no ha mejorado las
condiciones de vida. Y en el peor, que la represión sobre el pueblo aumenta. Lo
pudimos ver cuando el ejército egipcio masacró a los Hermanos Musulmanes que
pedían la caída del dictador Al Sisi y que a posteriori ha detenido a 60.000
personas, torturando a muchas de ellas hasta la muerte[2].
En otros países el control sobre el pueblo se lleva a cabo de forma más sutil –al
menos por ahora- como en China por medio de la implementación del
reconocimiento facial al estilo de la novela de George Orwell titulada “1984” y
la limitación del acceso a Internet a contenidos considerados subversivos por
el régimen comunista.
Los cristianos no
podemos incitar a la rebelión ni ser partícipes de la violencia. Jesús jamás insinuó
nada semejante. Es más, Él sufrió en sus carnes la crueldad por amor a
nosotros. Un ejemplo de aquellos que no le hicieron caso –pocos años después de
su muerte y resurrección-, lo tenemos en las revueltas de los judíos contra los
romanos, que acabaron con la destrucción de Jerusalén y el exilio del pueblo
hebreo. Bien dijo Pablo que
nos sujetáramos a los gobernantes y autoridades (cf. Tit. 3:1). Como he dicho
en más de una ocasión, la única excepción para no obedecer se produce cuando
alguna ley humana nos ordena ir en contra de algún mandamiento de Dios.
Todo lo que hemos
visto nos ha ayudado a situarnos en el contexto de la sociedad en la que vive
Arthur, siendo vital para comprender el segundo artículo puesto que lo descrito
es el trasfondo de la película al ser nuestro mismo mundo. Como ha dicho el
director Michael Moore, “la historia que
cuenta y los problemas que crecen en ella son tan profundos y necesarios que si
apartas la mirada de esta obra de arte, te perderás el espejo que nos está
ofreciendo”.
Continuará en De Arthur a Joker & Nuestro
lado oscuro del alma.
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