martes, 1 de septiembre de 2015

Cuando los cristianos ofrecemos un mal ejemplo y se nos acusa con razón de hipócritas


 Oyendo los gritos, me asomé...

Por mi mente pasan de manera prácticamente continua temas de los que me gustaría escribir tarde o temprano. Como no puedo dividirme en cien personas, tengo que ir seleccionando según creo conveniente; así hago planes a corto, medio y largo plazo. Pero hay ocasiones en que Dios altera estos planes por alguna circunstancia. Como dice el refrán: El hombre propone y Dios dispone[1]. En este caso, no iba a tratar esta cuestión hasta dentro de dos o tres años, siendo un apartado más dentro de una extensa serie que estoy preparando sobre estereotipos del cristianismo (ideas erradas del mismo). Pero hace unas semanas sucedió un evento que adelantó este punto en concreto.

Vergüenza ajena
Si algo me hace sentir vergüenza ajena es cuando contemplo a personas adultas comportarse como niños; o, lo que es peor, como animales. Me encontraba en la azotea de mi casa haciendo gimnasia cuando comencé a escuchar gritos demenciales. Me imaginaba de quiénes procedían, ya que mis vecinos son una familia generacionalmente muy problemática: abuelos, padres e hijos. Parece que han heredado unos de otros la  violencia verbal, las amenazas de agresión entre ellos, los sentimientos de puro odio, el lenguaje vulgar, las rupturas matrimoniales que acaban como el rosario de la aurora, etc. Hasta el perro que tenían cuando yo era pequeño (parecido a Cerbero, el monstruo de tres cabezas de la mitología griega), era agresivo y me infundía terror. Al verlo asomar por la calle, el que escribe estas líneas salía corriendo a esconderse a la velocidad del rayo en su propia casa. En otras ocasiones no me daba tiempo a entrar y, a pesar de que el vecino decía que “no hacía nada”, se me ponían los vellos como escarpias y tiraba el balón en dirección opuesta a la mía para que se alejara. 
Sorprendentemente, en esta ocasión los aullidos no venían de mis vecinos, sino del ex marido de mi vecina, un hombre de unos cuarenta años de edad y que se había acercado por la casa. No sé la razón exacta, pero la discusión tenía que ver con los hijos pequeños que tenían en común. Él le espetó a ella todos los insultos que aparecen en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Entonces salieron a la calle los hijastros de ella junto a su nueva pareja, mi vecino de toda la vida y también divorciado: un antiguo guardia de seguridad al que le retiraron la licencia de armas... Las amenazas de muerte entre ambos subieron de tono, hasta que el ex sacó del coche un palo de golf. Como puedes imaginar, no era para jugar el torneo del Abierto Británico. Como réplica, mi vecino agarró una cadena del estilo del personaje de cómic Ghost Rider (El motorista fantasma). Como dos boxeadores esperando a ver quién se lanzaba primero al ataque, se mantuvieron a dos metros de distancia. Finalmente, y cuando algunos vecinos estábamos a punto de llamar a la policía, el ex se marchó en su coche avisando de futuras acciones funestas.
Esperemos que la sangre no llegue al río, pero la realidad es que nadie sabe cómo acabará esta historia. Ya hemos sido prevenidos seriamente para que nadie se vea salpicado en un posible acto de violencia entre familias ajenas.
El problema, como cristiano que me considero, va un paso más allá del descrito: cuando entraron en su casa, y como nuestros patios dan el uno al otro, escuché como ella decía todo tipo de improperios contra su ex. Lo llamativo en este caso es que dice ser cristiana, e incluso se reúne con otros...

¿Juzgar o no juzgar?
Antes de proseguir, y para que nadie me acuse de “juzgar” a esta mujer, quiero hacer una matización importante que ya he hecho en más de una ocasión. Tanto los que no son cristianos como muchos que sí lo son, creen que un creyente no puede juzgar. Para argumentarlo citan las palabras de Jesús: No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mt. 7:1). Pero cuando dijo esto lo hizo con un doble sentido:

a) En el sentido de juzgar condenando y maldiciendo como si el Juicio Divino nos perteneciera a nosotros. Ni siquiera el arcángel Miguel tuvo tal atrevimiento, ni siquiera contra el diablo: “No se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” (Judas 8-9). Las intenciones del corazón únicamente las conoce Dios y Él en exclusiva las juzgará (cf. 1 Co. 4:5).
b) En el sentido de no hacer juicios con ligereza como los que llevaban a cabo los hipócritas fariseos, que se consideraban superiores al resto de la sociedad.

Teniendo estos dos aspectos claros, tenemos que saber que sí podemos juzgar. Es más, debemos hacerlo. De ahí las otras palabras de Jesús:“No juzguéis según la apariencia, sino juzgad con justo juicio” (Jn. 7:24). Se nos exhorta a juzgar toda enseñanza (cf. Hch. 17:11), todo espíritu (cf. 1 Jn. 4:1), toda profecía (cf. 1 Co. 14:29) y a todo aquel que se hace llamar “apóstol” (cf. Ap. 2:2)[2].
Por lo tanto, en el sentido que hemos visto, no puedo juzgar a esta señora como persona, pero sí sus acciones, al igual que muchas historias bíblicas exponen el pecado. Esto nos servirá como punto de partida para tratar el peliagudo asunto que voy a exponer.

¿La hipocresía de los cristianos?
He aprendido muchísimo a lo largo de mi vida escuchando a las personas. Les hago preguntas, guardo silencio, miro sus gestos faciales, sus ojos, la postura del cuerpo, etc. Es la mejor manera de hacer empatía. Al final puedes ver su interior sin necesidad de ser muy listo. Basta con observar atentamente, aunque sea con disimulo. De esta manera, terminas deduciendo incluso cuándo te mienten o te ocultan parte de la verdad. El agresivo, el tímido, el extrovertido, el huraño, el compasivo, el pasivo, el nervioso, el pacífico, el de doble vida, etc., se delatan a sí mismos. Al igual que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34), las expresiones corporales manifiestan en muchas ocasiones lo que esconde el alma.
Al escuchar y entrar en la piel de aquellos que no son cristianos he descubierto que muchos piensan que los cristianos son unos hipócritas, una de las acusaciones principales que hacen contra ellos (entre otras muchas que analizaré en el futuro). Algunos lo expresan abiertamente. Otros callan para no ofender, pero sus gestos de desaprobación son inequívocos. Sencillamente, ellos observan la realidad, el día a día, y ven que los que se dicen seguidores de Jesús viven como si no lo fueran. Por seguir el ejemplo de mi vecina (aunque luego hablaré directamente de mí): dice ser cristiana y se reúne en una congregación con otros creyentes donde escucha la Biblia. ¿Cuál es la otra cara de la moneda?: vive con un hombre con el que no está casado, que no profesa ni de lejos la misma fe; es más, blasfema cuando lo considera conveniente y más de una vez le ha prohibido a su “novia” mentar a Dios en su casa. Por lo tanto, ella está en “yugo desigual” (algo que no oculta a nadie), lo cual está terminantemente prohibido en las Escrituras (cf. 2 Co. 6:14). Aparte, su vocabulario no está precisamente santificado.
Este es un caso extremo, aunque no tan inusual como se cree. Por eso me quiero dirigir a aquellos que no comparten mi misma fe y acusan a los que dicen ser cristianos pero viven de manera opuesta a las enseñanzas de la Biblia. Como os entiendo perfectamente, es hora de hablar con total claridad.

Falsos cristianos
Tenemos que empezar por hacer una distinción importante: no todo el que dice ser cristiano lo es verdaderamente. Que una persona afirme creer no significa absolutamente nada. Hasta los demonios creen pero no viven como Dios enseña, sino que tiemblan (cf. Stg. 2:19). Jesús fue muy claro al respecto: ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? [...] No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Lc. 6:46; Mt. 7:21-23).
Los que no son creyentes tienen que aprender a no encasillar por igual a todos aquellos que dicen serlos. Si alguien me dice que el mejor jugador del Real Madrid es Messi, tendré muy claro que no tiene ni idea de fútbol. Llevando al terreno de la fe la misma idea, la persona que no lleva a cabo en su vida principios básicos que se encuentran en las Escrituras probablemente no será cristiana por mucho que afirme que lo es. El individuo que vive en adulterio, que es un mentiroso crónico, que está lleno de  rencor, que paga mal por mal, que odia a los enemigos, que no ora exclusivamente a Dios en el nombre de Jesús sino también a figuras religiosas, que manipula a las masas para enriquecerse y vivir en prosperidad, etc., con total seguridad no es cristiano en el sentido bíblico del término. A causa de estos falsos creyentes, “el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles” (Ro. 2:24).
Por mucho que tenga por costumbre llevar a cabo algunas prácticas cristianas o tradiciones de su rama confesional, es alguien que adopta lo que le gusta de ellas pero tolera todos aquellos pecados que le gustan o le atraen: el vocabulario vulgar, las borracheras, las relaciones sexuales antes o fuera del matrimonio, la pornografía, la soberbia, la consulta al horóscopo y demás instrumentos adivinatorios, etc. Estos, que mezclan algo de cristianismo con una vida pecaminosa, son los que se toman la fe como si fuera una especie de escudo ante el juicio divino, creyendo erróneamente que así alcanzarán la salvación cuando les llegue el momento de la muerte. Aunque tienen apariencia de piedad, están en tinieblas.  Son “aquellos cuyas vidas y palabras no representan adecuadamente un Dios santo, justo, compasivo y amoroso”[3].
Con todo esto no quiero decir que sean malas personas per se (como tampoco lo es mi vecina), sino que se han creado una religión a su propia medida, muy lejana a la fe descrita en la Biblia. Por eso, recuerda: al igual que los ultras de un equipo de fútbol no representan a todos los seguidores de ese club, no todo el que se hace llamar cristiano tiene que serlo.

Los pecados de los cristianos verdaderos
Si aquellos de los que hemos hablado fueron en algún momento del pasado cristianos o no, es un debate teológico en el que no entraré aquí. Pero, ¿y qué de los que a día de hoy son verdaderos cristianos? ¿Qué de aquellos que tienen a Jesús como Señor y Salvador? ¿Qué ocurre cuando, a pesar de todo, se observa que fallan?
Lo que convierte a una persona en un verdadero cristiano lo expliqué en No soy religioso, ni católico, ni protestante: Simplemente cristiano: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html. Pero, una vez dado ese paso, Jesús especificó cuál era la señal distintiva del creyente: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7:20). Y estos frutos abarcan las buenas obras por un lado (p.ej: ayudar a los pobres, visitar a los huérfanos, ser dadivoso, servicial, etc.), y el fruto del Espíritu por otro: “ Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22-23). Todo esto tiene un propósito, que no es la gloria personal sino la de Dios: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielo” (Mt. 5:16).
Ahora bien, ¿siempre exteriorizan este tipo de frutos los cristianos? No, y el que diga lo contrario miente o se engaña a sí mismo. En lugar de glorificar el nombre de Dios, se le trae deshonra. En ocasiones, lo que se observa es el fruto de la carne (el pecado): “enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, ...” (Gá. 5:20-21). Por causa del pecado, hay cristianos verdaderos que cayeron en adulterio (aunque luego se arrepintieron). Por causa del pecado, hay cristianos verdaderos que dividieron familias e iglesias por su incapacidad de reconocer sus errores. Y la lista es bien larga, como detallé en Cuando el pecado entra en la iglesia (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/03/cuando-el-pecado-entra-en-la-iglesia.html).
Los cristianos no siempre están a la altura de las circunstancias. A lo largo de la historia de la humanidad han cometido multitud de errores. La misma Biblia está llena de historias de muchos creyentes que fallaron estrepitosamente. En el presente, los cristianos yerran igualmente: a veces carecen de humildad y se muestran soberbios, orgullosos y prepotentes; a veces no distinguen entre juzgar las acciones y juzgar a las personas; a veces muestran una doble cara; no siempre ofrecen ayuda cuando se les pide ni son serviciales en todo momento; no siempre aman a Dios con toda su mente y corazón, ni a su prójimo como a sí mismos; en ocasiones el amor del que predican brilla por ausencia en sus propias vidas; algunas veces no muestran bondad, misericordia y compasión por el que ha pecado; no siempre están junto al que lo necesita en momentos determinados; no siempre tienen contentamiento con lo que poseen a pesar de que suelen tener lo suficiente para vivir; no siempre son agradecidos ni valoran las virtudes ajenas; no siempre se interesan por el estado emocional y espiritual de sus hermanos; en ocasiones se muestran envidiosos; de vez en cuando hieren con sus palabras y son chismosos; no siempre ayudan económicamente aunque puedan hacerlo; no siempre comparten sus posesiones materiales ni abren las puertas de sus casas; no siempre muestran empatía; etc. En definitiva: no siempre predican con el ejemplo.
Aquí cabrían las palabras que Ghandi le dijo a un misionero: “Me gusta tu Cristo, pero no me gustan tus cristianos. Tus cristianos son tan diferentes de tu Cristo”. La acumulación de ciertos elementos como los citados ha llevado a muchas personas a no querer saber nada del cristianismo ni a desear escuchar lo que el cristiano tiene que decir. ¿Por qué? Como respondería alguien que no es cristiano: “Sus acciones hablan tan fuerte que no oigo sus palabras”.

Mis propios pecados
No soy responsable de muchas cuestiones que no comparto dentro del cristianismo institucional ni tengo culpa de los pecados ajenos. Ahora bien, sí lo soy de mis propias acciones. Esto incluye algunas de las que he citado de manera genérica en el párrafo anterior. Y es de eso de lo que quiero hablar ahora, especificando un poco más, porque no soy ni me siento superior a nadie. Así también le quitaré a más de uno la sensación de que estoy apedreando como un fariseo a todos los demás mientras que yo me escapo de rositas.
No hace falta ser un Sherlock Holmes para descubrir que no tengo nada de perfecto. Bastaría que pasaras conmigo un día llevando papel y bolígrafo para anotar todos mis fallos. Para poner un ejemplo claro y centrarme en un único aspecto del fruto del Espíritu (la señal del creyente), diré que no siempre manifiesto “paciencia” (Gá. 5:22). Hay circunstancias que sacan a relucir la versión menos amable de mí mismo. Aunque Dios me ha enseñado muchísimo al respecto en los últimos años, internamente suelo ser impaciente con aquellos que levantan la voz a la mínima ocasión. También me hierve la sangre cuando escucho a otros cristianos tratando de imponer su opiniones en diversos temas no-esenciales sin respetar que otros puedan pensar de manera diferente. Me conducen al hastío los que se quejan de todo en la vida. Me cansan aquellos que piensan que mis palabras están dichas o escritas con dobles intenciones. Me fatigan los que únicamente se centran en lo malo o en lo que no les gusta de mí. Me indigna que me mientan en la cara y que crean que no me doy cuenta (es como si te consideraran “tonto”). Me pone nervioso hasta el extremo cuando alguien me señala defectos que él mismo tiene. Me crispo cuando me miran con desprecio (creyendo que no soy consciente de ello porque me hago el despistado), o cuando me entero por terceras personas que alguien despotrica a mis espaldas y sin embargo luego me trata en persona como si fuera mi amigo. Y por último: me desespero cuando animo a una persona no creyente a buscar a Dios (sabiendo lo que hay en juego) o a rectificar sus errores doctrinales si afirma creer y no mueve ni un dedo en estudiar por sí mismo.
Aunque no les pago mal por mal y procuro lo bueno (cf. Ro. 12:17), por norma general suelo alejarme emocionalmente de estas personas.
Visto lo visto, y aunque como persona soy muy tranquilo y es muy difícil sacarme de mis casillas (aunque no imposible), ante este tipo de circunstancias siento ira e impaciencia (obras de la carne). Aunque no lo exprese externamente, lo siento en mi interior. Sé perfectamente en mi foro personal cuándo fallo y peco en diversos aspectos, como algunos de los descritos. Puedo afirmar como aquella oración con la que terminaba muchos de sus discursos Martin Luther King: “Señor, no soy lo que debo ser ni lo que un día seré, pero te doy gracias porque no soy lo que era”, y aún así escribir unas cuantas decenas de páginas sobre los errores que he cometido en mis treinta y ocho años de vida. Como todo ser humano, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5).

Perfectos o imperfectos
Si los cristianos fallamos, si los cristianos caemos, si los cristianos pecamos, si los cristianos somos imperfectos, ¿qué marca la diferencia entre ser cristiano o no serlo? ¿Somos los cristianos perfectos o imperfectos? Es aquí donde hay que cambiar el enfoque y dirigirlo al problema principal: no todos los cristianos son hipócritas, ni mucho menos. Sencillamente, y aunque parezca toda una paradoja (y verdaderamente lo es), somos seres humanos imperfectos ante los ojos humanos y ante nosotros mismos, pero que, al mismo tiempo, somos vistos como perfectos ante los ojos de Dios: No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto [...] Así que, todos los que somos perfectos” (Fil. 3:12, 15). Si ante Dios somos perfectos es porque Cristo pagó en la cruz por todos nuestros pecados (cf. Col. 2:14), no por nuestros méritos o deméritos. Ese es Su regalo. Ese es el significado de la gracia de Dios.
Mientras que llega el día de nuestra plena redención, nos esforzamos en llevar a cabo la voluntad del creador expresada en Su Palabra, trabajando en diversas áreas de nuestra personalidad para correguir imperfecciones y seguir creciendo.
Que fallemos y caigamos no nos convierte en hipócritas. Es más, sentimos cada uno de nuestros errores. Aunque son más llamativos los pecados de los cristianos que los que no lo son –porque se supone que tienen un alto sentido de la moral-, “la iglesia de Dios siempre va a recibir una mayor crítica por sus errores que la que recibirá un mundo que de vez en cuando acierta en reconocer su hipocresía”[4].
Aún así, a todos los que no sois cristianos, y en la parte que me toca: os pido perdón por cada pecado y fallo personal que hayáis podido observar en mí (y los que veréis en el futuro), siendo plenamente consciente de la necesidad imperiosa que tenéis de buscar a Dios para que limpie también vuestros pecados. 
Teniendo en cuenta todo esto y que el único perfecto en el sentido pleno del término, el único Santo, el único sin falta alguna, es Dios, el argumento “no quiero saber nada de los cristianos porque son imperfectos, e incluso a veces actúan de manera hipócrita” es, simplemente, la mayor de las excusas para no querer saber nada de Dios: el justificante más sencillo de todos.  
Jesús le dijo a Pedro que iba a morir mártir. Y éste le preguntó al Maestro qué iba a pasar con su amigo Juan. Haciendo una paráfrasis, Jesús vino a decirle: “¿Y a ti qué te importa? Tú sígueme” (cf. Jn. 21:22). Ese es el ejemplo de conducta que debes seguir. 
¿Seguirás viendo personas que se hagan llamar cristianas y no lo sean? Sin duda. Esos no heredarán el reino de Dios” (Gá. 5:22). ¿Seguirás viendo a cristianos cometer errores y caer? Sin duda. ¿Seguirás viendo actos de hipocresía e imperfección? Sin duda. ¿Puede que algún día me veas caer hasta el abismo más profundo? No es descartable ni mucho menos. Pero debes aprender a dejar de usar todo esto como argumento para no querer saber nada de Dios. Tu mirada deberás ponerla en Jesús, “el autor y consumador de la fe” (He. 12:2).
         Termino con las palabras de Josh Mcdowell: El cristianismo no se apoya ni se derrumba por la manera en que los cristianos se han comportado a través de la historia o por la manera en que actúan en la actualidad. El cristianismo se apoya o cae en la persona de Jesús, y Jesús no fue un hipócrita. Él vivió consistentemente con lo que enseñó, y al final de su vida desafió a aquellos que habían vivido con el noche y día, durante más de 3 años, para que señalaran cualquier hipocresía en Él. Sus discípulos se quedaron callados, porque no había nada que pudieran decir”[5].


[1] El cual es una versión adaptada de Proverbios 16:1: Del hombre son las disposiciones del corazón; Mas de Jehová es la respuesta de la lengua”.
[3] Kinnaman, David. Casi cristiano. Creación.
[4] Puyol, Daniel. La fuga. Noufront.
[5] Mcdowell, Josh. En defensa del cristianismo (vol. 2). Unilit.

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