lunes, 24 de febrero de 2025

15.7. ¿Cuáles serán las amenazas que dirán contra tu persona tras salir de un grupo sectario?

 


Venimos de aquí: ¿Cómo enfrentar la soledad tras salir de una iglesia sectaria? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/06/156-como-enfrentar-la-soledad-tras.html).

El miedo a perder la salvación es uno de los grandes temores que tienen muchos de los que quieren abandonar la iglesia local a la que pertenecen. El origen de esta idea no está fundamentada en las Escrituras, sino en las posibles amenazas que el pastor de turno ha lanzado durante años sobre la mente del creyente, afligiendo así su corazón e infundiéndole auténtico pánico, provocando que algunos terminen por claudicar y desistan de marcharse. Puro chantaje espiritual. Como a esta falacia abominable le vamos a dedicar un capítulo completo, veamos ahora otras amenazas que suelen lanzar estos grupos que caen en el sectarismo.

Amenazas y falacias
Aquí entran todo tipo de expresiones manipuladoras:

- “Dios va a quitar la protección sobre tus hijos y enfermarán”.

- “Tendrás un accidente de tráfico cuando menos te lo esperes”.

- “El Señor me ha mostrado que morirás”.

- “El juicio de Dios caerá sobre ti por no ser fiel a tu pastor”.

- “Entristeces al Espíritu Santo y Él se va a apartar de ti”.

- “La maldición y la ruina vendrán sobre tu vida”.

- “Aunque te conviertas en un conocido predicador, no tendrás la bendición del cielo”.

- “No encontrarás ninguna iglesia como la nuestra y nadie te acogerá”.

- “Eres libre para irte, pero que sepas que todas las iglesias están fatal y no tienen la unción, ya que ni siquiera creen en los dones espirituales”.

- “Sin nosotros, no podrás llevar a cabo la obra que Dios tenía preparada para ti”.

- “Vas a estar fuera de la voluntad divina”.

- “Tienes que someterte al pastor”.

- “Te has rebelado contra el ungido de Jehová”.

- “Que Dios se apiade de tu alma”.

- “Te vas a perder”.

Entre estos enunciados tajantes, destaca el más hiriente y ofensivo de todos: “Estás en tinieblas y estás siendo usado por ellas”. Estas palabras son detestables y condenables, y aquellos que las han pronunciado tendrán que rendir cuentas delante de Dios por el daño que han causado a todos a los que se las han dicho.

Falacias y mentiras
En general, todas estas expresiones condenatorias caen en distintos tipos de falacias. Para el que desconozca el significado de dicho término –el cual suelo emplear con asiduidad en mis escritos- es este: “un razonamiento no válido o incorrecto pero con apariencia de razonamiento correcto. Es un razonamiento engañoso o erróneo (falaz), pero que pretende ser convincente o persuasivo”[1]. Y entre las falacias más conocidas, y que suelen emplearse en estos grupos sectarios por parte de sus líderes, podemos identificar las siguientes:

- ad hominem (dirigido contra el hombre, desprestigiándolo).

- ad baculum (se apela al bastón, a la amenaza, a la fuerza).

- ad verecundiam (se apela a la autoridad).

- ad populum (dirigido al pueblo, provocando emociones).

Cuando algo malo o negativo les ocurre a estos hermanos que se marchan, el resto señala que es el juicio de Dios: “Interpretan caprichosamente los acontecimientos de la vida en clave de fidelidad o no a su liderazgo. En esas mismas iglesias puede haber desgracias personales que se interpretan como el trato de Dios, no como un juicio. Pero en aquellos que se han atrevido a oponerse con temor y temblor a los abusos de la clase dirigente, a estos cualquier cosa desagradable que ocurra en sus vidas se interpretará como una señal inequívoca del castigo de Dios”[2]. Resulta irónico esa doble vara de medir.

La respuesta ante tales sandeces
Ante todo esto, siendo muy breve por la contundencia de la respuesta, me quedo con las palabras de Séneca: “El chantaje y la astucia solo son propios de los débiles”. El mismo Señor ya habló en contra de los falsos profetas de Israel: “Entristecisteis con mentiras el corazón del justo” (Ez. 13:22).
Olvida las amenazas y las falacias que hayan pronunciado contra ti. No tengas temor de estas personas: realmente, Dios no les ha hablado (cf. Dt. 18:22).

Continuará en: Ante las amenazas de las iglesias abusadoras, descansa en Dios.


[2] Zaballos, Virgilio. Conceptos errados. Logos.

lunes, 17 de febrero de 2025

11.11. ¿Eres soltero porque tienes algún tipo de miedo?

 


Venimos de aquí: ¿Eres soltero porque afirmas no necesitar pareja? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/06/1110-eres-soltero-porque-afirmas-no.html).

Lo repetiré a lo largo de todo el capítulo: las causas a la soltería que estamos exponiendo son adyacentes o secundarias. Las causas principales que suelen darse o ser la norma están descritas claramente en el segundo apartado del primer capítulo (Lo que le duele a los solteros: Haciendo malabares: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/03/12-lo-que-duele-los-solteros-haciendo.html). Lo aclaro para que no haya malos entendidos y nadie se cree falsos sentimientos de culpa.

Aquí nos encontramos con infinidad de casos que aluden al miedo para no buscar pareja. O, en el caso de que la tengan, para no comprometerse. He conocido a muchas personas que alojan en su interior esta clase de temores. En general, es el miedo a sufrir. En algunas ocasiones, anticipan en sus mentes lo que aun no ha ocurrido. Y en otras, lo que temen es que vuelva a repetirse historias pasadas.
Un hermano me compartió que había hecho una especie de “voto de soltería” junto a un amigo, ya que únicamente veía sufrimiento y corazones rotos en las personas que había a su alrededor por sus experiencias negativas; ninguno de los dos quería pasar por las mismas circunstancias.
Una antigua amiga me contó una vez que desconfíaba de los hombres en general, porque su padre se marchó con otra mujer sin que la madre sospechara nada, cuando todo iba aparentemente bien en casa y ella se sentía feliz con sus padres.

Miedos concretos
Veamos algunos de estos miedos que padecen muchas personas, que incluye también a los cristianos:

- Miedo a repetir los mismos errores que cometieron sus padres, cuyo matrimonio fue realmente aciago y acabó en divorcio.

- Miedo a comprometerse y a no estar a la altura de las circunstancias de lo que espera la pareja de él. 

- Miedo a no saber afrontar los problemas de pareja cuando surjan.

- Miedo al dudar de su propia capacidad para cubrir las necesidades emocionales y sentimentales de su compañero.

- Miedo a no ser capaz de cubrir las necesidades económicas y materiales al carecer de trabajo estable.

- Miedo a mostrarse vulnerable y creer que dejará de ser amado cuando esto suceda.

- Miedo a la convivencia diaria.

- Miedo al fracaso matrimonial y a las consecuencias que ello conllevaría para su salud emocional y sentimental.

- Miedo a una posible infidelidad de su pareja (física o emocional) y más si lo fue su ex.

- Miedo a no ser un buen padre o madre.

- Miedo a sentirse anulado por su compañero, y con ello perder la libertad de hacer tareas por sí mismo.

- Miedo a la infelicidad, porque es lo que ha visto en otros matrimonios cercanos, incluyendo familiares, hermanos en la fe o amigos.

- Miedo a descubrir en el matrimonio que la persona con quién se casó no era como él creía.

- Miedo a hacer daño a su pareja por la forma propia de ser.

- Miedo a no estar a la altura de la anterior pareja de su compañera, y más si ella tuvo relaciones sexuales antes de conocer al Señor.

- Miedo a las comparaciones con anteriores parejas a nivel físico, emocional e intelectual.

- Miedo a repetir los errores del pasado.

- Miedo al abandono.

- Miedo a ser manipulado y controlado, ya que así lo padeció con sus padres.

Afrontar los miedos
Todos estos miedos deben ser afrontados. Siempre lo he dicho y siempre lo diré: el amor es un riesgo y, cuando llega, merece la pena luchar por él. Es lógico que sientas   cierto desasosiego a que un pasado negativo se repita o que se den en tu vida las mismas condiciones que se han dado en la de aquellos que están cerca de ti. Es humano en un principio sentir desconfianza ante las personas del sexo opuesto cuando una (o varías) de ellas te fallaron o te traicionaron gravemente, incluso con alevosía. Pero de ahí a quedarte anclado y bloqueado hay una distancia abismal.
La persona madura aprende las suficientes herramientas en el Señor para enfrentar cualquier circunstancia que se presente. Aprender del pasado, analizar los errores ajenos y propios, y buscar la sabiduría de Dios para cada situación, son claves para adquirir fortaleza en tu continuo crecimiento personal.
Por otro lado, ser consciente de que los errores que otros cometieron no tienen que darse en tu vida. Vive al día disfrutando de cada paso. Las garantías completas no existen en ningún ámbito de la vida, y tampoco en el sentimental.
Recuerda que tu Padre celestial usa cada acontecimiento, aun los más dolorosos e inexplicables, para acercarte a Él y mostrarte Su voluntad, junto a tu dependencía de Su Gracia.

* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en: ¿Eres soltero porque te tomas las relaciones como si fueran un juego?

lunes, 3 de febrero de 2025

El ahorcado. Antiguos cristianos que cayeron por la ira y el odio

 


Callado. Tímido. Humilde. Silencioso. Inteligente. Amable. Formal. Educado. Bien vestido. Entregado al Señor. Sirviéndole con su talento, que era tocar la guitarra. Así lo recuerdo. Y no solo yo, sino todos aquellos que lo conocieron. No hablé muchas veces con él, ya que era un joven adolescente de entre las más de cuatrocientas personas que había en aquella congregación y no me movía en su círculo. A pesar de su corpulencia física, su personalidad tranquila le hacía pasar desapercibido.
Bastantes años después de mi marcha de aquel lugar, que terminó siendo un hábitat lúgubre y siniestro, me hablaron de este mismo chico, que ya había cumplido los treinta años. Me quedé estupefacto: era una especie de hippie, iba a playas nudistas con su novia, usaba un lenguaje malsonante, y su nuevo look consistía en llevar la mitad del pelo rapado y la otra mitad largo. Más allá de sus renovadas aficiones o gustos estéticos, su nuevo estilo de vida iba aparejado a la actualización de sus creencias o, más bien, a la ausencia de ellas: dudaba de la propia existencia de Dios.
Un cambio tan radical es llamativo en grado sumo y, a la vez, triste de observar. Si fuera el personaje de una novela, nos descolocaría. Pero, siendo alguien real, de carne y hueso, nos estremece el alma.

¿Por qué?
¿Qué le sucedió para esa transformación? ¿Qué le llevó a romper con su pasado de forma tan abrupta? ¿Cómo una persona puede cambiar tanto, hasta el punto de parecer otra completamente distinta? En el caso que nos atañe, la respuesta la encontramos en cómo reaccionó ante el abuso espiritual que padeció y a los sentimientos que esto le provocó, que no supo gestionar, y que le condujeron a experimentar el odio más absoluto hacia el causante y otros mandamases. Ardía en ira, pero se la guardaba. Durante todos los años que estuvo en aquella iglesia, no dijo nada sobre lo que le removía las entrañas. Agachaba la cabeza, sonreía y obedecía. Ahí no le puedo reprochar nada. Es muy fácil señalar, a toro pasado, qué podría haber hecho o dicho cuando tocaba. Si, en las pocas ocasiones en que me atreví a disentir, se me reprendió con toda dureza, donde se me consideraba un desobediente a mis pastores, haciéndome sentir falsamente culpable, puedo entender que otros prefirieran callar. 
Hasta que llegó el día y se desahogó con dicha persona a la que odiaba: le dijo que ya no quería ser “el bueno”, el que se dejaba pisotear, el que ponía buenas caras cuando le había hecho alguna jugarreta, el que saludaba a personas que no quería ni ver y el que se callaba lo que tenía que decir por miedo a ofender, a quedarse aislado o a ser un incomprendido. No deseaba volver a experimentar la frustración y la amargura, que le hacían sentir como un inútil.
Según su opinión, pasar página de todo lo anterior era cerrar etapas, tomar las riendas de su vida, actuar libremente como quería, sin ataduras ni opresiones, y alejarse del terror y el miedo. Como punto de partida, tales intenciones eran válidas, necesarias y sanas. En mi caso, hice lo mismo: apartarme de la hipocresía, de la doble moral, de la manipulación, del chantaje emocional y de las falsas praxis eclesiales que formaban parte de un sistema corrompido por aquellos que jugaban con los cristianos.
El problema vino con la segunda parte: olvidó lo básico, que es el camino de Dios. Y no solo eso: dejó que el odio hacia una persona en particular lo consumiera. El individuo en sí había sido un líder respetado en la música, al que se le consintió absolutamente todo, incluso el despotismo con el que hablaba en ocasiones a los miembros del coro. Cuando se descubrió sus relaciones extramatrimoniales –en plural- y cómo intentaba seducir a otras mujeres, lo negó rotundamente. Durante ese tiempo, hasta que ya no pudo más esconder la verdad, el joven del que hablamos lo apoyó y estuvo a su lado, lo trató bien, le saludaba y le preguntaba cómo le iba todo. Era su manera de pagar bien por mal. Y es de admirar dicha actitud. Pero se cansó, precisamente por todo lo que tenía guardado en su foro interno contra dicho personaje. Le confesó que le había maltratado, engañado, traicionado, ninguneado, machacado, controlado, utilizado, desvalorizado. Y que había sido un títere en sus manos durante muchísimos años, al que manejó como le dio la gana en todos los ámbitos de su vida.

Errando el tiro
Hasta aquí hizo lo que tenía que hacer: expresarle sus emociones y hacerle consciente del mal que le había causado. Salvo por el lenguaje un tanto extremo y no citado, personalmente, por lo demás, me parece correcto y sano. Pero lo que vino luego muestra que se pasó de frenada. No tanto por llamarle agresor sexual, mala persona, hipócrita, aprovechado, oportunista, engañador y abusón, o por decirle verdades como templos, como que había pisoteado muchísimas vidas y dejado un montón de cadáveres a su paso, habiendo creado solo odio y destrucción por donde había pasado, sino por una serie de insultos malsonantes que le dedicó, que prefiero omitir. Y, por encima de todo, por señalar cuánto lo odiaba, con todas sus fuerzas, por el mal que había causado.
En un momento de ira, de desesperación, de desgarro emocional, se puede llegar a entender dicha reacción a nivel humano. Como ya conté cuando hablé de la iglesia sectaria en la que estuve, también experimenté ira, así que me puedo poner en su piel. Lo que vino después, ese giro de ciento ochenta grados en su vida, ya no tiene justificación alguna. Se puede estar descolocado un tiempo, desconcertado unos meses, pero no abandonar a Jesús, que lo ofreció todo por nosotros. La cruz de Cristo vino a redimir, no a condenar, y si un sitio o una serie de personas logran lo contrario, uno se aleja lo más posible, pero no del Redentor.
Cuando se asienta la vida en las emociones, en la fe en los hombres, en las actividades eclesiales o en cualquier otra cosa, sucede lo que ya vaticinó Jesús en la parábola de los dos cimientos: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mt. 7:24-27).
Reconozco que no es nada sencillo permanecer de pie en medio de las tinieblas, sean externas o internas. Las emociones son tan abrumadoras que te pueden llevar a extraviarte con una facilidad pasmosa. He visto muchos perdiéndose a mi alrededor, incluso entre aquellos que parecían maduros y firmes en Cristo. Lo único que lo impide es estar asentado sobre la Roca, que es Cristo. 
En el caso de la persona mencionada, creía que, alejándose de todo aquello, sería libre. Podría haberlo sido, pero, al rechazar a Dios y odiar, esos fantasmas le acompañaron a todas partes y decidieron por él, por lo que seguía siendo esclavo, haciéndose el daño a sí mismo.

La experiencia de El Ahorcado
La historia que acabo de narrar reapareció entre mis recuerdos mientras veía a Sofía Falcone, el personaje magistralmente interpretado por la actriz Cristin Milioti en la serie “El Pingüino”, de la cual ya hemos hablado ampliamente en los dos artículos que preceden a este. 
Nunca la había visto actuar y, si la memoria no me falla, es la mejor actuación que he visto nunca de una actriz. Se nota que, principalmente, su carrera se ha desarrollado en el teatro. Lo dicho: extraordinario su papel.
Al principio parecía una más en la trama y que apenas sumaba, siendo la hija del mayor mafioso de la ciudad, Carmine Falcone, asesinado por Enigma, como vimos en “The Batman. ¿Quieres ser “la venganza” o una bengala que ilumine en la oscuridad?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2025/01/the-batman-quieres-ser-la-venganza-o.html). Pero cuando llegamos al cuarto y estremecedor capítulo, nuestra forma de verla cambia por completo. Odiamos cómo actúa a partir de entonces, pero la comprendemos por completo.
Durante diez años estuvo internada en el asilo de Arkham por múltiples asesinatos. Los llevaba a cabo ahogando y ahorcando a sus víctimas, de ahí el sobrenombre de “El ahorcado”. Tras su liberación descubrimos que ella no mató a nadie, sino que fue su propio padre, que acabó incluso con la vida de la madre de Sofía cuando esta era una niña. Para no ir a la cárcel, el padre la incriminó, comprando a la Policía y a los médicos, haciendo que toda la familia testificara por escrito contra ella, acusándola de tener problemas mentales. Lo que padeció durante aquella década fue indecible, soportando un ambiente enfermizo, donde fue sometida en diversas ocasiones a sesiones de electroshock, y donde tuvo que cambiar su naturaleza pacífica en otra agresiva para defenderse de otras presas, hasta el punto de que asesinó a una de ellas.
¡Imagínate que algo así te pasara! Para muchos que pasan por una iglesia sectaria, sin llegar a estos límites, la experiencia puede ser muy parecida. Desasosiego. Miedo. Culpa. Prohibición de actuar libremente. 
Toda su juventud, Sofía fue una chica encantadora, que amaba a su padre y a su hermano, noble, de buen corazón, dadivosa y entregada a obras de caridad. Pero el dolor tan terrible que le causaron la cambió para siempre. Los traumas, que eran parte de su ser, y de los cuales no logró desembarazarse, la tenían prisionera, aunque ya no estuviera entre rejas.

¿Qué hizo tras liberarse? ¿Comenzó de nuevo, lejos de su miserable familia? ¿Buscó la paz? ¿Se apartó de todo lo malo que la rodeaba? Nada de eso. Para empezar, entró en el negocio delictivo de su difunto padre, maquinando para hacerse con el control de la organización criminal. Luego le pegó un tiro a bocajarro a su tío por contradecirla. Secuestró a una anciana –la madre de Oswald, alias el Pingüino- porque este había asesinado a su hermano y la traicionó. Le dijo a sus lacayos que pusieran una bomba bajo una barriada, lo que provocó la muerte de decenas de personas, no solo de mafiosos, sino también de inocentes.
Aunque aparentaba tranquilidad, era un torbellino de emociones. ¿No habían maquinado contra ella para hacer creer a los demás que estaba loca? Pues ahora se comportaba como tal, de forma díscola. De la Sofía humilde y cariñosa apenas quedaba nada, solo una mente ansiosa que maquinaba a fuego lento su venganza. Y así lo hizo: tras cenar con su familia, se puso una máscara para protegerse y los gaseó a todos. Solo salvó a la hija pequeña de su prima para que le sirviera de coartada. 

Aprendiendo de los errores ajenos
De ambas vivencias –la real, contada al comienzo de este escrito, y la ficticia, la de Sofía Falcone-, podemos aprender que el odio, la amargura y el rencor, impiden, siempre, cerrar las heridas del pasado, imposibilitando una mejor vida y conforme a la verdadera voluntad de Dios. Es como un cáncer que carcome, sin prisas pero sin pausa. Incluso a las que consideramos buenas personas, les destruye si no saben qué hacer con dichas emociones. Es como si se ahorcaran a sí mismos. Por eso Sofía acabó de nuevo con sus huesos en prisión, y el joven del que hablamos al comienzo en su propia prisión mental. Ambos se convirtieron en aquello que decían odiar en los demás.
¿De verdad hay ex-cristianos que creen que ahora sí lo están haciendo bien? ¿Creen que son sus mejores versiones por usar un vocabulario soez, por despotricar de los que seguimos siendo cristianos, por tener relaciones sexuales con cualquiera con el que se presente la ocasión o por haber perdido el pudor sano? ¿Acaso piensan que están demostrando ser mejores que aquellos que cometieron el atropello contra ellos al llevar ese estilo de vida, que no incluye a Dios? ¿No proclamaban a los cuatro vientos que Jesús era el Señor de sus vidas? Vino la tormenta y la barca se hundió porque, realmente, no lo era.
Al actuar así, estas personas están demostrando que no aprendieron nada. Escaparon del abuso espiritual para convertirse en un alma fea, independientemente de cómo fueran físicamente, de lo bien que les fuera todo o del éxito social que alcanzaran.
¿La lección? Está muy clara. Ya tienes el testimonio de otras personas para no seguirlos y no conducirte por la misma senda oscura. No vayas de víctima, pero tampoco de verdugo. Que tu mirada y tu fe estén puestas en Jesús (cf. He. 12:2), no en el hombre, ni en lo que hagan o dejen de hacer los demás.