¿Qué es lo que vemos a lo largo de “La zona de
interés”, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera de 2023, entre
otros muchos premios en diversos festivales internacionales? A la familia Höss,
formada por el matrimonio Rudolf y Hedwig, que se aman profundamente, junto a
sus cinco hijos, cada uno de ellos de rostros angelicales. Uno de ellos tiene
una curiosa particularidad: colecciona dientes de oro. Todos viven felices en
una casa de ensueño: tienen un amplio jardín con flores hermosas, piscina e
invernadero, donde hacen fiestas con amigos y multitud de invitados. Aparte,
tienen criadas que les preparan las mejores comidas y llevan a cabo las labores
del hogar. Hasta tienen un perro que entra y sale a la orden de sus amos.
Mientras tanto, los retoños juegan felices, reman en canoa, nadan en un río con
su padre, corren y saltan en su propio mundo de fantasía infantil. Al fin y al
cabo, forman parte de la clase alta. Así que, en principio, nada que nos pueda
sorprender o que no hayamos visto antes en la vida real. Pero entonces
descubrimos la gran sorpresa, la cual ya intuíamos con anterioridad...
Algo no
cuadra
Rudolf resulta ser el comandante de Auschwitz, el
infame campo de concentración, donde los nazis asesinaron en cámaras de gas y
hornos crematorios a un millón de judíos. Mientras que la felicidad es el
denominador común en casa de los Höss, a escasos metros, y separado simplemente
por un muro, y aunque nunca vemos lo que sucede en su interior, continuamente
se escucha el horror encarnado: gritos de desesperación, llantos, amenazas de
muerte, que son cumplidas, y disparos. De fondo, una chimenea, ardiendo, en
pleno funcionamiento las veinticuatro horas, donde se exterminaban a cinco mil
personas diarias.
Mientras tanto, lo único que le molestaba a esa
familia eran los “malos olores” que procedían de la “caldera”, que les obligaba
a cerrar las ventanas de casa. Pero, en general, se sentían tan dichosos, que
la esposa se niega a dejar el lugar cuando trasladan al marido de ciudad. Es
más, lo abronca ante la insinuación de que tendría que ir con él, diciéndole
que “no podía hacerle eso”.
Al frente, una casa de ensueño. Al fondo, Auschwitz, un lugar de pesadilla
El contraste es tan brutal que los sentimientos que
embargan al espectador –entre los que me encuentro-, resultan ser
extremadamente desagradables: impotencia ante la situación, mezclado con ira, hacia
esos millones de “individuos” que formaron parte del Tercer Reich. Junto con
“La lista de Schindler”, “El pianista”, “El niño con el pijama de rayas”, “El
hundimiento” y “La vida es bella”, es lo más duro que, en términos
cinematográficos sobre el nazismo, he contemplado sobre esta temática. ¡Y eso
que no muestra nada!
Aunque algunos enfermos mentales y sádicos morales
niegan la evidencia del Holocausto –como los líderes pasados de Irán (Mahmud
Ahmadineyad y Ebrahim Raisi, este último fallecido en un accidente de
helicóptero justo cuando escribo estas líneas), algunos familiares y amigos que
han ido de visita, me han narrado cuán estremecedor resulta el lugar en sí y
cómo les ha afectado la experiencia, tanto a ellos como a sus acompañantes:
desde desmayos hasta una amplia variedad de indisposiciones.
Ante estas emociones negativas que experimenté a cada
segundo de su visualización, mi mente encontró un consuelo, basado en la
Biblia: puesto que todos estos desalmados están muertos, están pagando
eternamente por sus actos y se ha hecho justicia. Y, si queda alguno vivo en
este mundo –dato que desconozco-, ya le llegará su momento, cuando se presente
ante su Creador.
Las palabras
del papa Francisco, y el problema de las mismas
En plena ebullición de pensamientos y sentimientos,
vino a mi memoria unas palabras que pronunció hace unos meses el papa
Francisco, máximo representante del catolicismo romano, al que muchos fieles de
dicha religión siguen, admiran, veneran y llaman Santo Padre. En una entrevista
en el programa Che tempo que fa, dijo: “Esto no es un dogma de fe –esto que diré- es una cosa mía
personal que me gusta: me gusta pensar que el infierno está vacío. [...] Es un
deseo que espero sea realidad, pero es un deseo”.
A mí también me
gustaría creer que puedo volar, pero si subiera a la azotea de mi casa,
extendiera los brazos y me lanzara al vacío, creyendo que eso me llevaría a
alzar el vuelo... me llevaría una gran desilusión: acabaría muerto o, como
mínimo, con el cuerpo completamente destrozado.
Con todo, quiero concederle el beneficio de la duda y
pensar que su deseo es “bienintencionado”, puesto que, en otras ocasiones, ha
llamado al arrepentimiento a los mafiosos, a los corruptos, y a los que niegan
a Dios o no quieren saber nada de Él[1]. Ahora bien, para que sus palabras se hicieran
realidad, todos los seres humanos difuntos tendrían que haberse arrepentido, antes de morir, y haber creído en el sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz
por los pecados. Y, sabemos que, a lo largo de la historia, no ha sido así, ni
lo será. No hace falta ser un erudito para saberlo. Basta con mirar la sociedad
en general para ser consciente de tal realidad.
¿Acaso alguien piensa que todo malvado se ha
arrepentido y creído en Jesús como Salvador? Sería extremadamente ingenuo
pensar así. ¿De verdad podemos creer que Nerón, Calígula, Hitler, Stalin, Mao,
Pol Pot, Mussolini, Fidel Castro, Hugo Chavez, Kim Jong-il (padre), Ceausescu,
Milosevic, y otros muchos dictadores, junto a los que obedecieron sus órdenes
inmundas, no están en el infierno? Lo mismo podríamos decir de “líderes”
sectarios como David Koresh y Shōkō Asahara, o de Abdelhamid Abaaoud, Mohamed Abrini, Foued Mohamed Aggad,
Brahim Abdeslam, Omar Ismail Mostefai, Samy Amimour, Bilal Hadfi, yihadistas
islámicos que mataron a decenas de personas en Francia (“Carta a los
terroristas que se inmolaron y a los que se lo están pensando”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/03/carta-los-terroristas-que-se-inmolaron.html). ¿De verdad hay una sola persona en este planeta que
cree que los que perpetraron la masacre de Buchan (Ucrania) y Srebrenica
(antigua Yugoslavia) no pagarán el precio de tanta maldad? ¿Y qué de los que
hutu, que quemaron vivos y asesinaron a machetazos a casi un millón de tutsi en
Ruanda, en apenas cuatro meses? ¿Acaso alguien cree que los genocidas,
pederastas, violadores, asesinos, torturadores, adúlteros, ateos
recalcitrantes, fornicarios (los que mantienen relaciones sexuales sin estar
casados) y “médicos” abortistas, entre otros, que no se han arrepentido, no están en dicho lugar?
Antes de concluir esta porción del escrito, añado una
aclaración: existe el debate teológico sobre si el infierno está ya habitado por humanos condenados o si
esto no sucederá hasta después del Juicio Final. Ambas posturas son defendibles
y respetables, en las cuales no voy a detenerme. Pero, más allá de eso, sea
como sea, ahora o más adelante, la certeza del infierno es patente.
Las palabras
de Jesús, que incluyen a todo el mundo
Muchos, al leer la lista citada en el último párrafo
(genocidas, etc.), puede que se hayan sentido aliviados: “No soy parte de ella;
así que yo no voy a ir al infierno, ya que no pertenezco a ese grupo de
injustos”. Esa deducción, posiblemente llevada a cabo con buena fe, cae en la
falacia, en un error de bulto, al carecer de todos los datos. Para llegar a una
conclusión acertada, hay una información que necesita conocer sin falta, y
es esta: “No hay justo, ni aun
uno [...] Por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios [...] la paga del pecado es muerte” (Ro.
3:10, 23; 6:23a). Y esto te
incluye a ti y a mí. Ya te puedes sentir feliz o infeliz, con una vida
vacía o llena de propósito, o considerar que “no haces ningún mal a nadie”, la
realidad es la que es, y no cambia según tus circunstancias personales ni de lo
que pienses.
Nacemos con una naturaleza caída que nos lleva a vivir
de espaldas a Dios y a desobedecer Sus
mandamientos, queriendo en ocasiones y
sin querer en otras, en mayor o en
menor medida. Esto nos convierte en “injustos”, y solo creer en que Él pagó
en la cruz por nuestra rebeldía nos convierte en “justos”. No hay otra manera,
ni otro método. Ni tal o cual religión salva, ni hacer o dejar de hacer esto o
aquello nos libra de nada.
Contra la idea contraría –el perdón sin
arrepentimiento- predicó el alemán Dietrich Bonhoeffer (opositor
al régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial), llamándola “gracia
barata”, la cual no procede de Dios.
Por eso, creer, o más bien, desear, como el papa
Francisco, que el infierno esté vacío, es una necedad. Es decirle a Dios que
cambie Su carácter, que sea todavía más “bueno”, que modifique sus propias
normas y que establezca una misericordia infinita y sin límites, donde exista
el perdón sin requisito alguno, eliminando la necesidad de reparar la
injusticia, y que ya no sea Él el Único que pudo reparar nuestra injusticia.
Si así fuera, mañana mismo todos los cristianos del
mundo dejaríamos de predicar el Evangelio y lo modificaríamos por uno muy
distinto: “Vive la vida. Disfruta de cualquier placer que desees. Muéstrate
egoísta, caprichoso, lisonjero, manipulador y blasfemo. Falta el respeto a tus
padres y provoca a ira a tus hijos. Juzga con premura e injustamente. Sé
hipócrita, altivo y prepotente. No olvides ser infiel a tu cónyuge. Emborráchate y acuéstate con quien te apetezca.
Miente, roba y estafa. Mata a tu vecino si te cae mal. Asesina a tu niño
nonato. Exhibe públicamente tu cuerpo todo lo que puedas. Déjate llevar por la
furia de tu lengua. Insulta y usa un lenguaje malsonante. Participa en orgías y
contrata servicios de prostitución. Consume todo tipo de drogas y de
pornografía. Practica el esoterismo. Sé envidioso y maldice cuando lo desees.
Chismorrea de los demás y siembra discordia a tu alrededor. Haz todo lo que se
te ocurra y te pida el cuerpo. Total, si al final tus acciones no van a tener
repercusiones en la eternidad, y Dios te espera en el cielo para abrazarte y
regalarte la felicidad absoluta”.
Conclusión
Como no voy a empezar a promocionar herejías a estas
alturas de mi vida, no tomaré ese rumbo, ni se lo recomiendo a nadie que no
quiera caer en el libertinaje, ni perder la sabiduría que viene de lo alto.
Prestemos mejor atención a lo que afirmó tajantemente Jesús en la parábola de
la cizaña, en lugar de escuchar los deseos de los seres humanos: “Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y
recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen
iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el
crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el
reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga” (Mt. 13:41-43).