* Tras ver la película “Barbie”, analizarla,
escribir este artículo sobre ella y, a posteriori, ver vídeos de algunos
youtubers comentándola, sigo sin saber si es una burla al feminismo actual, y
esa visión sesgada y llena de clichés sobre los hombres, cuyo propósito es
despertar a las mujeres que han caído en las garras de esa ideología, o si
realmente apoya sus postulados. Es la única duda que me ha quedado. Por lo que
he podido observar, hay división de opiniones sobre el propósito. En mi caso,
el examen concienzudo que voy a hacer de la misma, se basa en que sí apoya la
ideología feminista “radical”.
Cansado, mentalmente cansado. Así terminé al ver la película
“Barbie”. ¿La razón? Desde el primer segundo, pasando por numerosas escenas,
diálogos y soliloquios, tenía ganas de parar la película y contradecir buena
parte de lo que se estaba mostrando. En más de una ocasión, me encontré
diciendo “no me lo creo”, “¿en serio ha dicho lo que he escuchado?”, “¡pero qué
barbaridad!”, “menuda manera de manipular” o “¿quién habrá escrito el guion?”,
pasándome por la mente, de forma sarcástica, los nombres de Irene Montero y
Pam.
Algunos dirán que solo es un producto, una campaña de marketing
de la empresa Mattel para vender sus muñecas. Otros afirmarán que solo es una comedia, incluso una
sátira, una exageración de la realidad para mostrar una enseñanza vital. Pero, como
vamos a ver, por los mensajes que suelta a cada segundo y la repercusión que ha
tenido, de broma, poca. Sea o no su propósito, es un trabajo más de ingeniería
social, que trata de rehacer al hombre y a la mujer desde su misma esencia, al
mismo tiempo que los separa aún más.A algún hombre, defensor del feminismo
actual, le he escuchado decir que, ni la película ni el feminismo atacan al
hombre, sino a un determinado tipo de masculinidad: la tóxica. Si eso fuera lo
que se mostrara en el largometraje o lo que se suele escuchar entre, por
ejemplo, las Ministras del Ministerio de Igualdad, lo aceptaría sin problemas.
Pero cuando a TODOS los hombres se les representa igual, ahí ya hay una
generalización inaceptable.
Imagina que se muestra en una película a ateos,
cristianos, judíos, venezolanos, rusos y negros. Y todos los que salen en la misma son malos,
absolutamente todos. Si alguno dice: “Bueno, pero solo está señalando a los
ateos, cristianos, judíos, rusos y negros que son malos”. Pues, hijo mío, ponme
también ateos, cristianos, judíos, rusos y negros que sean buenos, porque de lo
contrario estarás cayendo en la divulgación de un sesgo.
Entre las muchas opiniones que he leído, hay una que
se repite continuamente: madres que, por la nostalgia, fueron en grupo con sus
hijas y sobrinas pequeñas, esperando una comedia para toda la familia. ¿La
realidad? Todas decían arrepentirse: a las madres no les gustó, las niñas no la
entendieron, y ninguna de ellas se rieron.
De entre todas esas críticas, la que me hirió hasta la
sensibilidad fue la que comentó una espectadora: ella observó a una niña, de
cuatro o cinco añitos, en la fila de adelante, abrazada a su muñeca, con forma
de bebé, mientras en la pantalla, en la primera escena de la película, se
mostraba a niñas de dicha edad, destrozando con ira y contra el suelo esa misma
muñeca, lanzándola al aire y propinándole patadas, todo ello ante la sonrisa de
Barbie.
¿Qué tuvo qué sentir esa niñita viendo “eso”? Su
pequeño corazón se quedaría impactado, sin entender el motivo de lo que contemplaba,
y preguntándose la razón por la cual rompían algo que ella amaba y protegía.
Nada me duele más que le provoquen dolor a un infante. Y unos guionistas de
Hollywood, que se creían muy graciosos, lo hicieron. Deplorable y moralmente
denunciable.
De qué trata
En la historia que nos cuenta, vemos
que existen dos mundos: uno, el real, que todos conocemos, y otro conocido como
Barbieland, que se muestra como ideal y perfecto... según la visión feminista.
Aquí todas las mujeres se llaman Barbie, aunque se centra en una de ellas; en
este caso, la “principal”, la conocida como “Barbie estereotipada”,
interpretada por Margot Robbie. Por su parte, todos los hombres se llaman Ken
–excepto uno, que no se comporta como el resto-, aunque también gira en torno
al que representa el actor Ryan Gosling.
Allí, la vida está bien determinada: son las Barbie
las que “manejan el cotarro”: la presidenta es una mujer, al igual que la
abogada, la periodista, la cartera y absolutamente todo. Hasta la cuadrilla de
albañiles está formada por ellas. No dejan de sonreír, viven felices en casas
maravillosas, llenas de color –rosa, rosa y más rosa-, y cada noche organizan
“noche de chicas”, por lo que apenas tienen tiempo que dedicarle a los hombres.
Nadie está casado ni tiene hijos, puesto que la interacción entre hombres y
mujeres se limita a mirarse unos a otros, a hablar de sandeces y a compartir
algún que otro baile.
Mientras tanto, los hombres –que nadie, ni las
mujeres, saben dónde viven-, no trabajan ni hacen nada de provecho. Son vagos per se. Se pasan el día haciendo el
ridículo, exhibiendo su falta de cerebro y habilidades, mientras que entrenan
con pesas y lucen palmito, para así tratar de llamar la atención de las mujeres
y conquistarlas, algo que nunca logran.
En definitiva: todas las mujeres son perfectas,
extraordinarias, maravillosas, inteligentísimas, talentosas y trabajadoras,
mientras que todos los hombres son vagos, torpes, tontos, inútiles y
machirulos. Ninguno de entre ambos sexos, absolutamente ninguno, es lo
contrario.
Y es así hasta que, un día, Barbie estereotipada, tiene pensamientos tristes y extraños. Tras
consultar con la Barbie rara,
descubre que, en el mundo real, hay alguien jugando con ella y le está
inculcando ansiedad, depresión y pensamientos sobre la muerte. ¡Incluso ya no
anda de puntillas, lo que hace que su cuerpo sea menos estilizado! ¡Y le sale
celulitis! Para remediar todo esto, inicia un viaje al “mundo real”, y así
encontrar a la niña que ha puesto esas ideas en ella, remediarlo y volver a su
estado anterior de felicidad.
¿Mujeres de
bandera y hombres patéticos?
Tras llegar a su destino –junto con Ken, que se había
escondido de polizón en el coche de Barbie-, descubren que no es como
imaginaban: los hombres son incluso peores que en Barbieland, dominando el mundo
y, por ende, a las mujeres.
Nada más pasear por la playa en patines, y vestidos
con colores extravagantes, los hombres se muestran como babosos ante ella,
haciéndole todo tipo de comentarios groseros: desde un grupito de chicos,
pasando por albañiles y dos agentes de Policía, terminando por un hombre que se
acerca y le propina un cachete en el trasero.
Por suerte, hay mujeres que no compran esta idea, como señalaba una crítica de
cine: “Lo siento, pero lo normal es que vayas por la calle y los hombres te
respeten, y que algún tarado en la noche te meterá mano, o algún salido te
soltará algún comentario desafortunado, es posible desgraciadamente, pero que
te pase en cuanto pisas la calle cada día es ANORMAL”. Sin embargo, en la
película lo muestran como lo habitual en el mundo, donde todos
los hombres son agresivos, prepotentes y dedicaran su día a sexualizar a las
mujeres.
Volvamos a la historia: los empresarios que manejan
Mattel, la empresa dueña de las muñecas “Barbie” y los muñecos “Ken”,
representan lo peor de lo peor: son unos machistas opresores, que se burlan de
las mujeres, con un jefe que solo piensa en el rédito económico, tan patético
que desea ser el que le dé al botón del ascensor –como si fuera un niño chico-,
y tan inútil que no sabe usar una tarjeta para pasar un torno de control.
Todos los hombres que vemos, tanto en
Barbieland como en el mundo real, son mostrados como patéticos y descerebrados,
que toman decisiones impulsivas e ilógicas, como si tuvieran una única neurona,
y que lo único que desean es perpetuar su dominio sobre las mujeres, usando lo
que Barbie repite sin cesar: el patriarcado, algo que Ken trata de establecer
en Barbieland, lavándole el cerebro a las mujeres para que se vuelvan sumisas.
Mientras tanto, también en el mundo real, las mujeres son inteligentes,
audaces, compasivas, tiernas, luchadoras, guerreras y valientes. Si te has
fijado en lo que pone en el cartel, desde ahí ya empieza la diferenciación:
“Ella es lo más. Él es simplemente Ken”. ¡Incluso Allan, el único que no se llama Ken, y que es un aliado de las
Barbies, lo representan torpe, rarito y bufón!
Panda de hombres
energúmenos y trogloditas, como todos los que se muestran
La
directora de la película desea romper los estereotipos de las niñas que juegan
con bebés de juguete, y para ello se burla de los niños que hacen lo propio con
coches y caballos. ¡Claro que sí!
¿Le habría hecho gracia a las mujeres
que se hubiera mostrado a todos los
Ken como sabios, maduros, sensibles y emocionalmente profundos, mientras que a todas las Barbies hubieran sido
representadas sin talento alguno, inútiles y tontitas, hasta el punto de
lanzarse voluntariamente en la playa contra una ola de cartón duro, peleándose
con otras mujeres, usando flechas de mentira, raquetas de tenis, pelotas de
plástico, sitck de hockey y flotadores, mientras montan en caballos de juguete?
¡Seguro que no!
La realidad
El feminismo radical
ve al hombre como el problema del mundo, el enemigo a someter y eliminar. Para
ellas, los que no se postran a sus principios, son machistas, donde no existe
el amigo sabio, el compañero atento, el novio cariñoso, el esposo responsable o
el padre servicial.
Ni
todas las mujeres son “lo más”, ni todos los hombres son “como Ken”. Ni todas
las mujeres son delicadas, ni todos los hombres son unos babosos. Ni todas las
mujeres son inteligentes y trabajadoras, ni todos los hombres son necios y
vagos. Hay una mezcla de todo, tanto de lo bueno como de lo malo. Hay mujeres
buenas y mujeres malas. Hay hombres buenos y hombres malos. Dejando a un lado
la verdad bíblica que muestra que, en sí mismo, el único bueno es Dios (cf. Mr.
10:18), en términos meramente humanos, la verdad es que hay “personas” buenas y
malas, independientemente
de su sexo.
¿Un
mundo gobernado solo por mujeres sería idílico y sin problemas? Que le digan a
los argentinos el destrozo que hizo en su nación la presidenta Cristina Kirchner, a nivel de pobreza, desempleo e
inflación. ¿Que
no usan la violencia al grado de los hombres? Cierto, pero cuando dos mujeres
discuten acoloradamente, se convierte en una batalla campal de desprecios
mutuos y reproches, donde es mejor ni inmiscuirse. ¿Que la hermandad y
camaradería entre mujeres sería perfecta? Las mismas feministas radicales
insultan y expulsan de sus manifestaciones a otras mujeres porque no piensan
igual en todo. ¿Que no hay mujeres que miran a los hombres solo por su belleza?
Que recuerden el recibimiento que le hicieron en Madrid a Cam Yaman, el actor
turco, donde parecía que las cientos de mujeres presentes, de todas las edades,
“querían un hijo suyo”, ipso facto. Lo mismo que hacían cada vez que veían a David
Beckham, y que daría para un documental.
Ese supuesto
patriarcado que denuncian, ya no existe en la cultura occidental. Presentar a
las mujeres como si vivieran en la distopía de El cuento de la criada, es ofensivo, no solo para los hombres,
sino, sobre todo, para las mujeres. Podría entender la denuncia en la India,
donde el sistema de castas sigue vigente, en lugares donde predomina la
religión islámica, y en parte de la etnia gitana, pero no en Estados Unidos y
en Europa.
A lo largo de la trama, observamos
cómo Barbie conoce a la que, cree, es la chica que tenía pensamientos de
tristeza sobre ella. Aunque después se descubre que no lo es, sino la madre,
las palabras de una adolescente, de nombre Sasha, son demoledoras para Barbie:
mientras la chica de rubio piensa que simboliza la perfección, Sasha le dice
que la odia, puesto que representa a la rubia tonta, y añade: “Desde que te
crearon has hecho que las mujeres se sientan mal. Representas todo lo malo de
nuestra cultura. Capitalismo sexualizado, ideales físicos no realistas. Te
cargaste la autoestima de las niñas y estás destrozando el planeta con tu
glorificación del consumismo desenfrenado. ¡Fascista!”. Según Sasha, Barbie
representa lo que el patriarcado quiere que represente.
De nuevo, nos enfrentamos a la realidad:
el
patriarcado, el sistema donde el hombre hace y deshace a su antojo, donde manda
y gobierna en todas las esferas de la vida, donde la mujer no tiene voz, ni
voto, ni estudia, ni puede trabajar sin el permiso del varón. ¿De verdad eso es
real a día de hoy? En mi país, la mujer
ya no es sirvienta de nadie, y posee las mismas libertades que cualquier
hombre, incluso sus derechos ante la ley son superiores. Hay becas para
estudiar que solo se les adjudican a ellas. Tienen multitud de subvenciones y
ayudas que no se aplican a los hombres[1]. Hay distintas penas
de cárcel para hombres y mujeres cuando el conflicto es entre ellos, aunque el
delito sea el mismo. Hay mayor número de licenciadas en la Universidad que
licenciados. Los requisitos para acceder a ciertos puestos de trabajo son
menores, como en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o de bomberos.
Pueden vestir como les venga en gana. Pueden llenarse el cuerpo de tatuajes y
la cara de pírsines. Pueden pelarse y ponerse el pelo del color que quieran,
por muy estrambótico que resulte. Pueden ir a donde les dé la gana. Pueden
viajar solas a donde quieran. Pueden hacer el deporte que les plazca. Hasta el
acto terrorífico de abortar pueden llevarlo a cabo, como si fuera un método
anticonceptivo más, y apoyadas por buena parte de la sociedad.
Puestos de poder & Cuotas de género
Ken descubre asombrado que, el mundo real, está gobernado por hombres,
bajo ese sistema impuesto de patriarcado. Cree que, por ello, por el hecho de
ser hombre, puede ser médico, aunque no haya estudiado; que puede ser
socorrista de playa, sin saber nadar; que puede tener un puesto bien remunerado
y de prestigio, sin estar preparado para ello... hasta que descubre que no es así.
Es la misma cantinela que repiten los
movimientos feministas: que las mujeres son ignoradas y los hombres logran sus
trabajos por ser varones, donde tienen derechos que ellas no poseen; falacia
que ya refutamos anteriormente.
En el presente, por ley, sucede todo
lo contrario: se establecen cuotas de géneros, para que un porcentaje de
mujeres ocupen determinados puestos de trabajo, independientemente de que haya
hombres que las superen en calificaciones. La meritocracia, que es como se
debería valorar el trabajo de alguien –independientemente de su sexo-, ha
pasado a un segundo plano.
Si yo pregunto a un hombre machista
sobre qué bombero quiere que le saque en volandas de un incendio, dirá que un
hombre. Si le pregunto lo mismo a una mujer feminista sobre qué bombero quiere
que la salve, dirá que una mujer. Ambos errados: el que te tiene que sacar es
el que pueda hacerlo. ¿Para qué quiero a un hombre o una mujer, que no puede
levantar mis casi ochenta kilos de peso, estando yo inconsciente, siendo, por
lo tanto, mayor la dificultad? Lo que deseo es que me saque en volandas, sea
quien sea. Y debería ser en cualquier puesto de trabajo, en base a los estudios,
formación y talentos para desempeñarlo.
En consecuencia, lo que tendría que
primar es la capacidad, no unas cuotas de género, o esa expresión
contradictoria y sinsentido como es la “discriminación positiva”. No existe tal
cosa: si discrimina positivamente a uno, discrimina negativamente a otro.
Tratando de conseguir “igualdad”, el feminismo ha caído en la misma injusticia
que tanto denuncia del hombre del pasado.
Resulta muy llamativo que pidan
cuotas para ciertos puestos, pero no soliciten que se les guarde para trabajar
recogiendo la basura subidas en la parte trasera de un camión, de albañiles, en
una refinería en lo alto de una tubería, limpiando cristales en edificios de
gran altura o en minas picando piedra.
En España tenemos a
mujeres desempeñando puestos de gran responsabilidad, como a Ana Botín
(presidenta del Banco Santander), Margarita Robles (Ministra de Defensa), Nadia
Calviño (Vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y
Transformación Digital), Pilar Llop (Ministra de Justicia), Fuencisla Clemares (directora de
Google) y Marta Martínez (directora
general de IBM Europa, Oriente Medio y África). ¿Que, por ahora, son pocas en cantidad respecto a los
hombres? Por un lado, son los hombres los que suelen preferir los puestos de
mayor responsabilidad. Y, por otro, volvemos a lo mismo: hay que ganárselo por
méritos propios, no por ser de genes XX o XY. Conforme eso suceda, habrá más y
más mujeres.
Premiando el género & Destacando a
unos al precio de despreciar a otros
Me llamó mucho la atención que, entre los tres candidatos a mejor entrenador en fútbol
femenino en 2023, el premio fue concedido a una mujer, la neerlandesa
Sarina Wiegman, a pesar de que su selección, Inglaterra, perdió la final contra
la selección española, entrenada por otro de los nominados: Jorge Vilda. El
otro también era hombre: Jonatan Giráldez, que ganó con el Barcelona femenino,
nada más y nada menos, que la Champios League, la Liga
española y la Supercopa de España. ¿Por qué se le dio el premio a una mujer que
no ganó absolutamente nada, y no se le dio a alguno de los hombres que lo
ganaron absolutamente todo? ¿No se buscaba igualdad, y premiar los méritos? Mucha casualidad que fuera así, y justo después de lo
acontecido con el caso Rubiales (“Hashtag: # Seacabó. ¿El machismo, el hembrismo, la
desigualdad o qué exactamente?” https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/09/hastag-seacabo-el-machismo-el-hembrismo.html y “¿El mal entiende de géneros? ¿Cuándo acabará la guerra
entre el hombre y la mujer, y qué precio estamos pagando ambos mientras tanto?”
https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/09/el-mal-entiende-de-generos-cuando.html). Mientras que en algunas carreras universitarias suelen
tener mayor participación las mujeres (Enseñanza infantil: 92%; Trabajo social
y orientación: 83%; Enfermería: 82%), en otras son los hombres los que
predominan (Informática: 86%; Deportes: 80%; Ingenierías: 74%)[2].
Para elegir dichas carreras, todos ofrecen el mismo argumento: les
gusta más y se sienten inclinados hacia ese futuro. Pero, de un tiempo a esta
parte, se han viralizado vídeos donde, mujeres de movimientos feministas, van a
los institutos a dar charlas para convencer a las chicas para que estudien
Ingenierías, y así “demostrarles a los hombres que ellas también pueden”. Vamos
a ver: ¿pero quién es nadie para decirte lo que tienes que hacer o no? Ya es el
colmo. ¡Que cada uno estudie lo que quiera! ¡Que cada uno practique lo que más
disfrute y mejor sepa hacer! Se está llegando a tal ridículo que
hasta los iconos populares de ficción se están destrozando en el cine y la
televisión. Se toma la serie de dibujos animados de He-Man y los Masters del Universo, y matamos al protagonista para
cederle el papel principal a una mujer. Se toma al inteligentísimo científico
Bruce Banner, alias Hulk, experto en biología, química, ingeniería, medicina, fisiología y
física nuclear, para dejarlo en ridículo ante su
prima She-Hulk. Se toma a varios de
los personajes principales de Fundación,
la gran saga literaria del escritor Isaac Asimov, y le cambiamos el sexo: de
hombre a mujer, ¡incluso a los robots! ¿Qué será lo siguiente?
¿Es que no pueden crear buenos
papeles para las mujeres, verdaderamente fuertes e interesantes, como ya han
hecho con Millie Bobby Brown en Stranger Things, Natasha Lyonne en Poker Face, Jenna Ortega en Miércoles, Rosario
Dawson en Ahsoka, Sigourney Weaver en
Aliens, Amy Adams en Heridas abiertas, Charlize Theron en Mad Max: Fury Road, Cate Blanchett en Blue Jasmine, Daisy Ridley en Star Wars, Amy Dunne en Perdida, Gal Gadot en Wonder Woman, Jennifer Lawrence en Los juegos del hambre, Frances McDorman en Tres anuncios en las afueras, Linda Hamilton en Terminator o Nicole Kidman, Laura Dern, Reese Witherspoon, Shailene
Woodley, Zoe Kravitz y Meryl Streep en Big
Litlle Lies, entre muchísimas más, sin
necesidad de pisotear a los hombres?
Continuará en
Barbie y Gloria, dejad el discurso
victimista & Escuchad también a los hombres & Mejor juntos que cada uno
por su lado & Perdidos sin Dios (2ª parte)