Venimos de aquí: ¿Eres
soltero por intransigente? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/04/114-eres-soltero-por-intransigente.html)
Lo repetiré a lo largo de todo el capítulo:
las causas a la soltería que estamos exponiendo son adyacentes o secundarias. Las
causas principales que suelen darse o ser la norma están descritas claramente
en el segundo apartado del primer capítulo (Lo que le duele a los solteros:
Haciendo malabares: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/03/12-lo-que-duele-los-solteros-haciendo.html). Lo aclaro para que no haya malos entendidos y nadie se cree
falsos sentimientos de culpa.
Qué se puede negociar y qué no, siendo lo mejor separar los caminos
Pongamos un ejemplo de cómo
llegar a un acuerdo con un caso práctico. Supongamos que ambos tienen gustos
culinarios sumamente diferentes. Lo que a uno le agrada, al otro le desagrada.
No es cuestión de que sepan cocinar mejor o peor. Sencillamente, llevan toda la
vida comiendo de una determinada manera y esos son los gustos que hay. ¿Qué
harán? ¿Enfadarse continuamente? ¿Impondrán al otro sus comidas? ¿No comerán
juntos? ¿Se irán a casa de sus padres por separado para almorzar? No. Ante una
situación así, lo lógico sería que cada uno se preparara su propia comida. Esa
sería una opción. ¿Otra? Que vieran qué comidas les gusta a ambos para comerlas
el mismo día. A veces la preparará uno y en otras ocasiones el otro (a menos
que uno de ellos sea un experto al que le encante cocinar y siempre quiera
hacerlo) ¿Hacer dos comidas por separado? Es una posibilidad más. Es mejor eso
que andar siempre con reproches y discutiendo.
En todos los demás asuntos
deberán ser igual –o más- de habilidosos a la hora de enfrentar situaciones de
las más variadas. Incluso he leído de matrimonios que llegaron a acuerdos donde
cada uno lavaría su propia ropa interior y tendrían cuartos de baños distintos.
En una relación caben todo tipo de pactos.
Aunque en un principio pueda
ser cierto el dicho de que los polos opuestos se atraen (una persona muy activa
se puede sentir atraída por una más tranquila), a la larga no es tan fácil. Y a
la hora de establecer este tipo de cuestiones, es necesario ensamblarse
correctamente y tomar líneas comunes de actuación. Por citar algunos casos más:
si tu pareja no quiere tener hijos y tú deseas ser padre con todo tu corazón,
la relación no tendrá base alguna. O si a él le encanta ir a bailar a un pub y tiene pensamiento de seguir
haciéndolo –cuando ella considera que un cristiano no debería asistir a tales
lugares-, los problemas se manifestarán inmediatamente. O si tú quieres
establecerte en una ciudad y comprar una casa para toda la vida, pero a él le
va la aventura y quiere vivir en un país diferente cada cinco años, pues
también serán claras las divergencias y la incompatibilidad. Y, por último, si
ella asiste a todas las actividades que se organizan en la congregación y
quiere que asistas a ellas cuando tú prefieres apuntarte a unas y descartar
otras abarcando menos. Todas estas son cuestiones que hay que plantearse con
claridad. De lo contrario, la relación nacerá muerta y con fecha de caducidad,
y lo mejor será no seguir adelante, antes que la realidad os golpee a los dos.
Lo que tampoco podéis hacer es no negociar
alguno de estos puntos y luego echarlos en cara cuando se produzcan de manera
opuesta a como vosotros pensabais que deberían ser. Si uno de los dos –o los
dos- actúa de esta manera, continuamente estará poniendo cruces sobre la
persona y tachándola de inapropiada. Si no se comporta ante los demás como tú
lo haces, descartado. Si no expresa sus emociones ante los demás como tú lo
haces, descartado. Si no siente el mismo amor por los demás como tú lo haces,
descartado. Si escribe un artículo para un periódico sobre un tema donde no
coincide su opinión contigo, descartado. En definitiva, personas quisquillosas
en todos los aspectos.
Hay muchos que son intransigentes hasta
límites enfermizos y que rechazan a otros por auténticas sandeces, sin intentar
hablar y negociar: no le termina de
gustar la forma de vestir del otro, ya que le parece poco elegante; considera
que su forma de vocalizar no es perfecta; se molesta porque no se hacen las
cosas exactamente igual que en casa de sus padres; preferiría que se dejara el
pelo largo en lugar de corto y que se afeitara todos los días, etc. En una
ocasión leí de un hombre que descartó a la chica en la cual estaba interesada
porque ella se durmió en una clase del seminario, lo cual consideró como
impropio de una hija de Dios, señalando que alguien así no tenía el mismo
interés que él en estudiar la Palabra. Ni siquiera se molestó en preguntarle si
había tenido una mala noche o si se encontraba bien. No quiso saber nada más de
ella. Lamentable. O la mujer que también se alejó de un hombre porque ella
oraba y tenía su tiempo devocional por la tarde y él, sin embargo, por la
mañana. Y el caso de aquella chica vegetariana que miró con mala cara a un
hombre encantador, pero que comía carne.
Habrá ocasiones donde os defraudaréis el
uno al otro por alguna actitud, o porque ante determinada circunstancia no
actuaréis de la manera esperada. Es humano. Sin embargo, el intransigente no lo
ve así y usa todos estos argumentos para romper sus relaciones.
¿Discutir, debatir o cambiar?
La comunicación y la
negociación debe basarse en la empatía, el cariño, el respeto y la
flexibilidad. Todo esto, y como todo el proceso de construcción de una pareja,
lleva tiempo y una predisposición positiva. Discutir se basa en tratar de imponer tu punto de vista a cualquier
precio. Debatir es exponer tus
argumentos, aunque difieran de los de tu pareja, respetando la mutua libertad
de pensamiento. Una cosa es decir: “Me gustaría tener cuatro hijos” y, a partir
de ahí, negociar. Y, otra muy diferente, apuntalar, sí o sí: “Quiero tener cuatro hijos”. El término
medio podría quedarse en dos. Si la respuesta fuera “no, ninguno”, entonces
está muy claro qué hacer con ese noviazgo: concluirlo inmediatamente, llevéis
juntos un día o cinco años.
Si ambos pensarais
exactamente igual, sintierais exactamente igual y tuvierais exactamente las
mismas opiniones en todos los temas, no sería una relación enriquecedora. Como
dijo Ruth Graham, esposa de Billy Graham: “Si estuviéramos de acuerdo en todo, uno de
los dos sobraría”. Podéis ser personas distintas y, a la vez, que se
complementen, pero no iguales en cada detalle.
Basta que uno de los dos no
tengáis esta idea clara para que todo se eche a perder, aunque es evidente que
se puede corregir si se da cuenta del error y está dispuesto al cambio. Pero si
son los dos los que os encerráis en sí mismos, no hay nada que hacer.
Aquí no me refiero a que tratéis de
cambiar la esencia de una persona (que, como ya vimos, es antinatural y ahí
solo queda la aceptación o lo renuncia), sino de modificar aquellos detalles
personales que podáis para adaptaros mutuamente. Los dos debéis entender que,
aunque haya partes de la personalidad del otro y formas de actuar que no os
agraden del todo, no tiene que significar que vuestro compañero lo esté
haciendo mal ni pecando, sino que veis distintos aspectos de la vida de manera
diferente.
Jamás estaréis de acuerdo en todo. Una vez
leí esta frase: “Estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo”. En lugar de
sentirte mal cuando no piensen igual que tú, sería conveniente que aplicaras
esta frase a tu vida. Así podrás aceptar vuestras diferencias. Si todo se
reduce a la intransigencia y a no saber negociar, tendrás un grave problema de
egocentrismo. En lugar del servicio mutuo, estarás buscando un sirviente al que
manipular y que esté a tu lado para complacerte en todo momento, cuando una
relación no consiste en eso, sino en el amor agape, que ya analizamos en “¿Cómo repercute el paso del tiempo en
una relación?: ´Este` es el amor
verdadero y maduro” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/02/1092-como-repercute-el-paso-del-tiempo.html).
La vida está llena de
cambios continuos y diarios. El amor evoluciona. Es muy cómodo, egoísta y
perezoso decir: “Que cambien los demás, yo estoy bien así”. Si este es tu caso,
debes aprender a ser flexible, negociar y modificar lo que sea necesario. De lo
contrario, la capacidad de amar, la vida en pareja y el matrimonio nunca
encajarán en con tu forma de ser.
¿La mujer esclava del hombre?
¿La imagen es ofensiva? Sí,
y mucho. ¿Y la pregunta del subtítulo? También. La idea de añadirla me vino
tras leer el contenido del libro “¿Yo? ¿Obedecer a mi marido?”, de Elizabeth
Rice Handford, y que ya cite en otro capítulo. No juzgo a las personas, pero sí
sus palabras y sus enseñanzas. Es lo que nos indica la Biblia que hagamos. Y
cuando lo hice con ese manuscrito, no pude evitar que algunas de sus ideas me
hirieran la sensibilidad, porque son deleznables. Por ejemplo, cita un caso
donde el marido dejaba continuamente por el suelo los calcetines, las camisas
sucias y los pantalones, lo cual le llevaba a la esposa recogerlos por espacio
de veinte minutos diarios. En lugar de recomendar a la mujer que mantuviera una
seria conversación con su marido para que asumiera sus responsabilidades, le
aconsejó que ella recogiera la ropa del suelo para así mantener su matrimonio
feliz. En otro ejemplo, citaba las demandas de un
hombre a su mujer para que le preparara el desayuno, a lo que ella tenía que
acceder. ¡Y el libro está escrito por una mujer!
Me resulta sorprendente que esta publicación haya
pasado la crítica de una editorial cristiana y aprobado para su publicación.
Una charla me gustaría a mí tener con el editor... También es tremebundo que,
esposo, pastor para más inri, apruebe su contenido, aunque esto me sorprende
menos.
¿Si yo fuera la mujer que cita la autora? ¡La ropa se
quedaría en el suelo hasta que él la recogiera! Y puede que mañana acabe en el
contenedor de la basura (la ropa, no él, aunque no sería por falta de ganas). ¿Qué
quiere el desayuno cuando la esposa tiene que llevar a los niños al colegio?
¡Que se lo prepare el hombretón, que su mamá seguro que le enseñó! ¡Y si no,
que aprenda, que ya es un adulto y no es manco!
¿Qué ejemplo le está dando a los chicos que el día de
mañana se convertirán en esposos?: “No te preocupes si dejas la ropa tirada, tu
sirvienta lo hará por ti porque te ama.
¿Quieres un café aunque tengo que hacer mil cosas y tú no estás haciendo nada?
No te preocupes, yo lo haré por ti puesto que para eso nací”. ¡Qué uso machista
y degradante hacen algunos del término sumisión! Pablo fue contundente: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo
ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús” (Gá. 3:28). Que la mujer sea la ayuda idónea del hombre no significa
ni mucho menos que sea su esclava: “Cuando
dice en Efesios 5:24 ´como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las
casadas lo estén a sus maridos`, el
significado fundamental de sujeción sería: reconocer y honrar la gran
responsabilidad del esposo de proporcionarle protección y sostenimiento; estar
dispuesta a ceder ante la autoridad de él en Cristo y estar deseosa de seguir
su liderazgo. La razón por la cual digo en sujeción significa una ´disposición`
a ceder y un ´deseo` de seguir es que la pequeña frase ´como al Señor`en el
versículo 22 limita el alcance de la sujeción”[1].
Como dice Virgilio Zaballos en su libro “Esperanza
para la familia”: “Cuando hablamos de orden en el ámbito familiar, no estamos
pensando en el dominio de unos sobre otros, sino de un orden creacional para
que haya armonía como en una orquesta musical. Según 1 de Corintios 11:3, el
orden es el siguiente: ´Dios es la cabeza de Cristo; Cristo
es la cabeza del varón; y el varón es cabeza de la mujer`. ¿Qué significa ser cabeza? El Padre no ejerció la tiranía sobre el
hijo; ni Jesús la ejerce sobre el varón. De la misma manera, al hombre no le ha
sido dado el derecho de ejercer despotismo sobre la mujer y enseñorearse de
ella. [...] Generalmente se ha interpretado que ser cabeza es imponerse,
mandar, dominar. Sin embargo, ser cabeza es tomar la iniciativa para actuar y ser
el primero en proveer, no en recibir. El Padre tomó la iniciativa de enviar al
Hijo, Jesús se sometió a su voluntad libremente y de común acuerdo. Jesús es
cabeza de la Iglesia y se dio a sí mismo, tomó la iniciativa para entregarse.
[...] El marido ama a su esposa y da su vida por ella, para santificarla
[...] por la palabra [...] para que no tenga mancha, ni arruga, que sea santa e
inmaculada (cf. Efesios 5:26,27). Eso significa ser cabeza. [...] Debe ser el
guia espiritual de su casa, el ejemplo para su mujer y sus hijos de cómo debe
seguirse al Señor. Amar a la mujer es amarse a sí mismo (cf. Efesios 5:28,29).
La mujer es gloria del hombre. La esposa es gloria del marido (1 Co. 11:7).
[...] La mujer temerosa de Dios (virtuosa), renovada por la Palabra, entiende
bien su lugar en la familia. No se trata de aceptar la tiranía machista, ni de
ser esclava del marido; se trata de responder a la doctrina del evangelio, la
doctrina de la piedad”[2].
Que ningún hombre que se dice cristiano olvide jamás
que tiene que amar a su esposa como Cristo amó a la Iglesia (cf. Ef. 5:25): “Si el esposo es cabeza de su mujer, como
dice en el versículo 23, que quede claro a todos los esposos que esto significa
ante todo ser el guía del tipo de amor en el que se está dispuesto a morir por
darle vida a ella. Como dice Jesús en Lucas 22:26: ´El que dirige (sea) como el
que sirve`. El esposo que se deja caer en el sillón frente al televisor
mientras le da órdenes a su esposa como si fuera una esclava ha abandonado el
ejemplo de Cristo como guía”[3].
* En el siguiente enlace está el índice:
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* Prosigue en: ¿Eres soltero porque sigues prisionero de un pasado
hiperactivo?
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