Venimos de aquí: ¿Señalar la cizaña de una
iglesia enferma es murmurar? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/02/10-senalar-la-cizana-de-una-iglesia.html).
Como analizamos profundamente con anterioridad, somos
llamados una y otra vez a confrontar el error. El problema surge cuando las
estructuras eclesiales no permiten tales acciones, algo que suele darse en las
iglesias enfermas y en los grupos sectarios. En estos lugares, llevar una
situación grave para que se debata ante toda la congregación es prácticamente
una utopía. Los líderes hacen todo lo posible para evitarlo. Por norma general,
el método que emplean para ello es el llamado ataque ad hominem (a la persona), que consiste en desprestigiar con toda
la virulencia posible a aquellos que levantan sus voces, para que así sus
argumentos no sean escuchados.
Estas personas tienen lo que se conoce como “memoria
selectiva”, ya que se limitan a citar lo malo de los que les confrontan y nunca
se acuerdan de lo bueno. Incluso en el caso de que lleguen a reconocer lo que
pudieron hacer bien, señalarán que obedecía puramente a los intereses propios
de la persona. Y si tienen que inventarse historias, lo harán. Siempre
señalarán que el problema no es de ellos, puesto que son los santos, sino del que
se marcha, que es prácticamente la encarnación del mal.
Todo se lo toman como algo personal. De ahí que,
cuando algún hermano se marcha de sus
congregaciones, se sientan sumamente heridos en su orgullo. Viene a ser como un
desprestigio para ellos. Aunque al principio traten de convencer al individuo con
dulces palabras de que no se marche o de que regrese, terminarán por actuar
carnalmente cuando comprueben que no han logrado su objetivo, y arremeterán con
furia contra el que tuvo la osadía de
apartarse de la compañía de ellos.En la mayoría de las ocasiones no sirve de nada la
confrontación, sea en términos individuales o por parte de un pequeño grupo.
Por eso, son pocos los que se lanzan a un sucedáneo de guerra cuando saben que
van a ser destrozados y no van a lograr nada, y suele ser lo mejor. Aquellos
que reúnen el valor para enfrentarse a una situación de tales características,
suelen ser tachados de rebeldes, golpistas, ingratos, desleales y
divisionistas. Es trágico que muchos que permanecen se queden con una sola
versión de la historia y no escuchen a los que se marchan, porque previamente
han sido aleccionados para que no lo hagan, “vayan a contaminarse”. La realidad
es muy diferente: si oyeran, quizá sabrían que es el celo por la verdad de la
Palabra de Dios lo que mueve a aquellos que se movilizaron contra la mentira
que se estaba pregonando desde el púlpito y por determinada literatura
compartida.
¿Anteponer
la unidad a la Verdad?
La VERDAD no
divide, sino que separa lo que no es de Dios. Como decía Gerardo de Ávila sobre su propio libro “El Purgatorio
protestante”: “El autor no teme que el
libro pueda dividir a la iglesia, temor que algunos dicen tener. Una posición
bíblica no puede dividir a la iglesia. Eso sería absurdo. La Biblia no divide a
la iglesia, pero sí separa de la iglesia lo que no es iglesia”[1].
Como reitero por activa y por pasiva, el hecho de que
una persona esté equivocada no significa automáticamente que no pertenezca a la
iglesia de Cristo o que no haya “nacido de nuevo”. Hay verdaderos creyentes a
los que hay que corregirles para que se aparten del error que están expandiendo
por una enseñanza defectuosa. La problemática se manifiesta cuando no permite
que le rectifiquen.
El mismo Pablo se refirió a ciertas divisiones en la
iglesia de Corintio: “Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay
entre vosotros divisiones; y en parte lo creo. Porque es preciso que entre
vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que
son aprobados” (1 Co. 11:18-19). Esto no
significa que él –y mucho menos Dios- diera saltos de alegría con este tipo de
segmentaciones. Son dolorosas en un primer momento. Pero, finalmente, traen
como resultado que la verdad sea expuesta, dejando en evidencia las diferencias
entre los que andan según los caminos que el Señor marca en su Palabra y los
que se guían por lo que ellos mismos creen o malinterpretan de ella.
Es lógico tener
cierto miedo al pensar en las consecuencias que puede ocasionar una división en
la iglesia local, como el dolor que experimentan los mismos creyentes o la mala
imagen ante otras congregaciones y los incrédulos, pero la unidad no se puede
mantener a cualquier precio. E insisto: el precio que nunca se debe pagar es la
Verdad. Como dijo J.C Ryle: “Mantener la verdad de Cristo en su Iglesia
es aun más importante que mantener la paz [...] Es bastante difícil luchar
contra el diablo, el mundo y la carne sin tener diferencias en nuestro propio
territorio. Pero existe algo aún peor que la controversia y es que se permita y
tolere la falsa doctrina sin protestar ni importunarla [...] Las divisiones y
separaciones religiosas son muy censurables. Debilitan la causa del verdadero
cristianismo. Dan motivo a los enemigos de toda piedad para que blasfemen. Pero,
antes de culpar a las personas por ellas, debemos cuidarnos de adjudicar la
culpa a quien la tiene. La falsa doctrina y la herejía son aun peores que el
cisma. Si las personas se apartan de una enseñanza que es claramente falsa y
contraria a la Escritura, debemos felicitarlas más que reprenderlas. En esos
casos la separación es una virtud y no un pecado. Es fácil hacer comentarios
burlones con respecto al ´deseo de nuevas emociones` y a tener ´comezón de
oír`; pero no es tan fácil convencer a un lector sincero de la Biblia de que su
deber es escuchar falsa doctrina cada domingo cuando con un pequeño esfuerzo
puede escuchar la Verdad. No se debe olvidar jamás un viejo dicho: Cismático es
quien causa el cisma”[2].
Mantener la paz
y la unidad en la medida de lo posible (cf. Ro. 12:16; Ef. 4:3) es muy diferente de permitir lo que no es
permisible. Cuando la verdad está de tu lado, no debes ceder. Un ejemplo a seguir lo podríamos tomar de Aristóteles,
quien dijo: “Soy amigo de Platón, pero
soy más amigo de la verdad”.
Jesús oró por
la unidad de su pueblo, pero no por una cualquiera. Si como cristianos no
aceptamos falsas doctrinas como las proclamadas por los mormones y los Testigos
de Jehová, ¿por qué habríamos de formar unidad con aquellos creyentes
confundidos que no quieren cambiar sus actitudes sectarias y pregonan doctrinas
incorrectas?: “Si lo que nos une es fingir que estamos de acuerdo,
aun cuando no lo estemos, no tenemos otra cosa que paz y unidad fingidas, con
resacas de tensión y murmuraciones. Esto está lejos de ´mantener la unidad del
Espíritu mediante el vínculo de la paz`, lo cual debe ser el distintivo de las
iglesias cristianas saludables. Esto quiere decir que cualquier tema debe estar
abierto a discusión, y en ciertos puntos podemos estar de acuerdo en no estar
de acuerdo y continuar el dialogo abierto sobre el tema, ambas partes
dispuestas. O si aumenta la tensión, ambos podemos acordar suspender el debate
durante un tiempo”[3].
Como señala Robert Banks: “No todas las
diferencias de opinión dentro de la iglesia deben evitarse. Como Pablo dice, ´porque
también debe haber divisiones (haireseis) entre vosotros, para que los
aprobados se hagan manifiestos entre vosotros` (1 Co. 11:19 BTX)”[4].
¿División?
Con todo esto
en mente, podemos entender perfectamente que no estoy señalando que confrontemos a nadie o promovamos una
división porque cambiemos de posición doctrinal en materias como la
escatología: “Con el fin de evitar cismas innecesarios,
Pablo no requiere que los miembros se adhieran a una confesión doctrinal
detallada o a un código moral minucioso, sino que expresen su común aceptación
de parte de Dios y busquen una unidad de propósito y amor”[5]. Ser de un mismo sentir se refiere a ser de una misma fe en
Cristo, pero no significa ser iguales en todas y cada una de las cuestiones que
no son fundamentales para la salvación.
Quiero dejar
bien claro que aquí no me estoy refiriendo a quejarse o marcharse por
nimiedades o sandeces, como que no estemos de acuerdo con la duración de la
predicación, o por pedir que los demás se adapten a nosotros en todos nuestros
gustos, y que por ello vayamos creando discordias entre el resto de los
hermanos: “Estoy
cansado de escuchar de divisiones de iglesias a causa de asuntos triviales. En
una iglesia, unos cuantos hombres querían que su pastor implementara un orden
de vestuario y que dirigiera los cultos según sus preferencias. Él no se
acomodó del todo a sus indicaciones y como consideraron que su autoridad había
sido desatendida, los asuntos frívolos fueron ensanchados. En poco tiempo, todo
lo que el pastor hiciera estaba mal. Sus detractores escudriñaban sus sermones
para encontrar alusiones disimuladas dirigidas a ellos”[6].
Tampoco estoy incitando a una división
por motivos absurdos o secundarios, ya que Pablo fue muy claro al hacer alusión a aquellos que provocan divisiones por
sandeces: “Al hombre que cause
divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal
se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio” (Tit.
3:10-11). A lo que hago alusión directa es a conceptos que están afectando
directamente a nuestra vida y a la de nuestros hermanos en Cristo de manera muy
seria. Tengamos en cuenta que todos somos pecadores y que todos pecamos de
alguna manera u otra. Pablo no insta a irse de una congregación por el pecado
de uno u otro, sino a confrontarlo. El problema reside cuando el pecado está
establecido en el sistema y no se resuelve. Así lo indicó Charles H. Spurgeon: “Toda
verdad conduce hacia a la santidad; todo error de doctrina, directa o
indirectamente, conduce al pecado”.
Continuará en: Las consecuencias de que una iglesia enferma
no haga autocrítica.
[1] De
Ávila, Gerardo. El Purgatorio protestante.
Luciano´s Books.
[2] Ryle, J.C. Advertencias a las iglesias. Peregrino.
[3] Johnson, David & Van Vonderen, Jeff. El sutil poder del abuso espiritual. Vida.
[4] Banks, Robert. La idea de la comunidad de Pablo. Clie.
[5] Ibid.
[6] Lutzer, Erwin. De pastor a pastor. Portavoz.
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