Venimos de aquí: ¿Qué puedes aprender de la crisis del coronavirus? Que estando
preparados no hay que temer a la muerte, que esta vida es la antesala de la
verdadera VIDA y que la eternidad depende de una respuesta (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/06/10-que-puedes-aprender-de-la-crisis-del.html).
Si decidiste dar el paso
de fe que vimos en el escrito que precede a este, un descubrimiento que harás
más temprano que tarde, es que no todo el que se dice cristiano lo es
realmente. Y esto no solo lo observarás en aquellos que ya sabías con
antelación y con total claridad que de cristianos no tienen nada, sino también
entre individuos que, aunque hace años
dijeron que aceptaron la salvación que Cristo regala a todo aquél que cree en
Él y en su sacrificio en la cruz, en la realidad no piensan, ni sienten ni
viven como si fueran sus seguidores. Es un descubrimiento doloroso,
descorazonador y triste, por lo que es fácil caer en el desánimo. Para que
esto no te suceda, lo mejor que puedes hacer es aprender de sus errores para no
caer en los mismos.
La
cuarentena de los ninivitas
Es la primera vez en la vida que la inmensa mayoría de
nosotros se ha visto encerrado en su casa sin poder salir por causas mayores
durante un periodo tan largo de tiempo. Pero no es la primera vez en la
historia que sucede y posiblemente no sea la última. Aún así, hubo un pueblo
que también estuvo de “cuarentena” y no fue por un virus. Ese
pueblo fue el de Nínive.
Casi todo el mundo conoce la historia de Jonás. En
resumidas cuentas, Dios lo envió a Nínive, la capital del Imperio Asirio, con
un mensaje muy claro: tenéis que arrepentiros o la ciudad será destruida por la
maldad de los propios habitantes: “Vino palabra de Jehová
por segunda vez a Jonás, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran
ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré. Y se levantó Jonás, y
fue a Nínive conforme a la palabra de Jehová. Y era Nínive ciudad grande en
extremo, de tres días de camino. Y comenzó Jonás a entrar por la ciudad, camino de un día,
y predicaba diciendo: De aquí a cuarenta días Nínive será destruida. Y los hombres de Nínive
creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor
hasta el menor de ellos. Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de
su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre
ceniza. E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de
sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa
alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y
animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino,
de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se
arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos? Y vio Dios lo que
hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que
había dicho que les haría, y no lo hizo” (Jonas 3:1-10).
Ni mucho menos estoy
diciendo que el coronavirus sea un castigo de Dios hacia la humanidad por sus
pecados, como algunos se han lanzado a proclamar con certeza absoluta y sin
ningún género de dudas, cuando no pueden saberlo –aunque sí opinar con
argumentos- puesto que no están en Su mente. Entrar en una explicación
teológica del porqué el mal en el mundo sería desviarme del tema –y más cuando
en el futuro lo trataré con total claridad- así que ahora me centraré en la
actitud de los ninivitas y ver qué podemos aprender de ellos.
Desde el mayor al
menor, desde el Rey hasta el súbdito, todos se confinaron durante 40 días para
pedir perdón por sus malas acciones y “convertirse de sus malos caminos” (vr.
8). Hubo un arrepentimiento genuino, de tal manera que Dios no lanzó el juicio
justo que merecían y que tenía preparado contra ellos. El perdón fue
manifestado claramente. Se hicieron realidad otras palabras semejantes, en este
caso referidas al pueblo hebreo: “Si se
humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren
mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los
cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr. 7:14).
Aquella generación de
asirios se volvieron a Dios, se libraron del mal y fueron bendecidos. Pero,
¿qué pasó varias generaciones después? William MacDonald lo resume en una sola
frase: “Sabemos por la historia que los asirios volvieron a sus malos caminos
y, después de 150 años de gracia, su capital fue destruida”[1].
Los descendientes de aquellos ninivitas no aprendieron
la lección. Cuando pasó el peligro y la amenaza que se cernía sobre ellos,
volvieron a sus vidas pasadas como si nada hubiera acontecido, y finalmente
fueron destruidos. Es lo mismo que sucede en nuestro mundo: mientras dura el peligro ante cualquier
situación, muchos dicen que van a cambiar, que se arrepienten de aquello que
han hecho mal hasta el día de hoy, que van a buscar a Dios, a
ponerse en paz con Él, a cambiar sus pensamientos y ajustarlos a los Suyos. Buenos propósitos y bonitas palabras
que el tiempo demuestra que están vacías.
Llevan a cabo lo que se conoce como “un arrepentimiento de boquilla”.
Las plagas, por sí mismas, no hacen cambiar a nadie
Este es el peligro
número uno que se observa a la vista en todos aquellos que a día de hoy le han
visto las orejas al lobo en forma de virus –como símbolo del peligro de
enfermar y morir- y dicen que van a cambiar, pero la inmensa mayoría no lo
hará. Ya lo dejó dicho Jesús: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la
puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que
entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a
la vida, y pocos son los que la hallan”
(Mt. 7:13-14).
Sin un cambio en el
corazón, sin un verdadero arrepentimiento, no habrá cambio de ningún tipo a
medio y largo plazo. Esa supuesta fe en Cristo será una fe muerta desde su
propia raíz. ¿Y por qué? Porque, como dijo Hoskyns, “convertirse al
cristianismo no es recuperar lo que se ha perdido, sino recibir una luz
totalmente nueva”[2].
De nada
sirve ponerse en estado de alerta cuando algo va mal si pasamos página cuando
las sirenas dejan de repicar. Cuando
todo esto quede atrás, la verdad será manifiesta: el que no haya cambiado durante la crisis, volverá a ser el
mismo que era antes de ella.
Es extremadamente llamativo e impactante como en
Apocalipsis 9:20 se nos habla de personas que, ni en medio de terribles plagas
futuras, se arrepentirán. Sobreviviendo a ellas, incluso seguirán adorando y
siguiendo a figuras religiosas que no tienen nada que ver con Jesucristo.
Cuando el peligro que supone el coronavirus pase página, las personas seguirán
creyendo que son buenas, que hacen el bien y que alcanzarán la dicha eterna por
ello. Otros seguirán sin saber nada de Dios y viviendo completamente de
espaldas a Él y su voluntad expresada en Su Palabra. También estarán los que
seguirán en su lascivia, en su inmoralidad, manteniendo relaciones fuera del
matrimonio o fuera del orden establecido por Dios (hombre-mujer). Los que se
emborrachan cada fin de semana o hablan de forma soez y deslenguada, seguirán
haciéndolo. Los que exhiben buena parte de su desnudez en la calle o en las
redes sociales, proseguirán como si nada. Y todo esto incluye también a muchos
que, siendo realmente cristianos, viven ajenos a la santidad que Dios demanda.
Conclusión
El arrepentimiento (que procede del griego metanoia), “significa no solo un cambio interior de manera de ser, sino un giro
completo en nuestra vida, un cambio de dirección que implica por una parte la
necesidad de la ayuda de Dios y por la otra la conducta ética del hombre”[3].
No hay virus ni plaga ni guerra ni tragedia que produzca por sí mismo un
arrepentimiento genuino, un “volverse a Dios”, si la persona no lo decide una
vez que ha entendido el mensaje del Evangelio.
El mismo mensaje que se repite a lo largo de todo el
Antiguo Testamento y que Jonás anunció en Nínive, es el que predicaban los
apóstoles y seguiremos proclamando mientras haya tiempo: “Así
que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para
que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a
Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hch. 3:19-20).
En breve continuará.
[1]
MacDonald, William. Comentario bíblico.
Pág. 489. Clie.
[2]
Morris, Leon. El Evangelio según San Juan. Vol. 2. Cita de Hoskyns. Pag. 82,
nota al pie 2.
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