¿Alguien se imagina un hipódromo donde
prohibieran hablar de caballos? ¿O un estadio de fútbol donde no se pudiera
decir nada de este deporte? Sería absurdo, ¿verdad? Pues no hace mucho me
encontré con un grupo cristiano en una red social donde hablar de doctrina
cristiana estaba prohibido, incluso eliminaban cualquier contenido sobre
predicaciones: iba en contra de las normas, ya que, según ellos, creaba
polémicas. Si el concilio de Jerusalén –donde se nos cuenta que hubo una gran
discusión- hubiera actuado igual (Hechos 15), el cristianismo habría muerto en
su mismo nacimiento. Eso sí, dar números de wasap en este “grupo cristiano”
para ligoteo y fotos con escotes pronunciados, sin problemas. Tras hablar con
una de las administradoras ante algo incomprensible, se limitó a recordarme
“las normas”, por lo que abandoné dicha “comunidad”. Por mi parte no tenía nada
que aportar “a sus intereses”. Siendo este un caso exagerado –aunque verídico y
más usual de lo que muchos creen- suele darse algo semejante entre muchos
creyentes en la vida real: cristianos que no hablan entre ellos de Cristo, o
apenas lo hacen. Veamos el porqué y la solución a semejante disparate e
incongruencia.
Recuerdo perfectamente los primeros meses de mi
conversión y el tiempo en que comencé a congregarme. Me encantaba hablar de
Dios con algunas personas en concreto. Anhelaba cruzarme con ellos para
entablar conversaciones sobre lo que había leído y aprendido esos días de la
Biblia. Aprendía escuchándolos y, como completo neófito, formulándoles mil
preguntas ya que me interesaba sobremanera conocer sus respuestas. Era
prácticamente ansia por mi parte. Sinceramente, creía que todo el mundo era
como ese círculo del que me rodeé. El mejor momento al cenar con ellos –los
Salva, Josué, José Antonio y “Chiqui”- era cuando nos enfrascábamos en una
charla sobre temas bíblicos. Pero pasó el tiempo y algo comenzó a llamarme la
atención...
La realidad
imperante
Una certidumbre que hasta el día de hoy se mantiene y,
además, con mucha más fuerza: a gran escala, a los cristianos les gusta mucho hablar de la iglesia pero muy poco de
Dios. Lo que debería ser la excepción, tristemente es la norma. Habla de
“la iglesia” y de las cosas que suceden en ella, e inmediatamente tendrás un
corillo formado donde todas expresarán sus distintas opiniones:
- “No me gusta el color en que han pintado las
paredes”.
- “Dicen que el pastor le echó una bronca a Paco que
los bancos temblaron”.
- “Qué larga ha sido la predicación de hoy”.
- “Vámonos deprisa que llegamos tarde al cine”.
- “Esa congregación es una secta”.
- “¿Te has enterado? Juan y Ana se han peleado y ya no
son novios”.
- “No soporto a Antonio. Me resulta insufrible”.
- “No te juntes con los de esa iglesia que ellos creen
que la salvación se pierde (o vicerversa)”.
De igual manera, saca a colación las redes sociales,
tal o cual afición, tal o cual actividad lúdica, tal o cual deporte, tal o cual
programa televisivo, y hablarán tantos a la vez que será hasta difícil
escucharlos a todos. La pasión que pondrán en la conversación será de pura
emoción. Como dijo José María
Martínez: “No menos triste es ver
cómo en algunas iglesias, concluido el culto, la mayoría de miembros forman
entre sí grupos de tertulia conversado sobre temas banales”[1]. Esto sucede tanto dentro del local de la
iglesia como fuera de él. A estas personas les gusta más el “placer” del
conformismo, del ocio, de lo superficial y del chismorreo, que suponen un
mínimo esfuerzo mental, en lugar de perderse en el placer de escudriñar lo
profundo de Dios y Su Palabra.
Me imagino que Jesús y los discípulos tuvieron
conversaciones distendidas pero lo que observamos en el Nuevo Testamento –donde
está reflejado lo que verdaderamente resultó trascendente entre ellos-, es que
sus conversaciones giraban siempre en torno al reino de Dios y al carácter del
Altísimo. Por eso, y aunque es cierto que hay tiempo para hablar de todos los
temas habidos y por haber de la vida, cuando Dios es lo último de la lista –y a
veces ni eso- es que hay un problema de fondo bastante grave.
De ahí que cuando se expone –aunque sea brevemente-
algún tema bíblico –sencillo o profundo, da igual-, algún texto que enriquezca
la conversación o que refute algún pensamiento mundano de los interlocutores,
pequeñas citas de autores cristianos de libros que has leído o estás leyendo,
el silencio suele ser la tónica predominante. A algunos se les ponen los ojos
en blanco, otros se evaden mentalmente y luego están aquellos que se refugian
en sus adorados teléfonos móviles para “escapar” de lo que no les interesa
realmente. Es más, algunos hasta muestran su desagrado por hablar de algo que
no les atrae. Los gestos faciales se torcerán y descompondrán, como diciendo:
“No, de eso no hables que me quedo dormido”. Si pueden, disimuladamente se
alejarán en cuanto puedan. Para muchos, hablar de teología –que no es ni más ni
menos que hablar de Dios mismo-, es aburrido. Hasta les cuesta tratar de todo
lo bueno que ha hecho el Altísimo, de su obra y de su amor impagable.
Por eso sus bocas se llenan con facilidad de dudas
ante la ética y los mandamientos de Dios para la humanidad, e incluso llegan a
contradecirla. Eso cuando no se quejan de Él porque algunos aspectos de sus
vidas no les marchan como quisieran. Es como una fe sostenida con alfileres,
que uno no sabe si se ha roto ya o está en proceso de hacerlo, ya que no hacen
nada para remediarlo. Van cuesta abajo y sin frenos, y creo que ni siquiera
ellos son plenamente conscientes del rumbo que han tomado. Es como si hubieran
olvidado por completo lo que enseñó Jesús de forma muy gráfica: “Cualquiera, pues, que me oye estas
palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa
sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y
golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero
cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre
insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y
vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y
cayó, y fue grande su ruina” (Mt. 7:24-27). Sus vidas están asentadas sobre
la arena y no sobre la roca.
Como cristiano, dicha forma de ser es triste, y diría
que hasta grotesca. Es como el que está casado y dice amar a su cónyuge pero se
niega a hablar con él y a pasar tiempo de calidad a su lado.
¿Cuál es el
motivo?
El porqué de todo esto es extremadamente sencillo de
explicar. Basta con citar las palabras de Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). El
individuo que tiene su corazón lleno de Dios, de Su Palabra, que observa cada
circunstancia de la vida, de la sociedad y de la existencia en general bajo el
prisma de Dios, es que no puede callar ni aunque quiera. Le salen las palabras
a borbotones.
Por su parte, el que tiene el corazón lleno de su
propia sabiduría –incluso cuando ésta va en contra de la voluntad divina-, que
tiene pasiones, aficiones y gustos infinitamente mayores que los que tiene por
Dios, que tiene al Señor en una esquina de su mente y llena de todo lo demás,
pues, de forma lógica, habla de lo que hay en su interior. Las palabras, al fin
y al cabo, no engañan. Se limitan a mostrar la realidad que anida en el ser más
profundo de cada uno de nosotros.
Quizá, cuando se
convirtieron, hablaban del Señor, oraban y leían la Biblia y otros libros. Pero
eso quedó en el pasado. La rutina de los cultos, la liturgia repetitiva, la
sensación de “esta historia ya me la sé” o “esta predicación es repetida”, el
ser “cristiano” por costumbre y religiosidad, lleva a muchos al desapego a todo
lo que tiene que ver realmente con Dios. La Biblia se convierte en un objeto
extraño al que no se acercan ni se sumergen, y el hablar de ella les resulta un
elemento extraño dentro de una conversación. Otros son como los pajaritos: esperando
con la boca abierta a que les den de comer en lugar de buscarse la comida:“El día en que el bebé de la familia empieza
a comer solo es muy importante. El nene está sentado frente a la mesa y empieza
a usar la cuchara, quizá al revés, pero luego la usa bien y la madre o la
hermana dice regocijada: el nene está comiendo solo. Pues bien, lo que
necesitamos como cristianos es poder comer solos. Cuántos hay que se sientan,
impotentes y apáticos, y abren la boca, con hambre de las cosas espirituales,
pero esperan que el pastor les dé de comer, mientras que en la Biblia hay ya
una lista de una gran fiesta para ellos. Pero no se animan a empezar a comer
solos”[2].
Esto conduce a
infinidad de creyentes a creer en Dios según sus emociones, a creer que el
concepto del “bien” y del “mal” depende de lo que ellos piensan en sus
conciencias que ya se han distorsionado, a no saber aplicar la fe a la vida, a
no saber realmente en Quién han creído y el porqué, y a tener un conocimiento
teológico pobrísimo, donde muchos, sin darse cuenta, aceptan incluso herejías.
Y no estoy hablando de “recién convertidos” sino de “cristianos de años”, los
mismos a los que el escritor de Hebreos se refirió: “Al cabo de tanto
tiempo, ustedes ya deberían ser maestros; en cambio, necesitan que se les
expliquen de nuevo las cosas más sencillas de las enseñanzas de Dios. Han
vuelto a ser tan débiles que, en vez de comida sólida, tienen que tomar leche.
Y los que se alimentan de leche son como niños de pecho, incapaces de juzgar
rectamente. La comida sólida es para los adultos, para los que ya saben juzgar,
porque están acostumbrados a distinguir entre lo bueno y lo malo” (He. 5:12-14, ´DHH`).
En muchas de las
personas descritas, el primer amor se apagó
y no hicieron nada por mantener sus velas encendidas. Si están completamente
apagadas o no, únicamente ellos lo saben.
Propuestas
muy sencillas para el que quiera revertir la situación
Como el propio subtítulo señala, las siguientes líneas
van dirigidas a los que, de verdad, quieren cambiar una vez que han visto esta
panorámica que no es nada halagüeña. Lo primero que tienes que hacer es
reconocer que no es normal lo que te sucede y que vas a ponerle remedio:
1) El primer paso es orar de manera sencilla unos
minutos a solas. Ponte delante de Dios y exprésale cómo te sientes, y tus
deseos de revertirlo puesto que deseas acercarte a Él.
2) Retoma la lectura de la Biblia. De la estantería
sitúala en tu mesita de noche o donde tuvieras la costumbre de leerla. Si
llevas años sin hacerlo seguramente te resultará extraño. Da igual que tu mente
diga que ya se sabe esos textos o que al principio leas poco tiempo. Lo
importante es que tomes un hábito y vuelvas a verla con frescura, que veas cómo
te afecta lo que lees a ti de forma personal y que la vayas asimilando.
Aquellos pensamientos propios que chocan con los principios bíblicos, comienza
a sustituirlos, hasta que formen parte de tu mente y corazón. Alinea tus
pensamientos con los de Dios. Lo que no entiendas puedes investigarlo en
comentarios bíblicos.
3) Mira a ver qué asuntos en concreto te llaman la
atención y busca buenos libros sobre ellos. Escribe si te gusta hacerlo
conforme saques ideas y las pongas en orden. No seas el típico individuo que se
limita a copiar un versículo bíblico con un sol de fondo y a subirlo las redes
sociales; saca de tu propia cosecha aquello que el Señor ponga en ti respecto a
lo que lees y que concuerde con Sus pensamientos.
4) Identifica a aquellos amigos cristianos a los que
les gusta hablar de Dios y, de manera natural en tus conversaciones con ellos,
saca algún tema sobre el que hayas leído y comparte tus pensamientos y
conclusiones. No esperes a que ellos lo hagan: hazlo tú. Verás el gozo que
sientes más temprano que tarde. Cuando aprendes algo y lo escribes o lo
verbalizas, el refuerzo del aprendizaje llega a niveles muchos más profundos
que si se guarda para uno mismo. Recuerda que lo normal entre un grupo de cristianos
debería ser lo que expresa Pablo: “La palabra de Cristo more en
abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda
sabiduría [...] exhortaos los unos a los otros [...] alentaos los unos a los
otros [...] animaos unos a otros y edificaos unos a otros” (Col. 3:16; He. 3:13; 1 Ts. 4:18; 5:11).
Posiblemente te resulte extraño al principio si no
estás acostumbrado, pero conforme pase
el tiempo te darás cuenta que, incluso los tema de conversación banales, los
analizarás bajo la lupa de la Escritura, con la enorme riqueza interior que
eso te proporcionará y el brutal cambio en tu forma de pensar que se producirá
en ti de forma paulatina.
Apéndice: Una
pequeña lista
Para terminar, dejo nuevamente una serie de libros que
ya recomendé en otro escrito[3].
Ahora bien, como dijo Spurgeon:
“Tienes permitido visitar muchos libros
BUENOS, pero debes siempre vivir en la Biblia”.
TEMÁTICA
|
TÍTULO
|
AUTOR
|
TEOLOGÍA
|
Teología sistemática
|
Millard Erickson
|
TEOLOGÍA
|
Teología sistemática
|
Wayne Wrudem
|
TEOLOGÍA
|
Introducción a la Teología
|
José Grau
|
TEOLOGÍA
|
Introducción al Antiguo Testamento
|
Longman-Dillard
|
TEOLOGÍA
|
Introducción al Nuevo Testamento
|
Everett Harrison
|
TEOLOGÍA
|
Institución de la religión
cristiana
|
Juan Calvino
|
TEOLOGÍA
|
Un Dios en tres personas
|
Francisco Lacueva
|
SOTERIOLOGÍA
|
La seguridad de la
salvación: 4 puntos de vista
|
|
SOTERIOLOGÍA
|
Solamente por
gracia
|
Charles H. Spurgeon
|
CARISMATOLOGÍA
|
¿Son vigentes los dones
milagrosos?
|
Wayne Grudem
|
CRISTOLOGÍA
|
La persona y la obra de
Jesucristo
|
Francisco Lacueva
|
CRISTOLOGÍA
|
El eco de su nombre
|
Salvador Menéndez
|
HERMENÉUTICA
|
Hermenéutica Bíblica
|
José María Martínez
|
PASTORAL
|
De pastor a pastor
|
Hernandes Días
|
HOMILÉTICA
|
Bosquejos expositivos de la Biblia
|
Warren Wiersbe
|
HOMILÉTICA
|
La predicación: puente entre dos mundos
|
John Stott
|
HOMILÉTICA
|
Discursos a mis estudiantes
|
Charles H. Spurgeon
|
ECLESIOLOGÍA
|
La Iglesia, cuerpo
de Cristo
|
Francisco Lacueva
|
ECLESIOLOGÍA
|
La idea de comunidad de Pablo
|
Roberts Banks
|
ESCATOLOGÍA
|
Escatología Amilenial
|
José Grau
|
ESCATOLOGÍA
|
Escatología Premilenial
|
Francisco Lacueva
|
ANTROPOLOGÍA
|
El hombre, su grandeza y
su miseria
|
Francisco Lacueva
|
APOLOGÉTICA
|
Mero cristianismo
|
C. S. Lewis
|
APOLOGÉTICA
|
3 preguntas clave sobre Jesús
|
Murray J. Harris
|
APOLOGÉTICA
|
Jesús bajo sospecha
|
Michael Wilkins
|
APOLOGÉTICA
|
Nueva evidencia que exige
un veredicto
|
Josh MacDowell
|
APOLOGÉTICA
|
Más que un carpintero
|
Josh MacDowell
|
APOLOGÉTICA
|
El caso de Cristo
|
Lee Strobel
|
APOLOGÉTICA
|
Darwin no mató a Dios
|
Antonio Cruz
|
HEREJÍAS
|
Cristianismo en crisis del
siglo XXI
|
Hank Hanegraaff
|
HEREJÍAS
|
Conceptos errados
|
Virgilio Zaballos
|
HEREJÍAS
|
El purgatorio protestante
|
Gerardo de Ávila
|
HEREJÍAS
|
Escrituras torcidas
|
Mary Alice Chrnalogar
|
HEREJÍAS
|
Ocultismo,
¿Parapsicología o fraude?
|
José de Segovia
|
HEREJÍAS
|
Los orígenes de la Nueva Era
|
César Vidal
|
HEREJÍAS
|
Los masones
|
César Vidal
|
HEREJÍAS
|
Herejías por doquier
|
Jesús Guerrero
|
HEREJÍAS
|
Mentiras que creemos
|
Jesús Guerrero
|
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
|
Jesús
|
Charles Swindoll
|
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
|
Moisés
|
Charles Swindoll
|
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
|
José
|
Charles Swindoll
|
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
|
Elías
|
Charles Swindoll
|
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
|
Job
|
Charles Swindoll
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BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
|
Ester
|
Charles Swindoll
|
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
|
Pablo
|
Charles Swindoll
|
BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
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Historias fascinantes de
vidas olvidadas
|
Charles Swindoll
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BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
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El Jesús que nunca conocí
|
Philip Yancey
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BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
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Jesús, el judío
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César Vidal
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BIOGRAFÍAS BÍBLICAS
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Pablo, el judío de Tarso
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César Vidal
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La oración
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Philip Yancey
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ORACIÓN
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La oración,
teología y práctica
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Fernando A. Mosquera
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ORACIÓN
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Psicología de la
oración
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Pablo Martínez Vila
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ORACIÓN
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La oración, fuente de poder
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E.M. Bounds
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VIDA CRISTIANA
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Los problemas que los cristianos enfrentamos hoy
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John Stott
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VIDA CRISTIANA
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Ética cristiana
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VIDA CRISTIANA
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Una fe sencilla
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Charles Swindoll
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El despertar de la gracia
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Charles Swindoll
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VIDA CRISTIANA
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Salvador Menéndez
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VIDA CRISTIANA
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Cuando lo que Dios hace no tiene sentido
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VIDA CRISTIANA
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Dallas
Willard
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VIDA CRISTIANA
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Antonio Cruz
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El único camino a
la felicidad
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VIDA CRISTIANA
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Conociendo a Dios
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VIDA CRISTIANA
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César Vidal
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Flavio Josefo
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HISTORIA JUDÍA
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Las guerras de los judíos
|
Flavio Josefo
|
HISTORIA JUDÍA
|
El Templo. Su ministerio y servicios en tiempos de
Jesucristo
|
Alfred Edersheim
|
HISTORIA JUDÍA
|
La historia de los judíos
|
Paul Johnson
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HISTORIA JUDÍA
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Historia del pueblo judío
|
Werner Keller
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HISTORIA JUDÍA
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Jerusalén: La biografía
|
Simon Sebag Montefiore
|
ARQUEOLOGÍA
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Arqueología bíblica
|
Marcos Howard
|
CULTURA GENERAL
|
El camino hacia la cultura
|
César Vidal
|
COMENTARIOS
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Comentario Bíblico
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William MacDonald
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COMENTARIOS
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Comentario Bíblico
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Matthew Henry
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COMENTARIOS
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Comentario Bíblico
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William Hendriksen
|
COMENTARIOS
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Habla el Antiguo Testamento
|
Samuel J. Schultz
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Comentario Bíblico Portavoz
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Varios autores
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COMENTARIOS
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Comentario al Nuevo Testamento
|
Hendriksen-Kistemaker
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DICCIONARIOS
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Nuevo diccionario biblico ilustrado
|
Vila-Escuain
|
DICCIONARIOS
|
Diccionario Expositivo de palabras del
Antiguo y del Nuevo Testamento
|
W.E Vine
|
DICCIONARIOS
|
Diccionario de dificultades
y aparentes contradicciones bíblicas
|
Haley-Escuain
|
DICCIONARIOS
|
Enciclopedia explicativa
de dificultades bíblicas
|
Samuel Vila
|
CONCORDANCIA
|
Nueva Concordancia
Exhaustiva
|
James Strong
|
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