Supongo e intuyo que estarás
preguntándote el porqué encabeza este artículo sendas imágenes de las famosas
series televisivas Juego de Tronos y Walking Dead. La razón es sencilla: más
allá de la historias dramáticas que ambas describen, las imágenes de violencia
que transmiten nos hacen perder –sin ser plenamente conscientes- parte de
nuestra sensibilidad. Aquí no voy a tratar la moralidad –más bien, inmoralidad-
de ambos “entretenimientos”, sino cómo afecta al carácter de la persona
determinadas escenas que se muestran en dichos programas y en otros muchos, que
nos debería llevar a reflexionar sobre lo que estamos consumiendo y a hacernos determinadas preguntas, especialmente si
somos cristianos.
En estado de shock
Si no
me equivoco –lo cual puede ser posible- jamás en la pequeña pantalla se había
visto una escena como la que transcurre en uno de los episodios de la tercera
temporada de la multipremiada Juego de
Tronos, concretamente en el titulado La
Boda Roja. Sin entrar en detalles sobre la trama y sin recrearme en los
detalles, la matanza que allí ocurre es brutal, destacando sobremanera cuando
apuñalan repetidas veces en el vientre a la esposa embarazada de uno de los
protagonistas.
Como he
dicho, nunca se había observado tanta crueldad y maldad en la televisión. Hasta
entonces, era algo muy limitado a películas de contenidos extremadamente
sangrientos, y reservado para una minoría de espectadores con unos gustos muy particulares. El impacto que
esto causó entre aquellos que lo vieron fue de auténtico pavor. Personas de
todas las edades se quedaron auténticamente conmocionadas: unos no se lo
creían, otros no podían mirar y se tapaban los ojos, e incluso algunos lloraban
compungidos y gritaban (aquí puedes ver una recopilación con algunos ejemplos
de dichas reacciones: https://www.youtube.com/watch?v=78juOpTM3tE).
Desde
entonces, dicha serie se ha caracterizado por determinadas secuencias que van
más allá de lo obsceno y lo grotesco, cayendo algunas de ellas en el puro
sadismo.
Muertos vivientes
Independientemente
de la secuencia brevemente descrita –y que si no has visto te aconsejo huir de
ella-, la que despertó mi deseo para tratar este asunto fue la que se produjo
en el primer capítulo de la séptima temporada de la conocida Walking Dead. Esta es una
serie de zombies –tan de moda en los últimos años y que el director George
Romero popularizó en los años 60 y 70 como una representación crítica de la
sociedad zombificada-, cuyos personajes sobreviven en un mundo postapocalíptico. En éste, los peores enemigos no son los muertos vivientes, sino otros humanos
supervivientes que, sin leyes ni ataduras, sacan lo peor de sí mismos.
Aunque
en las primeras temporadas ya se contemplaron excesos por doquier y verdaderas
bestialidades como el canibalismo, ha sido una escena en concreto la que ha
colmado el vaso. En ésta, Negan –el villano de turno-, despiadado hasta el
frenesí, golpea con un bate de béisbol la cabeza de dos de los protagonistas
hasta destrozarlos por completo. Un sobrino menor de edad me dijo que era puro
gore. Otro veinteañero me escribió a los pocos minutos diciéndome que estaba en
shock, como en La Boda Roja.
Nuevamente, los videos de las reacciones se hicieron virales.
¿Cómo han cambiado los contenidos
televisivos?
En
estos años, los programas de televisión han cambiado en lo que respecta:
- Al
lenguaje: ahora es vulgar, pero a costa de repetirlo se ha vuelto hasta gracioso.
- A la
normalización de escenas sexuales: de ser sugeridas e insinuantes a terminar
convirtiéndose en explícitas.
- A la
recreación de la violencia.
Quizá,
hasta ahora, este último aspecto –el de la violencia- era el que menos se había
desarrollado. En la época en que crecí, las películas mostraban la muerte del malo de forma muy escueta: le
disparaban, caía al suelo entre expresiones de incredulidad al contemplar su
inminente derrota, y cerraba los ojos ante la dura mirada del héroe de turno,
que a veces le dedicaba alguna expresión grandilocuente. No había sangre ni ensañamiento.
En los últimos años, la recreación de la violencia se ha establecido en unos
niveles desmedidos, diría que sádicos, que afecta por igual tanto a los buenos
como a los malos. La fuerza empleada para acabar con el enemigo es brutal, sea
con los propios puños, con armas blancas o de fuego. Hay sangre a borbotones,
se contemplan vísceras y cualquier parte de la anatomía humana completamente
abierta y amputada, y la muerte es larga y agónica.
Se
podrá decir que hace veinte años también los adolescentes veíamos series de
dibujos animados bastante violentas como Dragón
Ball o Los Caballeros del Zodiaco y
no manifestábamos ningún tipo de violencia. Aunque sea cierto –que lo es- no es
comparable el contenido del pasado con el del presente. He citado dos series
actuales, pero hay muchas más con imágenes que son grotescas en un grado
enfermizo, lo que nos hace dudar del carácter y de la salud mental de la
sociedad que las consume.
Los
Darth Vader, Hannibal Lecter, Norman Bates y Vito Corleone del siglo pasado
parecen monjas de caridad y palidecen ante los villanos del presente, que se
acercan más bien a la crueldad despiadada de Freddy Krueger pero sin su cara
deformada.
¿Dónde está el verdadero problema?
Muchos
dirán que tampoco sucede nada con todo esto, que no hay que darle mayor
importancia y que no es grave, puesto que ellos no van a llevar a cabo dichos
actos de crueldad, ni van a matar a nadie. Y espero que así sea. Pero seamos claros y sinceros: ¿qué le
sucede a aquellos que están acostumbrados a oír en televisión un lenguaje
obsceno y a contemplar escenas de alto contenido erótico? ¡Que ya no lo ven
mal! ¡Ya no les hiere la sensibilidad! Incluso les hace gracia o lo disfrutan.
Este es
un fenómeno que se conoce como psicoadaptación. En este caso, sus mentes, que
antes reaccionaban con repulsa, ahora lo hacen con agrado, por muy malsano que
resulte lo que contemplan. No hemos llegado al extremo de comer mientras
contemplamos en directo a personas matándose –como sucedía en el Coliseo romano
con los gladiadores-, pero muchos almuerzan sin ningún problema mientras ven en el
telediario desfilando incontables muertos por guerras y catástrofes
naturales. A fuerza de costumbre, nuestra mente se amolda a lo anormal,
perdiendo así la sensibilidad. Eso es un ejemplo real de la psicoadaptación. Si
esto sucede con imágenes reales, ¡cuánto más con ficticias!
Con la
violencia, de manera progresiva, acontece exactamente igual. Cuando la mente y
las emociones se habitúan a imágenes duras, se convierte en normal. Incluso
aunque a algunos les hiera la sensibilidad, siguen viéndolas porque están
enganchados a las tramas. En los adultos ya está sucediendo, y especialmente
entre los más jóvenes que han crecido con esta virulencia audiovisual a la que
están sobreexpuestos (incluyendo videojuegos); lo consideran tan natural como
lavarse los dientes después de cada comida.
Cuando
llenamos la mente de algo repetitivo, terminamos siendo adoctrinados y nuestros
sentimientos influenciados. Puede sonar exagerado, pero nos lavan el cerebro,
entendiéndolo como la manera en que nuestros pensamientos terminan alienados
con los que nos venden, aunque no seamos plenamente conscientes ya que se
produce muy lentamente.
¿Qué
sucede si leemos todos los días la prensa deportiva catalana? Que terminamos
pensando que todo lo que el Barcelona hace –junto a sus jugadores y dirigentes-
es maravilloso, bueno y perfecto, y todo lo que hace el resto de clubs –sean
quienes sean- son representaciones del mal.
¿Qué
sucede si leemos todos los días páginas sensacionalistas pseudocristianas? Que creeremos
en mentiras como la mal llamada teología de la prosperidad.
¿Qué
sucede si vemos cada poco tiempo programas sobre Ovnis? Que, aunque nos
ofrezcan pruebas y testimonios que no se creen ni sus padres, nos convenceremos
de que los hombrecitos verdes están entre nosotros y que la raza humana es
fruto de un experimento que ellos llevaron a cabo.
Pensamos
que lo que vemos, leemos y escuchamos no tiene mucha importancia. ¡Claro que la
tiene, y mucha! Conforman la realidad que nos formamos. El que ve pornografía
se habitúa a ella y termina necesitándola como a una droga. El que contempla
día tras día telebasura (novelas, programas del corazón, concursos absurdos,
exceso de deportes, etc.), terminará siendo ordinario y superficial en su forma de pensar, sentir, hablar y comportarse.
Queramos admitirlo o no, el
mal se contagia de una manera u otra. Es algo que se pega a nuestra piel y nos
envuelve como una tela de araña. En lo que respecta a la violencia –y motivo
principal de este escrito- la evidencia es clara: cada vez toleramos contenidos
e imágenes más fuertes, agresivas, perniciosas e insanas. Si esto no es
insensibilidad no sé qué puede llegar a serlo.
El fondo de la cuestión
Imágenes por aquí; imágenes
por allá. Sensibilidad; insensibilidad. Independientemente de estos aspectos,
la cuestión incluso va más allá. Podríamos decir
que las reacciones de los espectadores en el video de La Boda Roja son exageradas. Puedo asegurar que no lo son. Cuando
algo nos gusta, como puede ser una serie o película, nos implicamos
emocionalmente. Empatizamos con la trama y el trasfondo. Lloramos, reímos, nos
alegramos y nos enfadamos. Aunque la mente sepa distinguir la realidad de la
ficción, nuestro corazón no hace distinción. No somos seres pasivos. ¿A qué nos
conduce esto? A amar y a odiar a determinados personajes. Son sentimientos que
experimentamos como completamente reales.
Por
alguna razón –morbo, marketing, etc.- los guionistas dotan cada vez más a los
malvados con personalidades verdaderamente perversas, y de mentalidades
sociópatas y psicópatas. Por mucho que argumenten que quieren mostrar el lado
oscuro del ser humano para que nos enfrentemos a nuestros miedos, me sobran
dichas representaciones. El mundo real ya es lo suficiente lúgubre como para
concederle terreno dentro de las cuatro paredes de nuestra propia casa.
La
mezcla de implicación emocional y la maldad reflejada en individuos, nos hace
sentir impresiones que no son inocentes. Y sí, me refiero al odio, a la ira, a
la repulsa extrema y a los deseos de venganza, todas emociones negativas e
indeseables. Ante series como las dos citadas –Juego de Tronos y Walking Dead- es muy usual escuchar a
sus seguidores decir ante tipos como Joffrey Baratheon, Ramsay Bolton o el
Gobernador: “Lo mataría a puñetazos”; “lo reventaría”; “ojalá lo torturen”; y
expresiones muchísimo peores, alegrándose sobremanera cuando acaban con
ellos.
No
seamos ingenuos. Estamos permitiendo que –por muy atrayentes que sean ciertas
historias- nos manejen. Estamos alimentando al monstruo que todos llevamos
dentro. Le estamos dando de comer a nuestra naturaleza caída. Estamos coqueteando
con nuestro lado oscuro. Estamos manifestando sentimientos que no deberíamos ni
aceptar en nuestro corazón. Nos estamos permitiendo el lujo de darle cabida en
nuestras vidas a lo que es mental, emocional y espiritualmente insano. En definitiva,
le estamos dando a la carne lo que quiere, cuando sabemos que “el deseo de la carne es
contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gálatas 5:17).
Algunas pautas a tener en cuenta
Sé que
algunos serán tajantes y dirán que un cristiano no debería ver este tipo de
productos. Hay muy buenos argumentos y de mucho peso para defender tal postura
(que ningún tipo de violencia es recreativa, que toda agresión es
gratuita y está de más, que el Reino de Dios no tiene este tipo de entretenimientos,
que los jóvenes terminan aceptando la violencia como una manera natural de
resolver los problemas, etc.). En mi caso, en lugar de decirle a nadie lo que
tiene o no que ver, prefiero que sea el lector el que se replantee el tema por
sí mismo, marcándole unas pautas para ver qué hacer ante determinados programas
televisivos y actuar en consecuencia; normas que también tengo que poner en
práctica, ya que no me libro de dicha tesitura.
Diré lo
que considero más lógico:
-
Infórmate muy bien sobre lo que vas a visualizar, leer y escuchar. Igual que lo
haces para comprarte un coche, una moto o una casa, haz lo mismo con películas,
series y libros.
- Si
has leído buenas críticas y por ellas te animas a ver algo en concreto, pero
luego observas a las primeras de cambio que lo que muestra es vulgar (sexo,
promiscuidad, consumo habitual de alcohol y drogas, etc.), deja inmediatamente de seguir
dicho programa.
- El
hecho de que te guste como actúa un actor o una actriz determinada, no
significa que tengas que seguirlos en todas sus películas y series si éstas
ofrecen escenas inmorales y principios morales aberrantes.
- Puede
que también te guste algún género en particular, pero también tienes que
calibrar y saber nuevamente si dejar de ver algo que en principio pueda
gustarte. A mí me fascina la ciencia ficción tanto en literatura como en la
pequeña y gran pantalla, y he disfrutado mucho con los multiversos de Fringe y la fantasía de Stranger Things, como también lo hago
con el subgénero de los viajes en el tiempo. Con esta afición en particular, y
dentro de esta categoría, comencé a ver Outlander.
Sin entrar en profundidad para no revelarme a mí mismo detalles de la trama,
leí antes de verla opiniones generales; eran muy positivas y encajaba con mis gustos: una enfermera que,
sin saber cómo, viaja al pasado, desde 1945 a 1743. El principio fue muy
interesante, pero tuve que dejarla a los pocos capítulos tras comprobar el tono
que marcaba: escenas de sexo adúltero y sin pudor alguno, machismo patológico y
exacerbado, y regodeo en el sadismo y en la tortura. Pensé que podría
ser algo transitorio, pero tras indagar supe que iba a más y que no era el
primer espectador que dejaba de verla por las mismas razones.
Teniendo
este ejemplo en mente, aprende a distinguir entre algo muy puntual y donde se puede usar el
mando del televisor o el ratón del ordenador para saltar la escena, y cuándo es
parte intrínseca de la trama y repetitivo, siendo lo mejor cortar por lo sano.
- Si te
afecta anímica y espiritualmente ciertos contenidos, no te acerques a ellos.
Esto hice con Outcast, Penny Dreadful o Sleepy Hollow, donde las posesiones demoníacas, la brujería y el
satanismo están a la orden del día.
-
Considera seriamente la imagen que se ofrece de la mujer y de las ideas
que venden de las relaciones
sentimentales. Aunque sean una ficción, muchas están inculcando valores
nocivos, como la perversa 50 sombras de Grey.
Este tipo de “enseñanza” hace que no sea de extrañar que a un joven le parezca
maravillosa una película –supuestamente romántica-, llena de sexo con
desconocidos, infidelidades, bromas sexuales de mal gusto, etc.
Hace
unos años comencé a ver la popular Cómo
conocí a vuestra madre. Aunque al principio era una comedia que me hacía reír,
cuando comprobé que el humorista principal tenía a la mujer como un mero objeto
para su propio placer físico y que su único interés era acostarse con una diferente
cada noche, dejó de hacerme gracia y no quise saber nada más. Adiós y hasta
nunca.
-
¿Crees que los sentimientos negativos acumulados y que experimentas ante el
televisor te llevan a reaccionar de manera un tanto exagerada ante otras
personas con las que te enojas, como con el vecino que aparca el coche delante
de tu garaje o cuando hace ruido a horas intempestivas? Puede parecer ridícula
la pregunta, pero es más importante de lo que pueda parecer a simple vista. Si
la televisión puede despertar la lujuria, puede hacer lo mismo con la violencia.
Si ante situaciones como la descrita –y cualquier otra que puedas imaginar,
siendo el enojo justo y comprensible- lo primero que viene a tu mente es “si
tuviera una porra se iba a enterar” en lugar de “no
paguéis a nadie mal por mal”
(Romanos 12:17), tendrás que reflexionar si la violencia televisiva está
intensificando los malos deseos del corazón.
-Si
pudieras calificar los contenidos que visualizas de 0 a 10 (siendo 0 el menor
grado de violencia explícita y 10 el mayor grado de violencia explícita), ¿qué
nota le pondrías? Teniendo esto en cuenta, ¿crees que deberías bajar el grado
de lo que ves?
- Si un
producto visual –que racionalmente y a todas luces es enfermizo (y tengo en mente las
sagas Hostel, Saw y La Purga)-, ha
dejado de afectarte, ahí hay un problema de pérdida sensibilidad (lo que un
famoso escritor llama acertadamente alteración
del equilibrio sensorial). Ante casos así, solo queda cortar tajantemente y
empezar de cero. Ten presente que Dios no se preocupa tanto por el exterior
sino por el interior de la persona, como podemos ver claramente en todos los
pasajes que transcurren en Mateo 5:21-30. Que algo no se lleve a cabo no quiere
decir que esté bien en nuestro corazón.
- Y,
por último pero no menos importante: recuerda que “engañoso
es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo
Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno
según su camino, según el fruto de sus obras”
(Jeremías 17:9-10). Aunque he ofrecido ciertos principios, nuestro propio
corazón nos puede engañar y desear lo que no es correcto. Por eso, ante ciertos
contenidos, deja que sea Dios quien tenga la última palabra[1].
Nada de
esto es legalismo, sino tener criterio y capacidad crítica. No podemos pensar
que “todo vale”, mirar para otro lado y permanecer voluntariamente en la
ignorancia. Espero que reflexiones con serenidad y, a partir de ahora –hayas visto lo que hayas visto con
anterioridad-, tomes el control sobre lo que ves y sobre tus emociones, y que
no sea la caja tonta la que tenga la
última palabra.
Tu
tiempo en este mundo no es ilimitado. Organízalo sabiamente y no lo pierdas.
Sirve al Señor con los dones que te ha dado. Lee buenos libros y disfruta en
orden de todo lo sano que Dios ha puesto a tu disposición.
[1]
A los padres que tienen hijos, al igual que se preocupan por los contenidos
sexuales que emiten en televisión para que sus retoños no los vean, deberían
hacer lo mismo en lo que respecta a la violencia. Las pautas a seguir con ellos
las podemos ver en este otro artículo, cuya lectura recomiendo: http://www.elnuevodiario.com.ni/opinion/308194-violencia-television/
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