lunes, 28 de noviembre de 2016

¿Cristianos homófobos o con derecho a disentir?



Esta sección del blog está dedicada a mostrar “la otra cara de la moneda” en cuestiones que, por norma general, únicamente se muestra una de ellas.

Cada poco tiempo se muestran noticias que nos informan sobre detenciones y agresiones que sufren homosexuales y miembros del colectivo LGTBI en distintos países del mundo. El último reportaje fue “Viaje a la homofobia” (dentro del programa “Fuera de cobertura”), donde la periodista Alejandra Andrade fue a Rusia para mostrar la situación que se vive allí al respecto. En mi opinión, está bien que así sea para denunciar todo tipo de violencia, pero también hay que ser justos y mostrar todos los matices y no únicamente una parte de la información. Eso es lo que vamos a hacer hoy, porque desde ciertos lobbies y sectores de la sociedad nos están vendiendo ideas sobre lo que es la homofobia que no son ciertas, usando para sus propósitos un uso tergiversado del lenguaje, logrando así el efecto que ellos desean: silenciar a los que disienten y establecer un pensamiento único, alineando la mente de la población con sus postulados.

La ideología de género
La manera de pensar de los grupos LGTBI (lesbianas, gays, transgénero, bisexuales e intersexuales) ya ha llegado hasta nosotros y se ha infiltrado progresivamente. Cada año que pasa esta realidad es más aguda y visible. Basta con ver algunas de las series de televisión (Los 100, Juego de Tronos, Jessica Jones, Outlander, Sense 8, Tyrant, Orange is the new black, The L world o Penny Dreadful, por citar solo algunas), que arrasan en audiencia con millones de espectadores, que muestran escenas explícitas de sexo, y cuyos protagonistas principales interpretan a homosexuales, bisexuales, lesbianas y transexuales, junto a las ya habituales parejas heterosexuales que cohabitan y/o tienen relaciones sin estar casadas. Hasta hace unos años, buena parte de lo citado estaba reservado al llamado “cine para adultos”, pero ha avanzado a tal velocidad que se ha establecido hasta su normalización. Es la nueva “moral”.
Podemos ver dos ejemplos muy actuales: el primero en el personaje de Sulu, de la saga galáctica Star Trek. Siendo durante décadas heterosexual, en la nueva versión titulada Más allá (2016) es homosexual. Y el segundo con la campaña que se está llevando a cabo para que Elsa –un personaje femenino de dibujos animados de la película Frozen- tenga novia en caso de una segunda parte. Evidentemente no son niñas pequeñas las que están haciendo esta promoción, sino adultos que repiten un millón de veces sus eslóganes.
Esto es algo que ya forma parte incluso del universo ficticio de los cómics de las famosas editoriales Marvel, DC y Vértigo, con personajes homosexuales o bisexuales como Renee Montoya, Kate Kane (Batwoman), Hulkling y Wiccan (Los Jóvenes Vengadores) y Constantine (Hellblazer), entre otros muchos, incluyendo cómics para un público infantil con este tipo de protagonistas[1].
De igual manera, se publican artículos en los grandes medios de comunicación hablando de las “bondades” de leer cuentos LGTBI a los hijos: “Cuentos como 'Mi primer amor' (que cuenta la historia de un niño de 6 años que se prenda de su compañero) normalizan la homosexualidad y proporcionan formas de amar que, hasta el momento, los relatos tradicionales y las películas no contemplaban, enseñando a los lectores que su orientación sexual no es excepcional y reforzando su autoestima”[2]. ¡Niños de 6 años!
Esto se vende como opciones abiertas para todo el mundo, donde lo que prima es la “diversidad sexual”: “Frente a los argumentos que sostienen que lo natural es la heterosexualidad, los hechos muestran que lo natural es la diversidad sexual”, afirma Susana Rodríguez Molina, psicopedagoga del Departamento de Psicología de la Universidad Europea.
Lo que estamos viendo es sólo el principio de lo que se nos viene encima. Es la educación que paulatinamente se está estableciendo desde la misma infancia. Ya resulta hasta extraño encontrar este tipo de comentarios que denuncian con tanta claridad la situación: “Hay que hipersexualizar a la sociedad desde bien pequeñitos (?!) y si lo criticas ya sabes... ´algo pasa contigo` o ´eres un anticuado`. Sin duda es un ´magnífico` trabajo de Ingeniería Social”.
Todo esto es ya tan normal –y lo será más para la siguiente generación- que los padres lo van a tener extremadamente difícil para inculcar a sus hijos otros principios a los que firmemente se están asentando como columnas inconmovibles en esta sociedad. Al final, el resto seremos señalados con el dedo por no “convertirnos” a ellos.

¿Qué significa realmente ser homófobo?
Estas personas arrojan contra nosotros el término homófobo y se quedan tan tranquilos. Y me explico: el vocablo “fobia” significa “miedo irracional, obsesivo y angustioso hacia determinadas situaciones, cosas, personas” y algunos de sus sinónimos son “asco, aversión, repugnancia, repulsión, manía”. ¿Hay homófobos, es decir, aquellos que le tienen miedo y asco a los homosexuales? Sí. ¿Se dan casos de agresiones contra ellos? Sí.  Pero le recuerdo a todo el que todavía no se haya enterado que el verdadero cristiano no odia y está en contra de la violencia –sea la que sea y contra quién sea-, la cual condenamos en términos absolutos. Es más, la amabilidad y el amor en el trato debe darse sin falta desde los creyentes hacia los que no lo son.
Siguiendo la premisa que usan tan a la ligera los LGTBI: si por pensar de manera diferente se nos dice automáticamente que somos fobo-algo, entonces no podríamos posicionarnos sobre ninguna cuestión, ni siquiera en las más superficiales. No podríamos ser de un determinado equipo de fútbol porque implicaría odiar al resto. No podríamos ser de un determinado partido político porque implicaría odiar al resto. Y así con todo. Sería absurdo. Es fácil de entender, ¿verdad? Por supuesto que hay aficionados a un club que odian a otros y seguidores de determinados partidos que odian a los de otros, ¡pero basta ya de meter a todo el mundo en el mismo saco! Tengamos bien claro que no compartir los ideales de un colectivo, y no aceptar su moralidad y prácticas sexuales, no tiene nada que ver con la homofobia ni con rechazar a nadie como ser humano.
 Así que, por favor, que se deje de una vez de encasillar a los que no pensamos igual, y de usar tan libre e incorrectamente el descalificativo “homófobo”.

La homofobia de los homosexuales
Un compañero de trabajo me contó que le indigna que le califiquen como homófobo por no estar a favor de las ideas homosexuales. Y eso que es ateo. Así que, una vez más, como sucede en asuntos como el aborto y la eutanasia, esto no es una mera cuestión de creencias religiosas.
Casi con total seguridad, sabrás que Domenico Dolce y Stefano Gabbana son dos célebres diseñadores italianos que han creado un imperio de la moda. Ellos, que conforman una pareja homosexual, se mostraron públicamente en contra de las adopciones por parte de los gay, bajo el argumento de que “los hijos deben tener un padre y una madre”. Es la misma idea que exponemos los heterosexuales. Sin embargo, ¿sabes cómo calificaron a Domenico y Stefano el colectivo LGTBI? Los acusaron de homófobos. ¡Menuda paradoja! Presumen de ser tolerantes, cuando incluso son intolerantes con los que son como ellos.
Ante este tipo de situaciones y otras muchas, otros gays denuncian la actitud de los propios gays –ya que no todos son iguales ni se comportan de la misma manera-, como Neil Midgley: “es irónico que muchos gays estén tan dispuestos a negar las libertades similares a los cristianos (o cualquier otra persona que no está de acuerdo con la agenda homosexual)”. Y tan irónico. Es toda una incongruencia con lo que predican la mayoría de ellos.
Según estas organizaciones, el que discrepa es un homófobo, y no solo los cristianos, sino incluso los que son abiertamente homosexuales. Es la misma idea que se usa para el islam: el que no lo comparte se le tacha de islamófobo.

La otra cara de la homofobia y lo que no se cuenta
Si alguno se atreve a disentir de estos valores y a exponer los propios, los insultos suelen llover de manera casi garantizada por los miembros de grupos como LGTBI o FEMEN, con sus shows de “pechos al aire”, y que avergüenzan incluso a muchas feministas. Hablan de libertad, pero una libertad que debe ceñirse a sus creencias y a lo que quieren que pensemos.
Se muestran agresivas –física y verbalmente- contra los que no creen en el aborto libre, en las familias con dos padres o dos madres, y en la adopción de niños por parte de parejas homosexuales. Cuando una persona –profesante de alguna fe o de ninguna- difiere, es atacada con vehemencia, acusándola de fanática, intolerante, adoctrinador, fascista y cavernícola. Cuando estas activistas interrumpen de forma virulenta en una celebración religiosa o en una manifestación a favor de la familia tradicional y en contra del aborto, parte de la sociedad las considera unas “valientes”.
Sin embargo, nosotros somos los homófobos por disentir pero estos grupos nunca son nombradas como teófobos y cristianófobos a pesar de sus acciones, donde menosprecian y se burlan de las creencias ajenas con todo tipo de obscenidades, con pintadas en parroquias con expresiones tan deleznables como “os beberéis la sangre de nuestros abortos”[3].   
Para ellos, nuestra opinión es un delito de odio, e incluso están denunciando ante los tribunales a todos aquellos que no se ajustan a sus parámetros. Podría citar muchos ejemplos, pero para no extenderme ofreceré una pequeña muestra de lo que está sucediendo en diversas partes del mundo:

1) Un matrimonio de Taos –Nuevo México-, dueños de un estudio de fotografía y cristianos, fue llevado a juicio porque rechazaron hacer las fotos para una pareja de lesbianas, las cuales presentaron una demanda.

2) La familia McArthur, propietaria de una panadería en Irlanda del Norte y también cristianos, fueron llevados a juicio y condenados por discriminación, ya que se negaron a hacer una tarta con el mensaje Support Gay Marriage (“Apoyo al matrimonio homosexual”)[4]. Como los mismos jueces reconocieron, no se negaron porque el cliente fuera gay (algo que ni los dueños sabían), sino porque el eslogan iba en contra de sus creencias. Aún así, y siendo la panadería suya, les estaban diciendo claramente que debían dejar su libertad de conciencia en un segundo plano, adaptándose a los valores ajenos, promoviéndolos indirectamente con la nota del susodicho pastel. La misma prensa secular británica se posicionó en contra de la sentencia. Y lo más llamativo, también lo hizo el activista LGBT y de derechos humanos Peter Tatchell, que considera el veredicto una “derrota de la libertad de expresión”. Tatchell concluye que la decisión del tribunal es un “peligroso precedente de autoritarismo que se presta a abusos graves”.

3) La denuncia efectuada por la organización LGBTI Arcópoli de Madrid contra la terapeuta Elena Lorenzo, una  profesional especializada en orientación sexual en personas con atracción al mismo sexo, y que ofrece sus servicios para ayudar a personas que quieran cambiar su orientación sexual.

4) La ONG Arcos Iris, que ha solicitado a la Fiscalía denunciar a la asociación HazteOir “por delito de odio al repartir una guía sobre leyes antihomofobia y adoctrinamiento sexual”[5]. ¿Y de qué habla esta guía?: de la educación (la diversidad sexual) que quieren enseñar los grupos LGTBI en los colegios y de sus consecuencias, que son:

- Que se le quita a los padres el derecho a educar a sus hijos en esta materia como crean conveniente, dejándola en manos de organizaciones LGTBI.
- Que las actuales leyes antihomofobia -como vamos a ver- anulan la libertad de expresión.

¿Qué denominador común observamos en estos cuatro casos?: ¿Libertad de expresión y de conciencia? Sí, pero sólo para un sector.  

¿Leyes antihomofóbicas o leyes para silenciar?
¿Cómo se está visualizando todo esto en la sociedad? Aquí la evidencia: la Generalitat de Cataluña aprobó hace pocos meses la primera ley en España contra la homofobia –llamada “Ley Para Erradicar la Homofobia, la Bifobia y la Transfobia”. En ella se  anima a los ciudadanos a “delatar desde el anonimato a quien la incumpla”, en un vídeo en el que aparece una famosa presentadora que se reconoce abiertamente lesbiana y a una pareja del mismo sexo con un bebé. ¿Qué es lo llamativo de esta ley? Que no será el denunciante el que tendrá que demostrar que el acusado es culpable, sino que éste deberá demostrar que es inocente. Por lo tanto, desaparece la presunción de inocencia. Dice el artículo 30: “Inversión de la carga de la prueba: de acuerdo con lo establecido por las leyes procesales y reguladoras de los procedimientos administrativos, cuando la parte actora o el interesado aleguen discriminación por razón de orientación sexual, identidad de género o expresión de género y aporten indicios fundamentados de ello, corresponde a la parte demandada, o a quien se impute la situación discriminatoria, la aportación de una justificación objetiva y razonable, suficientemente probada, de las medidas adoptadas y de su proporcionalidad”.
Una ley muy semejante se ha aprobado en la comunidad de Madrid (llamada “Ley de protección integral contra la LGTBIfobia”), entrando en vigencia el 11 de agosto de este año 2016. Al ritmo que llevamos y lo que se visualiza en el horizonte, este tipo de medidas se irán extendiendo al resto de la nación casi con total seguridad.
Estas leyes son totalmente contrarias a otras en Occidente respecto a cualquier otro tema. Ningún otro grupo (personas de otras étnias, discapacitados, profesantes de diversos credos, etc.) tiene el derecho y el privilegio de denunciar de tal manera que sea el demandado el que tenga que defenderse. Así que es evidente el peligro de que te acusen jurídicamente –seas profesante de una religión o completamente ateo- por expresar ante los demás que no compartes los ideales LGTBI o porque éstos se sientan ofendidos por una opinión contraria. Puede que llegue el día en que disentir conduzca a la cárcel.

¿De brazos cruzados?
Cuando leemos mensajes en Internet como “si a usted no le gusta el matrimonio gay, no se case con gays. Si a usted no le gusta el aborto, no aborte. Si a usted no le gusta las drogas, no las use. Si a usted no le gusta el sexo, no lo haga. Si a usted no le gusta la pornografía, no la vea. Si a usted no le gusta el alcohol, no lo beba. Si a usted no le gusta que violen sus derechos, simplemente, no viole los de los demás”, ¿qué nos están queriendo decir implícitamente, aparte de lo obvio? Que nos mantengamos al margen, que no nos impliquemos ni inmiscuyamos. En definitiva, que nos quedemos de brazos cruzados mientras ellos implementan su agenda, moldeando la sociedad y las leyes a su gusto. Pues no señores.
A aquellos que quieren llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo: háganlo, pero no esperen que el resto hagamos lo mismo ni apoyemos leyes al respecto. A aquellas parejas homosexuales que quieran adoptar hijos: que sepan que nosotros lucharemos hasta el infinito para que un retoño tenga un padre y una madre. A aquellos que quieren abortar libremente: manifiéstense para lograr sus objetivos mientras que nosotros haremos lo mismo por defender la vida del feto y denunciar las eliminaciones sistemáticas de los niños no deseados que se llevan a cabo en las clínicas abortistas. A aquellos que quieren consumir drogas y pornografía: que tomen conciencia de que nosotros lucharemos por erradicarlas y por educar a una juventud sana que no las consuma. A aquellos que no quieren que hablemos del amor de Dios y de la obra redentora de Cristo en la cruz, y dicho con todo mi cariño: no se preocupen, seguiremos haciéndolo.
Mientras que haya personas que no estemos de acuerdo con el puro relativismo moral que se basa en “hago lo que quiero, cuándo quiero, cómo quiero y porque quiero”, seguiremos alzando nuestras voces. ¿No dan a conocer sus reivindicaciones a través de manifestaciones y campañas? ¿No buscan que prevalezcan sus criterios por medio del activismo? ¿Es que únicamente ellos pueden manifestarse, hacer campañas y ser activistas?
Y que todo el mundo tenga esto muy presente: no lo hacemos porque nos creamos mejores personas (otra de las falacias que arrojan contra nosotros sin venir a cuento), sino porque consideramos que el orden concreto en el que creemos es el mejor para el desarrollo íntegro del individuo en todas sus facetas –conforme a su sexo biológico y atestiguado por la propia naturaleza-, como para el conjunto de la sociedad: hijos con un padre y una madre, y el hombre para la mujer y la mujer para el hombre, complementarios en todos los aspectos, incluyendo la sexualidad.

Y sin más, hasta aquí la otra cara de la moneda.

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