martes, 1 de diciembre de 2015

1. Realmente no habías nacido de nuevo


Venimos de aquí: Introducción:

Las iglesias locales están llenas de jóvenes inconversos que se congregan porque no les queda más remedio que obedecer a sus padres. En muchos casos, es la consecuencia directa de un tipo de predicación que únicamente muestra una cara de la moneda. Rebaja el evangelio a la oferta y los beneficios de la salvación. Se habla de Cristo como Salvador pero no como Señor. Esto provoca falsas “conversiones”.
Hablemos con claridad: Puede que lleves así muchos años. Das la apariencia de cristiano entre la multitud. Puede que incluso estés bautizado. Te has sentido en buena parte obligado desde que eras un crío a reunirte con ese grupo de personas que cantan a alguien a quien no puedes ver y que hablan sobre ese libro que consideran la Palabra de Dios. Pero para ti, en el fondo de tu corazón, todo eso te parece ridículo. Aunque se te puede ver participando en campamentos, excursiones, juegos y bailes, te quedas completamente callado cuando a tu alrededor surge una conversación sobre Dios, o directamente te marchas de forma disimulada. Hablan de algo que no entiendes y que no sientes dentro de ti. De ahí que procuras que en el instituto o en la universidad tus compañeros no sepan que te reúnes con cristianos. Sientes vergüenza y no quieres que te miren como a un joven al que le han lavado el cerebro desde su más tierna infancia.

El error de pensar que todos son cristianos
Cuando me reuní por primera vez en una congregación de creyentes, di por hecho que todos eran realmente cristianos. Esto fue un error ingenuo por mi parte. Tú mismo sabes que el hecho de que alguien esté físicamente presente en una reunión día tras día no significa forzosamente que sea cristiano. Nadie puede pasar por alto esta realidad. Hay personas que se reúnen únicamente porque tienen un grupo de amigos, porque se lo pasan bien con las actividades que realizan, o sencillamente a causa de sus padres, que directa o indirectamente les obligan a asistir. Incluso hay jóvenes que han estado sirviendo en algún tipo de ministerio pero que no han entregado su corazón a Dios: “He visto conversiones ligth, personas atraídas por los beneficios del evangelio que se adaptan a la rutina religiosa con sus múltiples y variopintas actividades, aprenden el lenguaje bíblico, cantan algunas canciones de moda en el ámbito cristiano, pero sus vidas están mas centradas en sí mismos que sometidas a la voluntad de Aquel que los compró con su preciosa sangre”[1].
Baste este ejemplo: un amigo de apenas dieciocho años me contó que participó en un culto en otra iglesia local donde había sido invitado. Una de las chicas del coro tenía una voz preciosa. Sin embargo, cuando salieron a cenar en grupo, la misma persona, que horas antes parecía un ángel, destapó su engaño: su boca brillaba por una cantidad abrumadora de palabras malsonantes hablando de todas sus “proezas” sexuales con los chicos sin ningún tipo de pudor y sin avergonzarse de sus actos ni mostrar signos de arrepentimiento. ¿Desliz en su forma de actuar? ¿Un mal día? ¿Pecó porque se dejó llevar? No, sencillamente no había “nacido de nuevo”. Como señaló Tito de este tipo de personas, decía conocer a Dios pero con sus hechos lo negaba (cf. Tit. 1:16).
¿Por qué estas personas tarde o temprano dejan de congregarse, si antes lo hacían sin haber nacido de nuevo?: Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Jn 3:20-21). Llega un momento que los que andan en tinieblas no soportan estar con aquellos que caminan en la luz. Sus conciencias se sienten terriblemente incómodas en la presencia de los verdaderos cristianos, por lo que prefieren evitarlos, incluso si algunos son amigos.
Puede darse el caso opuesto: Que nunca se marchen porque sus conciencias se hayan habituado a llevar una doble vida, por lo que no sienten cargas ni tienen problemas en engañar a los que les rodean. ¿Cuál es el problema de esta actitud? Que Dios no puede ser burlado (cf. Gá. 6:7). Tarde o temprano, en esta vida o en la otra, Él los juzgará: “Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después” (1 Ti. 5:24).
Laurie Polich señala: “Los chicos de iglesia pueden ser los más difíciles de alcanzar porque lo han oído todo, y por lo tanto, sienten que no tienen nada que aprender”[2]. El hecho de creer intelectualmente que Jesucristo es Dios no implica tampoco una gran diferencia. Puede ser (y lo es) un primer paso, pero posiblemente hayas oído en alguna ocasión las palabras de Santiago, quien afirmó que aun los demonios creen en Dios (cf. Stg 2:19). Pero esto no significa que lo tengan por Señor. Si es tu caso, quizá recibiste el evangelio en tu mente, pero no en el corazón y en tu vida. En ningún momento hubo realmente un momento de inflexión en que te reconociste ante Él como pecador, necesitado de su perdón y de su Gracia. No reconociste sinceramente que Cristo murió por tus pecados. Por lo tanto, no eras un hijo de Dios porque nunca experimentaste el ´nuevo nacimiento`. Lo hiciste o no lo hiciste: no hay término medio. Quizá hiciste una confesión de “boca para afuera” pero no “de corazón hacia dentro”. No se puede separar lo uno de lo otro, puesto que la boca debe reflejar lo que verdaderamente hay en el corazón, en lugar de repetir palabras como un loro: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro. 10:9-10).
 Asistir a un determinado lugar, reunirse con algunas personas o llevar a cabo determinadas actividades supuestamente religiosas no convierte a nadie en hijo de Dios. Los judíos creían que ser descendientes de Abraham los convertía automáticamente en  hijos del Altísimo. Por su parte, la iglesia católica enseña que todo ser humano es hijo de Dios y que una persona se hace cristiana tras bautizarse. Sin embargo, la Biblia se opone por completo a ambas ideas. El evangelio de Juan dice claramente: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).

¿Vivir como cristiano sin serlo?
Es absurdo que hayas tratado de vivir bajo principios cristianos si no lo eras realmente. Imagínate que eres budista. ¿Qué pensarías si un musulmán te dijera que tienes que ayunar en el mes del Ramadán? ¡Sería absurdo! Si no compartes su fe, y con ello sus creencias, su ética, su moral y sus principios, ¿por qué tendrías que hacer lo que él te dice? De igual manera, ¿cómo puedo pedirte si no has ´nacido de nuevo` que te muevas por principios bíblicos, que estudies lo que Dios enseña, que ores, que te mantengas virgen hasta el matrimonio, que vivas en pureza y santidad, que no participes en borracheras, que vistas con modestia, que no mientas ni critiques con malicia, que no pienses como el resto de la sociedad ni te comportes como ellos? Es como tratar de enseñar al que no quiere aprender. Sería decorar un rascacielos cuando ni siquiera se han puesto los cimientos. ¿Cómo voy a pedirte que vivas de una manera en la cual no crees? Sería un acto de hipocresía por tu parte. Algo forzado y antinatural. Y quizá, en lo más profundo de ti, así te sientes mientras actúas externamente como cristiano.
Pablo dijo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:1-3). ¿Cómo empieza el texto? Con un “si”. Existen dos tipos de “si”. El (con tilde) como adverbio, que es el que se emplea para afirmar; y el si (sin tilde), que indica condicionalidad. El empleado aquí es el condicional. Se tiene que cumplir la condición (haber resucitado con Cristo) para que el resto de la frase adquiera su sentido total (buscad las cosas de arriba). La vida en Cristo es en exclusiva para aquellos que han resucitado en Él. No para los “casi”, sino para los “sí”.

¿Te obligaron tus padres?
Puede que ahora que eres mayor de edad o ya un adulto, sientas que tus padres no deberían haberte “obligado” a saber de Dios. Ahí estás equivocado. Ellos tenían unos “deberes” para contigo. Pablo enseñó que los padres criaran a sus hijos en disciplina y amonestación del Señor (cf. Ef. 6:4). Ellos hacían lo que era mejor para ti, aunque no lo entendieras muchas veces, y todo a pesar de los errores que pudieron cometer como humanos imperfectos. Tus padres tenían la labor de educarte en los caminos de Dios, aun cuando, a día de hoy, no lo tengas por Señor. Por lo tanto, no creas que estoy defendiendo que tus padres te tendrían que haber dado total libertad para que tú hicieras lo que quisieras. Si es eso lo que piensas, te estás equivocando profundamente. Dije que sería sincero y hablaríamos claro, no que te daría siempre la razón. Tienes que entender que para ellos era una responsabilidad que asumieron el día que decidieron traerte a este mundo. Recuerda que legalmente estabas bajo su custodia hasta la mayoría de edad (que varía según el país) y era el deber de ellos educarte como creían conveniente según los patrones bíblicos. Por eso la Biblia enseña a los hijos que oigan la enseñanza del padre y que no menosprecien la dirección de su madre (cf. Pr. 1:8). Algunos padres han ofrecido cierta libertad en ocasiones concretas a sus hijos para que hicieran lo que quisieran, aun sabiendo que iban a sufrir por sus decisiones; así ellos mismos aprenderían por medio de la experiencia.
Hay un texto en Proverbios que muchos malinterpretan: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6). Tanto tú como tus padres deben entender estas palabras. Este libro de dichos de Salomón está lleno de principios de vida (éticos y morales), pero sus afirmaciones no significan que todos se tengan que cumplir “sí o sí”, como si fueran infalibles. No comprender esto puede llevar a muchos padres a sentirse culpables si sus hijos no llegan a entregar sus vidas al Señor, porque piensan que fueron ellos quienes tuvieron la culpa, que no los educaron lo suficientemente bien, que debieron haber hecho más o que no fueron perfectos en sus ejemplos. No es cierto, ni mucho menos, que un chico que haya sido educado en el camino de Dios vaya a vivir para Él. El texto en sí es un llamado a la educación, no una promesa. Ni tú ni nadie puede culpar a sus padres por no haber sido el mejor ejemplo, porque, en primera y última instancia, cada uno decide qué hacer con su vida y si dar o no el paso de fe. Nadie puede ampararse ni excusarse detrás de sus progenitores. La Palabra es tajante al respecto: “Los padres no morirán por los hijos, ni los hijos por los padres; cada uno morirá por su pecado” (Dt. 24:16)[3].

Libertad y las consecuencias de las propias decisiones
Al igual que no existe un término medio en lo que respecta al ´nuevo nacimiento`, tampoco hay un camino intermedio en lo que respecta a las decisiones que tomamos sobre qué rumbo tomar. Aquí no hay más vuelta de hoja: creer que Cristo pagó en la cruz por tus pecados y aceptarlo como el Señor de tu vida, trae como consecuencia automática que tu nombre sea escrito en el Libro de la Vida (cf. Ap. 20:12), de tal manera que pasarás la eternidad junto a Dios. En consonancia, no creer conlleva el efecto contrario: la separación eterna del Creador y el sufrimiento consecuente que no podemos ni queremos imaginar. Como dijo C.S. Lewis (el autor de Las Crónicas de Narnia): “En última instancia sólo hay dos tipos de personas: los que dicen a Dios ‘hágase tu voluntad’ y aquellos a quienes Dios dirá, al fin (de la historia), ‘hágase tu voluntad’. Todos los que están en el infierno lo han elegido. Sin esta opción personal no habría infierno”. A los que no quieren saber nada de Dios, Él les concede tal deseo: El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado” (Jn. 3:18).
Dios te concede libertad y no te encañona con una pistola en la sien para obligarte a creer. Pero, ya que Él inventó este “juego”, puso unas normas. Al igual que en el fútbol no se puede marcar goles con las manos como si fueras “Maradona”, el camino y las decisiones que tomemos determinarán nuestro destino eterno. Jesucristo dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo” (Jn. 10:9).
Sé que hablar de los efectos nocivos de una mala decisión no es agradable. Citar el cielo como promesa y el infierno como amenaza puede sonar a chantaje e infundir temor. Es cierto que hay cristianos que han llegado a serlo en primera instancia por esta convicción. Es la manera que Dios ha usado para mostrarles las consecuencias de sus actos. Pero el camino profundo, aquel que permanece para siempre, es aquel que nos muestra el amor de Dios por medio de Su Hijo. Ni mucho menos desea que tengas que pagar un precio tan alto por tus actos errados. Ni mucho menos desea verte alejado de Él. La realidad es completamente opuesta: Quiere amarte, cuidarte, ayudarte, ofrecerte una guía, consolarte, perdonarte, animarte, llenarte de paz, darle sentido a tu existencia, regalarte aceptación y traerte sanidad al corazón. Esto es parte de lo que mencionó Cristo cuando dijo hace dos mil años que el Reino de Dios se había acercado a este mundo.
También, y sin duda alguna, desea fervientemente que pases la eternidad a su lado disfrutando de todo lo que tiene preparado. Estos son algunos de los muchos beneficios de ser cristiano. ¿Qué pensarías si conocieras un hombre o a una mujer que te aceptara incondicionalmente, que cuando cayeras te ayudase en lugar de pisotearte, que cuando estuvieras desanimado te ofreciera su consuelo y aliento, que cuando fallaras no hiciera leña del árbol caído sino que te levantara, que no te guardara rencor cuando erraras, que estuviera siempre a tu lado, que cuando todo el mundo te abandonara permaneciera fiel contigo? ¿No querrías a alguien así en tu vida? ¿No querrías agradarle? ¿No escucharías lo que tuviera que decir?

El amor conlleva el perdón
Todo esto no quita la otra realidad: todos los seres humanos cometemos malas acciones, algunas queriendo y otras sin querer. Nos enojamos y elevamos el tono de voz en exceso, mentimos, hablamos con descortesía, nos burlamos de los débiles, criticamos con sorna los errores ajenos, respondemos en momentos en los que habría que callar, nos quejamos en demasía, pensamos mal de nuestros compañeros, anhelamos lo que no debiéramos, envidiamos a los que tienen más que nosotros, miramos tanto por nosotros mismos que caemos en el egoísmo, nos mostramos soberbios, etc. Esto es, ni más ni menos, a lo que la Biblia llama pecado: la desobediencia a las leyes de Dios. Y el pecado no puede ser pasado por alto. El Creador del universo no puede concederle la gloria a aquel que ha hecho todo tipo de méritos para no merecerla. Tanto tú como yo nos merecíamos la muerte eterna. Era el precio a pagar. Pero Dios ofreció una solución: Pagar el precio por ti y por mí. Y seguramente ya sabes qué hizo para ello: morir en una cruz cargando con todo lo malo que anida en nosotros. ¿Por qué lo hizo? POR AMOR: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). Ahí es donde el Altísimo quiere enfocar tu atención: en lo que hizo por ti a causa del amor que siente hacia tu persona y que espera que aceptes.
Casi todos los hombres y mujeres se emocionan cuando ven en una película al protagonista entregar su propia vida por la persona que ama. Todos nos conmovemos profundamente ante tal demostración de amor. Teniendo en mente este sencillo ejemplo, reflexiona sobre el tipo de amor que Dios te demostró. Si te acercas a Él, hazlo con esa certidumbre.
Ahora todo queda en tu mano: “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas” (Dt. 30:19). Recuerda que, como le dijo Jesús a Nicodemo (cf. Jn. 3:7), es necesario “nacer de nuevo” para tener vida eterna y entrar en el Reino de Dios, y que este nacimiento “espiritual” no se puede lograr por uno mismo, sino según la voluntad de Dios y que es producido por el Espíritu Santo cuando una persona cree en el Señor Jesucristo y en la obra que Él realizó en la cruz[4]


Seguimos aquí: “Dejaste de transformarte y de ser un discípulo”
http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/03/2-dejaste-de-transformarte-y-de-ser-un.html 


[1] Zaballos, Virgilio. Nos os conforméis al sistema. Betel. Pg. 16.
[2] Polich, Laurie. Grupos Pequeños y Células de Impacto. Vida.
[3] Esto no quita que sea cierto que hay personas que no se animan a dar el paso de fe por la imagen distorsionada que le han ofrecido de Dios y de la Iglesia (legalismo, condenación, falsas doctrinas, etc.).
[4] Si necesitas ampliar tu conocimiento sobre el significado exacto de la muerte de Cristo y la cruz, y qué tiene que ver contigo, te recomiendo que leas No soy religioso, ni católico, ni protestante: Simplemente cristiano: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/no-soy-religioso-ni-catolico-ni.html

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