Este
artículo en clave metafórica fue publicado originalmente en el blog de un
antiguo amigo en 2005. Ahora lo recupero tras los atentados en París el 13 de
Noviembre de 2015.
Hace pocos días se estrenó la última
película de Steven Spielberg. Siempre admirado por sus seguidores, que han
esperado expectantes más de un año desde que se emitió el primer teaser en los
cines. En esta ocasión, basada en la famosa novela de H.G. Wells, “La Guerra de
los Mundos”. Gustos personales aparte sobre los actores, la trama brilla por
unos sensacionales efectos especiales, destacando los aterradores efectos
sonoros que producían las naves invasoras y la lucha de una familia común por
sobrevivir en medio del caos mundial.
Por lo que sabemos, el director no ha
querido hacer otra película americana estilo “Independence Day”, con los
arquetípicos militares y héroes dirigiendo la desesperada defensa del planeta.
También ha dejado de lado la imagen bondadosa e inocente de los alienígenas que
previamente nos había mostrado en sus anteriores películas como “ET” y
“Encuentros en la tercera fase”. Principalmente ha partido del guión de la
emisión radiofónica que llevó a cabo el periodista Orson Wells el 30 de octubre
de 1938. Spielberg compró en una subasta la única copia disponible ya que el
resto de ellas fueron destruidas por el FBI durante la investigación que se
llevó a cabo por el escándalo y la alerta nacional que produjo. Como muchos ya
saben, la emisión narraba de manera real una invasión alienígena. Wells, de 23
años, “conectaba” con un reportero que iba narrando como un gran objeto
metálico se había precipitado sobre Nueva Jersey y los marcianos invadían la
ciudad gaseando a toda la población. La histeria se desató en buena parte del
país, y más de 1 millón de personas huyeron de las ciudades a las montañas,
escondiéndose en los sótanos y ocultando sus rostros en trapos húmedos para
evitar inhalar el gas mortal. Mientras, 7000 soldados del ejército de tierra
eran aniquilados por una sola máquina marciana. Todo ficción, ¿o no?
En una reciente entrevista, el director
afirmó: “Si la tierra fuera atacada por seres de otros planetas, sería muy
semejante a lo aquí mostrado”. Habla en futuro. Pero se equivoca. La tierra ya
fue atacada y sigue siéndola. Las mismas imágenes de multitudes huyendo
despavoridas de los extraterrestres las contemplamos un tal 11 de Septiembre
cuando dos “Ovnis” pilotados por “alienígenas” desalmados derribaron dos torres
gemelas, matando a miles de inocentes. Desde entonces, el planeta entero está
en guerra. Desde entonces nos están invadiendo. En todos los rincones del
planeta, desde Nairobi, Dar As Salam, Yemen, Moscú, Jerusalén, hasta Riad,
Bali, Estambul, Casablanca, Madrid y Londres. Son sólo algunos ejemplos. Nos
golpean y nos vuelven a golpear. Matan y se esconden, esperando el mejor
momento para volver a cometer sus fechorías. Nuestras defensas apenas sirven de
nada. Controlamos ciertas embestidas, pero no todas.
La palabra extraterrestre tiene un
significado muy sencillo: “Que no pertenecen a esta tierra, fuera de nuestro
planeta”. Es difícil aceptar la procedencia de nuestros invasores. Es difícil
asumir que ya están entre nosotros y que nos rodean. Es dificil comprender cómo
son tan fríos y calculadores y al mismo tiempo no conocen la misericordia.
Seres que desconocen el significado de las palabras respeto y compasión.
Seres que viven en un estado de maldad continua. Seres macabros y crueles con
todos aquellos que piensan diferente a ellos y que no se someten a sus
creencias y credos. Cobardes que no se enfrentan a los ejércitos, sino a los
desprotegidos civiles. Cobardes que se regodean en los daños colaterales. No
suelen dar explicaciones racionales, excepto que luchan por no sé que dios.
Implacables y destructivos, basados en una “cultura” de odio y muerte. Mientras
más muertos haya, mejor: es su doctrina. En este aspecto, el genial Spielberg
no ha logrado sorprendernos. Ya los conocíamos.
Nos sorprenden y apabullan la
espectacularidad de las imágenes de “La Guerra de los Mundos”. Muertos,
heridos, ciudades destruidas, aviones partidos en mil pedazos. Deberían formar
parte de la ficción, pero en nuestro día a día se han convertido en imágenes
familiares. De nuevo, la realidad supera a la ficción. ¿Preguntas? ¡Muchas!
¿Qué nos deparará el futuro? ¿De cuántos horrores seremos testigos? ¿Cuántos
millones de muertos más se “pasearán” por nuestras pantallas de televisión?,
¿Algún día seremos nosotros quienes tengamos que huir? ¿Caeremos en sus manos?
¿Seremos derrotados? ¿Venceremos? ¿A qué precio? ¿Estaremos dispuestos a
pagarlo? Nadie en este mundo sabe exáctamente cómo evolucionará todo, ni
siquiera visionarios como H.G. Wells, Orson Wells o Spielberg. El tiempo
lo dirá.
Ante este panorama desolador, los cristianos pueden desfallecer. Para que esto no ocurra, debemos recordar una vez más las verdades eternas. Suceda lo que suceda en este mundo, sabemos el resultado final: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo [...] Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:31-33, 41). Los que hayan creído en falsos dioses, se llamen éstos como se llamen, irán al castigo eterno. Los que hayan creído en Jesús como Señor y Salvador pasarán la eternidad en esos cielos y tierra nueva que Dios tiene preparado (Apocalipsis 21). Y eso ocurrirá cuando se afirmen sus pies sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente (Zacarías 14:4). Pase lo que pase a nuestro alrededor, e incluso en medio de las lágrimas, descansemos en Él.
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