París. 7 de Enero de 2015. 11 de la
mañana. Dos hombres encapuchados y armados con fusiles de asalto Kaláshnikov,
interrumpieron en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo al grito “Al-lahu-àkbar” (“Alá es grande” en árabe), asesinando a doce
personas, incluyendo al director y a dos agentes de policía, rematando a uno de
ellos en el suelo sin ningún tipo de piedad. Según ellos, estaban vengando la
afrenta causada por la publicación en dicho medio de unas caricaturas del
“profeta” Mahoma. Tres días después hallaban la muerte a manos de las fuerzas
especiales francesas, a la misma hora que otro terrorista era abatido en un
supermercado, tras haber asesinado a cuatro rehenes, todos ellos de
nacionalidad judía.
Actualmente, las
potencias occidentales están tomando medidas para hacer frente a este tipo de terrorismo. Vigilancia en infraestructuras como aeropuertos, centrales
eléctricas y nucleares, despliegue del ejército en diversos lugares críticos,
redadas contra grupos que planean atentados, detención de decenas de sospechosos,
control de pasajeros que vienen de países en guerra como Siria, etc. Estas son
algunos de los pasos que ya han puesto en marcha diversas naciones. Pero, como
bien dijo la vicepresidenta del Gobierno español Soraya Sáenz de Santamaría: “El
riesgo cero no existe”.
Sin querer ser pájaro de mal
agüero y, aunque no sea políticamente correcto, es evidente que, tarde o
temprano, se producirá un nuevo atentado, en mayor o menor escala, con mayor o
menor virulencia, y con más o menos víctimas (mientras escribo estas líneas, se
ha producido uno más en Dinamarca, en una mezquita de Yemen con más de 130
muertos, y el último en Túnez, con al menos 19 personas asesinadas, siendo dos
de ellas un matrimonio español que celebraba sus bodas de oro. Atentados
reivindicados por el autoproclamado Estado Islámico o por alguna de sus
“sucursales”).
Los ejemplos de la
historia reciente vaticinan que esto no va a parar: la destrucción de las
Torres Gemelas que segó miles de vidas el 11-S; la explosión de cuatro trenes
el trágico 11-M en Madrid con 192 muertos y 1858 heridos; un autobús y tres
vagones del metro en Londres en 2005, con 56 fallecidos y más de 700 heridos;
el asalto a un centro comercial de Nairobi (Kenia) en 2012, con 72 fallecidos y
más de 200 heridos; etc. También en 2012, Mohammed Merah asesinó en Francia a 7
personas, incluyendo a tres niños de un colegio de Toulouse. Ese mismo año detuvieron a varios
terroristas que planeaban un ataque con aviones de aeromodelismo cargados de
explosivos contra un centro comercial de mi ciudad. Esa es una pequeña parte de
la estela que ha provocado el terror. La lista es mucho más amplia.
¿Hay razones para temer el Islam?
Desde aquel fatídico día
en París, grupos ya existentes como los “Patriotas Europeos contra la
Islamización de Occidente” (Pegida por sus siglas en alemán) o el Frente
Nacional Francés, han tomado fuerza en los últimos meses, solicitando incluso
la expulsión de los musulmanes de sus tierras y el fin de la diversidad
cultural. Estos movimientos son considerado xenófobos, racistas y fascistas por
los principales gobernantes mundiales. A aquellos que avisan de los peligros
del Islam se les califica directamente de “Islamófobos”, en un sentido de
“asco” y “animadversión”. Es más, por citar un ejemplo, el Doctor por la
Universidad Autónoma de Madrid en el área de Estudios Árabes e Islámicos,
Fernando Bravo López, en su tesis Islamofobia y antisemitismo: la
construcción discursiva de las amenazas islámica y judia (2009)[1],
señala que considerar el Islam como tal una amenaza es Islamofobia. Disiento
completamente de su percepción. En realidad, el término
fobia significa “miedo
irracional, obsesivo y angustioso hacia determinadas situaciones, cosas,
personas, etc.”. En mi opinión, no es un miedo irracional
hacia determinados sectores que se consideran islámicos, sino un miedo basado
en la evidencia.
Sin ser catastrófico ni querer ser
alarmista, humanamente hablando (no como cristiano), hay razones de mucho peso
para inquietarnos ante sectores muy concretos que se identifican con el Islam, aunque
muchos musulmanes no se sientan representados por ellos. Independientemente del
concepto que algunos hagan sobre la violencia en el Corán, también hay otros
aspectos culturales derivados de su libro sagrado que para Occidente van a ser
realmente problemáticos en un tiempo cercano, como ya estamos vislumbrando. En
algunos casos, por cómo se está llevando a cabo la “integración” de estos inmigrantes
en suelo europeo (que, a este paso, con el tiempo serán mayoría), con claras injusticias
sociales que aisla en guetos a comunidades enteras sin trabajo ni futuro,
aunque luego se les aplique algunos derechos sin obligaciones para mantenerlos medianamente
tranquilos. En otros, por la aplicación de la sharia (Ley Islámica) en diversos países de corte dictatorial (aunque
se camuflen como democráticos en sus relaciones con Occidente), donde las
mujeres y las niñas son las principales víctimas y que los que se “convierten”
al cristianismo son perseguidos e incluso asesinados. Y en último lugar, por la
violencia desmedida y sin fin de grupos como Al-Qaeda o Al-Shabaab en Somalia y
Nigeria, sin olvidar al naciente Estado Islámico, que controla amplias zonas en
Irak y Siria, y amenaza con extenderse a más países de la región (como Libia),
queriendo imponer su versión del Islam por medio de la fuerza, y que amenazan
con atacar Europa de una manera u otra. Ante
todo esto y como reacción, posiblemente nos toque contemplar cómo la extrema
derecha tome con el tiempo el poder en algunos países europeos. Si esto llegara
a extenderse, las consecuencias pueden ser impredecibles.
Expresar mi opinión no me convierte en
“anti-nada” ni estoy a favor de movimientos como Pegida, por lo que no odio a los musulmanes ni los encasillo a
todos por igual. El llamamiento de Jesús es a orar por ellos y a amarlos. Llevo
desde 1998 trabajando cada verano en el Puerto de mi ciudad, y en apenas un par
de meses pasan más de un millón de pasajeros con destino a diversos países
africanos. Allí trato con personas que se muestran amigables y cordiales; y con
otras que no lo son tanto, que provocan que la sangre hierva en diversos momentos
de tensión y que mis ojos han contemplado estupefacto, siendo necesaria en
casos extremos la intervención de los Antidisturbios de la Guardia Civil. Aún
así, aunque sean muy llamativos, son casos aislados y puntuales. Y esto sucede igualmente
en muchas partes del mundo, independientemente de la religión que practiquen,
de que sean ateos, blancos o negros, o de diferentes nacionalidades.
El odio surge en el momento en que los
etiquetamos y nos olvidamos que son seres humanos que han sido educados de una
manera determinada, sin control alguno sobre los valores que les han inculcado
desde jóvenes. Cuando perdemos esto de perspectiva, caemos en el fanatismo. Cuando
olvidamos que nosotros podríamos haber nacido en esos países y haber compartido
las mismas creencias, caemos en la repulsa personal. Y eso es un grave error.
Yo
no soy Charlie
No comparto el lema “Je suis Charlie” (Yo
soy Charlie), tan de moda últimamente para identificarse con la revista donde
trabajaban los asesinados en París. Lamento profundamente la pérdida de sus
vidas y comparto el dolor de compañeros, amigos y familiares. Y nada justifica la
deleznable acción que cometieron contra ellos. Pero esto no elimina lo que
pienso sobre la forma que tenían de expresarse. El Primer Ministro
británico, David Cameron, dijo: “Creo que en
una sociedad libre, hay derecho a ofender a las religiones”. Y afirmó ser
cristiano. Si realmente lo fuera, sabría que el mismo Pablo enseñó claramente que
la libertad de conciencia tiene un límite: no ser de tropiezo a terceras
personas, en el sentido negativo del término.
La
libertad de expresión no es ilimitada. Hace unos meses, Iker Casillas, portero
del Real Madrid y de la selección española, colgó en una red social una foto de
pareja y su bebé. Una persona desalmada escribió: “Tíralo al agua, a ver si
flota”. Iker le contestó con toda contundencia. Para defender la libertad de
expresión no podemos basarnos en el “todo vale”. La educación y el respeto
tienen que ir de la mano de la libertad. Por eso dijo Santiago: “Si alguno no ofende en palabra,
éste es varón perfecto [...] Así también la lengua es un miembro
pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, !!cuán grande bosque enciende
un pequeño fuego! [...] Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella
maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma
boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?”
(Santiago 3:2,5,9). Todo
tiene un límite y Charlie Hebdo no es una
excepción. Creer lo contrario solo conduce al odio.
Puedo
expresar con total libertad mi desacuerdo con el Islam. Puedo mostrar –como haré
en su momento, las enseñanzas del Corán que son sumamente controversiales en
diversos temas, como el uso de la fuerza contra los llamados “infieles” o el
valor que se le concede a la mujer y su posición en la sociedad. Puedo decir
sin tapujos que, en su esencia, el Islam no es una religión de igualdad, a
pesar de lo que nos quieren vender muchos políticos occidentales y los propios
musulmanes europeos (reconociendo por mi parte que muchísimos de ellos están en
contra de la violencia –el porqué lo explicaremos en su momento). Puedo
esforzarme en entender las razones por las cuales diversos círculos del Islam
consideran a los terroristas como fanáticos, fruto de una perversión del
verdadero Islam, que interpretan incorrectamente el Corán y que se sirven del
nombre de “Alá” para cometer sus fechorías. Y puedo manifestar con total
libertad la manera en que aplican sus creencias.
Nada de
esto es fomentar el odio o los prejuicios, sino mostrar con claridad lo que no
se puede negar y así aportar un poco de luz en este peliagudo asunto, hablando
claramente de los diversas escenarios que se pueden presentar en un futuro
cercano.
Ahí
está mi libertad de expresión. ¿Qué se sentirán ofendidos por señalar el estilo
de vida que llevó Mahoma, junto a muchas de sus enseñanzas? Sin duda. Esto
sucede siempre que se disiente del punto de vista de otras personas. Los mismos
judíos se sentían ofendidos cuando Jesús les mostraba cuán errados estaban. Pero
recordemos que las palabras de Cristo no tenían un afán destructivo. Su fin era
corregir y llevar a sus oyentes a reflexionar sobre la senda correcta para que
pudieran cambiar. Por eso mi libertad no radica en mofarme de los musulmanes de
diversas maneras, sea con viñetas satíricas o escritos grotescos. En ese
sentido, “yo no soy Charlie”.
La hipocresía del Occidente postmodernista
Occidente
se considera superior al mundo islámico porque tecnológicamente está más
avanzado y porque contempla el atraso en que viven sumergidos muchos países
donde los musulmanes son mayoría, incluso en casos extremos igual que en la
Edad Media. También nos creemos mejores porque nuestros derechos humanos son
superiores a los suyos y la mujer tiene derechos que no poseen en otros países.
En cierta manera, en nuestros países ondea la democracía, algo que no abunda en
otros lugares. Estas características son reales, pero eso no nos convierte en
“mejores”. La moral occidental también posee unos “valores” trágicos y
abominables. El problema es que solemos ser selectivos con lo que nos gusta y
con lo que no: lo que está bien para nosotros, simplemente está bien porque así
lo creemos. Pero ellos no son ciegos y ven la hipocresía del occidente
postmodernista, donde Dios es negado y las raíces judeo-cristianas abandonadas,
donde todo gira en torno al ser humano, el nuevo “dios”. Observan la corrupción
moral y política de sus dirigentes. Contemplan las desigualdades sociales,
donde miles de familias sin recursos económicos son desahuciados de sus
viviendas y tienen que recurrir a comedores sociales, mientras otros viven
prácticamente en un paraíso terrenal. Contemplan un mundo donte el aborto se
considera un derecho. Contemplan a millones de personas a las calles para
manifestarse en contra del terror que provoca el fallecimiento de varias
decenas de individuos, mientras nadie mueve un dedo por países como Siria,
enfrascada en una guerra civil con más de 200.000 muertos, y cuyo dirigente
sigue en el poder a pesar de haber usado armas químicas contra su propio
pueblo.
Contemplan
la doble vara de medir la realidad: “asesinato de inocentes” cuando los
fallecidos son occidentales y “daños colaterales” cuando los países de la OTAN
bombardean alguna ciudad, sin ningún tipo de compensación o ayuda para los
familiares de las víctimas. Se denuncia las condiciones de esclavitud y de
“obra de mano barata” de los trabajadores que construyen los estadios de fútbol
de Qatar, pero no hay problemas en organizar el Mundial allí por intereses
económicos. Se denuncia la falta de libertades sociales de las mujeres en
Arabia Saudí, pero se firman acuerdos comerciales multimillonarios con sus
líderes. Los políticos más poderosos del mundo organizan eventos donde, con
caras largas y serias, señalan los horrores de tal o cual guerra, al mismo
tiempo que venden tanques, aviones, fusiles y todo tipo de artillería pesada. Se
critica a determinados estados por la violación sistemática de los derechos
humanos, al mismo tiempo que se hacen negocios con ellos que reportan miles
millones en beneficios.
Los musulmanes vienen
a los países del Mediterraneo y son testigos de cómo miles de jóvenes “adoran”
al dios “alcohol”, que necesitan para desinhibirse. Se les critica por tratar a
las mujeres como objetos sexuales, cuando aquí el uso de la prostitución está
muy extendido por los mismos países que “producen” millones de videos
pornográficos, tanto profesionales como caseros.
Ven a
personas que se llaman a sí mismas cristianas que no viven como tales y que
incluso se odían entre ellos; los mismos que se burlan del amor que profesan
hacia su libro sagrado y que no conocen el suyo propio, como es la Biblia. Nos
enojamos cuando les escuchamos clamar por venganza, pero nosotros gritamos de
la misma manera cuando somos los afectados. Los tachamos de inmorales por ser
polígamos, cuando aquí el adulterio, la infidelidad y el sexo antes del matrimonio
están a la orden del día. Los menospreciamos por sus túnicas o porque llevan un
pañuelo en la cabeza, pero aquí no hay ningún problema en vestir sin pudor. Nos
reímos de sus creencias por considerarlas infantiles, pero creemos en el
Horóscopo, el Tarot y demás métodos de “adivinación”.
Los
occidentales consideran que su “ética” es la correcta y deseable, pero que la
de los musulmanes es inadmisible. ¿Pero de verdad creemos que ellos son ciegos
y “bobos”? ¿Qué Occidente es, en general, un “mundo mejor” para vivir? Es
evidente. Pero la verdad es que, ante todas las circunstancias señaladas y ante
toda esta hipocresía, buena parte de Occidente no tiene ninguna autoridad moral
para indicarle a los musulmanes cómo tiene que pensar, sentir y vivir.
Está claro
que el Islam no es el único problema de este mundo. Querer culparlos de todos
los males es pura ceguera y reducirlo todo a “héroes” (nosotros) y “villanos”
(ellos). El capitalismo voraz, el hedonismo, el materialismo, el egoísmo
personal, la mentira, las dictaduras y los estados totalitarios, la hipocresía,
la doble ética o la ausencia de ella, la xenofobia, la corrupción de menores
desde los mismos medios de comunicación, el consumo de drogas, los empresarios
que solo miran por sus intereses, las desigualdades sociales, las enfermedades
causadas por la misma perversión sexual, e incluso las versiones distorsionadas
del cristianismo, nos dan una visión global de la maldad del ser humano en
general. Es la sociedad que hemos construido entre todos y es el precio que
estamos pagando. No es para estar muy orgullosos. Nos seguimos matando por una bandera y por
nacionalismos, por pedazos de tierra, por las ansias de poder, de dominio y de
grandeza que abusa del débil, por los recursos naturales y por los sentimientos
de superioridad respecto a otras etnias. Todo como consecuencia de la maldad
innata que habita en el corazón de cada ser humano, y que se expresa de
diversas maneras. En nuestro interior residen tanto la luz como las tinieblas.
La misma solución para todos
Como
cristiano que soy, repito la palabras que pronunció Pablo en Atenás hace 2000
años: “Pero Dios, habiendo pasado por alto
los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual
juzgará al mundo con justicia”
(Hechos 17:30-31). El texto es claro: A todos los hombres en todo lugar. ¿Por
qué?: Porque Él “quiere que todos los hombres sean salvos y
vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2.1-6), ya que Él los ama a todos. Ahí está Su grandeza.
Esto va dirigido a todas
las personas, sean de Occidente o de Oriente, del Norte o del Sur, sean
musulmanes, ateos, agnósticos, filósofos, budistas, cristianos que no han
“nacido de nuevo”, mormones, Testigos de Jehová, etc.
Si no crees que Jesús es la Encarnación de Dios y piensas que los
acontecimientos narrados en el Nuevo Testamento son falsos, y hasta el día en
que yo mismo escriba del tema, lo único que puedo es suplicarte que estudies
profundamente aquellos escritos de apologética que defienden lo contrario. Por
su claridad y brevedad, te recomiendo simplemente dos libros: “3
preguntas clave sobre Jesús”, de Murray J. Harris, y “Más
que un carpintero”, de Josh MacDowell[2].
Hay
mucho en juego.
Si eres de los que sí
lo cree, pero piensas que no haces nada malo (o al menos “no mucho”), que nadie
puede quejarse de ti, que no tienes maldad alguna, y todo esto te suena a
chino, te remito aquí para que pueda explicarme:
Espero que te sirva.
[2]
Si quieres libros más extensos sobre el tema, aquí tienes algunos más, dentro
de la categoría de “apologética”: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/12/aprender-y-crecer-conformarse-y.html
Expresó mi mi más sincero agradecimiento por el aporte que significa este Blog. Mucha ignorancia y emocionalismo hacen que la fe en los creyentes.sea frágil, endeble y facil de anular. Seguir en contacto para aprovechar este aporte será mi privileguio
ResponderEliminarHola David. Te agradezco de corazón tus palabras y me alegra saber que puede resultar de bendición este pequeño blog. ¡Que el Señor te bendiga!
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