Venimos de aquí: “Introducción”:
Hay épocas en tu vida en que lo llevas mejor. Apenas
piensas en ello. Vives caminando un día tras otro y nada parece afectarte. Sin
embargo, cada cierto tiempo, llegan esas largas noches cuyos segundos y minutos
se convierten en eternas horas. Momentos en los que eres incapaz de dormir y te
cuesta razonar con objetividad. Te desanimas. Te hundes. Por momentos, sientes
que tu vida no tiene sentido. Nada tiene propósito. Te inundas de dudas. Y
comienzas a buscar explicaciones, interrogando al mismo cielo: “¿Por qué, por
qué, por qué? ¿Alguna vez tendré una compañera de viaje? ¿Será sólo un sueño
reservado para algunos privilegiados? ¿Podré sentir algún día ese cosquilleo
que se presupone al tomar a alguien de la mano? ¿Qué se siente al besar a quien
amas? ¿Acaso no valgo lo suficiente? ¿Es que no soy digno ni relevante? ¿Es que
no reúno los requisitos necesarios? ¿Es que no tengo las cualidades que las
personas del sexo opuesto buscan en un compañero sentimental? ¿Es que ni lo
mejor de mí es capaz de lograr que alguien quiera estar conmigo? ¿He hecho algo
tan malo en mi vida que no merezco una pareja? ¿Habrá algún defecto en mí, lo
suficientemente llamativo, interno o externo, que nadie me cuenta y que no
logro ver, que provoca algún tipo de rechazo? ¿Por que siempre me quieren como
amigo pero nada más? ¿Buscan algo que nunca hayan en mí? ¿Qué tienen los demás
que yo no poseo? ¿Nadie se siente complementado conmigo? ¿No existe la persona
en este planeta a quien poder expresarle ese tipo de cariño que se reserva para
la especial? ¿Por qué tengo la
sensación de ser invisible en tantas ocasiones, e incluso de no existir? ¿Es
esta la voluntad de Dios para mi vida? ¿Acaso no dijeron Jesús y Pablo en
persona que no todo el mundo estaba preparado para permanecer soltero? (cf. Mateo 19:10-12; 1 Corintios 7). Estas y otras muchas preguntas son las que se
hacen en su foro interno infinidad de solteros, aunque casi nunca las expresan
abiertamente. Callan porque saben que, si hablan, terminarán sintiéndose aún
peor; aparte de que no les gusta ser el centro de la conversación y que otros
les analicen o planteen teorías del
porqué de su solteria, por muy amigos que sean.
En definitiva, decenas
de interrogantes que asaltan sin descanso
en la mente y que no terminan de encontrar respuestas en el corazón.
Infinidad de personas darían todo su dinero y sus
posesiones materiales por escuchar como alguien les susurra suavemente a lo más
profundo del corazón: “Te quiero”. Es muy conocida la escena de la película Notting Hill, en la cual Julia Roberts
le dice a Hught Grant mientras llora: “Sólo quiero un hombre que me quiera”. Recuerdo exactamente las mismas palabras en medio de una
conversación a la que asistí como espectador improvisado, donde una mujer le
decía a otra con la voz totalmente rota: “Sólo quiero un hombre que me quiera.
Sólo eso. Si quiere que le haga de comer, lo haré. Si quiere que le planche, lo
haré... Pero que me quiera”. Tales palabras muestran tal grado de desesperación
que recuerdan a la cita de proverbios: “La esperanza que se demora es
tormento del corazón” (Proverbios 13:12a). Hombres y mujeres se
visten con sus mejores galas; se muestran simpatic@s y alegres, atent@s y tiern@s,
mantienen una buena conversación donde hablan y no se limitan a escuchar, exponiéndose
con valentía tal y como son, tanto sus alegrías como tristezas, desnudando sus
almas... Verdaderos hij@s de Dios. Pero no logran que los ojos de nadie se pose
sobre los suyos.
Silencio:
Tabú
El tema en general de la soltería es considerado por los
propios solteros como tabú. Es la manera que tienen de taparlo bajo la
alfombra. Nos da vergüenza muchas veces tratarlo abiertamente. Incluso conforme
avanzan los años, y con ello nuestra edad, surge el miedo al qué pensarán o
dirán de nosotros. Solemos evitar hablar al respecto, porque como lo hagamos
demasiado corremos el riesgo de que el corazón se vaya agrietando, surgiendo
las lágrimas y el llanto quebrantado. Así que esa parte de nuestra intimidad la
cerramos con cien candados que terminan por oxidarse. Solamente le prestamos
las llaves, muy de vez en cuando, ante alguien de plena confianza en la misma situación,
algún amigo íntimo o un matrimonio con el que tenemos compañerismo. No tanto
para que buscar una solución, como si tus sentimientos fueran una enfermedad
terminal cuya vacuna haya que descubrir, sino para desahogarse en ciertos
momentos antes de que la olla a presión que hierve en nuestro interior explote
por la presión.
Ante la pregunta: ¿Cuándo te vas a echar novia? (junto a “¿cómo te llamas?”, la interrogante
que más veces me han hecho en la vida), solemos responder con alguna
evasiva o con algún tipo de comentario
irónico y humorístico, según se nos ocurre sobre la marcha. Es un mecanismo de
defensa por el miedo “al qué dirán”. ¿Por qué? ¿Es que acaso se ofenden los
solteros ante la curiosidad de otros?:
- No, cuando la persona que interroga muestra un
interés genuino y lo formula en un ambiente de respeto e intimidad, nunca en
público ni ante un grupo de “espectadores” (no somos un “programa rosa”), ya
que es algo demasiado personal como para abrir el corazón sin más.
- Sí, cuando no se plantea en el tono y en las formas
adecuadas, con un interés morboso, para gastar alguna broma o se hace con risas
más o menos disimuladas.
Tras aprender de la experiencia y “pecar” en
demasiadas ocasiones de ingenuidad, la inmensa mayoría de los solteros únicamente
respondemos a esta pregunta si se cumplen ciertas condiciones, aparte de las ya
citadas:
1. Si confiamos plenamente
en el otro.
2. Si sabemos que el
oyente tiene desarrollado el sentido de la empatía.
3. Si tenemos la seguridad
de que guardará para sí la respuesta.
4. Si tenemos la
certidumbre de que no nos juzgará ni nos “sermoneará”.
5. Si es parte directa
de nuestra vida y está realmente involucrado con nosotros.
Personalmente, añado un requisito más: pasar mucho
tiempo de seguido con la otra persona. De lo contrario, en ese aspecto concreto
de mi vida, me siento emocionalmente desconectado del interesado y no tengo
deseos de abrir esa parte de mi ser.
La tristeza
del deseo no satisfecho
En cada uno de nosotros existe el deseo casi primario
de “amar” a una mujer o a un hombre, dependiendo de nuestro sexo. Es un reflejo
de la naturaleza misma de Dios, quien “es
amor” (1 Juan 4:8). Casi con total seguridad (y más si estás leyendo estas
líneas), existe en tu corazón el deseo de pertenecer a otro, de compartir tu
vida y tu ser con alguien más. Está impreso en el corazón de todo hombre y
mujer. Posiblemente ese sueño existe en lo más profundo de tu alma. Un deseo
que ni siquiera un buen día te propusiste tener. Sencillamente, en algún
momento del camino, casi en la preadolescencia, surgió en ti y nunca se volvió
a marchar. Y cada día que transcurre va a más. Parece incontrolable. Te arde el
pecho por dentro. A veces controla tu mente. En otras parece dominar tu
voluntad. Hipnotiza tus sentidos. Te hace suyo. Un deseo tan noble que no
entiendes las razones por las cuales no lo has alcanzado, y aún lo comprendes
menos cuando otros sí lo lograron. Pero a ti, hasta el día de hoy, se te ha
resistido. Y, aunque conlleva una serie de problemas, aceptas que debe ser
maravilloso porque crees en las palabras de Pablo: “El amor nunca deja de ser” (1 Corintios 13:8). Sabes que todo lo
cambia y lo revoluciona. Y no entiende de edades, tengas la que tengas. En
definitiva, los seres humanos viven buscando el amor de una pareja y son
capaces de morir por la persona amada.
Todo esto nos hace especialmente vulnerables. De ahí
que sea habitual sentirse desdichado o lleno de sentimientos negativos en
ciertos días muy señalados y ante distintas circunstancias. Muchos no lo expresan
abiertamente y lloran en lo oculto de su corazón, cuando el sol se esconde y
las luces se apagan.
Situaciones
cotidianas
Pongamos unos cuantos ejemplos que te resultarán
familiares, quizá demasiado. Lo narraré con cierta ironía y humor; pero créeme,
lo aquí descrito es totalmente verídico, y tú mismo podrías confirmarlo con tus
propias historias. Veamos...
Estás charlando con varios amigos apartado del resto
del mundo. De repente, como por arte de magia, llega un murmullo a tus oídos.
Como un susurro a diez metros, casi inaudible, alguien se acerca a ti y te
pregunta:
- “¿Te has enterado?”.
- “No, ¿qué ha pasado?”.
- “María y Juan están saliendo juntos” (y si no lo sabes,
lo sabrás en las próximas semanas cuando veas sus 15 millones de fotos y selfies en las redes sociales, todas ellas
muy “originales” y “espontáneas”: con la boca abierta, desayunando, almorzando y
cenando, paseando por el supermercado, tomando un helado o palomitas, poniendo morritos,
peinados, despeinados, con sonrisas enseñando todos y cada uno de los incisivos,
con miradas profundas dirigidas al infinito, ante una puesta de sol, en la playa,
en el campo, en un parque de atracciones, en el desierto y en la Luna si es posible).
- “¡Ah, qué bien! Me alegro por ellos”. ¡La respuesta
más falsa que has dado en tu vida! Sientes que te rechinan los dientes,
mientras concentras todo el poder de tu voluntad en mostrar una sonrisa.
Mientras tanto, tratas de arrancar de tu corazón ese puñal que sientes que se
ha clavado profundamente.
Posiblemente te alegres de verdad por ellos, pero no
por ti. Salvo casos donde deseabas que esas dos personas acabaran juntas, no te
causa ninguna satisfacción personal la noticia que acabas de oír. ¿Envidia?
¿Celos? ¿Egoísmo? No, nada de esto. Llámalo mejor por su verdadero nombre: Tristeza.
De nuevo contemplas como las vidas emocionales de los que te rodean se llenan
de felicidad y tú sigues como siempre, sin poder satisfacer los deseos de tu
corazón.
Así trascurren los años, impasiblemente y sin piedad
de ti. Un buen día, uno de tus mejores amigos se acerca. Conoces esa mirada y ese
brillo especial en sus pupilas dilatadas. Aunque no seas profeta ni adivino, sabes
perfectamente qué viene a contarte: “Me he enamorado. Dime, ¿qué hago?
Aconséjame”. Mientras lo haces gustosamente y con cariño, ahora sientes que una
manada de búfalos pasa por encima de ti, convirtiéndote en un personaje de
dibujos animados aplastado sobre el asfalto. Pero claro, tú sigues sonriendo;
eso nunca falta. Dicen que hay que guardar la compostura y, como eres un chico al
que han educado aceptablemente bien, te muestras firme, como si nada hubiera
ocurrido en tu interior ni te sintieras un andrajoso.
Esa misma semana, te reúnes con el resto de la
congregación. Quien preside el culto anuncia desde el púlpito una cena para
matrimonios. No sabes si sacar bandera blanca ante tal bombardeo o si hacer la
ola como si estuvieras en un campo de fútbol. Te invade el sentimiento de
exclusión. Alguien te dice irónicamente: “Ya sabes lo que tienes que hacer para
venir: Búscate una novia”. Ante esa situación barajas varias opciones de
suicidio: puesto que los ventiladores están funcionando a toda velocidad, piensas
que bastaría con meter la cabeza. Pero desistes al temer quedar malherido y no
lograr tu propósito de pasar a mejor vida.
Comienza la predicación. Tenemos pastor invitado. Abre
su Biblia y comienza a leer, acentuando cada palabra como jamás oíste a nadie
hacerlo. ¿Qué texto repite en varias ocasiones?: “Mejores
son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si
cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere,
no habrá segundo que lo levante. También si dos durmieren juntos, se
calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno
prevaleciere contra uno, dos le resistirán” (Eclesiastés
4:9-12). ¡Madre mía, qué frío voy a pasar! ¡Y la de tiempo que voy a pasar en
el suelo! El pasaje nos atraviesa el corazón, literalmente hablando. Y para
concluir, cita varios pasajes del Cantar de los Cantares. Mientras tanto, piensas
en tu mente: “Por favor, ¿alguien tiene una pistola que prestarme?”.
Termina la reunión y llega la hora de marcharse. Una
pareja te pide el favor de acercarlos a su casa en tu coche. A tu lado, en el
asiento del conductor, nadie (eso, o es invisible). La parejita va sentada en los
asientos traseros. Todo aparente normal. Pero, como buen conductor, miras en el
espejo retrovisor para vigilar el tráfico. ¿Qué imagen se refleja? ¿Un coche?
¿Una moto? ¿Quizá un hombre corriendo más rápido que un tren? ¡No! Como una
estampa navideña, contemplas a dos tortolitos besándose tiernamente. Tu
imaginación se dispara hasta el infinito: “Si tuviera ese revolver que pedí...
ya verías como no iban a ser tan cariñosos delante de mí...”. Una vez se bajan,
te dan las gracias y marchas para tu casa contemplando esas hermosas estrellas
que llenan el firmamento... mientras sientes como una pequeña úlcera comienza a
crecer en tu estómago. Para rematar, enciendes la radio y todas las canciones
que suenan son de amor, amor y más amor. La apagas de tres puñetazos.
Llegas a tu casa y enciendes las luces: “¿Cariño,
estás despierta? No me has dado un beso de buenas noches”. Sólo escuchas el eco
de tus palabras mientras te diriges a la despensa a por una docena de pasteles
de chocolate. En ese instante, tu dedo anular comienza a temblar. ¿Por qué
será? Te asustas. Gritas. ¿Y mi anillo? ¡Lo he perdido! ¡Noooo puede ser! Ahora
lo recuerdo: ¿Cómo voy a tener anillo si no estoy casado? Finalmente te
acuestas. Mañana será otro día...
Te despiertas unas 6 horas después de que el sol haya
aparecido por el horizonte. Sientes como si un silbato retumbara en tu cerebro.
Parece ser un día especial, pero no recuerdas el motivo. Hasta que tu mente te
dice amablemente: “¡Amigo, es 14 de Febrero, día de San Valentín!”. No sabes si
seguir durmiendo dos semanas más o practicarte a ti mismo una lobotomía. Dichoso
santo...
Viernes noche, momento de ir al cine. Te aconsejan una
película. Dicen que es como te suele gustar: mucha guerra y algo de amor, “El
diario de Noah”. ¡Te engañan por completo! ¿Guerra?: Sí, 53 segundos. ¿Amor?: 7
horas y media, o así te lo parece.
Lunes por la tarde. Como alguien que lleva jugando al
fútbol desde que tienes brazos y piernas, te dispones a jugar un buen partido. Allí
ves que las novias de tus amigos los animan y corean sus nombres. En una
jugada, te coses el balón al pie y regateas a medio equipo contrario como si
fueras la reencarnación de Maradona. En el último instante, decides pasársela a
tu compañero que sólo tiene que poner la uña del
pie a medio centímetro de la portería para marcar el gol. ¿A quién abruman con
besos y piropos? ¿A ti? ¡Por favor, no me hagas reír!
Por último, para despedir el verano, te vas de
camping. ¿Cuál es la escena que contemplan tus ojos? Parejas preparándose una
deliciosa paella que resucitaría a un muerto, mientras tú comes un triste
bocadillo de jamón y queso con tu otro amigo soltero...
Y así, semana tras semana, la historia de nunca
acabar...
Un poquito
de seriedad
Lo que he narrado parece sacado de una comedia de la Pantera Rosa. El problema es que
describe los pensamientos locos y los sentimientos dolorosos que embargan a muchos
solteros. Así que ahora toca ponerse un poquito más serios. Comenzaré con una
carta donde una mujer viene a reflejar el punto culmen de todo lo que he
expresado:
“Yo solía
preguntarme: ¿Qué hay de malo conmigo? Pero ahora me pregunto si acaso hay algo
de bueno. Le rogué a Dios que quitara de mí el ardiente deseo de casarme, si es
que no es su plan para mi vida, pero no lo ha hecho. Nunca he admitido esto
porque me siento avergonzada, pero he dejado de asistir a bodas. La envidia que
siento me domina. La última boda a la que asistí, resultó ser una experiencia
abrumadora. Todo estuvo bien hasta que al final el pastor dijo: Y ahora puedes
besar a tu esposa. El novio levantó el velo, y todos esperaban que procedieran
a darse un rápido beso, pero no lo hicieron. Al contrario, él tomó
cuidadosamente el rostro de ella entre sus manos, y permanecieron de pie largos
segundos mirándose profundamente a los ojos. Yo casi podía escuchar la
comunicación secreta entre ambos. Entonces sonrieron y se besaron, larga y
profundamente. Entonces perdí el control. Lágrimas comenzaron a brotar de mis
ojos, y comencé a sollozar en silencio. El nudo que había en mi garganta era
tan grande que en la recepción sólo pude dejar escapar algunas palabras
entrecortadas como saludo a la novia. Nadie sospechó que estaba celosa; todos
pensaron que mi comportamiento era muy sentimental. Pero ella sí lo sabía.
Mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas, ella me miró compasivamente y
me abrazó fuertemente. Me marché de la recepción antes de que concluyera.
Cuando llegué a mi casa, me eché a llorar sobre la cama. ¿Cuándo llegará mi
turno, Señor?”[1].
Como
describe esta señorita, hay acontecimientos que suelen ser un trago amargo para
los solteros adultos que desean casarse: las bodas de amigos y familiares, sus
aniversarios, el nacimiento y cumpleaños de sus hijos, etc. Para ellos es como un
funeral. Sienten que les arrancan el corazón mientras se quedan completamente
bloqueados y llenos de sentimientos de fracaso. Días que deberían ser de
felicidad, pero que no son capaces de disfrutarlos en toda su dimensión,
especialmente los enlaces matrimoniales. Ahí todo son besos, risas, abrazos,
promesas de amor eterno y congratulaciones. Este sentimiento de incomodidad provoca que, de la
manera más educada posible, rechacen estas invitaciones, u otras actividades a
los que sólo van a asistir matrimonios o parejas. Y también suele ser la razón
de que algunos eviten tomar en sus brazos a bebés o niños pequeños.
Para ellos es duro no tener por delante un proyecto
sentimental. Les afecta ver la mirada llena de complicidad de sus amigos casados.
Saben que Dios los ama pero, como seres humanos que son, desean amar y ser
amados por alguien del sexo opuesto. También les resulta muy dificil
desear un hijo y no tenerlo, mientras sus amigos ya tienen varios. Emocionalmente se sienten desbordados
y se emocionan solo con pensar en una “pedida de mano”, “una boda celebrada en
la playa”, “irse de vacaciones con su pareja” o “despertarse el día de reyes
para ver la cara de alegría de sus hijos”.
Casi todos los solteros pasan por este tipo de
emociones enfrentadas. El simple hecho de estar enfermo o emocionalmente
desanimado y no tener una compañera sentimental a tu lado que se preocupe directamente
por ti, ya provoca que esos sentimientos se manifiesten en el corazón.
Recuerdo una pequeña historia. Allá por el año 2000 –ha llovido desde entonces, mientras mantenía una
charla con un amigo, contemplé una escena sumamente hermosa. Su novia, que se
encontraba a su lado, le miraba disimuladamente con ojos de profundo amor. Él
no era consciente de lo que estaba sucediendo ya que me estaba mirando a mí.
Aquello me impactó. Guardé silencio. Pero pasaron unos días y los llevé aparte:
“Me da mucha vergüenza deciros esto, pero si no lo hago reviento”. Les conté lo
que observé. Ella me preguntó sorprendida
si de verdad me había dado cuenta. Afirmé con la cabeza. Se abrazaron entre
ellos, luego me miraron a mí y me abrazaron los dos al mismo tiempo. Fue un
momento muy especial. Y añadí: “El día que tenga novia, quiero que me mire de
esa manera”. Él me dijo: “Algún día alguien te mirará así”. ¡Siento decir que
no fueron palabras proféticas!
Son muchos los que esperan esa clase de mirada. En
este caso concreto, hacemos mentalmente un simple cálculo matemático: A más
bodas, menos solteros de edades compatibles con la nuestra; a menos solteros,
menos personas disponibles. Es decir, que las probabilidades se reducen
considerablemente según pasan los años. Si entre los
inconversos ya de por sí es problemático, las expectativas entre “conversos”
aun se reducen más, ya que somos minoría en el mundo, y especialmente en muchos
países como España. Vista esta estadística, los solteros de más de treinta años
luchan contra un pensamiento: creen que si alguien se fija en ellos es porque
no hay más donde elegir, y no porque crean que los consideren especiales.
* En el siguiente enlace está el índice:
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* Prosigue en:
1. LO QUE LE DUELE A LOS SOLTEROS (2ª parte)
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