lunes, 26 de febrero de 2024

Ataque a los Titanes: el ciclo de odio y violencia de la humanidad, y de algunos cristianos, que no tiene fin... hasta que llegue el día

 


De principio a fin, desoladora; profundamente desoladora. Así definiría rpidamente la serie de anime japonés “Ataque a los Titanes” (Shingeki no Kyojin), basada en la obra homónima del autor Hajime Isayama. A pesar de haber visto y leído otras, como la maravillosa “Monster”, “Barrio Lejano” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/06/barrio-lejano-si-pudieras-viajar-al.html) o “El recuerdo de Marnie” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/10/1-jovenes-y-adolescentes-perdidos-que.html), entre otras muchas, a día de hoy, puedo afirmar que es la mejor serie de animación que nunca he visto. Es más, después de pensarlo durante varios días, me atrevería a decir que, en un top donde incluyera a las de actores reales, estaría arriba del todo.
La historia en sí desborda imaginación y originalidad. Épica, dramas familiares y generacionales, intrigas palaciegas, misterios, thriller, terror, violencia inusitada y un tipo de acción jamás vista, conforman una mezcla de géneros apabullantes y grandiosos. Si a eso le sumamos la soberbia construcción y evolución constante de los personajes –donde todos importan, desde los principales hasta cualquier secundario, sea niño, adolescente o adulto-, y una banda sonora impactante, hacen que sea una verdadera obra maestra. Lo que, en sus primeros compases, podría parecer un relato más de aventuras con tintes terroríficos y apocalípticos, termina por convertirse en una joya transcendente, con muchas capas de lectura, digna de reflexión, y que reflejan nuestro mundo y el corazón humano. 
Su único pero ha sido la inusual tardanza en completar los ochenta y nueve capítulos que la componen. Por diversas razones, comenzó a adaptarse en 2013 y acabó a finales de 2023, con parones que duraban años. En mi caso, la abandoné hacia la mitad y decidí verla desde el comienzo cuando estuviera concluida, algo que he podido hacer hace escasas fechas.

¿Bélica o antibélica?
Antes de explicar brevemente su trama y analizar la brutal crítica que hace del ser humano como especie –y que extenderé a ciertos cristianos-, haré un conciso: si te preguntaran sobre la película “Salvar al soldado Ryan”, ¿la considerarías como “bélica” o “antibélica”? La respuesta correcta sería la segunda. Mientras que muchos largometrajes de acción escenifican y coreografían la violencia de tal manera que parecen glorificarla, hay otras como la obra de Steven Spielberg – o “Hasta el último hombre” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/03/hasta-el-ultimo-hombre-despreciando-los.html) y “La tumba de las luciérnagas”-, que muestra el horror de la guerra para que sintamos verdaderas nauseas y la rechacemos por completo.
Es la misma estrategia que lleva a cabo Hajime Isayama: siendo extremadamente violenta y explícita –no apta, ni mucho menos, para todos los estómagos y paladares-, nos ofrece la realidad de este planeta donde vivimos, tanto pasado como presente, que es como es por la locura de la violencia, el odio y la venganza que anida en el corazón de toda persona, en mayor o en menor grado, por unas causas u otras.

Una ucronía oscura y dramática
La humanidad fue atacada hace cien años por unos seres gigantes, con forma humanoide, aunque deformes en mayor o menor grado, a los que llamaron Titanes. Su altura oscilaba entre los tres y los quince metros, y su único objetivo era la aniquilación. La forma en que lo hacían era, literalmente, comiéndoselos –de ahí su crudeza-, a pesar de que no tenían necesidad de alimentarse. Eran invencibles, ya que las armas no les hacían efecto alguno, ni siquiera los cañones, puesto que sus cuerpos terminaban por regenerarse. Nadie conocía su procedencia ni la razón de su comportamiento, ya que era imposible comunicarse con ellos, al carecer de inteligencia. Sus sonrisas macabras y, al mismo tiempo, infantiles y grotescas, creaban verdadero pavor.
Finalmente, el millón de supervivientes se parapetaron tras tres murallas de enormes proporciones, separadas cada una de ellas por varios cientos de kilómetros, donde vivían recluidos, pero seguros, puesto que impedían a los Titanes superar dichos obstáculos. Nadie, en teoría, sabía qué había más allá, el propio origen de los muros y de aquellos seres monstruosos.
Esta es la historia que los actuales descendientes saben por los libros, pero, por alguna razón, la verdad les es oculta. Todo cambia cuando un Titán colosal, completamente diferentes al resto, de sesenta metros de altura, e inteligente, destruye uno de los muros... Y ahí comienza la serie: el drama, el terror, la esperanza, la desesperanza, la muerte y la destrucción... junto con la revelación de la cruda realidad.
Con el tiempo, se descubrió que tenían un punto débil: una zona en la nuca de apenas unos centímetros. Para enfrentarse a ellos y descubrir qué había más allá de los muros, se creó un cuerpo de caballería, armados con dos espadas afiladas para golpear a los titanes en el cuello. Aun así, resultaba casi imposible matarlos, por la dificultad que entrañaba golpearlos en dicho lugar, y el número de bajas en cada expedición era dantesca e inasumible.
Sin explicar el sobrecogedor momento en que se explican quiénes son los titanes “puros” (“no inteligentes”), y sin entrar en mil detalles que darían para decenas de páginas, diré que la evidencia no se conoce hasta bien avanzada la trama; incluso, en algunos aspectos, en el capítulo final (a partir de aquí, todo son spoilers): hará dos mil años, una aldea fue quemada y arrasada por Fritz, el jefe de Eldia, una tribu de guerreros que mataban a diestro y siniestro. Una niña superviviente, de nombre Ymir, fue tomada como esclava por los eldianos. Tiempo después, tras ser acusada de haber dejado escapar a unos cerdos que servían como alimento, llevaron a cabo un juego enfermizo con ella: la dejaron escapar, para luego cazarla y matarla, por parte de un grupo de soldados que la perseguía a caballo y con perros. Herida por varias flechas, agotada, acorralada y malherida, observó un árbol enorme con una gran abertura. Allí entró para esconderse y, nada más hacerlo, cayó a una profundidad incalculable. En dicho lugar, entró en contacto con un extraño ser orgánico, con forma de ciempiés transparente, procedente del espacio exterior y cuya antigüedad era indeterminada, y que se adherió al cuerpo de Ymir.
Desde entonces, ella podía transformarse en un ser gigante: un Titán, con una fuerza inconmensurable. Fritz le perdonó la vida, la convirtió en su concubina y la usó para hacer de Eldia en un imperio mundial: cultivó tierras y construyó puentes, mientras que expandía sus dominios, atacando y sometiendo a otras naciones, como la de Marley. Tras la muerte de Ymir, las tres hijas que tuvo con el malvado Fritz, consumieron el líquido de su médula espinal, ya que así se heredaba el poder del Titán. Pero el rey número 145 de Eldia, se sintió terriblemente culpable por los crímenes que había cometido su nación en el pasado, por lo que renunció a la guerra y decidió exiliarse voluntariamente en una isla, Paradis, junto con la mayoría de los eldianos. Usando sus poderes, levantó los tres muros antes mencionados y le borró la memoria a sus habitantes. Y eso es lo que vemos al comienzo de toda la serie: los eldianos viviendo tras unas murallas, creyendo ser los únicos humanos del mundo, y sin saber las razones de todo ello.
Desde entonces, la nación de Marley, que se había hecho con los descendientes de los titanes, enviaban a Paradis a titanes “puros” para matar a los eldianos, en venganza por los que sus antepasados les habían hecho, y los de Eldía asesinaban a los de Marley porque les enviaban Titanes para matarlos. Como ambos bandos reconocieron más adelante, se había convertido en una rueda de odio y violencia, que se repetía generación tras generación, entre descendientes de un lado y de otro, entre padres y padres, entre hijos e hijos. Hasta los propios progenitores reconocían que enviaban a la guerra a sus primogénitos para que vengaran a sus predecesores. 

Venganza y más venganza & Odio y más odio
Lo que se muestra en esta serie es lo mismo que vemos día tras día en nuestro planeta desde que Caín mató a Abel. Un hombre mata al miembro de otra familia, y esa familia se venga asesinando a su esposa e hijos. Igual entre las pandillas juveniles, siendo las maras de las más conocidas.
Las invasiones bárbaras, vikingas y musulmanas en los llamados “años oscuros” (aproximadamente entre el 476 d. C y el 1000 d. C.), lo atestiguan en el pasado. Y en el presente todo sigue igual: los soldados nazis mataban a la población civil sin hacer discriminación y violaban a las mujeres europeas. Como respuesta, los soldados rusos, durante la reconquista del continente, hicieron lo mismo. Así fue también en la guerra civil de Yugoslavia, a finales del siglo pasado, o durante el genocidio de los hutus a los tutsis en Ruanda, donde no quiero nombrar las barbaridades que se cometieron, con un millón de muertos y medio millón de mujeres violadas. Sus atrocidades y actos violentos fueron conocidos, y pocos hicieron algo para evitarlo o detenerlo. 
Por la masacre que perpetraron unos hombres el 11-S, una Alianza, encabezada por Estados Unidos, atacó Afganistán e Irak, donde fueron incontables las víctimas civiles. Como consecuencia, unos hombres se organizaron para vengarse y fundaron el llamado Estado Islámico, donde asesinaban y torturaban a los que consideran sus enemigos. Así podría seguir y no acabar nunca. La lista de ejemplos es infinita.

La violencia verbal de la que muchos son partícipes
Casos como los citados los hay por millares. La humanidad tiene las manos manchadas de sangre. Y no solo en el sentido literal y físico, sino también en el figurado, que destruye voluntades, estados de ánimo y autoestimas.
Los otros tres casos, donde predomina la violencia verbal, suele verse en:

1) Las redes sociales, que son un vertedero, donde se vomita el odio que el anonimato y una pantalla permiten impunemente, por absolutamente cualquier tema (política, deportes, cómics, comidas, televisión, cine, música, etc.). Conozco personas que, externamente, se muestran educadas, formales y amables, pero cuando toman un móvil entre sus manos y escriben... y todo por el simple hecho de que otros les llevan la contraria. No es que expresen que están en desacuerdo con lo que el otro expone, sino que derrochan un desprecio absoluto con palabras, muchas de ellas malsonantes, hasta el punto de desearles lo más desagradable que se puedan imaginar. 

2) El día a día, donde personas adultas, pero con faltas en el carácter, con la mecha muy corta, con la escopeta de la lengua siempre cargada, y que saltan a la mínima. Basta cualquier circunstancia en la que se sientan contrariados para explotar, gritando y dejándose llevar por la ira, sin pensar en el efecto que provocan sus palabras y el tono empleado en los demás. No se preocupan en corregir sus defectos, pero disfrutan señalando los ajenos. Cuando alguien de su alrededor está mal de ánimo, en lugar de alentar, la desalienta todavía más con sus reproches. Ven la paja en el ojo del otro, pero no la viga en el propio. Muchos de ellos son incapaces de ver las virtudes en los que no piensan como ellos. Convierten cualquier minucia en un problema. La suma de los aspectos reseñados, les lleva a convertirse en ladrones de la paz.
En todo esto, se hace real lo dicho por Santiago: “Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Stg. 3:6).
El problema es que las palabras vertidas nunca se olvidan y quedan en el recuerdo para siempre. Si quien las pronuncia tomara conciencia de esta verdad, posiblemente cambiaría.

3) Como cristiano, me apena sobremanera decir esto, pero es lo que observo en las mismas redes, y a veces hasta en persona: calvinistas que menosprecian a arminianos, arminianos burlándose de calvinistas, premilenaristas y postmilenaristas arrojándose versículos bíblicos con aires de superioridad. No es que debatan o disientan como hermanos en la fe, sino que se muestran arrogantes. Y no me refiero a herejías que hay que denunciar, sino a todo aspecto bíblico abierto a interpretación, y que ni los grandes teólogos de la historia han sabido resolver. Sobre este asunto, hablé largo y tendido aquí, mostrando un caso terrible: “El trol cristiano: burlador, desalentador profesional y juez implacable” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/09/el-trol-cristiano-burlador-desalentador.html).

Cómo se logra matar, física o verbalmente, al que no es como tú?
La respuesta es simple: de la misma manera en que hacían los marlyanos: considerando a los eldianos como si fueran demonios. Es lo mismo que hacemos nosotros con los contrarios: los despersonalizamos, los caricaturizamos, los consideramos grotescos, indignos, inferiores, como si fueran sabandijas. Y todo ello por no empatizar, por no conocerlos personalmente, por no esforzarnos en conocer sus trayectorias vitales y sus circunstancias. Olvidamos que, al igual que nosotros, son padres, son hijos, son tíos y sobrinos, son abuelos y abuelas, y que TODOS ellos fueron una vez bebés y niños pequeños. Cada uno con virtudes, anhelos, y donde la mayoría desearía vivir en paz.
Si fuéramos capaces de ver esta realidad, todo el mundo dejaría de luchar, de pelearse y de guerrear. En este anime, un pequeño grupo de eldianos y marlyanos no se entendieron hasta que se sentaron alrededor de una fogata a hablar de sus propias vidas: sus familias, sus sueños, sus pensamientos y todo aquello que les hacía iguales; en definitiva: humanos. Allí, lo que comenzó con todo tipo de reproches y acusaciones mutuas, termina con llantos, remordimientos y profundos sentimientos de culpa por el dolor que han causado a familias enteras. ¡Ay, si los soldados de cada país hicieran lo mismo! A menos que fueran psicópatas, las lágrimas, la pesadumbre y el arrepentimiento no tardarían en hacer acto de aparición.
El problema es que unos, por causa directa de la naturaleza caída que anida en nosotros, y otros, porque la sociedad les ha instrumentalizado, para ser herramientas de odio, terminamos matándonos. De ahí que sea tan cierta esa frase del difunto fotógrafo Erich Hartmann (1922-1999): “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”. Todos los políticos, a través de los siglos, hayan sido  dictadores o elegidos democráticamente, han mandado matar a otras personas desde un cómodo despacho. El último caso llamativo es del ruso Putin, que usa a sus compatriotas como carne de cañón mientras se le llena la boca hablando de gloria y honor. He citado uno reciente, pero siempre es igual, sea en una época u otra. Al final, todos estos políticos son unos canallas en cuerpos adultos, pero irresponsables, inmaduros y moralmente enfermizos.
¿Alguien se imagina que todos los soldados (americanos, coreanos, venezolanos, cubanos, españoles, marroquís, absolutamente todos, de cualquier lugar), se negaran a obedecer, reunieran en un mismo lugar todas las armas existentes, desde balas, proyectiles y misiles, hasta tanques, aviones, helicópteros, barcos, portaviones y submarinos, y los quemaran? Luego, se irían a sus casas a vivir en paz, y ya no matarían más por una bandera, un trozo de tierra, el color de la piel, una religión o la lengua que se habla.

¿Se cerraría así el círculo, acabándose el odio y la venganza?
Sí y no. Dicen que, a las personas de este mundo, les mueve el poder, el dinero y el sexo. Pueden ser las tres cosas, pero basta con que sea una de ellas. La historia demuestra que siempre hay grupos que necesitan quedar por encima de los demás en un aspecto u otro. Es lo que hace el ego. Esto los conduce a que no puedan vivir en armonía. Por eso, aunque todas las armas del mundo desaparecieran, seguirían matando a los que no son como ellos, aunque fuera usando puñetazos, palos, piedras, lanzas de madera con puntas afiladas, aceite hirviendo, pólvora o cualquier otro objeto para lograr sus fines, como hacían en la antigüedad. Es la consecuencia directa de corazones no regenerados, muertos en sus delitos y pecados (cf. Ef. 2:1). La raíz de todo mal está en el corazón, de donde, como dijo Jesús mismo, “salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt. 15:19).
Mientras eso no cambie, a través del nuevo nacimiento (cf. Ez. 11:19-20; Jn 3), todo seguirá igual. El odio seguirá siendo odio, y no se sustituirá por el amor, el arrepentimiento y el perdón.

Conclusión
El final de la serie es el más amargo que jamás he visto, tanto que me generó ansiedad y desasosiego, y no solo por el desenlace de muchos de sus protagonistas, que también, sino por la crónica en general, ya que, una vez más, refleja la condición humana: a pesar de que los titanes se extinguieron, quedando como una leyenda del pasado, las guerras volvieron siglos después, con todo tipo de armas sofisticadas, hasta que una nueva guerra puso punto y final, con apenas un puñado de seres vivos entre las ruinas de la civilización. Incluso así, en el epílogo, un niño se encuentra con el mismo árbol gigantesco donde entró Ymir, y se dispone a entrar, dando a entender que todo volverá a empezar. Como ya dije, nuestra historia humana es semejante: cíclica, y que se repite a lo largo de los siglos.
¿Qué avances científicos y médicos se darían si todo el dinero que se han gastado todos los países en armas desde la 2ª Guerra Mundial hasta el presente? ¿Si se hubiera invertido en hacer, de este, otro mundo, infinitamente mejor? Conociendo la respuesta, por momentos me angustio y desespero. Me hace sentir rabia.
Por eso, esperar que la paz venga de nosotros mismos, es una quimera: es como creer que ya nadie le será infiel a su cónyuge o que no se verán como trozos de carne de los que servirse para el propio placer. La paz solo vendrá de arriba cuando el Rey de Reyes regrese. Entonces: “Juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Miq. 4:3). Ahí se acabará todo mal; para siempre.

lunes, 12 de febrero de 2024

15.3. ¿Reprimir el dolor tras salir de una secta o iglesia abusadora? & Controlando las mentiras que llegan a tus oídos

 


Venimos de aquí: Los efectos traumáticos tras salir de una iglesia malsana o secta, y las diversas actitudes que toman los afectados  (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/12/152-los-efectos-traumaticos-tras-salir.html).

¿Reprimir el dolor?
Como ya vimos cuando hablamos del gozo y la tristeza[1], ambos conceptos no están reñidos, a pesar de que hay creyentes que los confunden, pregonando que los hijos de Dios no pueden estar tristes, sino que deben proclamar victoria y alegría, sean cuales sean sus circunstancias. Para estas personas, mostrar tristeza es falta de fe. A ellos les diría que tomen un cuchillo y arranquen la mitad de la Biblia, como por ejemplo el capítulo doce de la carta a los romanos, donde dice que lloremos con los que lloran (vr. 15). Y, ya que están, que se deshagan de pasajes enteros de las Escrituras que hablan del dolor.
Estas ideas erradas llevan a algunos a tener miedo a la hora de mostrar su sufrimiento. Por esto reprimen sus emociones. Si ya están doloridos, lo que menos necesitan es que encima les señalen con el dedo o los miren por encima del hombro y con condescendencia.
Si eres de los que se guarda su dolor por el qué dirán, te recuerdo esto una vez más: Pablo expresó su tristeza en diversas ocasiones; Jesús experimentó angustia, sudó sangre y lloró ante la muerte de un amigo. El autor de Hebreos no dejó lugar a dudas: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (He. 5:7).
Así que desoye a aquellos que tratan de condenarte por tu dolor y abre tu corazón ante Dios y a aquellos que no te juzgarán. No te calles ni reprimas tus sentimientos. No finjas aparentar lo que no sientes. Si deseas llorar, llora, aunque sea en la soledad de tu habitación o en tu lugar más íntimo. Las lágrimas son una de las mejores válvulas de escape que Dios nos ha regalado. Cada persona expresa su sentir como quiere, algunos en privado y sin la compañía de nadie más, y otros ante buenos amigos. Lo importante es que seas tú mismo. Si deseas desahogarte, desahógate, tal y como hizo Ana, la madre del profeta Samuel (cf. 1 R.). Expresa lo que piensas y sientes: temores, dudas y angustias. Dios te acoge; Dios te acepta; Dios te escucha; Dios cuenta hasta la última de tus lágrimas (cf. Sal. 56:8). Si parte de su ministerio era sanar a los quebrantados de corazón, ¿por qué haría una excepción contigo?

El control sobre lo que llega a tus oídos
Sin duda alguna, parte de las heridas más profundas son provocadas por los comentarios de aquellos que dejaste atrás y que siguen llegando a tus oídos por terceras personas, que son las que mantienen el contacto contigo y te dicen lo que se está proclamando a tus espaldas. El comentario más disparatado suele ser cuando ese grupo divulga que ellos son los “7000 que no han doblado sus rodillas ante Baal” y que el resto son viles pecadores.
En estas situaciones, no tienen ningún tipo de miramiento en pensar cómo repercuten sus palabras sobre ti. Hablan de amor en el púlpito, pero, a la hora de la verdad, carecen de él. Actúan como los amigos de Job: “¿Hasta cuándo angustiaréis mi alma, y me moleréis con palabras? Ya me habéis vituperado diez veces; ¿no os avergonzáis de injuriarme? Aun siendo verdad que yo haya errado, sobre mí recaería mi error” (Job 19:1-4). Nada de esto les importa lo más mínimo, puesto que piensan que te lo mereces. Creen que la obra de Dios no avanza por individuos como tú. La manera que conocen de defender su propio prestigio es atacando. Y el mejor método que existe es tratando de destruir tu reputación.
No seas ingenuo: no creas que los años sin arrepentimiento por parte de ellos les hará cambiar de opinión sobre ti. En su forma de pensar, siempre serás el que trató de dividir la iglesia, el murmurador, traidor y rebelde. Prefieren a un incrédulo que a alguien de tu clase. Un pastor, que padeció en sí mismo este tipo de situación, me contó que “menos homosexual, me llamaron de todo. Desde emisario del diablo hasta cómplice de la obra de las tinieblas”.
Puede darse el caso de que, aquellos que se lanzaron contra ti, quieran la reconciliación con el paso del tiempo. Es difícil que ocurra, puesto que actúan tal y como lo hacen porque están errados en diversas doctrinas, como todas las referentes al liderazgo. Para que el cambio fuera real, sería necesario que previamente reconocieran sus equivocaciones y se arrepintieran del modelo que tienen establecido y de sus herejías.
Por eso, es frecuente escuchar a hermanos que se reencontraron tras marcharse en épocas diferentes de la misma iglesia, decir: “Los líderes de la otra congregación me señalaron que la iglesia a la que asistes es buena, pero que tuviera cuidado en juntarme contigo, que eres un peligro y me vas a contaminar”.
Como veremos más adelante, todas estas palabras vertidas sobre tu nombre no pasarán eternamente por alto y un día tendrán que dar cuenta delante de Dios, a menos que se arrepienten de las mismas y pidan perdón.

Continuará en: ¿Qué actitud debes tomar ante los lobos eclesiales?


[1] Guerrero Corpas, Jesús. Mentiras que creemos. Logos. http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html

lunes, 5 de febrero de 2024

11.8. ¿Eres soltero porque solo esperas recibir amor y no darlo?

 


Venimos de aquí: ¿Eres soltero porque hay heridas en ti sin sanar? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/11/117-eres-soltero-porque-hay-heridas-en.html).

Lo repetiré a lo largo de todo el capítulo: las causas a la soltería que estamos exponiendo son adyacentes o secundarias. Las causas principales que suelen darse o ser la norma están descritas claramente en el segundo apartado del primer capítulo (Lo que le duele a los solteros: Haciendo malabares: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/03/12-lo-que-duele-los-solteros-haciendo.html). Lo aclaro para que no haya malos entendidos y nadie se cree falsos sentimientos de culpa.

Todo lo descrito hasta ahora puede llevar a la persona a quedarse de brazos cruzados, esperando que vengan a ella y que le den todo. Casi nunca suele iniciar la conquista, sino que desea ser conquistado. Aunque es cierto que, por norma general, a los hombres les gusta “conquistar” y a las mujeres ser “conquistadas”, no creo en este tipo de roles preestablecidos ni los considero inamovibles. Si una mujer se siente atraída por un hombre, no debe esperar a que él comience el acercamiento y tome la iniciativa. Si no lo hace, será una manera de dejar pasar una oportunidad, donde se quedará sin saber qué hubiera pasado. No vivimos en un mundo en que uno de los dos sexos tiene que hacerlo todo por el otro, y menos aún en el amor.
Este tipo de individuo tiene una “falla”: desea y necesita ser adulado y agasajado sin dar nada a cambio, o muy poco. La razón es que su corazón está carente de vida y necesita que otros lo impulsen. Puede que, en alguna ocasión, tomen la iniciativa, fruto de su impulsividad, pero luego se sientan en sus amplios sillones de la comodidad sin hacer nada, y no cumplen lo que prometieron durante el cortejo. Quizá no sean plenamente conscientes de ello, pero poseen una faceta inmadura de su personalidad, al exigir que los demás le hagan feliz y no aportar prácticamente nada a la felicidad ajena.
Sienten que en el pasado cometieron muchos errores o le provocaron heridas que le dejaron profundas cicatrices en el alma, y ahora no están dispuestas a abrir su corazón, a menos que el pretendiente sea excelente, impecable, maravilloso, inmejorable e insuperable. Como esa persona no existe, no habrá reciprocidad en su actitud, y se mostrará fría y distante. Como no lograron en el pasado lo que buscaban, su listón en el presente se vuelve inalcanzable.
En el caso de surgir un candidato, lo probará hasta el extremo, para ver si da la talla, y se asegurará, más allá de los límites razonables, si será la persona perfecta. Se limitará a comprobar hasta qué punto el otro es merecedor de su amor. Mientras tanto, no aportará prácticamente nada. Y no me refiero a que no invitará a una hamburguesa o a un helado, sino que no ofrecerá nada como persona a nivel emocional, sentimental y espiritual.

El cansancio que esto provoca
Este tipo de actitudes apaga al más entusiasta, que se bate en retirada al poco tiempo. Esta pasividad descoloca a cualquiera y hace que algunos se vuelvan locos sin saber cómo actuar, volcándose todavía más, pero recibiendo solo migajas. Insisten, pero terminan por desistir. Curiosamente, en estos casos concretos, la ruptura será más dura para el que ha recibido mucho y ha dado poco, que para aquel que se entregó y no sacó nada de provecho. El primero se dará cuenta de que no apreció lo que tuvo y volverá a sentir el vacío en su interior de no verse deseado, y para el segundo será más bien un alivio salir de una relación abusiva.
Una pareja (o proyecto de pareja) la conforman dos personas, y cuando uno de ellos solo está por lo que pueden ofrecerle sin aportar nada a cambio, esa relación morirá de congelación. Aunque crea que está poniendo a prueba de forma sana al sujeto de su interés para ver si es el ideal, él se desinteresará antes de lo que cree. Puede incluso que aguante un tiempo, esperando que cambie su actitud, pero no mucho. Si no aporta emocionalmente, el otro se dará cuenta rápidamente y se cansará de hacerlo, más temprano que tarde, y desistirá.
Cualquier pretendiente disfruta dándose al otro, ofreciendo su tiempo, atención y cariño, pero odia sentirse usado, y más verse en la tesitura de dar por obligación cuando no está siendo correspondido. Si una persona no es valorada, pierde automáticamente el deseo de seguir dándose al otro. Literalmente, los sentimientos que experimentaba hacia el sujeto de su interés se evaporarán.

No rebajarse
Este cuento define perfectamente la idea que quiero transmitir:

Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte. Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos; joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, le dijo: ´Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor: estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Ese es mi dote`. La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar y le dijo al joven plebeyo: ´Tendrás tu oportunidad: si pasas la prueba, me desposarás`.
Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento.
De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.
Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.
Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca alcanzó al joven plebeyo y le preguntó: ´¿Qué fue lo que te ocurrió?, estabas a un paso de lograr la meta. ¿Por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?`. Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, el joven plebeyo contestó en voz baja: ´No me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor`.

La primera parte del relato puede parecer romántica. Pero si el joven hubiera aceptado tal trato, se hubiera denigrado a sí mismo. Una cosa es ser generoso y otra muy distinta soportarlo todo. Algunos cometen el error de llegar más allá de lo saludable para demostrar que son las personas adecuadas para el otro. Y, en lugar de renunciar cuando sus deseos no son correspondidos, repiten una y otra vez las muestras de entrega incondicional. Sin saberlo, se están rebajando a la mínima expresión.
Si alguna vez has ofrecido mucho y apenas has recibido nada a cambio, te diré que no te resignes a soportar tal situación por una persona que está demostrando con creces que no te merece, o que sencillamente no quiere estar contigo. Puede que estés amando a la persona equivocada.
Por el contrario, quien mantiene una falta de reciprocidad crónica, mostrando puro egocentrismo, deberá remodelar por completo ese aspecto de su carácter y recordar que “más bienaventurado es dar que recibir” (Hch. 20:35). Hasta entonces, no podrá brindar nada a potenciales parejas.

* En el siguiente enlace está el índice:
* La comunidad en facebook:
* Prosigue en: ¿Eres soltero porque estás tan ocupado que nunca tienes tiempo para el amor?