Venimos de aquí: 30 monedas: Los cainitas, el
evangelio apócrifo de Judas y los gnósticos (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/01/30-monedas-1-parte-los-cainitas-el.html).
* Antes de empezar, repito lo que dije al comienzo de
la primera parte:
- Cuando uso “Dios”, con D mayúscula, me
refiero, obviamente, al Dios de la Biblia, el único verdadero. Por el
contrario, cuando lo cito en minúscula, “dios”, hago referencia al inventado
por los seres humanos.
- De igual manera, cuando escribo
“Evangelio”, con la E inicial en mayúscula, hablo de los cuatro evangelios
auténticos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), y cuando lo escribo en minúscula, me
refiero a los apócrifos (falsos).
Bochorno
teológico
La serie “30 monedas” toma muchos de los elementos
citados en la primera parte (cainismo y gnosticismo), y los entremezcla con
narraciones del folklore popular, paganismo, maldiciones ancestrales, teorías
de la conspiración, Illuminatti, reminiscencias lovecraftianas y referencias a
diversas sagas cinematográficas.
Mientras que la
primera temporada se iniciaba con una premisa muy interesante, desvaría
sobremanera en su segunda, hasta convertirse en ridícula. ¡Si hasta sale un
OVNI y dos zombis parlanchines, siendo uno de ellos una especie de John Wick!
Lo visto es fruto de toda esa amalgama de ideas que rondan por la mente de su
director, Alex de la Iglesia, de las que ha bebido desde su juventud, siendo un
apasionado del terror, la fantasía, la literatura y el cine en general. Pero,
en mi opinión, ha desvariado tanto que ha caído en el mayor de los esperpentos.
También resulta
bochornoso esa parte del guion que intenta responsabilizar a Dios del mal en el
mundo, como si fuera el causante del mismo, en lugar del hombre. De esto ya
hablamos en “¿Qué harías si tú fueras
Dios?” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/01/que-harias-si-tu-fueras-dios.html).
Por su parte, muestra al diablo como una pobre marioneta, al que culpar cuando el
mal se manifiesta. Esta aberración teológica se repite en la serie “Lucifer”,
que también analizamos en su momento en “Lucifer: ¿simpático, de buen corazón y
condenado injustamente?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com/2016/10/1-lucifer-simpatico-de-buen-corazon-y.html).
¿Por qué el
Evangelio de Judas es falso y los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan son
auténticos?
Entre los ateos, los agnósticos, los liberales o
falsos cristianos (como los supuestos eruditos del “seminario de Jesús”), está
muy extendida la idea de que fueron un grupo de personas los que decidieron,
por su propia voluntad, seleccionar qué
Evangelios serían los auténticos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) y cuáles
rechazarían (Tomás, Felipe, Pedro, María y otros), en función de sus intereses particulares. De esta
manera, afirman que el cristianismo, tal y como lo entendemos, es una invención
humana, una religión más para controlar a la humanidad, y que no existe un solo
cristianismo, sino muchos. El mínimo
análisis de dichas palabras no corroboran dichas afirmaciones.
Aunque en el futuro dedicaré una serie de escritos a
analizar en profundidad los apócrifos, podemos adelantar que lo único que
hicieron los cristianos fue separar la verdad de la mentira, y para ello se
basaron en unas premisas muy sencillas, y que son las mismas que cualquier
historiador secular lleva a cabo cuando investiga documentos antiguos. Una de
ellas, entre muchas más, se basaba en que debían haber sido escritos por
aquellos que vivieron en la misma época de Jesús o de los apóstoles, algo que
sucedió con los conocidos Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Así se
evitaba que se manipulara, añadiera u omitiera cualquier acontecimiento.
Por eso, Juan comienza su primera carta de esta
manera: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante
al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y
testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se
nos manifestó); lo que hemos visto
y oído, eso os anunciamos” (1 Jn. 1:1-3).
De manera muy parecida comienza Lucas su Evangelio: “Puesto que ya muchos han tratado de poner
en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal
como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra” (Lc.
1:2). Los hechos acontecieron delante de todo el mundo, a lo largo y ancho de
Israel.
Igualmente, Pedro, en su primer discurso en público,
ante toda la ciudad de Jerusalén, dijo: “Varones
israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre
vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a
este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios,
prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios
levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que
fuese retenido por ella” (Hch. 2:22-24).
Si hubiera habido engaño, y como seguían vivas los miles de personas que
fueron testigos de la vida de Jesús, cualquiera habría denunciado la falsedad.
Pero no fue así, sino todo lo contrario: sabían que era verdad, tanto que ese
mismo día se convirtieron tres mil personas (cf. Hch. 2:41).
Es muy llamativo, y
no es casualidad, que los ateos le concedan credibilidad a los evangelios gnósticos, pero no a los
canónicos. Creer en los apócrifos es como
aceptar como verídicas las leyendas que se narran en las películas de Indiana
Jones. Todos los apócrifos han demostrado ser históricamente fraudulentos por
unas causas u otras, en las cuales profundizaré su momento, cuando entre a
tratar temas de apologética, aunque ya mostré en la primera parte por qué el de
Judas es falso.
A la
humanidad le encanta la mentira cuando conduce al libertinaje
¿Por qué le gusta a infinidad de personas la imagen
que se ofrece de la divinidad en este tipo de realidades alternativas? ¿Por qué
prefieren creer en las novelas de Dan
Brown o del infatigable y farsante J.J. Benítez? Sencillísimo de exponer y
entender la respuesta: el Dios de la Biblia y el mensaje de salvación
transmitido por el Hijo, exige un cambio de vida; lo que comúnmente conocemos
como “arrepentimiento”. Se pasa de vivir, pensar y sentir bajo nuestras propias
ideas y argumentos, a hacerlo bajo los principios que Dios enseña en Su
Palabra. La fornicación, el adulterio, la vida homosexual, la mentira, las
borracheras, la idolatría, los celos, las envidias, entre otros aspectos, deben
ser desterrados.
Por el contrario, los falsos “evangelios”, los falsos
“maestros”, los falsos “pastores”, los falsos “sacerdotes”, los falsos
“escritores”, los falsos “creyentes”, distorsionan la verdad para ajustarla al
gusto de los seres humanos, y solo piden a los demás la adhesión a lo que ellos
predican o, en su defecto, “que cada cual crea lo que quiera”.
De esta manera, las personas pueden “crear” a su
propio “dios” –en minúscula- para que se adapte a sus gustos personales. Así
pueden seguir viviendo tal y como les plazca, sin que exista algo llamado
“pecado”, “conversión”, “cielo” e “infierno”. En definitiva, nada que requiera
de arrepentimiento y, mucho menos, de la necesidad de un redentor y Salvador
que muere para expiar nuestros pecados. Así, el que se emborracha, puede seguir
haciéndolo; el que mantiene relaciones antes del matrimonio, puede seguir
haciéndolo; el que engaña a su cónyuge, puede seguir haciéndolo; el que miente,
puede seguir haciéndolo; el que quiere rezar a figuras religiosas, santos o
ángeles, puede seguir haciéndolo... y así con todo lo imaginable. En
definitiva, el que quiere vivir de espaldas a Él y omitir sus claros
mandamientos.
Por eso hay millones de personas que prefieren creer en el horóscopo, en el esoterismo,
en la videncia, en los amuletos, en las supersticiones, en la reencarnación, en la inexistencia del alma,
en la no-consecuencia de los actos propios durante nuestro paso por este mundo.
También se quedan con la literatura que ofrece un Jesús menor, meramente
humano, dócil, manejable, domesticado, dicharachero, imperfecto, flexible,
presentándolo a veces como un maestro moral, y en otras como un gran hombre
sabio que alcanzó la iluminación, como el Buda o el Confucio de turno. Incluso se
llega a decir que es un extraterrestre que procede de otro planeta. O su “dios”
favorito: el que habla únicamente del amor, la libertad y el perdón, pero nunca
de la santidad, la justicia y la ira divina, y donde cualquier camino conduce a
Dios, como el que trató de regalarnos Netflix con su falso Mesías (“Un
peligroso y falso Mesías camina por Netflix”: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/01/un-peligroso-y-falso-mesias-camina-por.html).
Conocí a un chico –hoy en día ya tendrá más de treinta
años- que decía ser cristiano. Por razones que exceden a este escrito, no quiso
saber nada más del Cristo verdadero. Ya no lo amaba como una vez dijo hacerlo
en el pasado. Desde entonces, no pierde la oportunidad en denigrar a todos los
creyentes, dedicando buena parte de su tiempo a proclamar a un falso Jesús,
despreciando todo aquello que Él dijo sobre QUIÉN era: Dios Encarnado.
Individuos así me provocan gran tristeza. Fuera o no cristiano, viene a mi
mente este pasaje cuando pienso en este tipo de personas: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron
del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo
gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y
recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo
para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (He. 6:4-6).
Esto mismo les sucede a muchos de los que se “apartan”
y que exponen todo tipo de razones para justificarse: tuvieron malas
experiencias eclesiales, se lo pasaban
mejor con los inconversos, se sentían realizados
sin necesidad de Dios, creían que sus vidas iban a ser maravillosas por el
hecho de ser cristianos y que los problemas desaparecerían, comenzaron a
aceptar las modas de la sociedad que Dios rechaza de plano (aborto,
homosexualidad, divorcio por cualquier causa), etc. Al fin y al cabo, nada que
Jesús no hubiera anticipado, cuando dijo que estos serían los que tendrían la
casa asentada sobre la arena, y no sobre la roca (cf. Mt:7-24-27), más si cabe
cuando explicó la parábola del sembrador: “Cuando
alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo
que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al
camino. Y el que fue sembrado en pedregales, este es el que oye la
palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino
que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa
de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, este es
el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas
ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13:19:22).
¿Es posible que regresen a la fe? Esa pregunta ya la
contesté en “¿Puede volver a
Dios un “cristiano” que ha negado a Cristo con sus palabras o sus obras?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2017/05/puede-volver-dios-un-cristiano-que-ha.html).
¿Cuál es el problema de fondo, y que no quieren
afrontar, tanto los que creen a los Brown o J.J. Benítez de turno, o los que
abandonaron al Dios de la Biblia? Que, como bien enseñó Jesús, si no se
arrepienten, todos perecerán igualmente (cf. Lc. 13:3-5) y, como apuntaló
Pablo, “no heredarán el reino de Dios”
(1 Co. 6:10). Pueden “sentirse” bien consigo mismos, incluso “felices”,
considerarse “buenas personas”, llevar a cabo todo tipo de “actos de amor”, ser
“amables”, “amigables” y “admirados”, tanto en persona como en redes sociales,
alcanzar el “éxito” y el “reconocimiento”. Pero la realidad es que, sin
arrepentimiento, sin depositar la confianza en el sacrificio de Jesús en la
cruz por los pecados, todo eso no servirá absolutamente de nada.
Conclusión
El anuncio no ha cambiado ni un ápice, y así
permanecerá hasta el día en que AQUEL que lo creó todo de la nada, se
manifieste de nuevo ante toda la humanidad: “Que
Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue
sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Co.
15:3-4).
Ese es el mensaje inalterable que debemos seguir
proclamando los cristianos, ante “ante
todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 P.
3:15).
Así que menos “30 monedas”, menos “El Código Da
Vinci”, menos “Caballo de Troya”, menos “El Mesías de Netflix”, y más anunciar
que Cristo es el gran Yo Soy: el camino, la verdad y la vida, y que nadie va al
Padre, sino a través de Jesús (cf. Jn 14:6).
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