Empecemos por ver los efectos que suele
provocar la salida traumática de una iglesia abusadora o malsana, o incluso de
una secta.
Efectos
Para poder tratar los efectos, primero citemos algunos
de los inmediatos en esta clase de síndrome de Estrés Postraumático:
- Se rememora continuamente el acontecimiento que
provocó el trauma, con recuerdos muy detallados de todo lo acontecido. O el
caso opuesto: dificultad para recordar hechos concretos de la vivencia
traumática.
- Incapacidad para controlar los pensamientos
obsesivos, los cuales surgen en la mente de manera involuntaria.
- Insomnio, pesadillas repetitivas y falta de sueño
reparador. Esto provoca un cansancio abrumador las veinticuatro horas del día,
lo que convierte al individuo en un alma en pena.
- Serias dificultades para concentrarse.
- Tristeza continua.
- Sensaciones desagradables de la misma intensidad que
cuando aconteció el hecho en sí.
- Ansiedad ante el temor a que la situación se pueda
volver a repetir en el futuro.
- Sentimientos de pánico e ira al pensar en la
posibilidad de encontrarse con sus acusadores. En el caso de que se produzca,
se desconoce cómo reaccionará exactamente.
- Odio hacia aquellos que le infligieron tal dolor.
- Irritabilidad persistente y estallidos de ira, unido
a la amargura y deseos de venganza.
- Sentimientos profundos de soledad.
- Evitación de todo contacto personal con otros seres
humanos, al considerarlos a todos una amenaza por igual.
- Desconfianza generalizada, incluyendo a aquellos que
se acercan con el propósito de ayudarle. Esto provoca que se encierre en sí
mismo.
- Visualización de un futuro totalmente oscuro,
desalentador y sin expectativas.
- Manifestaciones psicosomáticas, fruto de la ansiedad
acumulada, como dolores de cabeza y musculares, mareos, bajadas de tensión y
taquicardias.
- Repulsión a todo aquello que le recuerda de una
manera u otra a las personas de las cuales huyó.
- Sentimientos de culpabilidad contra sí mismo por no
haber evitado la situación que se produjo.
- Falta de apetito y desinterés por aquellas
actividades sanas que siempre le han resultado placenteras.
- Enojo extremo, al saberse vigilado en la distancia
por aquellos que dejó atrás y que parecen desear hundirlo en la miseria.
- Incapacidad para experimentar amor hacia sus
semejantes. Esta apatía emocional conduce al individuo a sentir que ha perdido
una parte imprescindible e intransferible de su humanidad.
- Indiferencia ante las muestras de cariño, las cuales
no llegan a su corazón.
- Inseguridad, confusión y aturdimiento mental.
- En casos extremos, pensamientos recurrentes de
suicidio, al considerarlo la única posibilidad de escapar del dolor que le
abruma.
Pueden ser más las sensaciones (que tú mismo podrías
añadir y que son personales), pero basta con las citadas. Es evidente que no tienen que darse todos estos
síntomas ni todo el mundo llega a los mismos extremos. Todo depende de diversos
factores, como el carácter de la persona, el grado del trauma y de las
consecuencias sobre su vida. Aun así, estos creyentes quedan, por norma
general, profundamente dañados y el proceso de recuperación no es sencillo.
Diversos
grupos y su actitud
He comprobado que, por norma general, se suelen dar seis grupos
de individuos, respecto a la actitud que toman tras su marcha de estos lugares.
Podríamos citar algún tipo más, pero estos son los más habituales:
1. El primer grupo busca otra iglesia local tras un
periodo dedicado al descanso, la reflexión y la sanidad interior.
2. La segunda categoría la forman aquellos que, tras
levantarse con gran esfuerzo del dolor que les causaron, prefieren vivir una
vida tranquila y al margen del mundo eclesial institucional. Eso sí, jamás
reniegan de su fe en Cristo, la cual manifiestan de diversas maneras, y obran
para Él en libertad de múltiples maneras, usando los dones recibidos, fuera de
las cuatro paredes de un local.
3. Un tercer sector está formado por lo que deciden
tomar el modelo de la iglesia primitiva, reuniéndose en sus casas. Forman
pequeños grupos (amigos y familiares) para alabar al Señor y compartir su
Palabra, animándose unos a otros a las buenas obras y apoyándose en todo lo
necesario.
4. El cuarto colectivo sería el de aquellos que rompen
todo contacto con otros cristianos. Afirman seguir guardando la fe, pero se
acostumbran a un estilo de vida tan frío que dejan de obrar para el Señor, de
orar, de escudriñar Su Palabra, etc. Dios termina por tener un lugar muy secundario
en sus vidas. Esto se detecta fácilmente cuando las cuestiones espirituales no
aparecen por ningún lugar en sus conversaciones.
5. Otros son los que, tristemente, se apartan del
Señor. Aunque la mayoría no reniega declarándolo con palabras directas, lo
hacen con sus hechos, ya que se dedican a vivir fuera del orden de Dios;
algunos con pecados llamativos y otros, simplemente, sin querer saber nada de
Él.
Si eran verdaderamente hijos de Dios nacido de nuevo es un debate doctrinal
en el cual no entro aquí, puesto que ya lo he hecho en otras ocasiones en el
blog. Dicho lo cual, afirmo que nada, absolutamente nada, justifica abandonar
all Señor. Parafraseando a Pedro, les digo: “¿A dónde
iréis, si únicamente Jesucristo tiene palabras de vida eterna?”. Job lo perdió todo y no por
ello renunció, sino que siguió el camino eterno.
6. Otros señalan que no se han apartado, proclamando
que siguen siendo cristianos de pura cepa, citan las Escrituras aquí y allá,
mencionan a Jesús siempre que pueden, pero, por unas razones u otras, modifican
aquellos aspectos éticos y morales de la Biblia que no les gustan,
reajustándolos a sus propias creencias, muchas de ellas basadas en la sociedad
presente y en las nuevas modas que van surgiendo. Rehacen a Dios a su propia imagen y semejanza caída, lo
cual es una blasfemia en sí mismo.
Mi anhelo es ayudar a todos ellos, estén en un grupo u
otro, que han sido marcados a fuego por una dolorosa salida de la iglesia local
a la que asistían. Y puedo hablar de ello con propiedad porque transité ese
camino. Para ello analizaremos los síntomas y veremos qué hacer en tales
circunstancias para que el afectado pueda ir aplicándolo paso a paso. Es fundamental
que entiendas estas palabras del pastor Gerardo de Ávila: “En una crisis
salva el nivel conceptual de la fe, no los sentimientos, que son nuestros
peores enemigos en esos momentos”. Todo lo que vamos a ver está basado en tal
premisa.
Lo que Dios
tiene que decirte
Sea cual sea tu caso y tu situación personal, te diré
que hay esperanza para ti, y que el inmenso dolor que puede embargar tu alma no
tiene que eternizarse. El primer interesado en restaurarte es el Señor mismo,
tu Padre celestial, y así lo afirma una y otra vez a lo largo y ancho de Su
Palabra: “Más yo haré venir sanidad para
ti, y sanaré tus heridas [...] He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y
los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad [...] El Espíritu del
Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los
pobres: me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar
libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los
oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Jer. 30:17, 33:6; Lc.
4:18).
Lo normal es que
esta sanidad no sea instantánea sino progresiva, y que, como vimos, dependerá
de muchos factores: calado de las heridas, daños causados, áreas personales
afectadas, etc. De ahí que pueda llevar semanas o meses la recuperación
completa, incluso años en los casos más graves, porque es lo más profundo de tu
ser lo que ha sido dañado. Y esta sanidad no se logrará reprendiendo demonios y
demás parafernalia que se observa en algunos lugares. En muchas ocasiones, el
Señor se sirve del quebrantamiento para sanar el corazón, siendo las lágrimas
las que, una vez derramadas sobre las heridas, cicatrizan el alma.
Es en ese tiempo de
debilidad donde Dios te puede llevar a un crecimiento personal de un valor
incalculable, si descansas en Sus manos, ya que su poder se perfecciona en la
debilidad (cf. 2 Co. 12:9). La madurez que puedes alcanzar por medio del dolor no
tiene precio. Él prometió que no dejaría para siempre caído al justo (cf. Sal.
55:22) y que está cerca de los quebrantados de corazón (cf. Sal. 34:18).
Quizá en este instante las
palabras no te digan nada. Puede que no las creas, que suenen hasta falsas. Si
piensas así, te entiendo. Pero un día serán reales, e incluso podrás ayudar a
otros. Recuerda que las mayores marcas y cicatrices de la historia de la
humanidad –las de Jesús tras resucitar-, han traído sanidad a millones de
personas de todas las épocas: “Y sabemos
que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los
que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28). Dios te llamó en su
momento y estará siempre contigo, puesto que tiene un propósito en medio, a través de tu dolor y durante el proceso de sanidad: “Si
hay un proyecto coherente y bien edificado, el dolor, el sufrimiento, la
decepción, la humillación, el fracaso, etc., tienen sentido. ¿Por qué? ¿De qué
manera? El sufrimiento, en sus diversas formas, cura al hombre de su profunda
soberbia y lo va volviendo más amoroso con los demás. A la corta, lo frena;
pero, a la larga, lo hace más humano, más comprensivo y tolerante. Cuando estos
impactos negativos no son recibidos así, el hombre se neurotiza y se torna
agrio, amargado, resentido, echado a perder, etc. El mismo sufrimiento que hace
madurar a unos conduce a otros a uno de los peores capítulos de la psiquiatría:
la personalidad enferma. La diferencia está en el modo de aceptarlo en el contexto del proyecto personal”[1]. Las penurias de José fueron
dramáticas: lo intentaron asesinar, fue traicionado y vendido por sus propios
hermanos, encarcelado durante años injustamente, etc., pero terminó hablando de esta manera: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios
lo encaminó a bien” (Gn. 50:20).
Empatizando contigo
Entiendo mejor de lo que puedas imaginar los
sentimientos que habitan en tu corazón. Entiendo tu dolor. Entiendo tu rabia.
Entiendo lo que es sentirse desolado. Entiendo lo que es sentirse traicionado y
abandonado. Entiendo cuando me hablas de esas noches en vela llenas de temor.
Entiendo cuando dices que “lloras sin llorar”. Entiendo qué significa
despertarse en medio de la noche empapado en sudor tras una pesadilla que se
repite una y otra vez. Sé lo que es sentirse indefenso mientras eres
emocionalmente linchado. Sé lo que es desear estar fuera de este mundo. Sé lo
que significa no confiar ni en tu sombra. Pero también sé que, en lo más
profundo de tu ser, existe el deseo de recuperarte. Sé que es un clamor que
gritas en silencio y que ahogas dentro de tu alma. Y sé cuánto se puede
aprender de la mala experiencia. No te diré que sea fácil, porque eso sería
engañarte, y ya estás saturado de mentiras. Pero sé que se puede porque lo he
experimentado en primera persona.
Si algo he aprendido es que existe una abismal
diferencia entre padecer secuelas y
que ellas tomen el control absoluto
el resto de tu vida. La definición de secuela es: “Trastorno o lesión que queda
tras la curación de una enfermedad o traumatismo, y que es consecuencia de
ellos”. Las secuelas son normales, pero el fin de todo es aprender de ellas,
adaptándose a las nuevas condiciones de vida, eliminando el grave pesar
interior que han dejado, para, finalmente,
crecer como resultado de todo el
proceso. Ahora que el trauma se ha producido, no puedes dejar que tu vida gire
en torno a él. Debes usarlo en tu beneficio, aunque en medio del proceso de
aprendizaje resulte bastante doloroso.
A lo largo de este extenso capítulo, que comienza aquí tras la introducción que ya vimos, permíteme mostrarte lo que una vez aprendí. Lo aquí establecido son principios
generales, ya que cada uno de nosotros y cada caso es distinto, por lo que se
deberán adaptar a cada situación personal. Posiblemente nuestras circunstancias
pasadas no fueran exactamente iguales ni el cómo las vivimos, pero el dolor
tiene patrones que se repiten para todos, por lo que es normal sentirse
identificados y empatizar con el otro.
Afrontemos los síntomas y los efectos más
dolorosos volcándonos en la solución, puesto que si adoptas una actitud pasiva
los efectos negativos se volverán crónicos y la superación del trauma será aun
más difícil de lo que ya es de por sí. Así
que pongamos las cartas sobre la mesa y barajemos hasta dar con la mano
ganadora.
Continuará en: 15.3. ¿Reprimir
el dolor tras salir de una secta o iglesia abusadora? & Controlando las
mentiras que llegan a tus oídos.
Rojas, Enrique. La conquista de la
voluntad. Ediciones Planeta Madrid, S.A.