Venimos de aquí: Rocky, el potro italiano (1ª parte): Como hijo de
Dios, ¿cuál es tu verdadera lucha? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2023/03/rocky-el-potro-italiano-1-parte-como.html).
Para no repetir mi propósito con estos
escritos, el origen de la historia real, la trama de la película de 1976 y todo
lo descrito, remito al primer artículo.
Recibiendo golpes en el cuadrilátero & ¿De dónde
viene tu poder?
Puede que tengas tu cara como Rocky, llena de
moratones, “como un mapa”, metáfora de un alma herida a causa de los golpes
recibidos. Circunstancias en tu vida que hicieron que nunca llegaras a
“despegar”, donde lo único que recuerdas son los sueños que tenías y que te
esforzaste en llevarlos a cabo. Y prefieres no pensar mucho en ello, porque te
sientes culpable si lo haces. O puedes que hayas tenido a tu alrededor personas
que te hayan dado el terrible y destructor consejo
de dejar de crecer, provocando tu propia desilusión. Quizá llevas toda la vida
menospreciándote y nunca te has dado la oportunidad de luchar. Incluso puede
que te rindieras al poco de intentarlo.
Quién sabe si sencillamente te has conformado y te
baste con disfrutar de vez en cuando de algún buen día. O que te ampares en tu
temperamento para decir que no puedes. O que sientes que desperdicias tu vida,
e incluso alguna vez te lo han dicho. Hay tantos “o” que no acabaríamos nunca.
Así se sentía el “Potro italiano”. Así puedes que te sientas tú. Así que
volvamos de nuevo a unas palabras que todos conocemos de memoria para poder
verlas en una mayor perspectiva de lo que solemos hacer: “De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas” (2 Co.
5:17). Lo que no somos conscientes es que dicha afirmación no es solo para un
momento determinado, y que se resumen al momento de la conversión, al antes y
al después. La realidad es que siguen teniendo la misma validez “después de”. Cada día de tu vida se te ofrece la oportunidad de empezar de nuevo y de hacer lo que
no hiciste ayer. Borrón y cuenta nueva. Una oportunidad de dejar el
pasado atrás y de comenzar a servir a Dios.
En la primera
cita que tuvo con su futura esposa, Rocky le decía que nunca había tenido una
oportunidad porque era zurdo y que por ello lo menospreciaban. Y a eso se
dedicaba, a boxear, porque no sabía cantar ni bailar. En el fondo, no eran más que excusas. Era el espíritu
de un perdedor. Alguien que se menospreciaba y que no se había dado una
oportunidad a sí mismo jamás porque estaba convencido, por su propia
experiencia negativa, que esté mundo no le permitía alcanzar sus propósitos.
Evidentemente, una persona así vive paralizada en el tiempo. El reloj corre a
su alrededor, pero él está anclado en su interior.
Nada de esto
debe acontecer en un cristiano, ya que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía,
sino de poder” (2 Ti. 1:7). Ya no dependemos de nuestras propias fuerzas.
Nuestras fuerzas están en Dios que mora a través del Espíritu Santo en
nosotros. Pablo señalaba que él no
luchaba según sus propias fuerzas: “Lucho con toda la fuerza y el poder que Cristo me
da” (Col. 1:29; DHH).
Hermano, ¿qué no sabes hacer nada? Con perdón de la
expresión: eso no te lo crees ni tú. TODO ser humano tiene dones naturales,
incluso los que no son creyentes. ¡Cuánto más un cristiano con el Espíritu
Santo morando en su ser! No podemos ser como los gentiles, que andan de manera
equivocada porque tienen el entendimiento oscurecido (cf. Ef. 4:18).
Nuestro entrenador no es un tal Mickey, sino Aquel que
lo creó todo. Quien nos sustenta, nos levanta y nos anima con Sus palabras y Su
Espíritu es Dios. Nuestros “guantes” son las palabras de Dios reflejadas en la
Biblia.
No sé cuántos golpes te ha dado la vida. Tampoco sé
cómo te sientes y qué piensas de ti mismo. Algunas personas sí me han abierto
su corazón (lo cual agradezco infinitamente) y, por ello y el hecho de escuchar
comentarios de muchísimos seres humanos, sé que sienten que les gustaría hacer
mucho más de lo que hacen, pero por las distintas circunstancias como las que
hemos visto, no llegan a hacerlas. Pero ahí está el ejemplo de Wepner, quien le
aguantó los 15 asaltos a Muhammad Ali como ya vimos. ¡¡¡Olvidó los 57 puntos de
sutura y los 338 que acumuló a lo largo de su carrera!!! Los aficionados siguen
reconociéndole por la calle y gritándole: “¡Eh, campeón, buena pelea!”.
¡Levántate, y no seas como el elefante, sino como
Elías!
En la mayoría de las ocasiones, no es fácil. Vivimos
en un mundo que ama más las tinieblas que la luz (Jn. 3:19), y que, por lo
tanto, desprecia Su obra y a sus hijos.
Nada es fácil. Nada es sencillo y no todo es agradable.
El protagonista de nuestra película, tras su primer
gran esfuerzo, acabó destrozado y sin poder respirar. Y decía: “Lo peor del boxeo es la mañana después del
combate... no eres más que una gran
herida. Te duele todo el cuerpo, en
todas partes, te dan ganas de llamar un taxi para que te lleve de la cama al
lavabo. Te duelen los ojos, las
orejas, los cabellos, las pestañas, tienes las manos hinchadas”.
¿Quién no se ha sentido alguna vez así? Pero él no se
rindió, porque sabía que la recompensa se logra tras la lucha. Me encanta
cuando describe que se siente muy orgulloso de su nariz, puesto que nunca se la
han roto, a pesar de que la han golpeado, mordido y torcido. La nariz no-rota
es sinónimo de no estar muerto, de seguir vivo. Mientras la nariz no se rompa, es decir, sigamos vivos,
podemos seguir luchando. O empezar a luchar, si todavía no hemos empezado.
Muchos ni
siquiera lo intentan por miedo. ¿Pero miedo a qué? Miedo a no gustar a otros
cristianos fríos o a los inconversos que anidan a su alrededor. Terminan por
autocompadecerse. De fondo está de nuevo el afán competitivo, malsano, por
compararse a los demás. Si es tu caso, ¡deja de mirar a tu alrededor! ¡Deja de
mirar lo que otros hacen o dejan de hacer! ¡Deja de mirar lo que otros tienen o
dejan de tener! ¡Mira en ti lo que Dios mira! No sirve de nada ir de víctima.
Quizás lleves
años con esa actitud. Incluso puede que desde que tienes sentido común. Puede
que estés tumbado en la lona por algún acontecimiento triste o traumático que
aconteció en tu vida, llegando a tener cadenas invisibles sobre ti como las de
este elefante: “Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo
que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros,
me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía
despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su
actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba
sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una
pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un
minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y
aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal capaz
de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad,
arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantenía entonces?
¿Por qué no huía? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía confiaba en la sabiduría
de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío
por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se
escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia:
- Si está
amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo
haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del
misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba
con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años
descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para
encontrar la respuesta:
- El elefante
del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy,
muy pequeño.
Cerré los
ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de
que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y
a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para
él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y
también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su
historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este
elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree
-pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella
impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha
vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a
prueba su fuerza otra vez...”[1].
No seas como el elefante. Sé como Elías, el cual, cansado, más
bien exhausto física y emocionalmente, se sintió derrotado a pesar de todo lo
que había hecho para la gloria de Dios. Pero el ángel de Jehová le dijo: “Levántate y
come, porque largo camino te resta”
(1 R. 19:7). Dios no había acabado su plan con él, como no lo ha acabado
contigo mientras estés en este mundo.
Conclusión
¿Quieres cumplir el plan que el Señor diseñó desde la
eternidad para ti? ¿Estás dispuesto a comenzar a entrenar desde este preciso instante? ¿Vas a luchar, incluso cuando te den
un “gancho” y un “directo”, o te vas a quedar tendido en la lona? Y no hablo de
grandeza, de fama o de prosperidad material, sino de lo que he resaltado una y
otra vez en estos dos escritos: hacer la obra de Dios.
La Escritura nos llama a esforzarnos en la gracia.
Nosotros ponemos de nuestra parte y Dios se encarga de la obra. Quizás el
llamado de Dios para ti sea ser una excelente madre aun con recursos económicos
limitados. ¡Gloria a Dios! Quizás el llamado de Dios para ti es que proveas
para tu casa y para que tus hijos puedan ir a la universidad. ¡Gloria a Dios!
Quizás es que seas un trabajador ejemplar en tu lugar de trabajo y que dejes la
huella del Señor. ¡Gloria a Dios! Hay millones de posibilidades. Cada ser
humano tiene su llamado de parte de Dios. Único e inimitable. En una ocasión vi
en Madrid a una señora mayor entregando tratados evangelísticos por el metro.
Quizás ese sea el llamado de Dios para ella, y no a ser maestra de escuela
dominical o misionera.
Ese es el camino para tu vida. Ni más ni menos. No
para compararte o ser mejor que nadie, sino para que Dios pueda decir de ti lo
mismo que le dicen a Wepner: “¡Eh, campeón, buena pelea!”. Comprendiendo lo que
Él quiere de ti y llevándolo a cabo, al llegar a la meta, podrás decir como
Pablo: “He peleado la buena batalla, he
acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona
de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a
mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8).
[1] El elefante encadenado. Extraído de Déjame que te cuente, de Jorge Bucay. Pág. 11-13. RBA Libros.
Muy Buen aporte. Hay Mucho que aprender de esta serie.
ResponderEliminarNos coloca frente al dilema de seguir a Jesús confiando en El Y cumplir su propósito. O seguir sin que se note mucho la diferencia de ser diferente manteniéndonos en una actitud pasivo -religiosa.
Se nos pide ser distinto por haber creído y pagar ese precio. Hay que mirar La estaca y verla en la luz del Señor y así, podremos arrancarla de una vez para siempre. Sólo así seremos verdaderamente libres de nuestros miedos. Fmd: M.B.