Dejando a un lado alguna enfermedad que se da en una
parte de la población, la causa principal que motiva el sobrepeso en la inmensa
mayoría de personas es la mala alimentación y la falta de ejercicio físico.
“Comida sabrosa” no es sinónimo de calidad nutricional. Esto lo vemos en la
bollería industrial, en los ultraprocesados, en las grasas trans, en los
embutidos, en el abuso de frituras y en el consumo diario de azúcar. Ahí se ven
las barriguitas estilo Homer Simpson, los michelines que sobresalen por encima
del pantalón o de la falda, los “traseros” tamaño XXL (tanto en hombres como en
mujeres), y en la grasa que anida por doquier en cualquier parte del cuerpo. Pero
aún es peor cuando se usa todo eso en momentos de ansiedad como una especie
de “refugio” o “escapatoria”.
Como casi siempre he estado delgado y he hecho
deporte, no le concedía ninguna importancia a lo que comía. Así que podía engullir
de una tacada un paquete de doce pasteles de chocolate o una cantidad
innombrable de huevos fritos. Pero hace poco más de dos años, aprendí por las
malas y tuve que reorganizarlo todo. No me quedó otra. Me costó porque era
empezar de cero e informarme de mil cosas, y encontrar sabores que me gustaran
especialmente. Los resultados han llegado poco a poco, tanto con el volumen de
entrenamiento que puedo llevar a cabo como en salud, con analíticas que incluso
son muchos mejores que cuando era más joven. Y todo comiendo bastante (creo que
más que nunca), sano y sin nada que no me guste.
Muchas personas creen que hay que ponerse a dieta para
perder grasa, pasar hambre y comer solo pollo y lechuga. Pero eso dura unos
días o, como mucho, semanas, hasta que viene el atracón. No he hecho dieta en
mi vida ni pienso hacerla. Basta con comer en función de las necesidades
calóricas de cada uno. No es lo
mismo el gasto calórico de alguien que se pasa todo el día sentado en una
oficina, que una ama de casa o un barrendero. Por eso es algo individualizado,
y copiar a los demás es una pérdida de tiempo. Si
comemos X+ y gastamos X++ por medio del ejercicio, obviamente adelgazaremos y
nos pondremos más fuertes si viene acompañado de un entrenamiento, por lo que
no es necesario “comer menos” sino “gastar más calorías”. Pero lo que suele
suceder es lo contrario: comer X++ y gastar X+, por lo que los resultados suelen
ser el cuerpo de la “gallina Caponata”.
Los dos
extremos
Con el tema de la alimentación y el ejercicio suelen
darse dos extremos:
1) Al que le da igual todo, que no hace nada para
fortalecer su cuerpo porque piensa que el simple hecho de levantar una pesa es
para los culturistas fanáticos y dopados, que come azúcar como si no hubiera un
mañana, mientras mira con cara de asco al que come sano. En este grupo hay incluso
cristianos que te citan a Pablo para apoyar su pereza: “Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso” (1 Ti. 4:8),
olvidando que, dichas palabras, en su contexto, quieren decir que, “comparado
con la piedad”, es poco provechoso al ser temporal, pero en ningún momento va
en contra del deporte en sí, ni son una apologética al autoabandono y el
descuido. Omitir los beneficios de la producción de endorfinas en nuestro
organismo –incluyendo en el estado de ánimo-, es rechazar parte de la propia
creación de Dios que hizo en nuestro beneficio, como expliqué en ¡Vive! Disfrutando sanamente (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2016/01/81-vive-disfrutando-sanamente.html).
2) El que vive obsesionado por los kilos, las
calorías, la delgadez, el comer poco o, por el contrario, con el exceso
calórico, la musculatura y la definición extrema, como expuse en “¿Cuáles son tus sueños para este año?
¿Y para el resto de tu vida? & ¿Todos merecen la pena? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/01/10-cuales-son-tus-suenos-para-este-ano.html).
Darse un antojo de vez en cuando no mata a nadie. El problema es cuando ese
“antojo”, esa comida grasienta o la que no aporta nada, se convierte en la base
de la alimentación o en buena parte de ella, sea en el desayuno, almuerzo,
merienda o cena.
Puesto que ninguno de nosotros se está preparando para
ir a los Juegos Olímpicos, no es modelo ni actor, la clave está en el
equilibrio, y en esa conocida frase del poeta Juvenal: “mente sana en cuerpo
sano”. Ambas van de la mano. No se puede cuidar la mente y descuidar el cuerpo,
como tampoco se puede cuidar el cuerpo y descuidar la mente. Leer mucho y hacer
ejercicio/comer bien deben ir de la mano. Además, si somos un cuerpo, y él es el
Templo del Espíritu Santo, habrá que cuidarlo, ¿no? Todo lo demás son excusas. Si
toda la vida te han enseñado que dos más dos son cinco y de adulto descubres
que son cuatro, sería de necio seguir creyendo lo primero. Si toda la vida te
han enseñado que hay que “rezarle” a figuras religiosas, “santos” o “ángeles”,
y de adulto descubres que Dios enseña en la Biblia todo lo contrario, sería
igualmente necio seguir haciendo lo primero. Pues con la comida exactamente lo
mismo. Comer mal sabiendo la verdad, es pura negligencia e irracionalidad, y
más hoy en día con todas las alternativas que hay en cualquier supermercado.
Conclusión
Recuerda que nunca es tarde para comenzar, ni la edad
excusa. Además, ten presente que el ejercicio aeróbico ejercitará tu corazón,
pero que los músculos de tu cuerpo necesitan de ciertos ejercicios de fuerza,
en mayor o en menor grado. Tu calidad de vida, tanto presente como futura,
dependerá de esos tres factores: nivel aeróbico, nivel muscular y alimentación.
Como mi intención no es convencer a nadie de nada, ni
en este tema ni en ninguno, sino en llevarle a la reflexión personal, me limito
a mostrar la realidad. Y ahora, que cada cual haga lo que quiera.
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