Cuando escribo sobre un libro, película o serie, por
norma general, es porque me ha gustado y se le puede sacar partido. Escribir
sobre algo que me desagrada lo considero una pérdida de tiempo, por eso no
suelo hacerlo. Y sé que estas líneas no van a servir de mucho ni tendrán un
gran recorrido, pero no puedo, ni quiero, callarme. Hago alusión al capítulo
veintidós del libro “El escándalo del cristianismo”, titulado “La comunión de
los santos”, y que terminé de leer hace escasas fechas.
Lo más difícil va a ser expresar mi indignación sin
que sea visto como un ataque personal. No es esta mi intención –y menos cuando
casi todo el libro me ha gustado-, pero si alguien lo considera de esa manera, dicha
interpretación está fuera de mi control. Siento si molesto a alguien, pero en
eso radica la libertad de expresión: en tener ideas contrarias a las de otro y
poder declararlo libremente. Lo contrario sería caer en una dictadura
ideológica, como ocurre en muchos países.
Algunos, o muchos, dirán que no me ha gustado porque
señala dos cosas que, supuestamente, hago mal, y de ahí mi enojo. No, no es por
eso. Primero, porque no considero que esté fallando en lo que señala el pastor
Arturo Iván Rojas. Y segundo, aunque llevara razón, considero que sus palabras
no son las más acertadas. ¿Estoy queriendo decir que sus intenciones son malas?
Ni mucho menos. Estoy plenamente convencido de que cada una de sus letras
tienen el deseo de enseñar con sus mejores deseos. Pero, en mi opinión, yerra
en dos capítulos, por lo
que, en varios escritos (el del diezmo será más de uno, dada su extensión, aunque
lo dejaré para más adelante), voy a transcribir sus palabras en letra cursiva y,
a continuación, lo que pienso al respecto.
¿Siempre es
preferible?
“Los
creyentes no podemos prescindir de ella (la comunión), pues es necesaria para
poder madurar en la fe. Con todas sus fallas, sigue siendo muy valiosa. Tanto
que, puestos a escoger, es siempre preferible una deficiente comunión a una
ausencia intencional y por lo mismo, culpable, de comunión”.
Lo siento, pero no puedo compartir dicha idea. Y no,
no por ello soy “culpable”. Al igual que yo, muchos decidimos
“intencionalmente” dejar de congregarnos de la manera tradicional (asistir a un
local al que falazmente se le llama “iglesia”, perpetuando así un error
teológico heredado del catolicismo romano), no por una “deficiente comunión”,
ya que teníamos hermanos y amigos maravillosos –a pesar de sus errores, iguales
que el resto de nosotros los tenemos- sino porque, una y otra vez, una y otra
vez, una y otra vez, allá donde íbamos, fuimos testigos de una distorsión
completa de lo que debería ser una iglesia sana:
- Pastores, que se consideraban en exclusiva “los
ungidos de Jehová”, y que resultaban ser impostores, desangrando los bolsillos de los cristianos para su propio
enriquecimiento y buena vida.
- Líderes autonombrados que denigraban a los creyentes
que no se sometían a sus caprichos y que valoraban a los cristianos por el
número de actividades eclesiales en las que participaban.
- Luchas fratricidas por el poder entre diversos
grupos de creyentes para ver quiénes ocupaban los primeros lugares e imponían
sus designios.
- Recursos económicos despilfarrados en verdaderas
sandeces, dejando las migajas para los creyentes verdaderamente necesitados.
- Calvinistas que despreciaban a los arminianistas y
arminianistas que despreciaban a los calvinistas; Milenaristas que se burlaban
de los amilenaristas, y amilenaristas que hacían lo propio con milenaristas, donde
el principio “en los puntos esenciales, unidad; en los puntos no esenciales,
libertad; y en todas las cosas, amor”, era pisoteado sistemáticamente.
- Negación de doctrinas como el infierno o la
salvación por gracia.
- Moral laxa para
algunos y estricta para el resto.
- Pecados que se
justificaban según quién los cometía y quedaban sin disciplina.
- Aceptación y
normalización de los postulados LGTBI.
- Revelación de
secretos contados en confianza, donde “traficaban” con dicha información
privada a su antojo y conveniencia.
- Directa o
sutilmente, establecimiento de herejías como la teología de la prosperidad, la
confesión positiva, las maldiciones generacionales o la cartografía espiritual.
Todo esto, implementado desde los púlpitos, “de arriba
a abajo”, por los Diótrefes de turno, incluso apoyados por “instancias
superiores” que lo permiten –siendo así cómplices-, hacen que revertirlo sea
una quimera, como señala Francisco Lacueva: “La Palabra de Dios y la experiencia
enseñan que el empeño en reformar desde dentro una iglesia oficialmente desviada
es una utopía que empaña nuestro testimonio y engendra confusión. La verdad y
la obediencia están por encima del sacrificio, de la falsa caridad y de las
buenas intenciones. En frase de Spurgeon, “el deber de uno es hacer lo recto; de las consecuencias se
encarga Dios”. Hay quien cita Mateo
13:24-30 sin percatarse de que allí no se trata de la iglesia, sino del mundo
(“el campo es el mundo”). Los más apelan al argumento de que a una madre (cf.
Gá. 4:26) no se la deja, por fea o mala que sea; pero éstos no se dan cuenta de
que la iglesia no es una abstracción superior, cuya naturaleza permanece a
salvo, a pesar de la falsedad o apostasía de sus miembros, o de los defectos en
las estructuras, sino la congregación espiritual de los verdaderos creyentes”[1].
Algunos de estos
puntos los reseña en la primera parte del libro y, aun así, se queda corto. ¿Y
me dice que soportar todo eso es preferible a una “ausencia intencional”, y que
encima soy culpable por ello? Es evidente que vemos la realidad de formas
opuestas.
Y no, no buscamos perfección. Nosotros mismos estamos
muy lejos de ella. Pero el abuso, la inmadurez en grado sumo, las herejías, la
hipocresía por doquier, las lenguas sibilinas y la incapacidad de pedir
disculpas, no se pueden aguantar indefinidamente. El Señor nos llamó a la
comunión, no al martirio voluntario.
¿Solo somos
inquebrantables estando todos juntos?
“Participar
de la comunión a pesar de lo anterior, es una muestra de que por encima de todo
esto quienes participamos de ella mantenemos vigente una inquebrantable
resolución para perseverar todos, unánimes, junto en el don de la fe hasta el
fin, por defectuosa y decepcionante que pueda llegar a ser por momentos”.
Según el autor, los que no participamos del
“cristianismo” es porque no mantenemos vigente la inquebrantable resolución de
perseverar juntos hasta el fin. Me parece un insulto dicha afirmación. ¿Hay
personas que se han apartado del Señor tras salir de una congregación? Sí, pero
solo Dios sabe si eran realmente hijos suyos que habían nacido de nuevo. Pero del
resto no piense que ahora nos ha dado por beber, por adulterar, por tener
relaciones sexuales antes del matrimonio, por ir a discotecas, por ser
partícipe de fiestas paganas, por acudir a videntes o por unirnos en yugo
desigual. Aquí seguimos, firmes, con nuestras vidas asentadas sobre la Roca, en
comunión con Él, escudriñando con emoción las Escrituras, haciendo Su obra
según los dones recibidos, amándole más y más, anhelando Su regreso, predicando
el Evangelio ante todo el que nos demanda razón de la esperanza que hay en
nosotros y, como todo hijo de Dios “nacido de nuevo”, batallando contra la
naturaleza caída. Y nada de esto lo digo para echarnos flores, ya que no somos mejores que nadie, pero tampoco
peores ni inferiores a otros cristianos por el hecho de no congregarnos.
¿Presuntos creyentes?
“Es por todo
lo anterior que no se puede entender ni justificar a aquellos presuntos
creyentes que prescinden de manera consciente, voluntaria y culpable, de la
comunión de los santos. Aquellos que dejan intencionalmente de congregarse o le
van restando importancia gradualmente al asunto, pasando por alto claros
mandatos bíblicos como “no
dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (He.
10:25).
Esta dureza no la
entiendo, y me parece completamente desoladora para muchos cristianos “no
congregacionales”. En mi caso, estoy tan acostumbrado a oír este tipo de
acusaciones que ya no me afectan, aunque sí me enervan por el mal que hacen a
otros. Que no pueda “entender” a los que no se reúnen y, sobre todo, llamarlos
“presuntos creyentes”, son palabras que manifiestan falta de empatía –con lo cual no estoy queriendo decir
tampoco que el autor carezca de ella, sino que aquí no la demuestra- y una
severidad en sus conclusiones que son impropias de alguien que es pastor.
Por otro lado, copio lo que dije en mi libro “Mentiras
que creemos” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2014/06/mentiras-que-creemos.html) sobre el texto de Hebreos: “Este
versículo se emplea para recordarnos con insistencia el mandamiento bíblico de
reunirnos. Así dice el texto, pero basta una lectura del pasaje en su contexto
para darse cuenta de que el significado no es exactamente el que siempre hemos
creído: el escritor de esta misiva estaba exhortando a los cristianos a que se
mantuvieran firmes (cf. He. 10:23); a que no se apartaran del camino que
Cristo, como sacerdote, les había abierto hacia el Padre (cf. He.
10:19-22); y a que no se volvieran nuevamente al judaísmo, como algunos estaban
tomando por costumbre, dejando esa reunión con Jesucristo[2].
Por lo tanto, el pasaje no hace ninguna alusión a la reunión de creyentes
en la iglesia local, sino a la reunión con Cristo, tanto en el presente como en
el futuro. Como escribe William MacDonald: “Básicamente,
este versículo es una advertencia contra la apostasía. Aquí, dejar de
congregarse significa dar la espalda al cristianismo y volverse al judaísmo [como
sistema de sacrificios y salvación por obras]. Eso es lo que algunos estaban haciendo cuando se escribió esta carta”[3]. Es una invitación del autor de la epístola a no volver a nuestra
antigua vida, pero nada más.
¿Somos cínicos?
“(dicha comunión) la
idealizamos y cuando no resulta como la esperábamos, entonces nos sentimos
frustrados y decepcionados y reaccionamos con amargo cinismo para terminar
menospreciando la comunión, hablando incluso en su contra y marginándonos de
ella para nuestro propio perjuicio”.
Puede que esta sea su observación, basada en la propia
experiencia de lo que ha visto en otros, pero cae en una generalización, como si
ninguno de nosotros fuéramos conscientes de que la iglesia “ideal” no existe y
como si todos los que no se congregan “a la manera tradicional” nos volviéramos
cínicos. Las falsas acusaciones de rencor, odio, deseos de venganza y falta de
perdón, suelen ser la cantinela habitual que lanzan contra nosotros –sumado a
que “vamos de víctimas”-, así que ya estamos acostumbrados. Si quieren creerlo
de nosotros, son libres de hacerlo. No nos importa.
La mayoría que somos sanados tras haber pasado por
varias de esas iglesias o haber sufrido un abuso espiritual dantesco, y
volvemos a encontrar “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” que
experimentamos tras la conversión, no somos como nos describe. ¿Qué los hay
amargados? Sí. En esos casos, lo que debería preguntarse es: ¿Y quién los
ayuda? ¿Dónde están esos pastores que dejan a las noventa y nueve ovejas y van
a por la que ellos consideran “perdida”? ¿Por qué no se esfuerzan en que sea
sanada, en lugar de ahondar en la herida y meter el dedo en la llaga? ¿Por qué
se acuerdan de ella para tirarla por tierra y hablar mal de su nombre, en lugar
de buscarla con esmero? ¿Dónde quedaron esos abrazos, esos “te quiero”, esos
“estaré contigo a tu lado siempre que me necesites” y “cuenta conmigo”?
Palabras hermosas que se llevó el viento y acabaron en una ciénaga.
Puedo contar con los dedos de una mano los cristianos
que se ponen en la piel de las “ovejas” que se alejan. Uno de ellos –Diego
Iglesias Escalona- lo hizo de forma pública en un sensacional artículo en
Protestante Digital, titulado “Carta abierta a las ovejas olvidadas” (https://protestantedigital.com/tublog/46244/Carta_abierta_a_las_ovejas_olvidadas), al que contesté y le agradecí con otro escrito en
el mismo medio: “Carta abierta de las
ovejas olvidadas pero no perdidas” (https://protestantedigital.com/tublog/46278/arta_abierta_de_las_ovejas_olvidadas_pero_no_perdidas). De ahí que, años después,
me resulte tan llamativo que Arturo trate de mortificarnos con algunas de las mismas cosas que reseñé en el
mismo, que vienen a ser las manidas acusaciones de siempre.
Curiosamente, tras compartirlo
en Facebook, una señora de una iglesia de mi ciudad, a la que no conocía ni
conozco de nada, no tuvo nada más que hacer que dejar un comentario ofensivo,
acusador y sarcástico contra mi persona, acusándome de “falto de amor”. Y otra
que la apoyó llegó a llamarme “lobo”. ¡Señoras y señores, estos son los
maravillosos piropos que nos dedican
los espirituales! ¡Es así como tratan
a las ovejas perdidas, que para ellos
somos ovejas negras! De verdad, ¡qué triste!
Puedo hablar con propiedad, no solo por lo que “otros
me han contado”, sino porque es lo que visto en repetidas ocasiones: críticas voraces,
desprecio a sus vidas, murmuraciones, escarnio público, prohibición de tener
contacto “vayan a contaminar” y destrucción de amistades. No se preocupan
realmente por las personas, y el único interés que muestran al “exhortarlos” a
regresar es porque quieren que “suelten la plata”, “obedezcan sin rechistar” y
se “sometan incondicionalmente” a los mismos que les pusieron el pie en el cuello
y aprisionaron sus almas.
¡Esto sí que es un escándalo en el cristianismo!
¿Somos
personas que no piensan y no sabemos distinguir?
“... se han
marginado de la comunión cristiana debido a experiencias traumáticas vividas en
las iglesias, nunca se han puesto a pensar que sus prevenciones no son en
realidad contra el cristianismo o contra la religión en general; sino contra la
religión organizada, contra la cristiandad y contra la iglesia de cuentas
forman parte”.
Nuevamente, proyecta sus propios pensamientos, puesto
que da por hecho que no “hemos pensado” en el porqué de nuestra forma de actuar
y no sabemos diferenciar el cristianismo de la religión organizada. Claro que
sabemos distinguir una cosa de la otra: de lo contrario, habríamos renunciado a
Cristo y a la salvación. Ahí sí seríamos necios, como el perro que vuelve a su
vómito, pero no es el caso entre miles de cristianos, aunque no formen parte de
una iglesia local.
Tampoco entiendo la razón por la cual infravalora los
traumas. No sé si ha conocido a personas completamente desbaratadas
emocionalmente por haber sufrido en sus carnes los efectos de una iglesia
enferma, pero si el autor, en su propia vida, hubiera llegado a ese grado de
destrucción interna, estoy seguro que no le dirigiría estas palabras a nadie.
¿Seremos “extraños” en el cielo?
“Por eso, no
debemos abandonar la comunión a pesar de lo defectuosa que pueda ser. No hay
otra manera de entrenarse y prepararse para la comunión perfecta que un día
disfrutaremos como propósito final de la vida cristiana”.
Esta sentencia final me parece el último clavo del
ataúd que el pastor lanza contra nosotros. En el caso de que seamos salvos,
cosa que implícitamente pone en tela de juicio al llamarnos “supuestos
creyentes”, parece ser que estaremos incómodos y fuera de lugar en el cielo, ya
que no nos habremos “entrenado” y “preparado”. ¡Y eso a pesar de haber sido
glorificados! Lo siento, pero me niego a dedicarle ni una sola línea a
semejante despropósito.
Conclusión
Mi replica a las
palabras del señor Iván Rojas pueden parecer un manifiesto contra
el hecho de que los cristianos se congreguen. Nada más lejos de la realidad.
Como también dije en mi libro al tratar el texto mencionado de Hebreos 10:25: “¿Estoy
abogando por un cristianismo individual y solitario? ¡No! ¿Estoy incitando a no
congregarnos como cuerpo de Cristo? ¡Tampoco! Claro que es necesario adorar
juntos para estimularnos al amor, a las buenas obras (cf. He. 10:24) y
para exhortarnos, tanto más sabiendo que la venida del Señor está cerca (cf.
He. 10:25), sea en el lugar de reunión o en nuestras casas con otros hermanos.
¡Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! (cf.
Sal. 133:1)”. ¿O acaso no dijo el Señor que “donde están dos o tres congregados en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20)?
¿Congregarse es lo
ideal? Obvio, y animo a todo el que quiera hacerlo. ¿Hay lugares y circunstancias
graves que, mientras no cambien, aconsejan que lo mejor es no hacerlo “a la
manera tradicional”, siendo lo mejor mantener comunión con otros hermanos
“fuera de las cuatro paredes”? También. Y para los que no quieran verlo ni
entenderlo, y nos acusan por ello, y por si no les ha servido todo lo dicho
anteriormente, les termino con un conocido pasaje. Espero que, la próxima vez, antes
de lanzarse a enjuiciarnos, reflexionen un poco más con el corazón: “Juan le
respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera
demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos
seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga
milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es
contra nosotros, por nosotros es. Y cualquiera que os diere un vaso de
agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su
recompensa” (Mr. 9:38-41).
Continuará
en: “¿Somos ladrones los que no
diezmamos?”
[1] Lacueva, Francisco. La Iglesia. Clie. Pág. 252-254.
[2] Pablo también emplea el mismo término y significado en 2 Tesalonicenses 2:1-2: “Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión [episunagoge] con él...”.
[3] Macdonald, William. Comentario Bíblico. Clie, p. 1004.
Muy bien explicado Jesús,lo veo como tú...
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