lunes, 25 de abril de 2022

Los ojos de Tammy Faye: cuando las buenas intenciones se convierten en un concepto errado del amor de Dios


Es tal el daño que han causado dentro del cristianismo, y siguen causando, los llamados “telepredicadores evangélicos”, y tanto que he visto, leído y escuchado sobre ellos, que una y otra vez me resistía a ver la película “Los ojos de Tammy Faye”, basada en la historia real de esta mujer (1942-2007) y su esposo Jim Bakker (1940-). A pesar de tenerla disponible para visualizarla desde hace un tiempo, siempre me echaba para atrás a última hora. Al final, haciendo de tripas corazón, le di al play. Lo que más o menos me esperaba, se hizo realidad: fue un puñetazo en el estómago. Más bien diría que uno tras otro, de los que quitan el aliento y te hacen desfallecer ante la contemplación de tanto disparate “en nombre de Dios”.
La misma nos cuenta el ascenso y caída de ambos telepredicadores: desde sus inicios en los años 60, cuya fe era genuina y guiada por los deseos de servir a Dios, donde Tammy daba a conocer a Jesús en un programa para niños de la cadena CBN de Pat Robertson usando marionetas, y Jim presentaba “el club de los 700”, otro espacio de entrevistas en horario de máxima audiencia, hasta convertirse en sombras de sí mismos. Fueron estrellas de su propio show, llamado “The PTL Club”, y poco a poco se desviaron de su propósito inicial. Llegaron a usar 200 millones de dólares de los fondos de PTL para construir Heritage USA, un retiro cristiano y un parque temático, siendo junto a Disney World y Disneyland, el más famoso de todos los Estados Unidos.
En esta segunda etapa oscura, el distanciamiento entre ambos se hizo manifiesto: todo era falsa apariencia, ella recibió tratamiento por adicción a pastillas, él fue acusado de violación por parte de la secretaria de la iglesia, las conductas sexuales inapropiadas e infidelidades tomaron su lugar, y la avaricia por el dinero se apoderó de sus corazones. Como era de esperar, todo explotó y terminó como el rosario de la aurora: PLT se declaró en bancarrota al deber más de treinta millones de dólares, Bakker fue despedido de las Asambleas de Dios como pastor, fue condenado a cuarenta y cinco años de prisión (aunque solo cumplió cinco) por conspiración, fraude y malversación de fondos con los millones de dólares que había recaudado de las donaciones de bienintencionados cristianos, y que usó para gastos personales y en su propio beneficio. Finalmente, el divorcio llegó en 1992, tras treinta y un año de matrimonio. 
El que apenas tenga conocimiento del cristianismo verdadero, pensará que es el que se nos muestra, el cual es horrible. Lamentablemente, son los malos ejemplos como estos los que, una vez más, logran que se hagan realidad las palabras que Pablo le dijo a los judíos: “Te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas, instructor de los indoctos, maestro de niños, que tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad. Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Ro. 2:17-24). Por el contrario, el que conozca las enseñanzas de Jesús, sabrá que buena parte de las predicadas por Tammy y Jim fueron un disparate enfermizo. En el caso de ella, es más triste aun, puesto que sus intenciones iniciales eran loables y nacidas de un buen corazón.

 
(a la izquierda, los auténticos Tammy y Jim; a la derecha, los actores que los interpretan: Andrew Garfield y Jessica Chastain. Jessica está tan irreconocible respeto a cómo es la actriz en la vida real, que no me extraña que le hayan dado el Oscar a mejor actriz y la película al mejor maquillaje. Incluso imita a la perfección su voz, parecida a la de Betty Bop)

Las buenas intenciones de Tammy que terminan en un grave error teológico: defensa de los grupos LGTBI & ¿Dios nos acepta tal y como somos?
Los deseos de Tammy eran nobles. Por eso, antes de analizarlas, hay que contextualizar estas palabras que pronunció en su programa: “Qué triste que nosotros como cristianos, que debemos ser la sal de la tierra, nosotros que se supone que podemos amar a todos, tengamos tanto miedo de un paciente con SIDA que no vamos a subir y poner nuestro brazo alrededor de ellos y decirles que nos importan”. En una época –los años 80- donde el SIDA explotó como la terrible enfermedad que es, muchos cristianos evangélicos norteamericanos dieron la espalda a los afectados. Como la inmensa mayoría eran homosexuales que tenían todo tipo de relaciones entre ellos, los creyentes no hicieron lo que debían: en lugar de buscarlos y ayudarlos, directamente los condenaron. Tammy se puso en medio y dijo que ese no era el camino. Jesús era el ejemplo a seguir por medio de la compasión. Tanto Él como ella les dieron lugar en su dolor.
Ahora bien, si en ese aspecto llevaba toda la razón, en otro no llevaba ninguna. Y me explico: durante el largometraje, vemos a diversos telepredicadores famosos de la época, como Pat Roberson, atacar duramente a los homosexuales, señalándolos como los principales enemigos de los Estados Unidos. Por el contrario, siempre que Tammy está presente, los defiende. Entrevista a un homosexual con SIDA, Steve Pieters –cuya pareja murió por dicha enfermedad-, siendo considerado por ella como un testimonio maravilloso, al ver cuán feliz se siente él por ser quién es, dándole incluso las gracias a Dios por el apoyo de sus padres. Steve, que había sido pastor de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana de Hartford (Connecticut) antes de su renuncia, llega a poner en boca de Jesús afirmaciones como que Él “ama su forma de amar”. Ya empezamos a ver claramente los desaciertos.

(a la izquierda, el actor Randy Havens; a la derecha, el verdadero Steve, el cual canta en un coro gay en Los Ángeles y trabaja como psicoterapeuta en Alternatives, un centro de tratamiento de drogas y alcohol LGBT en Glendale, California[1])

Aquí vemos reflejado los dos extremos que se lleva dando en los últimos 50 años respecto a la homosexualidad en ambientes supuestamente cristianos: de considerarlos como no-personas (lo cual sí es homofobia y, por lo tanto, completamente condenable) a decirles que vivan tal y como se sientan. Del puño completamente cerrado al puño completamente abierto. De ser prácticamente endemoniados a enseñarles que es parte del amor de Dios expresarse con total libertad. Esto mismo se está viendo ya en incontables “iglesias”, incluso en mi país (España), donde el apoyo de algunas de ellas al movimiento LGTBI es público y notorio. En Estados Unidos, en estos últimos años, fue muy comentado el cambio de posición del ex-pastor Joshua Harris, del que mencioné brevemente su historia en “El cuento de Hadas en el que viven muchos que se dicen “cristianos” (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2019/08/el-cuento-de-hadas-en-el-que-viven.html).
Volviendo al quid de la cuestión, Tammy, en su argumentación, repite en varias ocasiones que Dios nos ama de tal manera que nos acepta tal y como somos, que viene a ser un mantra repetido hasta la extenuación por los que defienden la vida homosexual. En su caso concreto, vemos una extrapolación personal que termina convirtiendo en una falsa teología: a pesar de todos sus esfuerzos por lograrlo, ella no se sentía valorada ni amada por su madre –y, posteriormente, por su marido-, por lo que no deseaba que nadie se sintiera de la misma manera. ¿Cómo remediar este rechazo? Haciendo que todos sintieran el amor de Dios al considerarlo incondicional.
Es ahí mismo, en dicho postulado, donde está el fallo, ya que no muestra el concepto en su totalidad. Pablo enseña claramente que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro. 5:8-10). En la cruz, Dios nos demostró Su amor para con todos nosotros. Esa es, sin duda alguna, la primera parte. Pero nos queda la otra parte: en respuesta a ese amor, nos toca seguir las también palabras del apóstol: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:22).
Puesto que Dios creó la mujer para el hombre y el hombre para la mujer, la unión entre personas del mismo sexo está fuera de Sus designios. Tratar de cambiar esta idea tan elemental para, supuestamente, adaptarla a los nuevos tiempos, y envolviéndola en el manto del amor divino, es una de las grandes falacias presentes en la humanidad. Tanto el heterosexual inconverso, como el que se considera homosexual, están llamados a dejar su antiguo estilo de vida y a vestirse del nuevo hombre.
Aunque entre los homosexuales no creyentes, la monogamia de por vida no es la norma sino la excepción, centrémonos en uno de los argumentos más esgrimidos y exprimidos por parte de los que se autodenominan “cristianos gays” que apelan a la fibra sensible: “Dios es un Dios de amor. Por lo tanto Él no puede estar en contra del amor entre dos hombres o dos mujeres”. Como dijo el cantante Elton John: “Si Jesucristo estuviera vivo hoy en día y estuviera tan convencido de sus ideales como lo estaba entonces, celebraría el matrimonio homosexual con el mismo entusiasmo que cualquier otro tipo de boda, porque estas uniones no dejan de representar el mismo amor, la compasión y el perdón que él tanto predicaba. Al fin y al cabo, el matrimonio no deja de ser la expresión de lo mejor que tenemos en este mundo, y creo que la Iglesia debería centrarse en promover ese intercambio de sentimientos en lugar de condenarlo”[2].
Ideas como estas buscan apoyarse en textos bíblicos como “Dios es amor” (1 Jn. 4:8) o “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39). Por eso, muchos dicen –incluso los ateos- que qué tiene de malo que dos personas del mismo sexo estén juntas si se aman. Si siguiéramos esa línea de pensamiento, tendríamos que extenderla a toda clase de amor: el incesto entre un hombre y una mujer –ambos adultos- que dicen amarse o las relaciones románticas consensuadas entre tres o más personas (poligamia) o a la nueva moda: las relaciones abiertas. Y así con todo lo que podamos imaginar. Sí, Dios es un Dios de amor y quiere que nos amemos unos a otros, pero dentro de sus leyes, del orden y del marco que Él ha establecido para la humanidad, no de lo que queramos nosotros hacer, puesto que eso es libertinaje.
No olvidemos que el primer gran mandamiento, y que antecede al de amar al prójimo, es “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mt. 22:37). El que ama a Dios le obedece, y no trata de amoldarlo a sus propias ideas. Tanto el amor romántico como la expresión del mismo por medio de la sexualidad queda para el matrimonio –ni antes ni fuera de él- ya que es el marco que Dios estableció.
Dios es un Dios de amor, pero los grupos LGTBI que se dicen cristianos han revertido el significado y han convertido “el amor en dios”. Si Dios nos aceptara tal y como somos, Su muerte en la cruz y la expiación llevadas a cabo habrían sido innecesarias. Nos recibe con nuestra naturaleza caída para lavarnos y perdonarnos, pero no para aceptar nuestros pecados ni para aprobar nuestra forma de ser. Sí, Dios nos ama, pero, en respuesta a ese amor, debemos obedecerle. De lo contrario, seremos nosotros quienes estaremos demostrando no amarle, al querer hacer nuestra propia voluntad en lugar de la Suya.

Conclusión
Resumiendo lo analizado: señalar que Dios nos acepta tal y como somos es un falso evangelio, más propio del “evangelio de los hippies”, de “haz el amor, no la guerra”. Amar y aceptar no son sinónimos. Somos amados por Él antes de ser aceptados, pero no somos aceptados antes de habernos arrepentido. El evangelio genuino abarca la cruz y la muerte al yo, el negarse a uno mismo. Y, repito, esto incluye tanto a heterosexuales como a homosexuales, ya que todos “están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23), puesto que “no hay justo, ni aun uno” (Ro. 3:10). Proclamar esta verdad no es odio: es puro amor, ya que busca la salvación eterna de todos. Callar sí que sería falta de amor.
Aquellos que se llaman cristianos no deben imitar la conducta de esos telepredicadores furibundos que aparecen en la película y que demuestran un odio profundo hacia el colectivo LGTBI, ya que entonces estarán siendo como los hijos del trueno (Jacobo y Juan), los cuales le dijeron a Jesús: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Lc. 9:54), a lo que Jesús reprendió: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lc. 9:55-56). Pero, dicho esto, tampoco pueden seguir la forma de actuar de Tammy, enseñando una moralidad en completa disonancia con Dios ni participando en marchas del “Orgullo gay” como hacía ella. Aunque la película trata de redimirla, sus enseñanzas no tienen redención.
Ya hemos visto el equilibrio y en qué punto se encuentra el Evangelio. Ese, y solo ese, es el que debe anunciar un cristiano nacido de nuevo.

lunes, 18 de abril de 2022

2. Pornografía: hombres, mujeres, adolescentes y niños que la consumen

 


Venimos de aquí: ¿Consumes pornografía o sexo virtual, aunque sea esporádicamente? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/04/1-consumes-pornografia-o-sexo-virtual.html).

Afecta tanto a hombres como a mujeres
En la introducción del tema sobre la sexualidad (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/07/7-la-sexualidad-del-soltero-cristiano.html), aporté una serie de datos preocupantes a raíz de un trabajo de investigación realizado por Barna Group en 2014 en Estados Unidos. Resumiendo: entre 388 hombres encuestados –de 18 a 30 años de edad- el 77% había visto pornografía en el trabajo en los últimos tres meses; el 64% admitía haber visto pornografía por lo menos una vez al mes; el 18% reconocía ser adicto a la pornografía y un 8% de ellos indicaban que posiblemente lo eran. Esto afecta tanto a solteros como a casados.
Aunque en esa encuesta no se hacía mención, hay infinidad de testimonios en la red sobre la incidencia en las mujeres de esta adicción, y a la que se han sumado en la última década, por lo que es evidente que no es exclusiva del hombre. Los resultados de diversos estudios son descorazonadores: el 30% de quienes consumen pornografía son mujeres. En Gran Bretaña, 6 de cada 10 mujeres confiesan ver pornografía en internet. Otro estudio muestra que las mujeres de entre 18 y 24 años ven un 5% más de porno que sus homólogos masculinos[1]. Y en una encuesta realizada por el magazin Christian Women en sus lectoras, el 40% de las mujeres entrevistadas se consideraban adictas a la pornografía[2].
Todo esto es otro aspecto más, en que ellas –especialmente las jóvenes-, se han sumado a imitar lo peor del género masculino en todas sus vertientes. Es un fruto más de la llamada “revolución sexual”, y que comenzó a mitad del siglo pasado. Cuando la lucha por la libertad sin normas se convirtió en un canto al libertinaje, sucedió lo inevitable: uso soez del lenguaje, formas de vestir provocativas, desnudos explícitos, millones de abortos, consumo masivo de alcohol, relaciones sexuales prematrimoniales, parejas de hecho, etc. Hombres y mujeres se han puesto a la par en cuanto a la maldad se refiere.

¿Qué lleva a las personas a consumir pornografía?
La respuesta fácil al enunciado es “por el vicio”. Usando correctamente el vocabulario, creer eso es error. Las dos primeras acepciones para el término vicio son: “excesiva afición a algo, especialmente si es perjudicial”; “mala costumbre, hábito de obrar mal”[3]. Es decir, y valga la redundancia, para tener un vicio hay que ser un vicioso. Por lo tanto, una persona que nunca ha visto pornografía no puede ser un vicioso de la pornografía.
Entonces, ¿cuál es la causa primera? Fácil de exponer: la curiosidad innata y natural por el sexo y el deseo de ver directamente algo de lo que ha oído, y más si ha leído que su visionado provoca placer. En algunas ocasiones, buscando directamente a través de la red. En otras, porque la persona –a menos que tuviera instalado un bloqueador de publicidad, y ni aún así- estaba viendo una página de videojuegos, de deportes o de cualquier otro tema inocente y, sin venir a cuento, se abrió una ventana en la pantalla del ordenador anunciando alguna web de pornografía explícita. Ahí picó y todo el proceso se desencadenó.
Imaginemos que solo existiera una bebida alcohólica. El que quisiera beber tendría que conformarse a esa en concreto. Pero, ¿cuál es la realidad? Que existen decenas de productos alcohólicos a su disposición. Puede probarlas todas y elegir las que más le guste. Con la pornografía sucede exactamente igual. Ante la inmensa variedad que analizamos en la primera parte, la persona comienza a saltar de un género a otro, de una práctica sexual a otra, y va descubriendo por sí mismo qué le provoca mayor placer. Con el tiempo, su cerebro se habitúa y necesita estímulos más fuertes para lograr la misma satisfacción física. De ahí que el contenido pornográfico que consume es cada vez más intenso y degradante. Una vez que se da ese paso, el vicio se apodera del individuo, lo cual sucede en edades cada vez más tempranas.

El pasado y el presente: oferta y variedad sexual
Hace poco más de una década, la pornografía estaba reservada para canales de pago que emitían a altas horas de la madrugada. Era la única manera de acceder a ella, ya que para alquilar una cinta en un videoclub tenías que ser mayor de edad. Cuando yo era muy jovencito, mi hermana trabajaba en uno e iba a verla cada pocos días para que me diera por enésima vez la cinta VHS de los capítulos de Mazinger Z. Y recuerdo que, cuando observaba, de forma muy esporádica, a un hombre entrar en ese rincón reservado y apartado del llamado cine-X, me preguntaba cómo no le daba vergüenza que le vieran allí dentro. Cuando se acercaba al mostrador a pagar, me quedaba mirándolo fijamente, tratando de saber qué pasaba por su mente para ver ese tipo de películas. Pero, en aquella época, era un fenómeno minoritario. Una persona así era como un mono de feria que obedecía las órdenes que le indicaban, todo un fenómeno peculiar que se salía de lo normal. Sin embargo –y he aquí la gravedad y a donde quiero llegar-, por gracia (más bien, por desgracia) al boom de Internet, y a un solo click de distancia, el bosque se ha llenado de este tipo de monos. Lo raro, lo extraño, lo extravagante, lo vicioso, lo inmoral y perverso, se ha convertido en lo habitual, hasta el punto de ser aceptado por buena parte de la sociedad, y la red de redes la ofrece de manera abierta y gratuita. Son abrumadoras las evidencias que muestran cómo los valores morales han sido transformados radicalmente. 
A todo esto, habría que añadir la variedad en la pornografía. Estos videos se basaban casi siempre en relaciones heterosexuales donde lo principal era el coito entre el hombre y la mujer. En el presente, la oferta se ha ampliado a la homosexualidad, la bisexualidad, el lesbianismo y la transexualidad, donde se muestran todo tipo de prácticas sexuales aberrantes, y que muchos terminan considerando normales, o como fantasías que desean cumplir y que llevar a cabo: orgías, sadomasoquismo, incesto, violaciones y abusos fingidos, vouyerismo, exhibicionismo y otras muchas que prefiero omitir para no caer en el morbo gratuito y herir la sensibilidad de nadie, la mía incluida.
Algunos dicen que no es para tanto, que hasta hace unos años era igual pero con las fotografías de revistas como Playboy o Interviu. Toda una falacia: no hay ni punto de comparación entre aquello y los vídeos actuales, propios de mentes enfermizas.
En todas estas producciones citadas, no participan únicamente “actores” (por llamarlos de alguna manera) que cobran por hacerlo, sino también personas no-profesionales que no reciben ninguna compensación económica. Es tal la depravación actual, que se fotografían o graban a sí mismas –solas o en pareja- y lo suben a páginas pornográficas. La única explicación que encuentro es que, una vez que se pierde todo código ético que ejerce de freno a la conducta humana, caen todas las barreras del pudor y del sentido común.
Por último, la pederastia, la cual es ilegal, pero a raíz de las noticias en la prensa –que muestran un considerable aumento de las detenciones policiales en los últimos años de consumidores de este tipo de depravación, incluyendo a menores de edad-, es evidente que es un material que se produce con asiduidad y que está presente en la llamada internet profunda (Deep Web). Dentro de esta categoría, personalmente incluiría las páginas de agencias donde las modelos son menores de edad con rostros dulces y angelicales. Las fotografías no muestran desnudos totales pero sí parciales, incluso en lencería íntima, en poses claramente eróticas e impropias de su edad. Lo llamativo es que mientras que no muestren sus partes íntimas (las posaderas no se consideran como tales), no es ilegal en muchos países, por lo que estas empresas y sus padres, donde ambos carecen de escrúpulos, sacan rédito económico y juegan con estos límites para no sobrepasarlos, sabiendo el público potencial que ansía dichas imágenes. Es terrible saber que hay personas que hallan placer en pervertir a otros que están dispuestos a dejarse llevar en la búsqueda de algo nuevo.

¿A qué edades se comienza?
Como hemos dicho, todo esto se encuentra al alcance de cualquiera pulsando un simple botón y con unos conocimientos mínimos en informática. En ese aspecto, los niños saben mucho más que lo que sabían los adultos cuando eran jóvenes. Por eso no es de extrañar lo que cuenta la autora Nancy Jo Sales en su libro “American girls” (2016): “Los niños estadounidenses empiezan a ver pornografía en internet a los seis años, y que la gran mayoría lo han hecho antes de cumplir los 18”[4].
Y esto no afecta solo a los americanos, sino a cualquiera que tiene conexión a la red. En mi país, “el 53,5% de los adolescentes españoles de entre 14 y 17 años ha visto porno en Internet. Entre los 11 y los 12, el 4,1% recibe contenidos sexuales en el móvil[5]. Uno de cada diez visitantes a las páginas web con contenido pornográfico tiene menos de diez años y uno de cada tres niños entre 10 y 14 años visita este tipo de páginas de manera regular”[6]. Los testimonios que he leído lo confirman.
En términos generales, el 90% de los chicos y chicas de 13 y 14 años han accedido alguna vez a contenidos sexualmente explícitos a través de Internet, de manera voluntaria o fortuita. Y si hablamos solo de chicos, el 35% ha visto vídeos pornográficos “tantas veces que ha perdido la cuenta”[7].

En buena parte, no es sorprendente que millones de personas hayan sido engullidas por este tornado: simplemente, lo tienen alrededor y en casa a todas horas revoloteando sobre ellos (este vídeo, titulado sólo un clic de distancia, de Josh Mcdowell, lo explica perfectamente: https://www.youtube.com/watch?v=pXBLEQ95haM&feature=player_embedded).
Si, de por sí, a un adolescente le cuesta controlar sus hormonas en ebullición y su despertar sexual, ¡cuánto más cuando está siendo continuamente incitado y bombardeado con sexo y más sexo! Es como si le dejaran un Ferrari a su disposición cuando ni siquiera sabe conducir. Al final, se estrellan y caen en la compulsión porque a su alrededor encuentran de forma repetitiva una estimulación ambiental erótica que les engatusa.

Continuará en ¿Tiene un perfil concreto el consumidor de pornografía?

lunes, 11 de abril de 2022

1. ¿Consumes pornografía o sexo virtual, aunque sea esporádicamente?


Al leer el título de este escrito, más de uno podrá pensar que es una redundancia, al interpretar que la adición a la pornografía y la adición al sexo virtual es lo mismo. Como vamos a comprobar, no es así. Es más, pueden ser asuntos completamente diferentes. Dada su extensión, y como he hecho en otras ocasiones en diversas cuestiones, he decidido dividirlo en varios artículos.
En mi mente no estaba la idea de tratar este asunto, por la sencilla razón de que pensé que, con todo lo analizado en buena parte del capítulo sobre la sexualidad del soltero cristiano, sería más que suficiente. Pero, tras leer en Protestante Digital el testimonio de un creyente que está luchando en su vida y en su alma ante dicha lacra social y enfermiza, decidí investigar más sobre el asunto y abordarlo en profundidad. Cuando lo hice, y sabiendo de antemano que no se habla nunca de dicho asunto desde los púlpitos como parte central de un sermón, descubrí que hay más cristianos de los que uno puede imaginar con este problema, el cual sufren en silencio y no saben cómo afrontar. Además, por pura vergüenza, no se atreven a contar. Piensan que, si lo hicieran, nadie les comprendería, su problema sería dado a conocer públicamente o ante muchos, algunos les odiarían, les tacharían de hipócritas, les estigmatizarían y serían siempre vistos con recelo, incluso aunque solucionaran la adicción.
Este es un tema duro de tratar e incómodo. Por la parte que me toca, leer sobre algunas cuestiones concretas no me ha resultado nada agradable. Pero, como siempre, el propósito –y que hace que merezca la pena, a pesar de todo-, es ayudar al que está perdido y quiere salir de tales tinieblas, y por eso lo afronto. Si es tu caso –y como no sé quién puede estar leyendo al otro lado de esta pantalla-, deseo de corazón que las siguientes líneas te ayuden. Y si no lo es, pero por casualidad conoces a alguien enfrascado en dicha batalla, aquí tienes un material para ofrecérselo o ayudarle directamente y hablarlo. 
Antes de comenzar, una última aclaración: cuando hago mención a la pornografía no me refiero únicamente a vídeos de desnudos explícitos con escenas sexuales, sino también a:

- Toda imagen sensual –aunque no haya un desnudo explícito- en la que una persona se recrea para sentir lujuria y estimularse sexualmente. He leído casos donde la persona confesaba sentir asco hacia la pornografía, pero se embriagaba con la belleza sensual. 
- Los “servicios” a través de webcam, donde se efectúa un pago para que alguien, sea del sexo que sea, lleve a cabo las actividades que el consumidor le “ordena” desde la pantalla.
- Las clásicas películas y novelas eróticas o subidas de tono, y que son tan populares entre las mujeres.

Lo fácil que resulta condenar & Mi método de trabajo
Sé que hay teólogos y creyentes que tienen serios problemas para conciliar la idea de ser cristiano nacido de nuevo con la práctica habitual del pecado. Les resulta totalmente contradictorio. Señalan, y con buenos argumentos, que un cristiano nacido de nuevo no puede ser adicto al pecado, sea a la pornografía o cualquier otro. Respeto completamente a los que piensan así como a los que no. No es que evite tal debate –ya que tengo mi opinión al respecto-, pero entrar ahora mismo en él sería alejarme en demasía de la intención principal de estos escritos, por lo que lo dejo a un lado, quizá para más adelante. 
Dicho esto, haré una matización muy importante para los que levantan su Biblia contra las personas consumidoras de pornografía: lo fácil es condenarlas; lo fácil es burlarse de ellas; lo rematadamente sencillo es señalarlas como falsos cristianos; lo fácil es pensar que Dios las odia y no quiere salvarlas. Es muy fácil culpar a los demás de algunos pecados llamativos y olvidar los propios, porque, aparentemente, son menos importantes, como si para Dios hubiera diferencia. En el lado opuesto, lo difícil es ponerse en la piel de alguien que siente que ha tocado el infierno de la desesperación y hacer empatía con una situación que no se ha experimentado en las mismas carnes.
Sabiendo esto, he decidido optar por la vía difícil y lanzarme con todas las consecuencias, independientemente de lo que piensen o dejen de pensar otros cristianos, a los que igualmente aprecio. Y no lo hago –como no tiene que hacerlo nadie- porque me considere mejor o superior, sino porque tengo presente las palabras de Pablo y su llamamiento a restituir al caído: Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gá. 6:1).
Como se comprobará a continuación, aunque solo hago alusión a una historia en particular –para ser lo más conciso posible-, he leído muchos testimonios (tanto de cristianos como de los que no lo son), que me han servido para determinar diversos denominadores en común entre ellos. Esto implica que hay diferencias y matices que depende de cada persona, puesto que cada vida es diferente. Si estás leyendo estas líneas, es por alguna de las tres razones que he señalado:

- Ves pornografía esporádicamente.
- La contemplas de forma habitual.
- No es tu caso, pero quieres ayudar a alguien.

Si es alguno de los dos primeros casos, habrá algunos aspectos donde te sentirás identificado, y en otros con los cuales no. Las comas, los punto y aparte, los detalles, tendrán que añadirlos tú, puesto que es tu propia vida y de nadie más.
Como he dicho en multitud de ocasiones, el pecado se puede explicar, pero nunca justificar. Y eso es lo voy a hacer: explicar, nunca justificar. Si logramos entender este matiz, nos será más fácil entender qué se esconde detrás de todo. Personalmente, me resulta más sencillo comprenderlo si lo enfoco de esa manera.

Sexo virtual vs Pornografía
La pornografía y el sexo virtual se diferencian en que la primera se basa en imágenes –sean fotos o vídeos- y el segundo en relaciones virtuales donde dos personas comparten algún tipo de vínculo sexual a través de Internet, y que más bien se conoce como “cibersexo” (sexo “escrito” y/o “hablado” por un micrófono, se añada o no web-cam). En él, los participantes interpretan desde el anonimato cualquier tipo de rol: un chico se puede hacer pasar por chica y viceversa, tener una edad muy diferente a la real, y cualquier tipo de inclinación sexual. Ahí plasman una serie de fantasías imaginarias donde interpretan a un personaje ficticio, buscando evidentemente la propia y solitaria satisfacción sexual.
En el cibersexo se busca más bien algún tipo de conexión humana que acompañe al placer, aunque sea a través de un vicio común. Las mujeres son más propensas a esta adicción, ya que ellas, al ser más emocionales que el hombre (que destaca más por ser un género visual), se sienten más atraídas hacia esta interconexión. Es lo general, pero no siempre es así. Otros sencillamente quieren compartir una perversión en común como el que comparte un hobby.
Por otro lado, muchos encuentran aprobación al sentirse deseados, aunque esto sea una mera entelequia. Baste este ejemplo de una chica: “Tenía menos de 15 años cuando comencé con el ´sexo virtual`, entrando a páginas de chats ´para conocer gente` y en el conversar con completos desconocidos salían siempre insinuaciones sexuales a las que yo empecé a acceder porque me veía tentada. Mi curiosidad aumentaba, la sensación de placer me gustaba. Empecé a entrar chats de sexo y hasta llegué a desnudarme frente a una cámara para alguien que conocí por internet. ¡Que terrible suena esto ahora que lo digo! ¡Que terrible ES! ¿Por qué hice eso? ¿Por qué mostré mi cuerpo? Recibir halagos me gustaba, yo me sentía súper bien, ¿a qué chica no le gusta que le digan lo linda y bien que se ve? [...] En el fondo de todo esto lo que más quería era ser amada, valorada, ser importante para alguien, pero aprendí, erróneamente, que mi valor estaba en mi cuerpo, en el ser bonita o no, y como yo nunca fui popular entre los chicos, concluía que no valía nada. [...] Lo más triste es que cuando me dicen ´NO`, por respetarme, yo siento que me rechazan, como si mi valor estuviera en ´cuán bien puedo hacer que un chico se sienta`, o ´cuánta satisfacción puedo darle`. En esos casos, como es de esperarse, me siento tan triste que nuevamente me voy a mi ´refugio, a ese mundo ilusorio donde nadie me va a ´rechazar`: la pornografía”.
Para recibir las palabras de halago que tanto desean –aunque en el fondo sean falsas y un sucedáneo del verdadero amor-, muchos venden su dignidad. Las razones citadas explican el porqué del éxito de los chats de sexo y cómo se dan de la mano con la pornografía.

¿Vicio o adicción?
Estoy seguro que algunos de los que me leen dirán que ellos no tienen una adicción ni que son unos viciosos. Y lo sé porque es lo que más de una persona –no cristiana- me ha dicho, argumentando que solo consumen pornografía de manera esporádica. Este razonamiento es completamente incorrecto y sesgado. Si, por ejemplo, un individuo afirma que no tiene una adición a las drogas porque solo consume una vez a la semana, ¿qué pensaríamos? Que está equivocado o se está engañando a sí mismo. Aquí sucede igual. Recordemos la segunda acepción de la palabra vicio: “mala costumbre, hábito de obrar mal”. La persona que ve pornografía, aunque sea cuatro veces al mes durante quince minutos, tiene una mala costumbre y está obrando mal.
Cuando leo a “expertos” y a “sexólogos” indicar que, mientras que el tiempo dedicado al visionado de pornografía no afecte ni trastoque la vida diaria (familia, ocio, relaciones humanas, trabajo, etc.), no hay nada de malo, es evidente que no son cristianos y que tienen una ética situada en el polo opuesto de la deseada por Dios.
Si esto no lo vemos así, tenemos un serio problema de percepción por una sencilla razón: he leído a muchos terapeutas –incluso cristianos- decir que la persona debe tocar fondo para que decida cambiar. Nuevamente, no estoy de acuerdo. Es la manera de quitar hierro a lo que no está bien, y esto se comprueba, por citar un ejemplo, en el consumo de alcohol: mientras que los jóvenes solo se emborrachen o beban de más (lo que se llama “tener el puntito”) algunos fines de semanas o de vez en cuando, no pasa nada y apenas se le concede importancia, ya que socialmente está tolerado. Pero esa no es la manera de pensar de Dios, y si uno piensa de manera opuesta está desalineado con Sus pensamientos.
No es esto lo que se debe enseñar –ni siquiera sugerir-, porque se estará dando a entender que se puede vivir en un nivel intermedio –que es en el que habita la mayoría-, sin tocar fondo, donde se visualiza pornografía sin llegar a ser un adicto compulsivo. El énfasis se debe situar mucho antes de caer por el precipicio, donde la persona tiene un área desordenada de su vida y debe tomar la determinación de transformarse, por el simple hecho de que está viviendo en inmoralidad, en contra de la voluntad de Dios y de lo que es moral y espiritualmente sano para sí mismo.
No podemos medir una mala acción en función de la cantidad o del grado. Existirá una mayor o una menor adicción, pero, al fin y al cabo, es un vicio que va en contra de la ley moral de Dios, al igual que cualquier otro pecado, sea que tenga que ver con la inmoralidad sexual o no. Según los mandamientos divinos, el que comete adulterio, aunque sea únicamente una vez a año, está adulterando. El que roba, aunque sea únicamente una vez al mes, está siendo un ladrón. El que mantiene relaciones sexuales con su pareja sin estar casado, aunque sea únicamente una vez a la semana, está viviendo en fornicación. El que miente, aunque sea únicamente una vez al día, está siendo un mentiroso.
Por eso me quedé con la mandíbula desencajada cuando leí a una persona exponer cómo podía reducir su consumo de pornografía. No dijo “dejar de ver” sino “reducir”. Sería como si un cocainómano preguntara cómo puede reducir su dosis diaria, en lugar de dejar de consumir. ¿Sabes qué le contestó un terapeuta?: que tuviera más relaciones sexuales, puesto que así reduciría el consumo de porno. Me pregunto dónde “regalan” algunos títulos de “expertos”, porque son propios de la “universidad del infierno”.

Argumentos diabólicos
En un intenso diálogo con un sector de los judíos, Jesús les dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:44). Hay pensamientos humanos que no proceden de Dios pero son inocuos. Ahora bien, cuando una persona enseña algo que es completamente contrario a los ideales y a la voluntad del Altísimo, es porque tiene por padre al diablo, al padre de mentira.
Es lo mismo que me he encontrado investigando: individuos que presentan argumentos para defender el visionado de pornografía, y cuyas ideas son repulsivas. Señalan que no es malo, que no le hace daño a nadie, que los que la quieren prohibir o abolirla son fanáticos mojigatos, retrógrados, puritanos o inquisidores, que hay que ser libres y estar al día, que es un entretenimiento “sin víctimas”, que si se puede controlar sin caer en la adicción no hay ningún problema, que no hay que espantarse sino disfrutar, que no es negativo siempre y cuando no se convierta en un sustituto de las relaciones, que puede servir para solucionar la rutina en la pareja, que puede ayudar en una terapia sexual, etc.
Si he señalado que me resultan repulsivas dichos intentos de defender la pornografía es por razones muy concretas: los actores con contrato laboral que se dedican a ella –aunque lo hagan voluntariamente porque dicen ser libres para hacer con su cuerpo lo que les plazca- incumplen directamente el mandamiento de guardar las relaciones sexuales para el matrimonio y basarlas en el amor. Esa es la base principal que se destruye. Pero hay mucho más:

1) La mujer es vista como un mero objeto y cuyo cuerpo se usa en muchas ocasiones de forma violenta y humillante, aunque en la ficción se presente como si ella deseara ser vejada. Esto debería remover las entrañas de cualquier ser humano con valores.
2)  Tanto hombres como mujeres llevan a cabo todo tipo de prácticas enfermizas y aberrantes, a unos niveles que no reproducen ni siquiera las criaturas del reino animal.
3) En muchos casos, se cae en los actos contra natura.
4) Distorsiona la imagen del sexo opuesto, del respeto que se le debe a esa persona, y se elimina de la ecuación la intimidad, la ternura, la confidencialidad, la fidelidad y la exclusividad.
5) El acto más privado del ser humano se ha convertido en algo público.

Otros dicen que sirve “para aprender”. No me reiría de dichas palabras ni aunque estuvieran sacadas de un chiste. Es como si alguien dijera que quiere aprender defensa personal porque tiene miedo ya que una vez le atracaron y, en lugar de apuntarse a clases en un gimnasio, se alistara en un grupo terrorista para aprender sus técnicas de lucha.
El último razonamiento que exponen es que “muchos la ven” y “tiene su utilidad”. Lorena Berdún, Licenciada en psicología por la Universidad Autónoma de Madrid, sexóloga, presentadora de radio y televisión, dice que “es un género que puede ser estupendo como complemento en la sexualidad, pero en su contexto y momentos adecuados”. Y, sumado a esta idea, Anna Arrowsmith, directora de cine para “adultos” (¿es que ser “adulto” es sinónimo de libertinaje?), apunta que si, la pornografía está dirigida principalmente a los hombres y su placer, habrá que hacer que también haya material para las mujeres. ¿Qué responder? Como diría un castizo: “¡Viva la Pepa”! ¡Si la mitad de los cerdos se tiran por el barranco, que el resto haga lo mismo!
De forma llamativa, Anna es graduada de una de las más prestigiosas escuelas de arte del mundo –Central Saint Martin´s School of Art and Design-, y tiene un master del Birbeck College en Filosofía y otro de la Universidad de Sussex en Estudios de Género. Por su parte, el doctor José Luis Rodríguez (sexólogo, médico psicoterapeuta especialista en sexología clínica), señala que las mujeres no tienen que sentirse culpables por sentir placer al ver pornografía. ¿Por qué señalo los títulos académicos de estas personas? Para dejar bien claro que la “sabiduría” humana es pura necedad ante Dios cuando se usa para el mal, por lo que me vuelvo a repetir: todas estas y muchas más, son ideas completamente diabólicas y que solo pueden salir de la boca de personas cuyas mentes están entenebrecidas en grado sumo. Si viviéramos en una sociedad sana, los contenidos pornográficos, al igual que el tabaco, serían eliminados por completo.

Conclusión
Este comité de “expertos” –en este caso, nuevamente Lorena Berdún-, afirma que la pornografía “no es para ciertas edades, sino para gente adulta”. ¡No salgo de mi asombro! Es querer defender el mal “según la edad”. Si se tiene 17 años o menos –donde se supone que la persona es inmadura-, este mal es malo y está mal, y si se tiene 18 años o más –donde la persona se supone que es madura-, este mal es bueno y está bien. ¡¡El mal es mal, se tenga la edad que se tenga!! Este es un claro ejemplo de cómo se hacen realidad estas palabras conocidas por todos: !!Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!  !!Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!(Is. 5:20-21).
Cuando la maldad se quiere justificar, la inventiva no tiene límites. Es nauseabundo y tristísimo que haya individuos que sean “pro-X”. Al final, una vez mas, incluso en este tema, se toma conciencia de las palabras de Jesús: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que la hallan” (Mt. 7:13-14).
Ante todo lo que hemos visto, no hagamos caso alguno ante tanta desvergüenza. Mejor sigamos los designios de Dios: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Ro. 12:2. NVI).
Si hasta ahora te has justificado usando estas ideas para defender tus caídas (hacer distinción entre vicio y adicción, o algunos de los argumentos diabólicos que hemos citado), es hora de que comiences a ser sincero contigo mismo. Y, si ya lo eres, veas poco o mucho, tengas una adicción en mayor o en menor grado, es el momento de que des los pasos oportunos para solucionarlo.

Continuará en: Pornografía: hombres, mujeres, adolescentes y niños que la consumen.

lunes, 4 de abril de 2022

7.5. ¿Tienen “cura” los lobos eclesiales? ¿Qué se esconde tras su máscara?

 


La soberbia, el autoengaño cronificado en el tiempo, la falsa humildad y la incapacidad para reconocer los propios errores, dificultan en extremo que un lobo pueda cambiar. Además, es difícil comprobarlo realmente: deberán pasar muchos años para descubrir si es un cambio genuino o meramente una nueva estratagema de camuflaje para seguir en el poder. Hay mayores posibilidades que cambien los “lobos intermedios”, que son aquellos situados en peldaños inferiores a los “lobos alfa” y que han sido serviles a ellos, a que éstos últimos lo hagan. Mientras “más alto”, más difícil. Dicho esto, para terminar este capítulo, veremos qué preguntas puede hacerse el lobo y qué debe hacer para cambiar.

Venimos de aquí: Los lobos eclesiales son codependientes, histriónico, bipolares y tienen una doble ética (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2022/03/74-los-lobos-eclesiales-son.html).

Para ir a la última raíz de todo este asunto tenemos que preguntarnos qué se esconde tras la máscara de los lobos, sus afilados colmillos y su autoritarismo. La respuesta es clara:

- Inseguridad en sí mismos.
- Inestabilidad emocional.
- Complejos de inferioridad camuflados bajo complejos de superioridad.
- Pánico al rechazo y a las críticas. Cuando esto ocurre, se sienten desolados.
- Bajo nivel de tolerancia a las frustraciones de la vida.
- Problemas de autocontrol e impulsividad.
- Cierta crueldad por falta de verdadera empatía.
- Falta de verdaderos remordimientos cuando lastiman a los demás.

Por eso tienen que controlar, dominar e imponer, características de los líderes de grupos coercitivos. Es una droga emocional que necesitan consumir imperiosamente, día tras día, para sentir que les respetan, que son importantes y que los demás les aman. Es la manera que tienen de sentirse seguros y de autoafirmarse. En realidad, en el fondo de ellos, están muertos de miedo. Por todo esto tienen los dos extremos enfermizos: pasan de la egolatría a sentirse miserables en cuestión de minutos. Esta es la explicación de porqué recalcan sin descanso la sumisión a la autoridad. Deberían saber que algo que se “impone” carece de valor genuino y es deshonrado para alguien que se considera cristiano. ¿Qué imagen de Cristo está ofreciendo el que es terco, inflexible, manipulador y que ataca a todos los que le llevan la contraria?

¿Tienen solución?
Por todo lo que hemos visto, tienen que cambiar. De lo contrario, en algún momento de sus vidas, se harán realidad las palabras de Alfred Adler: “El individuo hambriento de poder sigue un sendero hacia su propia destrucción”. Como Jesús dijo: “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado” (Lc. 14:11). En algunos casos, con el paso del tiempo. En otros, en la otra vida: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; ciertamente no quedará impune. [...] antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Pr. 16:5, 18).
Aunque dejé la opción abierta a que hubiera lobos que no supieran que lo son y que realmente hayan nacido de nuevo, esa es la excepción. Por definición y mera lógica, un lobo no es una oveja. O es lobo o es oveja, pero nunca las dos cosas a la vez. Por lo tanto, en mi opinión, no existen los “lobos cristianos”. O es lobo o es cristiano. Puede aparentar ser esto último, ser muy bueno en su papel, conocer la Escritura y predicar sobre ella, orar en voz alta y por otros, e incluso poseer la habilidad para fingir que habla “lenguas angelicales”, pero realmente nunca ha “nacido de nuevo”. Simplemente adoptó una forma de ser, cambió algunos aspectos concretos de su carácter, se educó de determinada manera y creció bajo en un sistema religioso que consideraba correcto, creyendo que todo esto lo convertía en un cristiano renovado. Pero el pelaje de lobo nunca desapareció. Su corazón seguía siendo el mismo y su mente se guiaba por sus propios deseos.
He oído en ocasiones que tal o cual persona es un caso perdido. No creo en esas palabras, por la sencilla razón de que para Dios no hay casos perdidos. El ejemplo del hijo pródigo es extraordinario. Un caso concreto podemos verlo en uno de los asesinos y ladrones que fue crucificado junto a Jesús. Se arrepintió y el Señor le prometió que en ese mismo día estaría en el Paraíso. En la actualidad hay bastantes ejemplos de satanistas, brujos o musulmanes que se han convertido a Cristo.
La única verdad es que todos somos pecadores que estamos destituidos de la gloria de Dios (cf. Ro. 3:23), y solo la muerte de Cristo en la cruz puede solucionar el problema de la justicia ante el Padre por nuestros pecados. Ahí entramos todos. Los que “nacimos de nuevo” ya arreglamos en el pasado esa cuestión: “Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:9-11). Por lo tanto, los lobos, al no ser cristianos, necesitan del arrepentimiento y la conversión. Y creo que es posible, ya que es la obra del Espíritu Santo, que convence “de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:8).
El problema principal de estos individuos radica en que no son capaces de reconocer la clase de personas que son, y apenas vislumbran sus actitudes tóxicas. Algunos no son conscientes de cuánto mal hacen y el daño que provocan, aunque se les diga claramente.
¿Qué es lo más difícil para un alcohólico o drogadicto?: reconocer su adicción. Ocurre igual con los controladores, manipuladores, histriónicos, vanagloriosos, codependientes, etc., especialmente entre aquellos que se mueven por motivaciones incorrectas y bajo un modelo bíblico errado, destacando especialmente la creencia de que son los “ungidos de Jehová”, posiblemente la doctrina más nauseabunda que se ha infiltrado en muchas iglesias locales en las últimas décadas.
Para guardar las apariencias ante los demás y acallar sus propias voces internas, lo niegan todo contra viento y marea. Literalmente, tienen distorsionada la visión de la realidad. Terminan por creerse sus propias mentiras. A partir de ahí, desaparecen de ellos los remordimientos y los sentimientos de culpa: “Lo que es muy raro, hasta el punto de constituir casi un milagro, es encontrar a una persona autoritaria que se rinda, o una persona débil que resista. Es tan difícil ayudar a una persona débil a que aprenda a defenderse a sí misma como es ayudar a una persona fuerte a que renuncie al uso de la fuerza”[1]. Pero el cambio es posible: “Sin embargo, todos nosotros percibimos que es precisamente en una elección así que una persona llega a ser verdaderamente lo que llamamos una persona. Es cuando logra ir más allá del determinismo de los reflejos automáticos que accede a una mayor libertad”[2].

El cambio
Conociendo esta realidad, aún quedan dos bazas que pueden provocar el cambio:

1. La obra es de Dios y es el Espíritu Santo el que convence de pecado (cf. Jn. 16:8). El Señor envió a Natán para señalarle a David su pecado y reaccionó (cf. 2 S. 12). Por lo tanto, el primer paso es “el nuevo nacimiento” tras el verdadero arrepentimiento.

2. La soledad y el dolor interno. Cuando el silencio les envuelve, en esos momentos en que ningún ruido externo les molesta y sus pensamientos están calmados, y por mucho que traten de bloquear lo que sienten, ellos “escuchan” en su foro interno la realidad: saben cuán inestables son sus emociones; conocen perfectamente sus complejos de inferioridad y la baja autoestima que les envuelve; reconocen el miedo que experimentan cuando son rechazados y criticados; aceptan que interpretan un papel para ganarse la aprobación y el amor de los demás; etc. En esos minutos de sosiego, donde destapan ante sí mismos la raíz de sus problemas, Dios puede tocarlos.

Hasta que esto suceda, nada cambiará. En muchos casos, tendrán que ponerse en manos de profesionales. Así se darán cuenta de que basan sus relaciones humanas en la manipulación emocional y espiritual, que no es ni más ni menos que un tipo de maltrato psicológico, muy alejado de la forma de actuar de Dios. En lugar de mostrarse como víctimas infantiles ante aquellos que no siguen sus consejos y sus pensamientos, o de sentirse inseguros, desconfiados y posesivos, deberán aprender a respetar la individualidad de cada hijo de Dios. Igualmente, será fundamental que revisen profundamente la interpretación bíblica de multitud de pasajes y la aplicación de los mismos.
En definitiva, el único remedio para ellos es “adoptar” el verdadero carácter y las actitudes ante la vida del mismo Jesús: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”  (Fil. 2:3-4).
Cristo debe ser el centro de todo, y no ellos mismos: De este modo sería dominado todo afán de distinción, todo deseo de ocupar los primeros lugares, todo espíritu partidista carente de escrúpulos. Igualmente será controlada la tendencia a la vanagloria y el egocentrismo, tan fuertes por naturaleza en el ser humano. Y en lugar de estas manifestaciones del yo carnal, prevalecerán la unanimidad, el amor, la unidad de sentimientos, la comunión espiritual, la abnegación, la preocupación por los demás en sus intereses, problemas y necesidades”[3]. Así, de igual manera, los creyentes no podrán los ojos en estas personas sino en el Señor: “Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón. Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” (Hch. 3:11-12).

¿Eres un lobo? Hazte estas preguntas
Si por casualidad eres una de las personas que se siente identificado con todo o parte de lo que has leído a lo largo de este extenso capítulo, y has tenido el ánimo y el valor de llegar hasta aquí, porque crees que algo tiene que cambiar en ti, te dejo esta serie de preguntas para que te las plantees seriamente. Antes de decir “no” contundentemente, quizá sea conveniente que esté presente una persona imparcial y objetiva (los amigos y familiares cercanos difícilmente lo son) que esté dispuesta a decirte la verdad sin miedo:

- ¿Eres dominador?
- ¿Te gusta siempre ocupar una posición dominante?
- ¿Te agrada ser el centro y tener el primer lugar en todo?
- ¿Quieres ser invariablemente el que toma las decisiones?
- ¿Eres dogmático, cerrado e intolerante en cuestiones no bíblicas?
- ¿Te cuesta escuchar a los otros y aceptar sus opiniones?
- Cuando las cosas no se hacen como te gustan, ¿te sientes muy frustrado y te vuelves intolerante con las personas?
- ¿Te descubres siempre argumentando y racionalizando para que los demás hagan lo que te parece?
- ¿Siempre tienes un discurso para lograr que los otros hagan lo que deseas?
- ¿Encuentras siempre explicaciones para todo?
- ¿Te escuchas a ti mismo decir con frecuencia “tenía razón”?
- ¿Eres una persona iracunda y te enojas con facilidad?
- ¿Sueles excusar tus explosiones diciendo que no lo soportas?
- Cuando alguien no se ajusta a tus esquemas o tiene una visión diferente a la tuya, ¿muestras tendencia a descartarlo y a sacarlo de tu circulo de relaciones?
- ¿Eres una persona que necesitas estar siempre en control de todo?
- Cuando no puedes supervisar alguna situación, ¿te llenas de ansiedad?
- ¿Estás detrás de todos los detalles y muestras una actitud perfeccionista?
- ¿Tienes mucho temor a equivocarte?
- ¿Tienes niveles de exigencia desmedidos, tanto para ti mismo como para los demás?
- ¿Vives estresado?
- ¿Cómo te sientes ante circunstancias que superan tus posibilidades de control?
- ¿Tienes la tendencia a tomar represalias con los que no se sujetan a tus visiones, decisiones u opiniones?
- ¿Puedes ver que esas actividades autoritarias y rígidas son el resultado de tu propia inseguridad?
- ¿Cuales son tus temores?[4]

Un apunte final
En los cinco apartados de este capítulo del libro, hemos visto con todo lujo de detalles cómo son los lobos eclesiales. Pero no me he limitado a “señalar”, sino que también he mostrado cómo pueden cambiar si se ponen ante Dios. Ahora bien, aunque lo hagan y se arrepientan de corazón, esto no significa que tengan que seguir siendo pastores. Es algo a lo que deben renunciar inmediata e irremediablemente. No pueden seguir pastoreando una congregación si la han destrozado y dividido, rompiendo por el camino incontables corazones de excelentes cristianos, junto a buenas amistades.
Alguien que tiene las manos llenas de sangre no puede seguir desempeñando la función pastoral, haya sido un “lobo alfa” o un “lobo” de su círculo, puesto que éstos también fueron cómplices y, en muchas circunstancias, “punta de lanza” para herir a los cristianos. Tanto uno como otro, están completamente desautorizados en todos los aspectos. Esto no es funciona así: “me arrepiento genuinamente de corazón, pido perdón y sigo adelante con mis tareas”. No. Para nada. El que ha manipulado, debe echarse a un lado y dejar a otros. El que ha hecho daño, debe echarse a un lado y dejar a otros. El que ha mentido, debe echarse a un lado y dejar a otros. El que ha usado a la grey del Señor en su beneficio, debe echarse a un lado y dejar a otros. Me repito: haya sido el tipo de lobo que haya sido, no puede seguir siendo pastor ni tener responsabilidad ninguna. Lo que deberá hacer es restaurar todo lo que tiene que restaurar, aunque le lleve media vida hacerlo, y hacer frutos dignos de arrepentimiento (Mt. 3:8), empezando por pedir perdón a todas y cada una de las personas a las que hirió gravemente.
¿Qué algunos reaccionarán mal, incluso aunque le pidan perdón? Posiblemente. Pero es el precio –bajo precio- a pagar, y que se suele cosechar por tantos años de dolor causado. Deben volver al barro y aprender desde abajo lo que es ser un siervo más, alejado de los focos y de cualquier ápice de grandeza. El tiempo y Dios dirán en qué pueden servirle de otras maneras.

Continuará en: ¿Debes salir de una congregación venenosa y de una iglesia en desorden?


[1] Tournier, Paul. El sentido de la vida. Andamio. P. 87.

[2] Ibid.  

[3] Martínez, José M. Hermenéutica Bíblica. Clie. 

[4] Preguntas extraídas del libro Libres de la manipulación, de Carlos Mraida.