jueves, 8 de octubre de 2015

7.6. La transformación & Libres de la esclavitud



Ya hemos visto pautas muy concretas para levantar paredes y muros contra la lujuria en forma de barreras de protección, pero ahora nos queda lo más importante: la renovación de nuestro ser interior, tanto de la mente como del corazón.

La renovación
Las palabras de Pablo son muy claras: “Todo me es lícito, pero no todo me conviene” (1 Corintios 10:23). ¡Sí, la gracia y la redención nos da la libertad de vivir en plenitud, pero no a cualquier precio! El ponerse ciertas normas no es imponer cargas ni leyes como hacían los judíos, ni es caer en el legalismo, sino poner puertas a la tentación y al pecado para controlar lo que entra en tu mente y en tu vida. A un amigo del pasado le dijeron en una ocasión que era muy legalista, cuando lo único que hacía era no usar su libertad para darle rienda al pecado. Curiosamente, aquel que le dijo esas palabras, a los pocos meses se apartó del Señor. ¿Por qué? Porque le concedió demasiada libertad a su naturaleza caída. 
Como ya dije, a veces es mejor pasarse que no llegar. Una vez leí de un hombre que no encendía la televisión sin mirar antes la programación para no llevarse ninguna sorpresa al hacer zapping. Me gustó la idea y desde hace muchos años sigo ese ejemplo. 
En ti está renovarte o no hacerlo. La solución no se basa únicamente en despojarse del pecado. Eso, por sí solo, no sirve de nada. Dura días o semanas, y poco más. No basta con dejar de complacer a la vieja naturaleza en sus deseos pecaminosos. Sería quedarnos vacíos, y eso es humanamente imposible, así que Pablo nos muestra claramente la pauta a seguir:

“No proveáis para los deseos de la carne
SINO
vestíos del Señor Jesucristo”
(Romanos 13:14)[1].

Muestra las dos caras de la misma moneda, que se complementan:

1.     Matar de hambre la carne: “Mera lujuria corría por mis venas la mayor parte del tiempo, ardiendo tan fuerte que podía hacerme sentir nauseas hasta que consiguiera un alivio sexual. Yo no quería hacer todas esas cosas, pero sentía como si nunca fuese capaz de concentrarme en nada hasta que hubiese rascado ese picor. Por tanto, seguía rascándome, lo cual hacía que el picor empeorase. Me di cuenta de que dejar hambrientos esos deseos era la única manera en que podría dominarlos”[2].
2.     Al mismo tiempo, vestirse de Dios.  

De lo contrario, surgirá un conflicto que acabará en frustración. Vestirse de Dios consiste en dejar de hacer el mal y comenzar a hacer el bien en los múltiples aspectos que marca la Palabra de Dios: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24). Despojarse, renovarse y vestirse. Si esto no se lleva a cabo, todas esas parafernalias que he visto como pulseras de pureza, lazos de castidad y demás recordatorios, resultan ridículas. Si el interior no es renovado, el exterior fracasará irremediablemente. Como dijo Dietrich Bonhoeffer: “La búsqueda de la pureza no se trata de la supresión de la lujuria, sino de la reorientación de la vida de la persona hacia una meta mayor”[3].

Pensamientos: Sensibilidad & Insensibilidad
Cuanto más cerca estás de Dios y menos de la cultura de este mundo, más sensible te vuelves hacia el mal que acarrea el pecado, porque precisamente ese es uno de los grandes males que trae como consecuencia el pecado: la insensibilidad. La conciencia se va deformando progresivamente, hasta el punto que llega a no sentirse culpable por algo que sabe está mal. Y esa sensibilidad hay que recuperarla para que tus oídos y tus ojos no toleren tanta basura. Una sensibilidad natural debería sentirse irritada ante el pecado. Tu cerebro debería sentirlo, y más cuando vas conociendo qué quiere Dios respecto a la santidad, y te vas apartando de todo aquello que antes considerabas como algo normal. 
En ocasiones pueden aparecer imágenes en tu mente que no deseas. Incluso representaciones del pasado que están archivadas en la memoria. La cuestión es qué hacer con esos pensamientos. ¿Recrearse en ellos o cambiar el “chip”? Hay hermanos que me han contado cómo se han levantado turbados porque han tenido sueños eróticos muy reales. La pauta que les marco es siempre la misma: vigilar lo que entra en sus mente y por sus ojos. Esto debería llevar a que esos sueños disminuyan considerablemente, aunque es cierto que parte de ellos son consecuencia directa del deseo natural y sano de la sexualidad humana. Como vimos, una persona puede desear casarse y tener relaciones sexuales (tanto si tiene actualmente novi@ como si no), y no por ello el deseo tiene qué llevar un componente lujurioso. Y estos deseos, de una manera u otra, se manifiestan en los sueños, cuando ciertas barreras caen y se manifiestan determinados anhelos naturales que Dios puso en nosotros.
La segunda parte sería, ¿qué hacer con esas ensoñaciones una vez que se ha despertado y recobrado la plena consciencia? ¿Seguir dándole vueltas o pasar a otra cosa?: “Hace mucho tiempo, dos monjes que estaban viajando llegaron a un río inusualmente turbulento. En la orilla se encontraba una mujer sola. Ella se acercó a los monjes y les preguntó si podrían ayudarla a cruzar para regresar a su hogar con su familia. Sabiendo que les estaba prohibido tocar a una mujer, uno de los monjes apartó la mirada, haciendo caso omiso al pedido de ayuda. El otro monje sintió compasión por la desesperada mujer y decidió ser flexible con las reglas. Rompiendo la tradición, la levantó en brazos y la llevó a salvo hasta el otro lado del río. La mujer estaba muy agradecida y le dio las gracias al monje. Luego siguió su camino. Los dos hombres continuaron su viaje y después de permanecer en silencio durante varios kilómetros, el primer monje dijo con repulsión: ¡No puedo creer que hayas levantado a esa mujer! ¡Sabes que no se nos permite tocar a ningún miembro del sexo opuesto! El monje compasivo respondió: Yo la dejé hace varios kilómetros ya. Tú sigues llevándola en tu corazón”[4].

Libres de la esclavitud
Contaré una historia secular para llegar a un principio bíblico. La historia transcurre dentro del clásico y genial libro El mago de Oz, de Fran Baum. Muchos habrán visto la película, pero el hecho que ahora voy a contar aparece únicamente en la novela. Todos conocemos el argumento básico: Una niña llamada Dorothy fue llevada por un tornado desde su casa en Arkansas hasta un mundo fantástico. Para poder volver a su hogar debía llegar al palacio del “Mago de Oz”. Después de muchas aventuras, rodeada de personajes estrafalarios como el Espantapájaros, el hombre de Hojalata y el León cobarde, lo logró. Pero una vez allí, el mago le indicó que solamente la ayudaría si era capaz de matar a la Malvada Bruja del oeste. Esta bruja tenía su propio “gobierno”. Una parte de él eran los “Winkies”, los cuales eran sus esclavos. Los Winkies no eran gente valiente, pero tenían que hacer lo que se les ordenaba. Resumiendo mucho, nuestra protagonista logró matar a la bruja, sencillamente arrojándole agua, la única manera de acabar con ella. Pero, ¿y los Winkies? ¿Qué ocurrió con los esclavos de la bruja?: “Dorothy convocó a todos los Winkies y les comunicó que ya no eran esclavos. Hubo un gran regocijo entre los amarillos Winkies, porque habían sido obligados a trabajar intensamente y durante muchos años para la Malvada Bruja, que siempre les trató con gran crueldad. Tanta era su alegría que pasaron el día bailando y cantando y decidieron celebrarlo todos los años”. Sin necesidad de narrar nada más, diré que la historia prosigue con los Winkies ayudando una y otra vez a Dorothy.
No somos Winkies, pero nuestra relación era exactamente igual a la que se describe en la novela. Antes nuestro padre era la “bruja”; en este caso, el diablo (cf. Juan 8:44). Él decía algo y nosotros lo hacíamos. Éramos obedientes. Éramos sus esclavos. Pero ahora las cosas han cambiado. Hemos sido liberados. No fuimos llamados a esclavitud, sino a la libertad gloriosa de los hijos de Dios (cf. Romanos 8:21). El pecado es esclavitud. Vivir bajo los designios de Dios es LIBERTAD: “Para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. Baste ya el tiempo pasado” (1 Pedro 4:2-3). ¡¡¡Baste ya!!!
Dios liberó a los judíos de la esclavitud a la que Faraón les sometía en Egipto. De igual manera, nos ha liberado de nuestra particular bruja para que no tengamos que hacer la voluntad del enemigo de nuestras almas, sino para que seamos un pueblo santo. Dejemos de quejarnos como el pueblo hebreo cuando iba por el desierto, que no dejaba de acusar a Dios y a Moisés, rogando que les dejaran volver al yugo de Egipto.
Es tu  propia decisión decir no a la lujuria; no a los pensamientos inmorales; no a todo lo que ensucia la imagen del sexo opuesto. Dios hace la obra en ti, pero tú eres su colaborador. Si tú no quieres cambiar tus pensamientos y no deseas realinearlos con los de Dios, Él no te pondrá una espada en el cuello para que doblegues tu voluntad.
Pablo nos dice que nos transformemos renovando nuestra mente (cf. Romanos 12:2). Hay que sustituir los pensamientos propios por los de Dios. Esta transformación lleva tiempo. No días ni semanas. Meses, incluso años. Ahora bien, la transformación debe comenzar HOY, no mañana. Esto es un plan específico para iniciarlo ahora mismo, no una promesa para después de Navidad como el que quiere perder unos kilos tras atiborrarse en las fiestas. El “gimnasio” moral es diario y para el resto de tus días. Quien no se lo toma de esta manera, terminará por volver al mismo punto de derrota. ¿Sabes tu debilidad? Seguro que sí. Ahora, actúa en consecuencia.
¡Transforma tu mente mientras que Dios se encarga de tu corazón!: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10)[5].

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7.7. ¿Cómo debe vestir una mujer cristiana?




[1] Para explicar la idea, he cambiado el orden del texto sin romper su significado. El original dice: “sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.
[2] Ethridge, Shannon. La falacia de grey. Nelson.
[3] Ibid.
[4] Groeschel, Craig. El cristiano ateo. Vida.
[5] Aunque en este capítulo he mostrado pautas más que suficientes sobre cómo afrontar la sexualidad desde un punto de vista bíblico y cómo marcar límites ante la sobresaturación de sexo en la sociedad, si hubiera personas que necesitan profundizar más en el tema por adicciones severas, les recomiendo el libro Cómo sanar las heridas de la adicción sexual, de Mark Laaser.

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