Cada etapa de la vida tiene sus
dificultades. Entre estas, quizá sea la adolescencia la mas problemática; al
menos en lo que concierne a su complejidad. Entre los 12 y los 16 años apenas entendemos nada de
la vida que se presenta ante nosotros y nos sentimos extraños en un mundo que no terminamos de comprendemos, y cuyas reglas de juego nos parecen absurdas. No somos niños ni adultos, sino inmaduros por
definir. No poseemos las herramientas que la misma experiencia nos va concediendo
para afrontar cada paso que damos. Apenas sabemos manejarnos y cada vivencia se convierte en un pequeño drama.
Sin duda alguna, a esas edades, una de
las grandes tragedias (o que nosotros la consideramos como tal), y que más nos
afecta, es el pánico que sentimos a no caerle bien a los demás, especialmente
a los compañeros de clase, y más si son del sexo opuesto. Nuestra identidad
como seres humanos no está formada y “creemos que somos lo que los demás
piensan de nosotros”: padres, familiares, amigos, profesores, etc. Por eso cada
uno de nosotros trata a su manera de reflejar una buena imagen de cara a la
galería. Unos usan la simpatía desmedida, que los conduce a querer agradar a
todo el mundo, aunque esto no les haga sentir bien consigo mismos, puesto que
sienten que están traicionando sus esencias, el verdadero “yo”. Están rodeados
de “amigos”, pero se han tenido que vender para lograrlos. Viven en una especie
de obra teatral donde no tienen el control de los acontecimientos. Otros
emplean la fanfarronearia y la rudeza verbal y/o física, creyendo que si son
duros serán respetados. En realidad, ese mal carácter solo esconde multitud de
miedos e inseguridades. Aquellos que no están en alguno de estos dos grupos, se
esfuerzan en pasar desapercibidos y se esconden bajo su propio caparazón de
timidez.
Del
pasado al presente
El problema, el verdadero problema, se
produce cuando arrastramos esta forma de pensar a la vida adulta. Es
sorprendente la cantidad de libros que hay en el mercado cuyo propósito es “caer
bien instantáneamente”. Querer caerle bien a todo el mundo es una utopía y esforzarse
hasta la extenuación es agotador e inútil. Al final, cuando llegas a esta
conclusión, te das cuenta de que tienes dos opciones: o te vendes a ti mismo para
“caer bien” a todos o desistes de alcanzar ese objetivo.
Por eso tenemos que tomar lecciones del
pasado, en este caso de la vida de Jesús. Así las asimilaremos como enseñanzas
para nosotros:
- Hizo el bien siempre que tuvo ocasión. Sanó a diez leprosos. ¿Qué pasó a continuación?: solo uno vino a darle las gracias (cf. Lucas 17:17).
- Liberó a un hombre de una posesión demoniaca. ¿Qué le dijeron al Maestro todos aquellos que conocían el caso de este endemoniado?: “Entonces toda la multitud de la región alrededor de los gadarenos le rogó que se marchase de ellos, pues tenían gran temor” (Lucas 8:37).
- Habló verdad entre los líderes religiosos, pero “los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarle” (Lucas 22:2).
- Nadie pudo acusarle de pecado (cf. 8:46). Sin embargo, ¿qué le aconteció?: “Y los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban; y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó? Y decían otras muchas cosas injuriándole" (Lucas 22:63-65).
Resulta sumamente llamativo comprobar
que Jesús no le caía bien a todo el mundo, a pesar de que representaba la
perfección encarnada. Así que pregunto: nosotros, que de perfectos no tenemos
nada, ¿queremos que todo el mundo nos mire con buenos ojos? ¡Es imposible! Este principio en la vida de Jesús hay que
asimilarlo para vivir en paz.
Pablo mismo lo puso en práctica consigo mismo respecto a su relación con algunos
creyentes de Corintio que le juzgaban: “Yo
en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun
yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso
soy justificado; pero el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada
antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto
de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces
cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:3-5).
Esto no significa que Pablo se considerara perfecto, que
nunca pecara o que no cometiera errores, sino que no tenía mala conciencia de
nada porque era fiel al Señor y a su llamado. Por eso, en el
lenguaje coloquial de hoy en día, y citando a William Barcley, “le importaba un pimiento lo que pensaran de
él”[1].
La
intolerancia entre cristianos
Si hay algo que me indigna es la intolerancia
que observo día tras día en el mundo entero entre muchos cristianos. Hablo con
hermanos de otros rincones del planeta y me cuentan escenas semejantes. Un
cristianismo lleno de personas que no son capaces de respetar diferentes
maneras de pensar en asuntos concretos de la vida, donde solo ellos son los
humildes y están bajo la misericordia de Dios.
Es perfectamente comprensible la
intolerancia entre inconversos. Ellos viven según una ética y moral diferente a
la cristiana. Es lógica la tensión y el choque que podemos experimentar con
ellos en determinados momentos, incluso en la familia. Jesús ya advirtió que estaría
dividido “el padre
contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra
la madre; la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra” (Lucas 12:53). Pero es irritante que esto mismo suceda
entre cristianos. Es lamentable la guerra de guerrillas entre diversas “facciones”
de los hijos de Dios: calvinistas & arminianos; premilenaristas &
amilenaristas; pretribulacionistas & postribulacionistas; carismáticos
& no carismáticos; etc. Ambos sectores se consideran en posesión de la
verdad absoluta. Cada uno de ellos piensa que son los otros los que están
completamente errados. Es cierto que hay creyentes que difieren en estas
cuestiones citadas y se respetan, pero son minoría.
Todos deberían aprender del Concilio de
Jerusalén: hubo mucha discusión (cf. Hechos 15:7), pero bajo el respeto y la concordia
buscaron la voluntad de Dios, llegando a un acuerdo, estableciendo un principio
práctico para todos: “Porque
ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros” (Hechos 15:28). Ejemplo a seguir.
La imagen que esto ofrece ante la
sociedad es terrible. En demasiadas ocasiones tengo que escuchar las historias
de compañeros de trabajo inconversos que conocen a cristianos cuyo testimonio
es penoso. Nuevamente se hacen reales las palabras que Ghandi le dijo a un
misionero: “Me gusta tu Cristo, pero no
me gustan tus cristianos. Tus cristianos son tan diferentes de tu Cristo”. Es
ahí donde no me queda más remedio que entenderles, para a continuación volcarme
en el Evangelio y en el mensaje de la cruz.
Juzgados segundo a segundo
Cuando esto se transfiere de asuntos
doctrinales a cuestiones personales y se generaliza, se convierte en puro hastío.
Ante tanta intolerancia, se convierte en una misión imposible caerle bien
incluso a muchos cristianos. Si eres serio, “es que eres demasiado serio”; si
eres risueño, “es que eres demasiado risueño”; si hablas mucho de Dios, “es que
eres un pesado”; si hablas poco de Dios, “es que eres un carnal”; si no vas a
varios cultos semanales, “es que eres un mundano”; si denuncias una herejía, “eres
enemigo de la Iglesia”; si no denuncias la herejía con palabras duras, “es que
eres un blando”; si indicas algo que se puede mejorar, “es que nunca estás
contento”, si no indicas lo que se puede mejorar, “es que no aportas nada”; si
crees en el arrebatamiento, “eres un falso maestro”; si no crees en el
arrebatamiento, “te quedarás cuando suceda”; si haces deporte, “pierdes el
tiempo”; si no haces deporte, “eres un vago”; si vistes moderno, “es que eres
demasiado moderno”; si no vistes moderno, “es que eres un anticuado”. Y así con
todo los ejemplos que nos podamos imaginar.
Te señalan con el dedo por tu forma de
vestir, de hablar, de actuar, del uso que haces de tu tiempo, de cómo empleas
tu vida y de cómo sirves al Señor. Hagas lo que hagas, tus intenciones son oscuras;
digas lo que digas, hay algo de maligno en ti. Así piensan aquellos cristianos que
se mueven por prejuicios bipolares. Te observan en blanco o en negro, en luz o
en tinieblas, en bien o en mal. Para ellos no existen los puntos ni los colores
intermedios. Te encasillan en sus listas de “amigos” o “enemigos”, “amados” u “odiados”,
“cristianos” o “apóstatas”, “ángeles” o “demonios”. Eres “Saruman” o “Gandalf”.
Te consideran una marioneta manejada por los malos deseos que anidan en ti.
Tienes que ser un clon de ellos: pensar, sentir y vivir con sus principios. De
lo contrario, sacarán a relucir la espada Excalibur y comenzarán a cortar
cabezas, arrollando y arrasando con todo como si fuera una nueva Inquisición,
cuando lo que deberían hacer es sentarse y reflexionar sobre la Palabra de Dios,
en lugar de usar textos bíblicos como armas arrojadizas.
Descansado
en la verdad
Si te dejas guiar por la opinión de
aquellos que te rodean, te volverás loco y nunca vivirás en paz. Tienes que
tener muy claro que la verdad no reside en este tipo de personas intolerantes
que viven sentenciando a los demás como jueces. Ellos no son la verdad. Ellos
no son el camino a seguir ni el ejemplo a imitar. No te conviertas en uno de
ellos. Ten presente que la única verdad está en Dios. Por algo Jesús dijo que
él era el camino, y la verdad y la vida (cf. Juan 14:6). Tu identidad está en
Cristo como hijo de Dios que eres, no en lo que digan los demás; tu valor está
en la sangre de Cristo, no en el valor (o el desprecio) que otros te concedan. Si
dices la verdad y te llaman mentiroso, ¡que crean lo que quieran! Si en tus
ojos hay honestidad y ellos te miran con recelo, ¡que crean lo que quieran! Si
tu conciencia está limpia y te llaman rencoroso, ¡que crean lo que quieran! Si haces
el bien y creen que tus intenciones son ocultas, ¡que crean lo que quieran! Si eres
humilde y te acusan de soberbio, ¡que crean lo que quieran! Si tu corazón está
limpio y afirman que está podrido, ¡que crean lo que quieran! Si Dios te ha
salvado y ellos te condenan, ¡que digan lo que quieran!
Libérate de la presión. Descansa y vive
tranquilo en la voluntad de Dios. Es a Él a quien debes agradar. No te agotes tratando
de caerle bien a todo el mundo ni a las masas porque no servirá para nada y te
traerá desdicha. El Señor ha preparado para ti a aquellos que caminarán a tu
lado a lo largo de la vida sin necesidad de grandes esfuerzos. Tú mismo los
reconocerás de manera natural: aquellos que son íntegros, genuinos y sencillos.
Solo sigue esa senda y no te desvíes: “Busca la paz, y síguela” (Salmo 34:14).
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