En los últimos años, mi rutina en los
primeros minutos de la mañana suele ser siempre la misma: me levanto como un
“zombie” y me preparo un tazón de leche con cereales (bueno, lo de despertarme
en modo “zombie” ha sido siempre así). Mientras lo disfruto y mi mente se va
despertando, leo por Internet las noticias de cuatro periódicos nacionales (El
Mundo, El País, ABC y La Razón). Si a esto le añadimos algunos programas de
investigación y entrevistas que visualizo on-line a lo largo de la semana,
suelo tener una panorámica general y amplia de lo que ocurre en el mundo.
Procuro ser variado para así observar las distintas ideologías existentes y
comprobar hasta qué punto algunos medios tergiversan o inclinan ciertas
noticias según el rasero político de sus editores. No sé exactamente el porqué,
pero, aunque es lo habitual que me encuentro en primera plana día tras día,
nunca me acostumbro a leer malas noticias. Y agradezco que sea así.
Personalmente no entiendo a aquellos que esquivan la realidad mundial sin
querer profundizar en ella. ¿Será para no pensar? ¿Será porque prefieren seguir
ajeno a todo?
Me parece tan anormal el mal que se
observa en cualquier rincón del planeta que si me pareciera natural tendría un
serio problema personal. Ahora bien, aunque no he perdido mi capacidad de
sorpresa, la explicación es muy sencilla para comprender lo que vemos a nuestro
alrededor. Es cierto que la mente no termina nunca de asimilarlo por completo,
por la sencilla razón de que espera levantarse algún día y contemplar que todo
ha cambiado. No deberíamos sorprendernos, pero la inmensa mayoría lo seguimos
haciendo. Y nos ocurre como Lot, que se sentía abrumado y afligido viendo y
oyendo los hechos inicuos de la sociedad perversa en la que vivía (cf. 2 Pedro
2:7-8). Es tal y como me siento en muchísimas ocasiones...
-Cuando mujeres (y hombres que las
apoyan) defienden el derecho a abortar (asesinar).
-Cuando el Gobierno español ofrece
ayudas económicas millonarias al cine español (un entretenimiento) mientras
ordena al mismo tiempo centenares de desahucios a familias que no pueden pagar
sus casas.
-Cuando las instituciones públicas se
llenan de corruptos que solo buscan el beneficio personal.
-Cuando los datos sobre la violencia de
género son estremecedores.
-Cuando en los últimos años mueren
asesinadas 80.000 personas en México por multitud de bandas mafiosas que se
dedican al secuestro y a la extorsión
-Cuando el narcotráfico se expande por
toda Latinoamérica.
-Cuando los deportistas ganan millones
de euros y, por el contrario, millones de personas a lo largo del planeta viven
en la más absoluta pobreza, mendigando o comiendo de la beneficencia.
-Cuando 2 millones de sirios tienen que
huir de un país en ruinas por la locura de un dictador mientras el mundo se
queda de brazos cruzados.
-Cuando el número de divorcios es mayor
que el de las bodas.
-Cuando toda la población de Corea del
Norte vive aprisionada en su propia tierra por culpa de una dinastía
interminable de megalómanos.
-Cuando el consumo de alcohol y drogas
aumenta sin cesar entre la juventud.
-Cuando ya no se considera el matrimonio
como exclusivo entre un hombre y una mujer.
-Cuando la “primavera árabe” no trae
democracia sino el aumento del radicalismo islámico.
-Cuando la televisión se llena de humor
soez y de individuos luciendo palmito, despotricando de sus “compañeros” de
plató, narrando sus intimidades sin pudor alguno.
-Cuando algunos sacerdotes católicos
abusan de menores y determinados pastores protestantes se enriquecen a costa de
los ingenuos.
-Cuando se esparcen falsan doctrinas y
enseñanzas que engañan a las masas.
-Cuando falsos sanadores juegan a ser
Dios y lo único que logran es robar la fe de los enfermos.
-Cuando hombres y mujeres no tienen
ningún reparo en ser infieles a sus parejas.
-Cuando las violaciones son el pan de
cada día en países como Egipto o La India.
-Cuando los señores de la guerra en
diversos países africanos deshumanizan a los niños convirtiéndolos en soldados.
-Cuando secuestran a niñas para la
“trata de blancas”.
-Cuando la prensa habla de las llamadas
“milicias cristianas” que se dedican a la “limpieza étnica”, sin señalar que de
cristianos no tienen nada.
-Cuando norirlandeses que se odian dicen
ser católicos o protestantes y no son ni lo uno ni lo otro.
-Cuando los “videntes” estafan a los
crédulos telespectadores con sus cartas, horóscopos y demás parafernalia.
-Cuando los países desarrollados y
subdesarrollados gastan miles de millones en fabricar armas cada vez más
mortíferas.
-Cuando
tribus y clanes masacran a otros tribus y clanes.
-Cuando
intolerantes nacionalistas, sean del bando que sean, se llenan de odio en sus
ojos.
-Cuando millones de niñas son mutiladas
por el “ritual” de la ablación.
-Cuando los comentarios que se escriben
en las redes sociales son de puro odio, el mismo que se refleja en los insultos
y en los rostros de muchos que acuden a espectáculos deportivos.
Así podría ir añadiendo aspectos nuevos
cada mañana tras leer la prensa. Los años pasan, el planeta sigue girando sobre
sí mismo, pero todo sigue igual. Estamos en un mundo moralmente enfermo, tanto
a nivel individual como colectivo: “Cuando
la soberanía de Dios es negada y sus leyes son ignoradas, la anarquía reina y
los hombres pecadores son los que dominan” (R. Youngblood).
Nadie objetivo puede creer que esto vaya
a cambiar. Hace tiempo expliqué por qué no hay solución y cuándo se arreglará
todo (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/11/por-que-este-mundo-no-tiene-solucion-la.html,
tema que próximamente ampliaré), pero ahora quiero explicar la importancia de
movernos según la “brújula”. Veamos a qué me refiero exactamente.
Hace unos días, Evaristo Villar,
portavoz de Redes Cristianas, dijo sobre la ley que permite el aborto: “Con la
ley actual no ha habido especiales problemas. Estamos a favor de que se
mantenga y en contra de la reforma de Gallardón. Y la Iglesia tendría que acercarse a la sociedad actual y entrar en la
modernidad”.
Hablo como cristiano, sin más, no como
católico o como protestante. La Iglesia no es el edificio como muchos dicen
(“vamos a la iglesia”), ya que la iglesia son las personas que la componen. Y,
en el concepto bíblico del término, solo pertenecen a ella aquellos que, en un
momento de inflexión en sus vidas, se han reconocido como pecadores, se han
arrepentido de vivir de espaldas a Dios y han aceptado que Cristo pagó en la
cruz por sus pecados. Tal individuo se convierte automáticamente en un hijo de
Dios (cf. Juan 1:12). Ni el hecho de creer en algo parecido (pero no igual) a
lo que la Biblia enseña en este tema o haber sido bautizado de infante provoca
tal efecto. No entraré a discutir si una persona como Evaristo ha “nacido de
nuevo”, pero sus palabras son intolerables de alguien que dice ser cristiano.
¿De verdad que “la iglesia tendría que acercarse a la sociedad actual y entrar
en la modernidad”? Eso es el relativismo moral del que hablé en “¿Todo es
relativo?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/todo-es-relativo.html).
¿Sabes cómo llama Santiago a esta
“sabiduría” humana que no proviene de lo alto?: “terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3:15). Su origen es el
mismo infierno. Sin embargo, La PALABRA DE DIOS es INMUTABLE, la VERDAD es
INMUTABLE y en DIOS no hay sombra de variación (cf. Santiago 1:17). Lo que para
Él es malo, siempre será malo. Lo que para Él es bueno, siempre será bueno. Un
individuo que se considera cristiano no puede JAMÁS anteponer esta realidad y
suplantarla por lo que demanda la sociedad. Jesús afirmó contundentemente que
estábamos con Él o contra Él (Lucas 11:23). No hay término medio. O tomamos
todo lo que Él dice o no tomamos nada. No podemos decir: “esto sí pero esto no
porque no me gusta”. No somos nosotros los que decidimos qué está bien y qué
está mal. Si entramos en ese juego, nos dejamos manipular por el diablo, quién
hizo que Adán y Eva dudaran de la Palabra de Dios: “¿Conque Dios os ha dicho...?” (Génesis 3:3).
Según una encuesta reciente entre 1000
católicos españoles, un 88% está a favor del aborto. Estos son los mismos que
dicen que “la iglesia” está muy lejos del pueblo. La realidad es completamente
opuesta: es el pueblo el que está muy lejos de Dios. Todos ellos deberían
responder a la misma pregunta que hizo Jesús hace dos mil años: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no
hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). No son los cristianos los que tienen
la última palabra en cuestiones de fe y conducta, sino la Palabra de Dios. Ella
es la “brújula” que marca el camino, sin la cual todos los seres humanos están
perdidos. De ahí la acusación directa que Jesús les hizo a los escribas y a los
fariseos, que manipulaban la enseñanza de Dios a su propio antojo, y que es
aplicable a muchas personas en la actualidad:
“Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de
labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran,
enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:7-9).
El mismo Evaristo, cuando se refiere al
matrimonio homosexual, señala que “la gente lo ha visto y lo ha aceptado. Y la
Iglesia (católica) también debería”. Como algún día explicaré detenidamente,
disentir de esta idea no me convierte ni de lejos en homófobo, como quiere
vender el lobby gay entre los medios de comunicación. La Iglesia presbiteriana
(protestante) de Estados Unidos también se dividió hace unos años por esta
cuestión. Sus “ministros” votaron 50% a favor y 50% en contra. Ante tal
situación, el cisma fue inevitable. Mi admiración y mis respetos para aquellos
que se mantuvieron en los principios divinos y que hicieron lo establecido para
este tipo de situaciones: “Salid de en
medio de ellos, y apartaos, dice el Señor” (2 Corintios 6:17). Dios es
bastante claro respecto a este tema, por mucho que algunos traten de manipular
las Escrituras. Dios no es un Dios de confusión, que cambia sus propias normas
para volvernos locos, sino de paz (cf. 1 Corintios 14:33). Por eso tenemos Su
Palabra, la cual “es inspirada por Dios,
y útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para instruir en justicia” (2
Timoteo 3:16). Jesús exhortó a
los judíos a escudriñar las Escrituras (cf. Juan 5:39), ruego aplicable a todos
nosotros, no a tenerlas como una reliquia en la estantería o como un amuleto en
la mesita de noche. Ella es el espejo del alma ya que “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos
4:12). Por un lado están aquellos que la evitan porque tienen un concepto
tergiversado de Dios (por el mismo hecho de desconocerle), y por el otro
aquellos que la rehúyen porque saben que tendrían que cambiar diversos aspectos
de sus vidas.
Si aquellos que dicen creer en Dios
desechan la “brújula”, ¿cuánto más aquellos que la niegan, la desprecian o la ignoran?
Así se explica los motivos por los cuales el mundo sigue girando con un orden
perfecto pero la moral se desintegra sin control.
¿A quién le hacemos caso: a personas
como Evaristo, a católicos o protestantes que defienden sus propias ideas, o a
Dios? Recordemos que “maldito el varón
que confía en el hombre” (Jeremías 17:5). No me juego mi destino eterno por
las opiniones de los seres humanos, sean cuales sean y provengan de quienes
provengan, aunque eso suponga ir en contra de la inmensa mayoría y de la
opinión pública. Seguiré como Pedro y los apóstoles, a quienes les prohibieron
hablar de Jesucristo, y contestaron de manera contundente: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres” (Hechos 5:29).
Las palabras de Cristo son muy serias y
de advertencia para todos: “Entrad por la
puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a
la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”
(Mateo 7:13-14). Los que se mueven por lo que dice la mayoría (que se sitúa en
contra de Dios), está caminando por el camino ancho que conduce a la perdición.
Los que se mueven por lo que enseña Dios, caminan por el camino estrecho
(aunque sea difícil en ocasiones) que conduce a la vida eterna, ya que Su
Palabra es “lámpara para nuestros pies y lumbrera a nuestro camino” (cf. Salmo
119:105).
¿Por qué crees que los seres humanos
siguen prefiriendo leer libros sobre conspiraciones alienígenas, astrología,
prensa “rosa” o novelas basadas en los evangelios apócrifos? Porque ninguno de esos libros les comprometen a
nada. Ninguno de ellos les dice que amen a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a sí mismo, que no mientan, que amen a sus enemigos, que no odien,
que no roben, que sean fieles, que no se dejen llevar por la ira, que no se
venguen, que aprovechen sabiamente el tiempo, que sean buenos administradores
de sus posesiones, que usen el dinero para ayudar a los necesitados en lugar de
seguir acumulando objetos inertes, que vivan en santidad y huyan de la
inmoralidad sexual, etc. Sin embargo, la Biblia, “la brújula”, sí compromete a
todo eso y más. Si los propios cristianos fallamos muchas veces aun teniendo
esa brújula, ¡cuanto más aquellos que no se mueven con esos principios éticos y
morales! Igual que cuando estamos completamente dormidos “odiamos” que nos
enciendan la luz sin previo aviso y de golpe, también están aquellos que odian
la luz de Dios porque están en tinieblas: “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece
la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan
3:20).
El pensador inglés Chesterton dijo:
“Cuando el hombre deja de creer en Dios, cree en cualquier cosa”. Y el hombre
que no cree en Dios se convierte en su propio “dios”. Es lo mismo que el diablo
le dijo a Adán y Eva, que serían como
Dios (cf. Génesis 3:5). Desde aquel día, el ser humano ha querido tomar el
control. Y así nos va. De ahí la mentalidad del mundo: “Si le quiero dar mi
cuerpo a una mujer casada, se lo doy”; “si quiero emborracharme, me
emborracho”; “si quiero drogarme, me drogo”. Y así con todo. Por eso observamos un mundo bipolar,
dividido entre el bien y el mal.
¿Cuál es el precio a pagar por mantenernos
firmes en Dios y en su “brújula”? Está claro: la persecución. Aunque en España
los medios de comunicación mayoritarios apenas ofrecen información al respecto,
los cristianos son perseguidos,
encarcelados, asesinados y aislados en campos de trabajo. La organización
“Puertas abiertas” señala algunos de los países donde el hostigamiento es
mayor: Afganistán, Arabia Saudita, Argelia, Bangladesh, Baréin, Brunéi, Bután, China, Colombia, Comoras, Corea del Norte, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Eritrea, Etiopía, India, Indonesia, Irak, Irán, Jordania, Kazajistán, Kenia, Kuwait, Laos, Libia, Malasia, Maldivas, Mali, Marruecos, Mauritania, Birmania, Níger, Nigeria, Omán, Pakistán, Qatar, República Centroafricana, Siria, Somalia, Sri Lanka, Sudán (Norte), Tanzania, Tayikistán, Territorios Palestinos, Túnez, Turkmenistán, Uzbekistán, Vietnam, Yemen y Yibuti.
Esta persecución se da en otras formas en
países democráticos. Y el mismo Jesús habló con gran claridad al respecto: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me
ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo
suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el
mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es
mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os
perseguirán” (Juan 15:18-20). A Jesús le azotaron y le torturaron hasta
morir en una cruz; Once de los doce apóstoles murieron mártires y la historia
de la iglesia está lleno de ellos. ¿Qué les aconteció a los profetas del
Antiguo Testamento?: “Experimentaron
vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados,
aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para
allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados,
maltratados” (Hebreos 11:36-37). ¿Qué dijo Pablo de sí mismo y de los
apóstoles?: “Hasta esta hora padecemos
hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada
fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y
bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos;
hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos”
(1 Corintios 4:11-13). Toda esta realidad hace que sea más lamentable que en
muchas congregaciones se prediquen herejías como la “Teología de la
Prosperidad” o “La confesión positiva”, entre otras. El contraste bíblico con
el que nos quieren inculcar es brutal.
¿No recordamos que Jesús dijo que
estaríamos como ovejas en medio de lobos? (cf. Mateo 10:16). El mismo Pablo
pidió oración para ser librado de hombres malos y perversos (2 Tesalonicenses 3:2). ¿Por qué entonces habría alguien de sorprenderse si
lo insultan o lo agreden por su fe? Es lamentablemente, pero es lo más normal
del mundo. ¿O alguien se asustó cuando una pro-abortista me dedicó una carta
con todo tipo de “piropos”? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/respuesta-un-anonimo-favor-del-aborto.html).
Son varias las historias
personales que podría contar al respecto, pero con ese ejemplo es suficiente.
Por todo esto, Pedro dijo que no nos sorprendiéramos del fuego de prueba, como
si fuera algo extraño (cf. 1 Pedro 4:12). El mismo Ignacio, uno de los padres
de la Iglesia, dijo en su carta a los Efesios: “Contra sus estallidos de ira
sed mansos; contra sus palabras altaneras sed humildes; contra sus vilipendios
presentad vuestras oraciones; contra sus errores permaneced firmes en la fe;
contra sus furores sed dulces” (Efesios 10). Ni siquiera debería ser una
vergüenza, sino de gozo, al saber que compartimos el sentir de Jesús: “Y llamando a los apóstoles, después
de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los
pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de
haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos
5:40-41).
Mantengámonos
firmes en la Verdad y recordemos las palabras de Luther King para despertar: “Hubo una época en que la iglesia fue muy poderosa:
Cuando los cristianos primitivos se regocijaban de que se les considerase
dignos de sufrir por sus convicciones. En aquella época, la iglesia no era mero
termómetro que medía las ideas y los principios de la opinión publica. Era más
bien un termostato que transformaba las costumbres de la sociedad [...] pero el
juicio de Dios es sobre la iglesia [hoy] más que nunca. Si la iglesia de hoy no
recobra el espíritu de sacrificio de la iglesia primitiva, perderá su
autenticidad, se quedará sin la lealtad de millones de personas y acabará
desacreditada como si se tratara de algún club social irrelevante, desprovisto
de sentido”.
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