El pasado jueves saltó la noticia: el
conocido surcoreano Yonggi Cho (pastor de la congregación más grande del mundo,
con 800.000 miembros), fue condenado a 3 años de prisión por estafar 9 millones
de euros a su iglesia. He querido esperar unos días para ver la reacción de los
cristianos ante tal hecho y lo que he observado han sido dos bandos claramente
posicionados y extremos: por un lado, aquellos que le han defendido con diversos
argumentos con una base humana y/o bíblica errada; por otro, los que se han
alegrado del hecho en sí, incluso usando descalificaciones que me han parecido
lamentables, haciendo leña del árbol caído (que parece ser el “deporte” favorito de muchos creyentes).
Personalmente no puedo situarme en ninguno de los dos bandos. Puesto que un
Tribunal ha dictado sentencia, es de recibo que se haya hecho justicia, pero
eso no significa que me alegre, porque este tipo de situaciones deja en mal
lugar a los creyentes ante la sociedad inconversa y afecta negativamente la fe
de los cristianos genuinos que han creído a este señor durante años.
El grupo que condena sin misercordia al
señor Cho debería recordar las palabras de Pablo: “Hermanos, si alguno
fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle
con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también
seas tentado”
(Gá. 6:1). El señor Cho va a pagar ante la justicia humana por su grave
error. A partir de ahora, la labor de los cristianos (“vosotros que sois espirituales”) es buscar su restauración puesto
que se nos exhorta a ello. Tenemos que tener en cuenta que TODOS SOMOS
PECADORES y que esa fue la razón exacta por la cual el Hijo de Dios fue a una
cruz: a pagar por nuestros pecados. Somos culpables pero hechos inocentes por
la sangre de Cristo. Esa es la paradoja de la cruz. Nadie está exento de poder
caer en alguna de las obras de la carne: “adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y
cosas semejantes a estas” (Gá. 5:19-21). Poner esto en perspectiva nos
tiene que hacer ver que Dios desea el arrepentimiento para salvación en lugar
de la condenación eterna.
Dicho esto, quiero usar este caso para
refutar los razonamientos que han expuesto algunos en su defensa a Yonggi Cho,
puesto que se repiten en multitud de predicaciones y libros para defender otras
creencias:
1.- “No podemos juzgar”: Esto es falso. Cuando Jesús se refiere a no juzgar (Mt. 7:1-5),
lo hace con un doble sentido:
a)
En el sentido de juzgar condenando y maldiciendo como si el Juicio Divino nos perteneciera a nosotros. Ni siquiera
el arcángel Miguel tuvo tal atrevimiento, ni aun contra el diablo: “No
se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te
reprenda” (Judas 8-9). Las intenciones del corazón solo las
conoce Dios y Él las juzgará en exclusiva (cf. 1 Co. 4:5).
b) En el sentido de no hacer juicios con
ligereza como los que llevaban a cabo los hipócritas fariseos, que se
consideraban superiores al resto de la sociedad.
Teniendo estos dos aspectos claros,
tenemos que saber que sí podemos juzgar. Es más, debemos hacerlo. De ahí las
otras palabras de Jesús:“No juzguéis
según la apariencia, sino juzgad con justo juicio” (Jn. 7:24). Se nos
exhorta a juzgar toda enseñanza (cf. Hch. 17:11), todo espíritu (cf. 1 Jn. 4:1), toda profecía (cf.
1 Co. 14:29) y a todo aquel que se hace llamar “apóstol” (cf. Ap. 2:2).
2.- “Es imposible que una iglesia tan
grande esté errada”. Eso es pura “numerología”, un razonamiento que no sirve
como baremo para medir la verdad. Como ya dije en “El fervor por Dios mal enfocado”
(http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/el-fervor-por-dios-mal-enfocado.html):
“si así fuera, los musulmanes
tendrían la verdad absoluta y el apoyo de Dios ya que son más de 1000 millones
de fieles. Por lo tanto, el argumento del ´número` y de la ´cantidad` es
pobrísimo e ingenuo”.
3.- “Sus libros eran de mucha
bendición”. Este es un comentario que me he encontrado por Internet. Aquí
necesitamos hacer un “stop” antes de proseguir y distinguir entre tres
conceptos para no confundir a nadie:
a) “Secta”. La etimología e historia del
término “secta” sería largo de explicar, así que vayamos directamente al
sentido que nos interesa: como cristianos, entendemos como secta al grupo que
toma algunas verdades fundamentales de la Palabra de Dios pero niega otras
reveladas en las Escrituras e igualmente básicas. Como señala el teólogo
Francisco Lacueva: “El hereje es el que escoge, entre las doctrinas de la
Biblia, las que convienen a sus prejuicios o a su tradición denominacional,
subestimando o ignorando las demás”[1].
Algunas de las que niega pueden ser: el pecado original, la autoridad infalible de las Escrituras, la
salvación por Gracia, la Trinidad, la divinidad de Cristo, su
Encarnación, que fue concebido por el Espíritu Santo de María virgen, su muerte expiatoria en la cruz que canceló de
una vez y para siempre nuestra deuda con el Padre[2],
su resurrección corporal de entre los muertos y posterior ascenso a los cielos,
y la segunda venida para juzgar a los vivos y a los muertos y establecer su Reino por la eternidad.
Aunque algunos grupos afirmen ser “iglesia” o “cristianos”, si no creen en
alguna de estas verdades absolutas no son ni lo uno ni lo otro: “Salieron de nosotros, pero no eran de
nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con
nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”
(1 Jn. 2:19).
b) “Iglesias con principios heréticos”.
Son aquellas iglesias cristianas locales que aceptan todas las verdades
esenciales reveladas en la Biblia, que están compuestas por cristianos que
realmente han “nacido de nuevo”, pero que han permitido que se infiltren doctrinas que chocan frontalmente con
las Escrituras. Aquí podríamos incluir: La “teología de la prosperidad”, la
“confesión positiva”, las “maldiciones generacionales”, la “cartografía
espiritual”, el “legalismo”, etc. También podríamos añadir otros aspectos de índole
moral, contrarios a la ética bíblica, como la aceptación del aborto, el
matrimonio homosexual, etc.
c) “Iglesias con principios sectarios”.
Son aquellas iglesias cristianas locales que aceptan todas las verdades
esenciales reveladas en la Biblia, que están compuestas por cristianos que
realmente han “nacido de nuevo”, pero donde se ha infiltrado ideas que chocan frontalmente con las
Escrituras. Aquí destaca sobremanera la creencia de que los pastores son los
“Ungidos de Jehová”, lo que trae como consecuencia una perniciosa praxis
eclesial. Aparte de las herejías previamente citadas, esta es una idea
preeminente en el llamado “Movimiento de la fe” y que ha calado en algunos
sectores cristianos. Sin duda alguna, un claro ejemplo de hasta qué punto se puede
“descuartizar” la Biblia y convertirla en un disparate.
Algunos culpan a los pentecostales de
estas herejías. Aunque en algunos casos han sido promovidas por personas
pertenecientes a este movimiento en primera instancia, la realidad objetiva es
muy distinta: el mismo seminario de las Asambleas de Dios en España (CSTAD), en
su asignatura “Sectas y corrientes teológicas contemporáneas”, denuncia
claramente estas herejías y principios sectarios[3].
A aquellos que señalan que los libros
del señor Cho han sido de bendición para sus vidas, habría que decirles “que tienen celo de Dios, pero no conforme a
ciencia” (Romanos 10:2). Seguramente han conocido el Evangelio por la
predicación del mensaje original (y son salvos), pero pasan por alto (muchos,
de forma inconsciente) que algunas de las doctrinas que él enseña están
incluidas en el segundo grupo: “Iglesias con principios heréticos”. En su caso,
este pastor promulgaba la llamada “Teología de la Prosperidad” y la “Confesión
positiva” por medio de la visualización de deseos y sueños, ideas que no
provienen de una revelación del Espíritu Santo como él afirmaba (puesto que se
contradice a las Escrituras), sino del gnosticismo, del sincretismo religioso y
de diversas filosofías orientales. Y digamos bien alto que ni mucho menos ha
sido de bendición para todo el mundo: en una conferencia, un pastor narró el
terrible daño que provocó en su congregación aceptar tales ideas y el largo
tiempo que necesitaron para ser sanados.
Como a Yonggi Cho, podemos incluir aquí
a personas que están enseñando gravísimas herejías: Bernardo Stamateas, Benny
Hinn, César Castellanos, Joel Osteen, Harold
Caballeros, Guillermo y Ana Maldonado,
y la autora Joyce Meyer.
Sé que hay muchos más, pero solo cito a aquellos de los cuales he podido leer
directamente sus libros, sin usar fuentes de terceras personas ni videos de
Internet, ya que ambos se pueden fácilmente tergiversar y manipular. Creo que
es un ejercicio de prudencia que siempre deberíamos seguir. Eso sí, confieso
que tras leer más de cincuenta libros de estos autores terminé con fatiga
mental ante tantos disparates. La lista es tan amplia que haría falta una
enciclopedia para hacer un listado completo de estas personas. Sé que hay
muchos cristianos sinceros que les gusta señalarlos con nombre y apellidos (yo
mismo lo hago cuando la ocasión lo requiere), pero soy partidario de destapar
las falsas enseñanzas antes que centrarme en quién las enseña. Así el creyente
podrá distinguir por sí mismo la verdad de la mentira, sin necesidad de vivir
como un “caza-hereje”, lo cual al final termina convirtiéndose en una obsesión,
como si fuera el único tema importante de las Escrituras.
Todos ellos mueven masas. Todos ellos
son ricos. Todos ellos venden millones de ejemplares de sus libros. Y todos,
aunque tengan algunas doctrinas ortodoxas y correctas, enseñan auténticas
atrocidades. Han tejido una red invisible por el mundo entero como una tela de
araña que ha aprisionado de forma sutil a iglesias locales, a editoriales
cristianas, a pastores y a miles y miles de creyentes genuinos. Como señala el
pastor y teólogo Julián Mellado: “El mundo evangélico está siendo invadido por
un diluvio de nuevas doctrinas que muchos creyentes están siguiendo sin
discernir su procedencia. Nuevas prácticas que no arrancan de tradiciones
históricas del cristianismo sino de una reconversión de formas de pensar y
actuar paganas”[4].
Hace poco tiempo una encuesta reveló que
en el 66% de las Iglesias de Estados Unidos está implantada la doctrina de la
Prosperidad. ¡Qué triste! Leí a un pastor que decía que esto no venía del
diablo, sino de parte de Dios como un juicio sobre la Iglesia. ¿Por qué esta
conclusión?: porque estas falsas doctrinas sacan a relucir lo que hay
verdaderamente en el corazón. Interesante reflexión.
El
mayor ataque contra el cristianismo no procede de los ateos o de aquellos que
señalamos los errores con el propósito de que sean corregidos, sino de
cristianos que enseñan falsas doctrinas.
Algunos toman como enemigos a aquellos
que denuncian estas herejías, haciendo presente las palabras de Pablo a los
gálatas: “¿Me he hecho, pues, vuestro
enemigo, por deciros la verdad?” (Gálatas 4:16). Para el recuerdo quedan
las palabras de Benny Hinn, al expresar su deseo de tener “una ametralladora
del Espíritu para matar a aquellos que se le oponen”.
Ahora que hemos visto el caso de Yonggi
Cho y otros, que sabemos cuál es la situación a nivel mundial y de la
importancia de cuidar de la doctrina (cf. 1 Ti. 4:16), quiero terminar reproduciendo
lo que dije en la introducción de “Herejías por doquier”: “no todos aquellos que están enseñando
determinadas herejías lo hacen a propósito. Están aquellos plenamente
conscientes de sus errores y que aun así continúan con esas falsas enseñanzas.
Estos son los que tuercen y tergiversan las Escrituras para su propia perdición
(2 P. 3:16). Pero, al mismo tiempo, también hay hermanos inconscientes de sus
propios fallos. De ahí que llamar falso
maestro, falso profeta, falso Cristo o hereje
con un exceso de premura a todo aquel que yerra pueda ser una insensatez. En
lugar de orar para que el Señor los condene o los expulse de Su Iglesia,
deberíamos corregirlos en todo aquello que esté en nuestras manos. Hay muchos
hermanos que han podido rectificar porque otros han tenido la paciencia de
enseñarles. Sin embargo, hay creyentes que declaran una especie de guerra
espiritual lanzando sentencias absolutas, como si procedieran directamente del
cielo contra aquellos que están en el error, e incluso se alegran cuando algún
mal les acontece, proclamando con total seguridad que es el juicio de Dios.
Somos llamados a juzgar los hechos y las palabras a la luz de las Escrituras,
pero no las intenciones últimas de estas personas, puesto que este tipo de
juicio le pertenece en exclusiva al Todopoderoso.
¿Es normal indignarse cuando escuchamos a aquellos que proclaman
herejías y se muestran satisfechos y felices? Por supuesto que es lógico, pero
lo uno no quita lo otro [...] Por todo lo que hemos visto, pidamos al Señor discernimiento para
saber distinguir entre los falsos maestros que son lobos disfrazados de ovejas
(aquellos a los que alude Pedro, que hacen mercadería por avaricia bajo el
pretexto de la fe y que introducen encubiertamente herejías destructoras) y los
hermanos sinceros en sus creencias pero confundidos en parte de su caminar como
hijos de Dios”.
[1] Lacueva,
Francisco. La Iglesia, Cuerpo de Cristo,
Clie.
[2]
La herejía que trata de arrancar de la Biblia esta doctrina se llama la “Teoría del rescate de la Expiación”, que señala que
Cristo no pagó completamente por los pecados en la cruz sino en el infierno
como parte de la deuda del ser humano con el diablo (y no con Dios), siendo
torturado allí por los demonios. Una enseñanza aberrante.
[3]
En “Herejías por doquier” (y en los
que vienen en camino) analizo muchas de ellas: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html.
Un libro excepcional que profundiza aun más es “Cristianismo en crisis”
(siglo 21), de Hank Hanegraaff (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/yo-declaro-cristianismo-en-crisis.html)
[4]
“Cuadernos Evangelización: Guerra
Espiritual. Una reflexión crítica” (Alianza Evangélica Española).