miércoles, 26 de febrero de 2014

David Yonggi Cho: Hablemos claro sin hacer leña




El pasado jueves saltó la noticia: el conocido surcoreano Yonggi Cho (pastor de la congregación más grande del mundo, con 800.000 miembros), fue condenado a 3 años de prisión por estafar 9 millones de euros a su iglesia. He querido esperar unos días para ver la reacción de los cristianos ante tal hecho y lo que he observado han sido dos bandos claramente posicionados y extremos: por un lado, aquellos que le han defendido con diversos argumentos con una base humana y/o bíblica errada; por otro, los que se han alegrado del hecho en sí, incluso usando descalificaciones que me han parecido lamentables, haciendo leña del árbol caído (que parece ser el “deporte” favorito de muchos creyentes). Personalmente no puedo situarme en ninguno de los dos bandos. Puesto que un Tribunal ha dictado sentencia, es de recibo que se haya hecho justicia, pero eso no significa que me alegre, porque este tipo de situaciones deja en mal lugar a los creyentes ante la sociedad inconversa y afecta negativamente la fe de los cristianos genuinos que han creído a este señor durante años.
El grupo que condena sin misercordia al señor Cho debería recordar las palabras de Pablo: Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gá. 6:1). El señor Cho va a pagar ante la justicia humana por su grave error. A partir de ahora, la labor de los cristianos (“vosotros que sois espirituales”) es buscar su restauración puesto que se nos exhorta a ello. Tenemos que tener en cuenta que TODOS SOMOS PECADORES y que esa fue la razón exacta por la cual el Hijo de Dios fue a una cruz: a pagar por nuestros pecados. Somos culpables pero hechos inocentes por la sangre de Cristo. Esa es la paradoja de la cruz. Nadie está exento de poder caer en alguna de las obras de la carne: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gá. 5:19-21). Poner esto en perspectiva nos tiene que hacer ver que Dios desea el arrepentimiento para salvación en lugar de la condenación eterna.
Dicho esto, quiero usar este caso para refutar los razonamientos que han expuesto algunos en su defensa a Yonggi Cho, puesto que se repiten en multitud de predicaciones y libros para defender otras creencias: 

1.- “No podemos juzgar”: Esto es falso. Cuando Jesús se refiere a no juzgar (Mt. 7:1-5), lo hace con un doble sentido:

a) En el sentido de juzgar condenando y maldiciendo como si el Juicio Divino nos perteneciera a nosotros. Ni siquiera el arcángel Miguel tuvo tal atrevimiento, ni aun contra el diablo: “No se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” (Judas 8-9). Las intenciones del corazón solo las conoce Dios y Él las juzgará en exclusiva (cf. 1 Co. 4:5).
b) En el sentido de no hacer juicios con ligereza como los que llevaban a cabo los hipócritas fariseos, que se consideraban superiores al resto de la sociedad.

Teniendo estos dos aspectos claros, tenemos que saber que sí podemos juzgar. Es más, debemos hacerlo. De ahí las otras palabras de Jesús:“No juzguéis según la apariencia, sino juzgad con justo juicio” (Jn. 7:24). Se nos exhorta a juzgar toda enseñanza (cf. Hch. 17:11), todo espíritu (cf. 1 Jn. 4:1), toda profecía (cf. 1 Co. 14:29) y a todo aquel que se hace llamar “apóstol” (cf. Ap. 2:2).

2.- “Es imposible que una iglesia tan grande esté errada”. Eso es pura “numerología”, un razonamiento que no sirve como baremo para medir la verdad. Como ya dije en “El fervor por Dios mal enfocado” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/el-fervor-por-dios-mal-enfocado.html): “si así fuera, los musulmanes tendrían la verdad absoluta y el apoyo de Dios ya que son más de 1000 millones de fieles. Por lo tanto, el argumento del ´número` y de la ´cantidad` es pobrísimo e ingenuo”.

3.- “Sus libros eran de mucha bendición”. Este es un comentario que me he encontrado por Internet. Aquí necesitamos hacer un “stop” antes de proseguir y distinguir entre tres conceptos para no confundir a nadie:

a) “Secta”. La etimología e historia del término “secta” sería largo de explicar, así que vayamos directamente al sentido que nos interesa: como cristianos, entendemos como secta al grupo que toma algunas verdades fundamentales de la Palabra de Dios pero niega otras reveladas en las Escrituras e igualmente básicas. Como señala el teólogo Francisco Lacueva: “El hereje es el que escoge, entre las doctrinas de la Biblia, las que convienen a sus prejuicios o a su tradición denominacional, subestimando o ignorando las demás”[1]. Algunas de las que niega pueden ser: el pecado original, la autoridad infalible de las Escrituras, la salvación por Gracia, la Trinidad, la divinidad de Cristo, su Encarnación, que fue concebido por el Espíritu Santo de María virgen, su muerte expiatoria en la cruz que canceló de una vez y para siempre nuestra deuda con el Padre[2], su resurrección corporal de entre los muertos y posterior ascenso a los cielos, y la segunda venida para juzgar a los vivos y a los muertos y establecer su Reino por la eternidad. Aunque algunos grupos afirmen ser “iglesia” o “cristianos”, si no creen en alguna de estas verdades absolutas no son ni lo uno ni lo otro: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Jn. 2:19).

b) “Iglesias con principios heréticos”. Son aquellas iglesias cristianas locales que aceptan todas las verdades esenciales reveladas en la Biblia, que están compuestas por cristianos que realmente han “nacido de nuevo”, pero que han permitido que se  infiltren doctrinas que chocan frontalmente con las Escrituras. Aquí podríamos incluir: La “teología de la prosperidad”, la “confesión positiva”, las “maldiciones generacionales”, la “cartografía espiritual”, el “legalismo”, etc. También podríamos añadir otros aspectos de índole moral, contrarios a la ética bíblica, como la aceptación del aborto, el matrimonio homosexual, etc.

c) “Iglesias con principios sectarios”. Son aquellas iglesias cristianas locales que aceptan todas las verdades esenciales reveladas en la Biblia, que están compuestas por cristianos que realmente han “nacido de nuevo”, pero donde se ha infiltrado ideas que chocan frontalmente con las Escrituras. Aquí destaca sobremanera la creencia de que los pastores son los “Ungidos de Jehová”, lo que trae como consecuencia una perniciosa praxis eclesial. Aparte de las herejías previamente citadas, esta es una idea preeminente en el llamado “Movimiento de la fe” y que ha calado en algunos sectores cristianos. Sin duda alguna, un claro ejemplo de hasta qué punto se puede “descuartizar” la Biblia y convertirla en un disparate.

Algunos culpan a los pentecostales de estas herejías. Aunque en algunos casos han sido promovidas por personas pertenecientes a este movimiento en primera instancia, la realidad objetiva es muy distinta: el mismo seminario de las Asambleas de Dios en España (CSTAD), en su asignatura “Sectas y corrientes teológicas contemporáneas”, denuncia claramente estas herejías y principios sectarios[3].
A aquellos que señalan que los libros del señor Cho han sido de bendición para sus vidas, habría que decirles “que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia” (Romanos 10:2). Seguramente han conocido el Evangelio por la predicación del mensaje original (y son salvos), pero pasan por alto (muchos, de forma inconsciente) que algunas de las doctrinas que él enseña están incluidas en el segundo grupo: “Iglesias con principios heréticos”. En su caso, este pastor promulgaba la llamada “Teología de la Prosperidad” y la “Confesión positiva” por medio de la visualización de deseos y sueños, ideas que no provienen de una revelación del Espíritu Santo como él afirmaba (puesto que se contradice a las Escrituras), sino del gnosticismo, del sincretismo religioso y de diversas filosofías orientales. Y digamos bien alto que ni mucho menos ha sido de bendición para todo el mundo: en una conferencia, un pastor narró el terrible daño que provocó en su congregación aceptar tales ideas y el largo tiempo que necesitaron para ser sanados.

Como a Yonggi Cho, podemos incluir aquí a personas que están enseñando gravísimas herejías: Bernardo Stamateas, Benny Hinn, César Castellanos, Joel Osteen, Harold Caballeros, Guillermo y Ana Maldonado, y la autora Joyce Meyer. Sé que hay muchos más, pero solo cito a aquellos de los cuales he podido leer directamente sus libros, sin usar fuentes de terceras personas ni videos de Internet, ya que ambos se pueden fácilmente tergiversar y manipular. Creo que es un ejercicio de prudencia que siempre deberíamos seguir. Eso sí, confieso que tras leer más de cincuenta libros de estos autores terminé con fatiga mental ante tantos disparates. La lista es tan amplia que haría falta una enciclopedia para hacer un listado completo de estas personas. Sé que hay muchos cristianos sinceros que les gusta señalarlos con nombre y apellidos (yo mismo lo hago cuando la ocasión lo requiere), pero soy partidario de destapar las falsas enseñanzas antes que centrarme en quién las enseña. Así el creyente podrá distinguir por sí mismo la verdad de la mentira, sin necesidad de vivir como un “caza-hereje”, lo cual al final termina convirtiéndose en una obsesión, como si fuera el único tema importante de las Escrituras.   
Todos ellos mueven masas. Todos ellos son ricos. Todos ellos venden millones de ejemplares de sus libros. Y todos, aunque tengan algunas doctrinas ortodoxas y correctas, enseñan auténticas atrocidades. Han tejido una red invisible por el mundo entero como una tela de araña que ha aprisionado de forma sutil a iglesias locales, a editoriales cristianas, a pastores y a miles y miles de creyentes genuinos. Como señala el pastor y teólogo Julián Mellado: “El mundo evangélico está siendo invadido por un diluvio de nuevas doctrinas que muchos creyentes están siguiendo sin discernir su procedencia. Nuevas prácticas que no arrancan de tradiciones históricas del cristianismo sino de una reconversión de formas de pensar y actuar paganas”[4].
Hace poco tiempo una encuesta reveló que en el 66% de las Iglesias de Estados Unidos está implantada la doctrina de la Prosperidad. ¡Qué triste! Leí a un pastor que decía que esto no venía del diablo, sino de parte de Dios como un juicio sobre la Iglesia. ¿Por qué esta conclusión?: porque estas falsas doctrinas sacan a relucir lo que hay verdaderamente en el corazón. Interesante reflexión.
El mayor ataque contra el cristianismo no procede de los ateos o de aquellos que señalamos los errores con el propósito de que sean corregidos, sino de cristianos que enseñan falsas doctrinas.
Algunos toman como enemigos a aquellos que denuncian estas herejías, haciendo presente las palabras de Pablo a los gálatas: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gálatas 4:16). Para el recuerdo quedan las palabras de Benny Hinn, al expresar su deseo de tener “una ametralladora del Espíritu para matar a aquellos que se le oponen”.
Ahora que hemos visto el caso de Yonggi Cho y otros, que sabemos cuál es la situación a nivel mundial y de la importancia de cuidar de la doctrina (cf. 1 Ti. 4:16), quiero terminar reproduciendo lo que dije en la introducción de “Herejías por doquier”: “no todos aquellos que están enseñando determinadas herejías lo hacen a propósito. Están aquellos plenamente conscientes de sus errores y que aun así continúan con esas falsas enseñanzas. Estos son los que tuercen y tergiversan las Escrituras para su propia perdición (2 P. 3:16). Pero, al mismo tiempo, también hay hermanos inconscientes de sus propios fallos. De ahí que llamar falso maestro, falso profeta, falso Cristo o hereje con un exceso de premura a todo aquel que yerra pueda ser una insensatez. En lugar de orar para que el Señor los condene o los expulse de Su Iglesia, deberíamos corregirlos en todo aquello que esté en nuestras manos. Hay muchos hermanos que han podido rectificar porque otros han tenido la paciencia de enseñarles. Sin embargo, hay creyentes que declaran una especie de guerra espiritual lanzando sentencias absolutas, como si procedieran directamente del cielo contra aquellos que están en el error, e incluso se alegran cuando algún mal les acontece, proclamando con total seguridad que es el juicio de Dios. Somos llamados a juzgar los hechos y las palabras a la luz de las Escrituras, pero no las intenciones últimas de estas personas, puesto que este tipo de juicio le pertenece en exclusiva al Todopoderoso.
¿Es normal indignarse cuando escuchamos a aquellos que proclaman herejías y se muestran satisfechos y felices? Por supuesto que es lógico, pero lo uno no quita lo otro [...] Por todo lo que hemos visto, pidamos al Señor discernimiento para saber distinguir entre los falsos maestros que son lobos disfrazados de ovejas (aquellos a los que alude Pedro, que hacen mercadería por avaricia bajo el pretexto de la fe y que introducen encubiertamente herejías destructoras) y los hermanos sinceros en sus creencias pero confundidos en parte de su caminar como hijos de Dios.


[1] Lacueva, Francisco. La Iglesia, Cuerpo de Cristo, Clie.
[2] La herejía que trata de arrancar de la Biblia esta doctrina se llama la “Teoría del rescate de la Expiación”, que señala que Cristo no pagó completamente por los pecados en la cruz sino en el infierno como parte de la deuda del ser humano con el diablo (y no con Dios), siendo torturado allí por los demonios. Una enseñanza aberrante.
[3] En “Herejías por doquier” (y en los que vienen en camino) analizo muchas de ellas: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/08/normal-0-21-false-false-false-es-x-none_21.html. Un libro excepcional que profundiza aun más es “Cristianismo en crisis” (siglo 21), de Hank Hanegraaff (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/09/yo-declaro-cristianismo-en-crisis.html)
[4] “Cuadernos Evangelización: Guerra Espiritual. Una reflexión crítica” (Alianza Evangélica Española).

martes, 18 de febrero de 2014

Firmes en la Brújula a pesar de la persecución



En los últimos años, mi rutina en los primeros minutos de la mañana suele ser siempre la misma: me levanto como un “zombie” y me preparo un tazón de leche con cereales (bueno, lo de despertarme en modo “zombie” ha sido siempre así). Mientras lo disfruto y mi mente se va despertando, leo por Internet las noticias de cuatro periódicos nacionales (El Mundo, El País, ABC y La Razón). Si a esto le añadimos algunos programas de investigación y entrevistas que visualizo on-line a lo largo de la semana, suelo tener una panorámica general y amplia de lo que ocurre en el mundo. Procuro ser variado para así observar las distintas ideologías existentes y comprobar hasta qué punto algunos medios tergiversan o inclinan ciertas noticias según el rasero político de sus editores. No sé exactamente el porqué, pero, aunque es lo habitual que me encuentro en primera plana día tras día, nunca me acostumbro a leer malas noticias. Y agradezco que sea así. Personalmente no entiendo a aquellos que esquivan la realidad mundial sin querer profundizar en ella. ¿Será para no pensar? ¿Será porque prefieren seguir ajeno a todo?
Me parece tan anormal el mal que se observa en cualquier rincón del planeta que si me pareciera natural tendría un serio problema personal. Ahora bien, aunque no he perdido mi capacidad de sorpresa, la explicación es muy sencilla para comprender lo que vemos a nuestro alrededor. Es cierto que la mente no termina nunca de asimilarlo por completo, por la sencilla razón de que espera levantarse algún día y contemplar que todo ha cambiado. No deberíamos sorprendernos, pero la inmensa mayoría lo seguimos haciendo. Y nos ocurre como Lot, que se sentía abrumado y afligido viendo y oyendo los hechos inicuos de la sociedad perversa en la que vivía (cf. 2 Pedro 2:7-8). Es tal y como me siento en muchísimas ocasiones...

-Cuando mujeres (y hombres que las apoyan) defienden el derecho a abortar (asesinar).
-Cuando el Gobierno español ofrece ayudas económicas millonarias al cine español (un entretenimiento) mientras ordena al mismo tiempo centenares de desahucios a familias que no pueden pagar sus casas.
-Cuando las instituciones públicas se llenan de corruptos que solo buscan el beneficio personal.
-Cuando los datos sobre la violencia de género son estremecedores.
-Cuando en los últimos años mueren asesinadas 80.000 personas en México por multitud de bandas mafiosas que se dedican al secuestro y a la extorsión
-Cuando el narcotráfico se expande por toda Latinoamérica.
-Cuando los deportistas ganan millones de euros y, por el contrario, millones de personas a lo largo del planeta viven en la más absoluta pobreza, mendigando o comiendo de la beneficencia.
-Cuando 2 millones de sirios tienen que huir de un país en ruinas por la locura de un dictador mientras el mundo se queda de brazos cruzados.
-Cuando el número de divorcios es mayor que el de las bodas.
-Cuando toda la población de Corea del Norte vive aprisionada en su propia tierra por culpa de una dinastía interminable de megalómanos.
-Cuando el consumo de alcohol y drogas aumenta sin cesar entre la juventud.
-Cuando ya no se considera el matrimonio como exclusivo entre un hombre y una mujer.
-Cuando la “primavera árabe” no trae democracia sino el aumento del radicalismo islámico.
-Cuando la televisión se llena de humor soez y de individuos luciendo palmito, despotricando de sus “compañeros” de plató, narrando sus intimidades sin pudor alguno.
-Cuando algunos sacerdotes católicos abusan de menores y determinados pastores protestantes se enriquecen a costa de los ingenuos.
-Cuando se esparcen falsan doctrinas y enseñanzas que engañan a las masas.
-Cuando falsos sanadores juegan a ser Dios y lo único que logran es robar la fe de los enfermos.
-Cuando hombres y mujeres no tienen ningún reparo en ser infieles a sus parejas.
-Cuando las violaciones son el pan de cada día en países como Egipto o La India.
-Cuando los señores de la guerra en diversos países africanos deshumanizan a los niños convirtiéndolos en soldados.
-Cuando secuestran a niñas para la “trata de blancas”.
-Cuando la prensa habla de las llamadas “milicias cristianas” que se dedican a la “limpieza étnica”, sin señalar que de cristianos no tienen nada. 
-Cuando norirlandeses que se odian dicen ser católicos o protestantes y no son ni lo uno ni lo otro.
-Cuando los “videntes” estafan a los crédulos telespectadores con sus cartas, horóscopos y demás parafernalia.
-Cuando los países desarrollados y subdesarrollados gastan miles de millones en fabricar armas cada vez más mortíferas.
-Cuando tribus y clanes masacran a otros tribus y clanes.
-Cuando intolerantes nacionalistas, sean del bando que sean, se llenan de odio en sus ojos.
-Cuando millones de niñas son mutiladas por el “ritual” de la ablación.
-Cuando los comentarios que se escriben en las redes sociales son de puro odio, el mismo que se refleja en los insultos y en los rostros de muchos que acuden a espectáculos deportivos. 

Así podría ir añadiendo aspectos nuevos cada mañana tras leer la prensa. Los años pasan, el planeta sigue girando sobre sí mismo, pero todo sigue igual. Estamos en un mundo moralmente enfermo, tanto a nivel individual como colectivo: “Cuando la soberanía de Dios es negada y sus leyes son ignoradas, la anarquía reina y los hombres pecadores son los que dominan” (R. Youngblood).
Nadie objetivo puede creer que esto vaya a cambiar. Hace tiempo expliqué por qué no hay solución y cuándo se arreglará todo (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/11/por-que-este-mundo-no-tiene-solucion-la.html, tema que próximamente ampliaré), pero ahora quiero explicar la importancia de movernos según la “brújula”. Veamos a qué me refiero exactamente.
Hace unos días, Evaristo Villar, portavoz de Redes Cristianas, dijo sobre la ley que permite el aborto: “Con la ley actual no ha habido especiales problemas. Estamos a favor de que se mantenga y en contra de la reforma de Gallardón. Y la Iglesia tendría que acercarse a la sociedad actual y entrar en la modernidad”.
Hablo como cristiano, sin más, no como católico o como protestante. La Iglesia no es el edificio como muchos dicen (“vamos a la iglesia”), ya que la iglesia son las personas que la componen. Y, en el concepto bíblico del término, solo pertenecen a ella aquellos que, en un momento de inflexión en sus vidas, se han reconocido como pecadores, se han arrepentido de vivir de espaldas a Dios y han aceptado que Cristo pagó en la cruz por sus pecados. Tal individuo se convierte automáticamente en un hijo de Dios (cf. Juan 1:12). Ni el hecho de creer en algo parecido (pero no igual) a lo que la Biblia enseña en este tema o haber sido bautizado de infante provoca tal efecto. No entraré a discutir si una persona como Evaristo ha “nacido de nuevo”, pero sus palabras son intolerables de alguien que dice ser cristiano. ¿De verdad que “la iglesia tendría que acercarse a la sociedad actual y entrar en la modernidad”? Eso es el relativismo moral del que hablé en “¿Todo es relativo?” (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/todo-es-relativo.html).  
¿Sabes cómo llama Santiago a esta “sabiduría” humana que no proviene de lo alto?: “terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3:15). Su origen es el mismo infierno. Sin embargo, La PALABRA DE DIOS es INMUTABLE, la VERDAD es INMUTABLE y en DIOS no hay sombra de variación (cf. Santiago 1:17). Lo que para Él es malo, siempre será malo. Lo que para Él es bueno, siempre será bueno. Un individuo que se considera cristiano no puede JAMÁS anteponer esta realidad y suplantarla por lo que demanda la sociedad. Jesús afirmó contundentemente que estábamos con Él o contra Él (Lucas 11:23). No hay término medio. O tomamos todo lo que Él dice o no tomamos nada. No podemos decir: “esto sí pero esto no porque no me gusta”. No somos nosotros los que decidimos qué está bien y qué está mal. Si entramos en ese juego, nos dejamos manipular por el diablo, quién hizo que Adán y Eva dudaran de la Palabra de Dios: “¿Conque Dios os ha dicho...?” (Génesis 3:3).
Según una encuesta reciente entre 1000 católicos españoles, un 88% está a favor del aborto. Estos son los mismos que dicen que “la iglesia” está muy lejos del pueblo. La realidad es completamente opuesta: es el pueblo el que está muy lejos de Dios. Todos ellos deberían responder a la misma pregunta que hizo Jesús hace dos mil años: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). No son los cristianos los que tienen la última palabra en cuestiones de fe y conducta, sino la Palabra de Dios. Ella es la “brújula” que marca el camino, sin la cual todos los seres humanos están perdidos. De ahí la acusación directa que Jesús les hizo a los escribas y a los fariseos, que manipulaban la enseñanza de Dios a su propio antojo, y que es aplicable a muchas personas en la actualidad: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:7-9).
El mismo Evaristo, cuando se refiere al matrimonio homosexual, señala que “la gente lo ha visto y lo ha aceptado. Y la Iglesia (católica) también debería”. Como algún día explicaré detenidamente, disentir de esta idea no me convierte ni de lejos en homófobo, como quiere vender el lobby gay entre los medios de comunicación. La Iglesia presbiteriana (protestante) de Estados Unidos también se dividió hace unos años por esta cuestión. Sus “ministros” votaron 50% a favor y 50% en contra. Ante tal situación, el cisma fue inevitable. Mi admiración y mis respetos para aquellos que se mantuvieron en los principios divinos y que hicieron lo establecido para este tipo de situaciones: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor” (2 Corintios 6:17). Dios es bastante claro respecto a este tema, por mucho que algunos traten de manipular las Escrituras. Dios no es un Dios de confusión, que cambia sus propias normas para volvernos locos, sino de paz (cf. 1 Corintios 14:33). Por eso tenemos Su Palabra, la cual “es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redarguir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Jesús exhortó a los judíos a escudriñar las Escrituras (cf. Juan 5:39), ruego aplicable a todos nosotros, no a tenerlas como una reliquia en la estantería o como un amuleto en la mesita de noche. Ella es el espejo del alma ya que “discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Por un lado están aquellos que la evitan porque tienen un concepto tergiversado de Dios (por el mismo hecho de desconocerle), y por el otro aquellos que la rehúyen porque saben que tendrían que cambiar diversos aspectos de sus vidas.
Si aquellos que dicen creer en Dios desechan la “brújula”, ¿cuánto más aquellos que la niegan, la desprecian o la ignoran? Así se explica los motivos por los cuales el mundo sigue girando con un orden perfecto pero la moral se desintegra sin control.
¿A quién le hacemos caso: a personas como Evaristo, a católicos o protestantes que defienden sus propias ideas, o a Dios? Recordemos que “maldito el varón que confía en el hombre” (Jeremías 17:5). No me juego mi destino eterno por las opiniones de los seres humanos, sean cuales sean y provengan de quienes provengan, aunque eso suponga ir en contra de la inmensa mayoría y de la opinión pública. Seguiré como Pedro y los apóstoles, a quienes les prohibieron hablar de Jesucristo, y contestaron de manera contundente: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Las palabras de Cristo son muy serias y de advertencia para todos: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mateo 7:13-14). Los que se mueven por lo que dice la mayoría (que se sitúa en contra de Dios), está caminando por el camino ancho que conduce a la perdición. Los que se mueven por lo que enseña Dios, caminan por el camino estrecho (aunque sea difícil en ocasiones) que conduce a la vida eterna, ya que Su Palabra es “lámpara para nuestros pies y lumbrera a nuestro camino” (cf. Salmo 119:105).
¿Por qué crees que los seres humanos siguen prefiriendo leer libros sobre conspiraciones alienígenas, astrología, prensa “rosa” o novelas basadas en los evangelios apócrifos? Porque ninguno de esos libros les comprometen a nada. Ninguno de ellos les dice que amen a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, que no mientan, que amen a sus enemigos, que no odien, que no roben, que sean fieles, que no se dejen llevar por la ira, que no se venguen, que aprovechen sabiamente el tiempo, que sean buenos administradores de sus posesiones, que usen el dinero para ayudar a los necesitados en lugar de seguir acumulando objetos inertes, que vivan en santidad y huyan de la inmoralidad sexual, etc. Sin embargo, la Biblia, “la brújula”, sí compromete a todo eso y más. Si los propios cristianos fallamos muchas veces aun teniendo esa brújula, ¡cuanto más aquellos que no se mueven con esos principios éticos y morales! Igual que cuando estamos completamente dormidos “odiamos” que nos enciendan la luz sin previo aviso y de golpe, también están aquellos que odian la luz de Dios porque están en tinieblas: Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:20).
El pensador inglés Chesterton dijo: “Cuando el hombre deja de creer en Dios, cree en cualquier cosa”. Y el hombre que no cree en Dios se convierte en su propio “dios”. Es lo mismo que el diablo le dijo a Adán y Eva, que serían como Dios (cf. Génesis 3:5). Desde aquel día, el ser humano ha querido tomar el control. Y así nos va. De ahí la mentalidad del mundo: “Si le quiero dar mi cuerpo a una mujer casada, se lo doy”; “si quiero emborracharme, me emborracho”; “si quiero drogarme, me drogo”. Y así con todo. Por eso observamos un mundo bipolar, dividido entre el bien y el mal.
¿Cuál es el precio a pagar por mantenernos firmes en Dios y en su “brújula”? Está claro: la persecución. Aunque en España los medios de comunicación mayoritarios apenas ofrecen información al respecto, los cristianos son perseguidos, encarcelados, asesinados y aislados en campos de trabajo. La organización “Puertas abiertas” señala algunos de los países donde el hostigamiento es mayor: Afganistán, Arabia Saudita, Argelia, Bangladesh, Baréin, Brunéi, Bután, China, Colombia, Comoras, Corea del Norte, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Eritrea, Etiopía, India, Indonesia, Irak, Irán, Jordania, Kazajistán, Kenia, Kuwait, Laos, Libia, Malasia, Maldivas, Mali, Marruecos, Mauritania, Birmania, Níger, Nigeria, Omán, Pakistán, Qatar, República Centroafricana, Siria, Somalia, Sri Lanka, Sudán (Norte), Tanzania, Tayikistán, Territorios Palestinos, Túnez, Turkmenistán, Uzbekistán, Vietnam, Yemen y Yibuti.
Esta persecución se da en otras formas en países democráticos. Y el mismo Jesús habló con gran claridad al respecto: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:18-20). A Jesús le azotaron y le torturaron hasta morir en una cruz; Once de los doce apóstoles murieron mártires y la historia de la iglesia está lleno de ellos. ¿Qué les aconteció a los profetas del Antiguo Testamento?: “Experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados” (Hebreos 11:36-37). ¿Qué dijo Pablo de sí mismo y de los apóstoles?: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Corintios 4:11-13). Toda esta realidad hace que sea más lamentable que en muchas congregaciones se prediquen herejías como la “Teología de la Prosperidad” o “La confesión positiva”, entre otras. El contraste bíblico con el que nos quieren inculcar es brutal.
¿No recordamos que Jesús dijo que estaríamos como ovejas en medio de lobos? (cf. Mateo 10:16). El mismo Pablo pidió oración para ser librado de hombres malos y perversos (2 Tesalonicenses 3:2). ¿Por qué entonces habría alguien de sorprenderse si lo insultan o lo agreden por su fe? Es lamentablemente, pero es lo más normal del mundo. ¿O alguien se asustó cuando una pro-abortista me dedicó una carta con todo tipo de “piropos”? (http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2013/10/respuesta-un-anonimo-favor-del-aborto.html). Son varias las historias personales que podría contar al respecto, pero con ese ejemplo es suficiente. Por todo esto, Pedro dijo que no nos sorprendiéramos del fuego de prueba, como si fuera algo extraño (cf. 1 Pedro 4:12). El mismo Ignacio, uno de los padres de la Iglesia, dijo en su carta a los Efesios: “Contra sus estallidos de ira sed mansos; contra sus palabras altaneras sed humildes; contra sus vilipendios presentad vuestras oraciones; contra sus errores permaneced firmes en la fe; contra sus furores sed dulces” (Efesios 10). Ni siquiera debería ser una vergüenza, sino de gozo, al saber que compartimos el sentir de Jesús: “Y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hechos 5:40-41).
Mantengámonos firmes en la Verdad y recordemos las palabras de Luther King para despertar: “Hubo una época en que la iglesia fue muy poderosa: Cuando los cristianos primitivos se regocijaban de que se les considerase dignos de sufrir por sus convicciones. En aquella época, la iglesia no era mero termómetro que medía las ideas y los principios de la opinión publica. Era más bien un termostato que transformaba las costumbres de la sociedad [...] pero el juicio de Dios es sobre la iglesia [hoy] más que nunca. Si la iglesia de hoy no recobra el espíritu de sacrificio de la iglesia primitiva, perderá su autenticidad, se quedará sin la lealtad de millones de personas y acabará desacreditada como si se tratara de algún club social irrelevante, desprovisto de sentido”.