En la última década, se ha producido una especie de boom en el mercado literario de obras
que tratan sobre la toxicidad en las personas, cuáles son sus “cualidades” (en
sentido negativo) y cómo afrontar la situación si conoces a alguna. En mi caso,
quiero plantear esos dos aspectos, e ir más allá en un tercero: qué puede hacer
alguien tóxico si quiere dejar de serlo.
Lo llamativo es que, sin usar el término tóxico en
ningún momento, la Biblia ya habla ampliamente sobre este tipo de individuos y
qué hacer al respecto. En su punto de partida, la enseñanza psicológica y la
bíblica difieren sobre este tema:
- La primera enseña que el ser humano “no presenta
toxicidad alguna” y que la misma es fruto de las circunstancias y de la
educación recibida. Como dijo el filósofo francés Rousseau: “El hombre nace
puro y la sociedad lo corrompe”. Es decir que “la sociedad es la responsable,
no nosotros. Los culpables entonces pueden ser los padres, los gobernantes, los
cónyuges, los jefes, etc., o todos ellos juntos; pero nunca nosotros. Nosotros
únicamente hemos sido víctimas inocentes de las circunstancias que nos ha
tocado vivir [...] (la realidad es que) desde Adán culpara a Eva y ésta, a su
vez, a la serpiente cuando Dios les pidió cuentas de sus actos, esta forma de
lavarse las manos ha estado a disposición de todos los hombres”[1].
- Por su parte, la segunda muestra claramente que
traemos de serie una toxicidad llamada pecado,
y luego, según el camino que cada uno decida tomar en su vida, cómo afronte los
eventos vitales que se le presenten –tanto los positivos como los negativos-,
dará como resultado un mayor o menor número de obras “tóxicas”. Por eso, ante
circunstancias similares o iguales, dos personas pueden haber formado un
carácter completamente opuesto. Bien lo resumió Viktor Frankl, un psiquiatra
judío superviviente de los campos de concentración nazis (y del que hablé en
“Mi historia: Buscando el sentido a la existencia: http://usatumenteparapensar.blogspot.com.es/2015/04/mi-historia-buscando-el-sentido-la.html), con estas palabras: “Observábamos y éramos testigos
de que algunos de nuestros camaradas actuaban como cerdos, mientras que otros
se comportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambas potencias; de
sus decisiones y no de sus condiciones depende cuál de ellas se manifieste.
Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de
Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza
erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios”[2].
Mientras que la psicología los clasifica entre
egocéntricos, pesimistas y negativos crónicos, acusadores, faltos de empatía,
chismosos, envidiosos, juzgadores, carentes de autocrítica, etc, Pablo hizo
diversas listas al respecto:
- “hombres
amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos,
desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural,
implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores
de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites
más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la
eficacia de ella” (2 Ti. 3:2-5).
- “adulterio,
fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades,
pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias,
homicidios, borracheras, orgías, y cosas
semejantes a estas” (Gá. 5:19-21).
El humanismo le ha cambiado el nombre a algunas de las
citadas para no culpabilizar al ser humano ni hacerlo sentir mal, pero siguen
siendo contrarias a la voluntad de Dios.
Con todo esto, se observa por enésima vez y se
demuestra que, cualquier enseñanza meramente humana, se limita a copiar lo que
Dios ya reveló en Su Palabra a través de personas elegidas por Él.
Algunas
matizaciones
Antes de nada, debemos dejar bien claro algunas ideas.
Cuando leemos la expresión
“persona tóxica”, nos imaginamos a una especie de ogro, continuamente gritando,
bufando y rabiando por doquier, golpeando a todo el mundo con el que se cruza.
Eso es una exageración de la realidad, ya que alguien así sería más bien un
psicópata. Se puede ser tóxico y, a la vez, tener sentido del humor,
inteligencia y un grado más o menos correcto en lo que respecta a la ética y
moral.
No todas las personas tóxicas tienen la totalidad de
los rasgos que aquí vamos a describir. Pueden ser uno, varios o muchos. Además,
y esto es muy importante resaltarlo: no todos ellos se comportan de forma
tóxica en todo momento, en todo lugar y ante todo el mundo. Puede ser algo esporádico o ante situaciones
muy concretas. Por lo tanto, existen diversos grados, donde las actitudes
tóxicas se manifestarán de forma “poco frecuente” hasta “muy frecuentemente”
ante ciertas personas y en determinadas ocasiones.
En otros casos, y aunque en términos generales no sean
individuos completamente tóxicos, sí tienen algunas actitudes que lo son y
sobre las que deberían trabajar desde el mismo momento en que son conscientes
de ellas o alguien les avisa de que las poseen.
Añadamos que una persona no es tóxica per se porque no te guste su carácter o
porque no tengas apenas nada en común con ella. Y también tengamos en cuenta
que pueden ser maduras en ciertas áreas, que pueden desempeñarse en la vida con
soltura (tener un trabajo, ser padre o madre, usar responsablemente el dinero,
ser buenos profesionales), pero que eso no quita que tengan peculiaridades dañinas y, por lo tanto,
áreas de su ser emocionalmente inmaduras, aunque la edad biológica indique lo
contrario. Como lo he repetido en un millón de ocasiones, lo volveré a hace: los
años no cambian por sí mismos a nadie; solo reafirman el carácter que ya se
posee, a menos que, concienzudamente, se revise partes muy concretas para
modificarlas.
Características
Para empezar, analizaremos cómo son y cómo suelen comportarse.
A posteriori, en el tercer artículo, veremos la parte que nos corresponde para
protegernos de ellos, según las amplias y claras enseñanzas de las Escrituras.
Posiblemente haya más singularidades, pero vamos a
centrarnos en cuatro de ellas, y que muchas veces se entremezclan:
1) Egocéntricos
Creen que deben ser
el centro de todo y los demás estar a su servicio en cualquier circunstancia,
en el momento en el que consideren oportuno. Por eso no les gusta que se les
lleve la contraria o que se les diga que “no”. De ahí muchos de sus enojos y
ataques de ira. Con ellos, la relación dependerá siempre de que accedas o no a
sus peticiones: “sí”: todo irá sensacional; no: todo se convertirá en un
infierno. Por eso te aman hasta que
les dices que no a algo. El sentimiento pasa del aprecio al
desprecio en cuanto les dicen que no o cuando no les dan la razón.
Lo que hacen por los
demás tiene un interés oculto, ya que lo hacen para recibir algo a cambio
cuando a ellos les convenga, y que se cobran con intereses.
Cuando se apegan a los demás, no es porque les
interesen, sino para que les hagan sentir bien en aspectos como en la atención
a sus problemas, búsqueda de ciertas comodidades materiales, el placer, el ocio
en general o la sexualidad. Son interesados, ya que te buscan solo cuando te
necesitan para alimentar su ego o sus necesidades.
No dejan de hablar de
sí mismos (“yo”, “pues a mí”, “fui/hice/hablé”), y cuando alguien cambia el
tema o se desvía de lo que a ellos quieren, dan un giro para que se vuelva a
comentar sus palabras, aventuras y desventuras, que son las únicas que les
importan. De ahí que busquen aliados que
les escuchen y se pongan de su parte. Lo que estos compinches no saben es
que están siendo usados, y serán desechados, vilipendiados y ninguneados cuando
dejen de compartir los postulados de la víctima.
Son como las sanguijuelas: te extraen la sangre mientras te
controlan, y así se aprovechan de ti empleando mil trucos, siendo el chantaje
emocional el más destacado. Cuando dan algo y llevan a cabo cualquier acción
por los demás, no lo hacen por mera dadivosidad, sino buscando una
“recompensa”: piropos, halagos, regalos o “veneración”.
2)
Juzgadores y criticones profesionales
Como lo que suelen
desear es que hablen de su persona, qué mejor que hacerlo mal de los demás,
para así quedar por encima. Son profesionales en encontrar la paja en el ojo
ajeno, pero resultar ciegos ante la propia viga. Mientras magnifican hasta el
extremo las faltas ajenas, minimizan las propias.
Poseen una
sorprendente memoria selectiva, ya que apenas recuerdan sus errores, pero los
ajenos lo hacen con todo lujo de detalles, hasta las nimiedades, que otros
hicieron años atrás. Esto las lleva a ser rencorosas.
Si
te echan la cruz, todo en ti lo ven mal. Incluso las buenas acciones que puedas
llevar a cabo las considera malévolas o con intenciones ocultas.
Cuando los demás
cometen un error involuntario, estas personas creen, y así lo hacen saber al
que yerra, que dicha falta ha sido cometida “con mala fe”. Sin embargo, cuando
son ellos los que fallan, sea en un asunto menor o en uno grave, señalan que
“ha sido sin querer” o que “no se han dado cuenta”. Lo que se aplican a sí
mismos, no lo aplican al prójimo.
Se suele decir que,
por norma general, suelen ser personas culturalmente pobres, con poca o nula
riqueza interior, donde la lectura de buenos libros no es parte de sus
intereses, y que se suelen centrar expresamente en los asuntos triviales de la
vida y del mundo de la farándula. Es evidente que, en personas así, las
posibilidades de encontrar toxicidad aumentan, ya que “una mente vacía es la
oficina del diablo”. Ahora bien, no es ni mucho menos cierto que sea algo
exclusivamente de ellos. Individuos con estudios superiores, amantes de la
literatura o con deseos profesionales de superación, suelen tener también
comportamientos erráticos, cayendo ante sus semejantes en la soberbia, el
orgullo, el maltrato psicológico, los complejos de superioridad, entre otros, por
lo que juzgan con grandes dosis de severidad, hasta en los temas más pequeños,
sintiendo desprecio a los que no piensan o actúan como ellos, tratándolos como
inferiores. Y como siempre encuentran algo que no les agrada en los demás, se
dedican a señalar una y otra vez sus supuestos defectos y errores.
Envidian a las
personas tranquilas, pacíficas y que se toman la vida como un paseo tranquilo y
no como una carrera de obstáculos como hacen ellos, llenos de ansiedad. Un
retraso de cinco minutos en una cita o una reunión lo toman como el
Apocalipsis. Por eso las critican con virulencia. Entre sus objetivos
principales se encuentran los cristianos, tanto si son conocidos como
familiares, con los que no comparten sus mismos valores ni ocupan el tiempo en
sus mismas actividades. Para ellos, el servicio que hacemos a Dios, según los
dones de cada uno posee, carece de sentido y es una pérdida de tiempo, como si
no hiciéramos nada útil.
Magnifican cada falta
ajena, sea real, imaginaria o fruto de sus propios prejuicios, lo que les lleva
en muchas ocasiones a inventárselos, aunque en sus mentes los crean reales. Lo
irónico es que se ofenden profundamente cuando alguien señala los suyos.
Comentan todo y de todos, y se entrometen en asuntos que no les incumben, algo
que, curiosamente, les ofende que se lo hagan a ellos. Por eso cité al
principio una paráfrasis de la paja y la viga.
Lo peor de todo es
que esta característica tóxica está tan arraigada en sus
corazones, que casi siempre juzgan sin conocer realmente a los demás, solo por
las apariencias o por cuatro detalles en los que se han fijado, absortos en sus
propios sesgos de confirmación.
Envenenan la mente de los que les rodean. Y esto se
nota rapidamente cuando personas con las que no tienes ningun problema comienzan
a pensar mal de ti.
Por esto, sus
conversaciones favoritas son aquellas en las que hablan de otros para
criticarlos y husmear en sus vidas, sobre todo en los aspectos que consideran
negativos. Les encantan los rumores –sean ciertos o falsos-, y luego, empezando
sus frases con “me he enterado de que”, van esparciendo sus historias a diestro
y siniestro con aquellos que quieren oírlas o ante los que son como ellos. Se
sienten en su salsa y realmente lo disfrutan: sus caras y multitud de
microexpresiones faciales les delatan. Eso sí, siempre por la espalda, lo que
denota una gran cobardía, actuando desde las sombras y ante la ausencia de las
personas citadas, que no pueden defenderse.
Se pasan buena parte
del tiempo buscando faltas, llegando al extremo de hablar en susurros consigo
mismos, rumiando de todos aquellos individuos que caminan por sus mentes. Intentan llenar sus vacíos a través de los
chismes, la murmuración, la calumnia y la negatividad sobre los demás, lo cual
es, sin duda alguna, una enfermedad del alma.
El hecho de
compararse con todo el mundo, les lleva a caer a veces en la soberbia –al
sentirse mejores y superiores-, y en otras en el autodesprecio, cuando se
observan inferiores o fracasados. Viven continuamente en una competición
interna con los demás, como si necesitaran demostrar que “son mejores”.
Son traficantes de información. ¿Qué quiero
decir con eso? Que mueven de un lado
a otro las intimidades o secretos contados en confianza. Por eso mismo, no son
de fiar, ya que los secretos que tú les cuentes se los contará a otros, y los
de ellos a ti. Eso sí, para sonsacarte, te dirán previamente que no los
revelarán... mentira.
3) Ausentes
de autocrítica
La habilidad
que poseen –puesto que llevan años practicándola- para encontrar defectos en el
prójimo, desaparece como por arte de magia a la hora de hallar, identificar y
reconocer los propios, camuflándola bajo esa otra frase pseudo moralista que
dice que “todos tenemos defectos”. De ahí que nunca pidan perdón, puesto que
siempre tienen una palabra para justificar sus comportamientos.
Por eso, la dificultad máxima para que modifiquen sus
actitudes tóxicas se encuentra en que suelen negar la realidad. Tienen un
verdadero problema para reconocerlo. Su capacidad de autocrítica es mínima,
miran para otro lado o se escudan en expresiones del estilo “es que yo soy
así”, “es mi forma de ser”, “¿Y tú qué?”, “Por que tú...” o “si no te gusta, te
aguantas”. Sin saberlo, esto es una forma de manipulación y chantaje: “si no
haces lo que yo te digo y ahora, es que no vales nada”, “si no te agrado, te
vas de mi vida”.
Cuando se les hace ver con asertividad que se han
equivocado o que están errados, y que, ni mucho menos, estás de acuerdo, se
muestran reaccionaros y saltan al contraataque: a veces con virulencia, incluso
con arrebatos de ira verbal, con gestos muy expresivos de desaprobación o
empleando palabras vulgares, hasta el punto de que te pueden retirar el habla
hasta que se enfríen, y hagan como si
nunca hubiera pasado nada.
Aunque desconozcan el concepto en sí, suelen emplear
una técnica llamada “luz de gas”: aunque lleves razón, te dicen que eres tú el
que “está loco”. Hasta ese punto distorsionan la realidad, siendo otra manera
de manipulación psicológica y emocional.
4) Se
presentan como víctimas
Viven tan ensimismados en sí mismos, que solo existe
“su dolor”, “sus circunstancias”, “sus sentimientos”, “lo que han sufrido o
“sufren” y lo que “les han hecho”, aferrados a todo ello de tal manera que son
incapaces de pasar página cuando la adversidad llama a la puerta de sus vidas.
También es muy habitual que cualquier
minucia la conviertan en un drama y en un problema gigantesco.
Al creer que son el centro del universo, todas las
vivencias del resto de personas son menos importantes que las suyas. Es la
manera en que tienen de lograr, o al menos intentar, la atención que buscan,
aunque sea por medio de la compasión que otros pueden experimentar hacia ellos.
Por eso se sienten tan bien con los que les escuchen y se regodean en su dolor.
Eso sí, terminan hastiando a la mayoría de los que les rodean, porque tanto
“rol de mártir” y sus necesidades sin fin consumen las energías de cualquiera.
Usando casi siempre el chantaje emocional, culpan a
los demás de todas sus desgracias y nunca de sus propias malas decisiones. El
problema siempre es el prójimo, que está equivocado y hace las cosas mal; nunca
ellos, por lo que consideran que las quejas que manifiestan son merecidas. Esto
hace que sean especialistas en manipular, en destruir autoestimas y en crear
sentimientos de culpa.
Con la excusa de la “sinceridad”, no se esfuerzan en
pensar cómo afectarán a los demás sus palabras y actitudes –por lo que la
empatía, aunque no carecen de ella, puesto que eso sería sicopatía, no es su
fuerte-, y arremeten con todo cuando así lo ven conveniente. Como un tigre
enjaulado, sacan las garras cuando ven amenazado el territorio que suponen les
pertenece.
Puesto que solo
existe una verdad –la suya-, usan la información de forma sesgada, al mostrar
únicamente la que deja en mal lugar a sus “contrincantes” y en buen lugar a
ellos. Así, implícitamente,
se presentan ante el mundo como “buenos”, “mejores” o, en el caso concreto que
estamos viendo, como “víctimas”. Al calificar sus errores como nimios y los de los otros como máximos, expresiones como “lo siento” o “perdóname, me he equivocado”, no
existen en sus vocabularios. Y, si rara vez llegan a expresarlas, lo hacen con
la boca pequeña y sin sentirlas realmente.
Aquí comparten un rasgo en común con los
maltratadores: creen que los demás pasan por alto el carácter corrosivo que
poseen por llevar a cabo algún acto de servicio o hacer un regalo, como si eso
demostrara una bondad suprema. La realidad es que estas buenas acciones no
quitan nada de lo nocivo no hacen cambiar la opinión que se tiene sobre ellos.
A los que están a su lado, dicen amarlos, aparte que son amables
con ellos, pero es un afecto artificial, ya que, en el momento en que
disienten y se cansan de sus vaivenes emocionales, se acaba todo. Ese supuesto
afecto se convierte en desapego, indiferencia, e incluso odio. De alabar a esas
personas a ningunearlas, por lo que, en este aspecto, también son emocionalmente
bipolares.
¿Son víctimas? Sí, pero no de los demás sino de sí
mismos: de su naturaleza caída y falta de redención, de su falta de
inteligencia emocional, de sus malas decisiones, de su mala cabeza, de sus
impulsos, de su falta de capacidad para controlar sus pensamientos y palabras,
de depositar su fe en supersticiones y en creencias paganas. Todo eso lo
padecen ellos y los que les rodean.
Conclusión
A medio y largo plazo, no son personas de trato fácil.
Mientras entres en sus normas y aceptes su forma de ser, no habrá problemas,
pero estos surgirán en cuanto comienzas a confrontarlas.
Dado que poseen una baja tolerancia a la frustración y
un escaso autocontrol emocional y verbal, suelen vivir en los dos extremos:
euforia y risas, o depresión y lágrimas. No son la lógica y el raciocinio sus
guías, sino las emociones, y por ellas son arrastradas y engullidas.
Continúa en Cuatro pasos concretos para cambiar
tus propias actitudes tóxicas (2ª parte): https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2024/12/cuatro-pasos-concretos-para-cambiar-tus.html
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