“No le encuentro sentido a la vida: por
qué cada vez le pasa esto a más gente”. Ese era el encabezado de un artículo
publicado en la sección de psicología del periódico “ABC” en fechas recientes.
En realidad, no es el que le pase cada vez a “más gente”, sino que suele “aumentar”
o “agudizarse” en periodos donde sucede algún tipo de crisis. Por ejemplo, pasó
durante la 2ª Guerra Mundial y, en el presente, ha resurgido durante la
pandemia y ese confinamiento distópico en el que nos vimos sumergidos. Los
estudios han mostrado que tanto la depresión como la ansiedad aumentaron en un
25% de la población.
En esos momentos de crisis, las personas miran más allá del día a día,
del segundo a segundo, y se plantean si sus vidas –y que, en general, es igual
para todos (estudiar, trabajar, casa, coche, familia, amigos y ocio)-, les
satisface plenamente, y si todo se reduce a “eso y nada más”. Según los
psicólogos que escriben en el reportaje, la solución es “encontrar un propósito,
un objetivo o un proyecto a llevar a cabo”. Es lo mismo que llevan enseñando
los “médicos de la mente” desde siempre. Y sí, es necesario desarrollarnos como
seres humanos y dejar algún tipo de huella que perdure, no para nuestra gloria
personal, sino para el bien común de la humanidad, aunque sea a pequeña escala.
Eso es muy gratificante si se hace por los motivos correctos. También nos animan
estos expertos a experimentar nuevas actividades para descubrir nuestros
gustos, volver a practicar aquellos hobbies que abandonamos, participar en
eventos culturales y acciones de voluntariado, hacer deporte, etc.
De esto ya habló
ampliamente el célebre psiquiatra Viktor E. Frankl (Viena, 1905-1997), que
estuvo encarcelado por los nazis en Auschwitz, mientras que toda su familia era
exterminada en el campo de Theresienstadt. En un ambiente de podredumbre y
terror, nos describe en su libro “El hombre en busca de sentido” que, llegados
al límite emocional, se observaban dos clases de personas: por un lado,
aquellos que se volvían apáticos, porque perdían las ganas de seguir luchando,
al no encontrarle ningún sentido a la vida: “Un
camarada, una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobraba”. Y, por
otro, aquellos que seguían adelante, porque para ellos la vida sí tenía
sentido, por diversos motivos (normalmente, la esperanza de que sus seres
queridos también sobrevivieran). Cuando fue rescatado de aquel infierno, dedicó
el resto de sus días a que cada individuo encontrara su propio sentido a la
vida, fuera por medio del trabajo bien hecho, del alcance de metas, de las
buenas amistades, del matrimonio, de los hijos, del desarrollo de aficiones,
etc. Como dijo el filósofo alemán Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”.
El “problema” es que
se queda a medias: millones de personas tienen todo lo anteriormente citado y,
a pesar de ello, siguen sin encontrarle sentido a la vida. Otros no lo tienen, pero
creen que cuando logren sus sueños o proyectos, todo cobrará sentido, para
darse de bruces con la realidad de que no es así. Por eso, aunque dicen que,
cuando la vida se hace “muy pesada”, es necesario pedir la ayuda profesional de
los psicólogos, éstos, por muy bienintencionados que sean y sus guías en
asuntos concretos de beneficio, no llegan a la última causa, porque los
“pacientes” no se están haciendo el planteamiento correcto: lo que deben buscar
y, por ende, encontrar, es el sentido “a la existencia”. Mientras no lo hagan,
todo lo demás, cada vez que sobrevenga una crisis personal o mundial de
cualquier índole, seguirá causándole grandes vacíos internos.
Ellos se quedan en lo
que sucede “entre la vida y la muerte”, sin darse cuenta de que lo bueno de la
vida, los sanos placeres, las relaciones sanas, los proyectos o planes llevados
a cabo, tarde o temprano, no arreglan el problema de fondo, y ese agujero negro
sigue ahí. Como dije cuando narré mi propia historia, “si la vida tiene un
punto y final, donde todo acaba en la nada más absoluta, la mera existencia es
un absurdo infinito”. Dicha idea es abrumadora y produce vértigo en cualquier
alma. En definitiva, aunque haya un porqué para vivir, si no hay un después
eterno, un motivo real a la existencia, lo primero es arena que se escurre
entre los dedos. Eso es exactamente lo
que le pasa “cada vez a más gente”, aunque la pregunta que se hacen esté mal
formulada.
¿La respuesta?
No la encontrarán
tampoco en la religión, sea la que sea, puesto que ésta es el esfuerzo del
hombre por tratar de llegar a Dios “haciendo cosas buenas”, sino exclusivamente
en la figura real de Jesús, Dios encarnado. Ahí cobran sentido las palabras de Agustín
de Hipona, en su libro Confesiones: “Nos hiciste para ti, y nuestro corazón no
halla descanso hasta no estar en ti”. Mientras que cada ser humano, a
título individual, no lo busque y lo halle, la existencia será un absurdo de lo
absurdo. Por algo Él dijo que era el camino, la verdad y la vida (Jn. 14:6). No
hay otro. Bien apuntó Paul Tournier que “el encuentro de
conocer al Dios vivo es el mayor acontecimiento humano posible: la experiencia
humana por excelencia. Las circunstancias y formas de este encuentro pueden ser
infinitamente variadas. Siempre llega como una sorpresa, de forma que la
convicción es ineludible, de que es la obra de Dios, el resultado de Su
iniciativa directa [...] Sin importar a qué edad este suceso ocurra, el
encuentro personal con Dios constituye el gran acontecimiento de la existencia”.
Ahora tú verás qué hacer con todo lo que he
expuesto: mirar para otro lado y experimentar cada cierto tiempo esos “vacíos”
y “sinsentido”, o buscar a tu Creador que le da sentido a todo.
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