Siempre que imagino a Will Smith en un papel
protagonista, lo hago en el de héroe de acción o de cómico, especialmente en lo
segundo. Es lo que tiene encasillar a un actor cuando se ha crecido viéndolo en
la serie que le hizo saltar al estrellato: “El Príncipe de Bell-Air”. Pero el
tiempo ha demostrado que es mucho más versátil, como pudimos comprobar en su
aplaudida “En busca de la felicidad”, que gustó a casi todo el mundo, aunque
personalmente reconozco que no me entusiasmó, algo que sí logró “Siete almas”,
de la que algún día escribiré. Así que no sabía qué me encontraría en su más
reciente largometraje, el biopic “King Richard”, titulada en España “El método
Williams”, donde interpreta al padre de las dos famosas tenistas.
La realidad es que tiene muchos matices que nos pueden
servir, una vez más, para analizar qué debe buscar un padre cristiano en la
educación de un hijo y qué debe buscar una persona en su propia formación. Más allá del premio Oscar a mejor actor –que estaba
cantado- y del “histórico” bofetón con el “selló” la cara del presentador de la
gala por una broma de mal gusto hacia su esposa, veamos qué podemos aprender de
esta película.
Richard
Williams & Serena y Venus
(Arriba: los Williams en la
vida real junto a Venus y Serena; abajo: Will Smith junto a Demi Singleton y
Saniyya Sidney)
La historia en sí es
simple, en el sentido de que sigue el clásico esquema de toda película
biográfica: nos cuenta el tiempo y la formación que Richard Williams (1942),
con todas sus luchas y sinsabores, dedicó a su familia, especialmente a sus
hijas adolescentes, concretando en Serena (1981) y Venus (1980). Ambas, con un talento innato que fue pulido hasta el extremo y de
formas poco ortodoxas por su progenitor –aunque la madre también tuvo un papel
destacado y vital-, se convirtieron en dos de las más grandes tenistas
de la historia. Aunque ese era el plan general, no quería que fueran meras
deportistas: su formación como personas era también parte fundamental del
proceso. Puesto que se criaron en Compton (California), considerada la ciudad
más peligrosa de Estados Unidos –tanto que, en 2003, la hermana mayor, Yetunde
Price, fue asesinada cuando paseaba-, lo fácil era acabar en pandillas
delictivas y entre drogas. Richards y su mujer hicieron todo lo humanamente
posible para que sus cinco hijas no fueran altivas y jamás perdieran la
humildad, fueran buenas estudiantes, estuvieran alejadas de las malas amistades
y de delincuentes, y se labraran un futuro como doctoras, abogadas y
deportistas, cada una según su don. Ante una agente de asuntos sociales,
reconoce que son estrictos con ellas, pero con el propósito reseñado. Cometió
errores y tenía defectos que su propia esposa Oracene Price –a día de hoy, ex-,
le tuvo que corregir, pero finalmente lograron que todas salieran adelante,
según lo planeado: Serena, a pesar de las
abundantes lesiones que sufrió, ganó innumerables títulos y está considerada
por muchos como la mejor tenista de la historia. Por su parte, Venus fue la primera
afroamericana en ser la número 1 del mundo. Además, por primera vez, dos
hermanas ocuparon los dos primeros puestos del ranking mundial, siendo su
historia un ejemplo de esfuerzo y constancia.
¿Desarrollo
intelectual y de los dones? Sin duda, pero con un requisito
Antes de escribir las siguientes líneas, hago una
aclaración para que nadie piense que estoy abogando por un humanismo puro y
duro. El matiz está en las palabras de Pablo: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para
los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la
herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23-24). Teniendo en
mente y en todo momento dicho principio paulino, ahora sí puedo decir que, el
que es bueno tocando un instrumento musical, debe desarrollar esa capacidad; el
que es bueno cantando, debe desarrollar esa capacidad; el que es bueno
escribiendo, debe desarrollar esa capacidad; el que es bueno en su profesión,
debe desarrollar esa capacidad. Así con todo, y siempre sin perder la humildad,
buscando la gloria de Dios y no la propia, no olvidando nunca que toda obra
humana debe tener la intención de dar a conocer el Reino de Dios. Si se hace
meramente para la propia satisfacción y nada más, serán obras vacías que no
tendrán recompensa en el más allá y serán quemadas en el fuego, como expuse en
“Otra ronda (4ª parte): ¿Usar el alcohol para alcanzar todo tu potencial y el
éxito social? & ¿Usar el alcohol para “estar” bien? (https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2021/11/otra-ronda-4-parte-usar-el-alcohol-para.html). Es triste que haya personas, incluso cristianos, que
esconden su talento por miedo, como vemos reflejado en la conocida parábola
(cf. Mt. 25:14-30), o lo que es incluso peor: porque sienten que nadie los
aplaude, siendo esto un claro reflejo de que lo que desean realmente es la
vanagloria.
Lo mismo sucede con la educación intelectual, la cual
es importantísima. El hambre por el saber cultiva al hombre desde su interior.
Le aporta una riqueza que solo el que tiene esa voracidad sabe realmente lo
transcendental que resulta. Como no me canso de citar la frase del cubano José
Martí: “Quien está lleno por dentro, necesita muy poco de afuera”. Asimilar
conocimientos históricos, literarios, sociológicos y psicológicos, ayudan
sobremanera a cualquier persona a vivir sobre este mundo de la mejor manera
posible y a afrontar las penurias cuando aparezcan, sean del tipo que sean.
Pero, recordemos, que ese fue precisamente el error de los griegos, que
únicamente buscaban la sabiduría humana, las que les envalentonaba y les hacía
creerse mejores. Estaban tan llenos de sí mismos, de su propia sabiduría, que
no había espacio alguno para que Cristo y el mensaje de la cruz tuviera sentido
para ellos (cf. 1 Co. 22-24).
Y aquí quiero poner el ejemplo a Leonor,
princesa de Asturias y primera en la línea de sucesión al trono de España.
Cuando se supo la formación que estaba recibiendo, junto a sus gustos
personales a los 14 años, muchos lo criticaron, diciendo que una niña debería
dedicarse a “las cosas típicas de su edad”. ¿A qué dedica su tiempo? Le encanta
el cine japonés –como el de Akira Kurosawa y de animación-, asistir a
conciertos de violín, danza y musicales, practicar ballet, hípica y esquí,
entre otros deportes, aparte que le gusta hacer recetas de repostería tras
visualizarlos en uno de los pocos programas que contempla en la televisión:
Masterchef. Estudia gallego, euskera, catalán, valenciano, inglés (bilingüe),
árabe (nociones), chino (nociones) y francés. Como se nos cuenta desde Moncloa,
“lejos de centrarse en la lectura de libros del colegio o infantiles, se han
atrevido con autores de la talla de Tolkien, Dickens, Robert Louis
Stevenson, Lewis Carroll o James M. Barrie, entre otros. Al tener prohibida la
televisión entre semana por su madre y carecer de redes sociales, dos de los
grandes pasatiempos de muchos jóvenes; Leonor y Sofía invierten gran parte
de su tiempo libre leyendo”[1]. (Leonor junto a sus padres y su hermana, el
día de su primer discurso público)
Es evidente que los padres con hijos más comunes, que
no tienen en el horizonte las grandes responsabilidades que ella va a tener que
afrontar en el futuro, no necesitan que su pequeño o adolescente lleve a cabo
todas estas prácticas en concreto. Pero no es en lo particular en lo que me
quiero centrar, sino en la idea en sí, resumida en tres factores:
1) aprender de verdad.
2) profundizar en lo importante.
3) aprovechar bien el tiempo.
Sin embargo, ¿cuál es la alternativa que vemos entre
infinidad de jóvenes? Miles de horas al año sentados delante de un videojuego,
interesados solo en lo superficial y en las redes sociales, sin practicar
ningún tipo de deporte más allá del tiempo de gimnasia que le obligan en el
colegio. Todo ello para terminar con un vocabulario muy limitado que les lleva
a tener serias dificultades para expresar ideas complejas, al no leer a los
grandes pensadores de la historia de la humanidad. Ante esta realidad, el caso
de Leonor debería ser en buena parte un modelo a seguir: sin la obligación de
aprender tantos idiomas, sin las exigencias de su futuro cargo ni la necesidad
de practicar actividades fuera de las posibilidades económicas de la familia,
los padres deberían:
- cultivar
la mente del hijo.
- instruirle
sabiamente para que sepa rechazar la basura que la sociedad trata que acepte.
- conducirle a
libros extraordinarios.
- encender el
corazón para que desarrolle sus capacidades y pasiones sanas.
- enseñarle a
cuidar su propio cuerpo.
- animarle a
que, dentro de su tiempo de ocio, aunque sea distendido, tenga también cabida
el que sea constructivo y emocionalmente saludable.
Pereza
paternal & Hijos atrofiados
En los aspectos mencionados, Richard Williams, siendo
pobre durante muchos años, y dentro de sus posibilidades, hizo lo mismo con sus
hijas (cultivar, instruir, conducir, encender, enseñar, animar), por lo
que la excusa de “no podemos” es solo pereza
paternal, que se queda en el lamentable y simplón “no te metas en problemas
y saca buenas notas para que te compremos tu nuevo capricho y puedas hacer lo
que te venga en gana”. Y sucede
lo habitual, como señala Luis Gutiérrez Rojas, médico y Doctor cum laude en
Psiquiatría por la Universidad de Granada: “Muchos padres pretenden que sus hijos sean felices y para ello les colman
de caprichos pero, cuando llegan a la adolescencia, se enfadan con ellos porque
son unos caprichosos; les envuelven en confort y, posteriormente, les regañan
por ser vagos o perezosos; les dan ocio tecnológico y audiovisual y, pasado el
tiempo, les culpan de que no leen; les evitan el dolor, pero después les dicen
que son unos quejicas”[2]. Me atrevería a decir que, por esa razón de pereza por
parte de los progenitores, el 99% de los hombres y mujeres que han pisado este
planeta no han desarrollado todo el potencial que Dios puso en ellos, quedando
buena parte de su ser atrofiado.
Padres que no ayudaron a sacar todo lo que había en sus hijos, e hijos que,
cuando se convirtieron en padres, cometieron el mismo error. Un ciclo que se
repite una y otra vez.
El desarrollo que transciende a todo lo anterior
Los padres deben
crear un entorno sano para que sus hijos saquen a relucir todo lo que hay en
sus retoños. Sin agobios, pero dirigiendo
la educación, probando lo que vaya más acorde al carácter para potenciarlo
y, como dije, siendo de ejemplos. Pero, si por algo me encandiló “El método
Williams”, es porque el padre no se quedó únicamente en que Serena y Venus
sacaran a relucir todo su talento deportivo y capacidad tenística que había en
ellas: fue mucho más allá, ya que educó también el carácter moral de las jovencitas: quería que siempre fueran
humildes ante los demás. En algunos momentos podemos pensar que es demasiado
estricto, incluso estrafalario. Aunque lo fuera en aspectos muy concretos –algo
que él mismo reconoce en su autobiografía-, no podemos desechar, ni mucho
menos, todo lo bueno. Estamos demasiados malacostumbrados al hijo que se educa solo y donde sus padres apenas pintan nada y son
muy laxos.
Esta educación moral
–y, por ende, espiritual-, es la parte en que los padres cristianos tienen que
hacer hincapié, y que, aunque debe ir unida a todo lo visto anteriormente, está
por encima. Y esto consiste en enseñarles a:
- vivir según la
voluntad de Dios.
- decir no al pecado y sí a la santidad.
- no temer que
piensen mal de ellos por defender sus creencias.
- no ser hipócritas
para quedar bien con los demás.
- no dejarse llevar
por los valores de la sociedad que les rodea.
- ser íntegros y
sencillos.
- no mentir, y que
las palabras sean sinceras y nunca lisonjeras.
- no competir con el
prójimo para demostrar que son mejores sino en luchar por ser la mejor versión
de uno mismo.
- no compararse con
nadie, y menos con la intención de sentirse superior, sino que se miren a sí
mismos para potenciar sus virtudes, corregir sus defectos y mejorar sus
carencias personales.
- depositar su valía
propia en lo que el Señor piensa de ellos y no en lo que dice la cultura caída.
- respetarse a sí
mismos y en pensar de ellos sin altivez ni soberbia.
- no pagar mal por
mal.
- imitar lo bueno y
no lo malo.
- buscar que sus
amistades profundas sigan al mismo Jesús que les salvó.
- saber que la
elegancia no tiene nada que ver con la exhibición de la propia desnudez.
- respetar a hombres
y mujeres por igual.
- defender la vida
humana desde el mismo momento de la concepción.
- aceptar con
valentía que la sexualidad es exclusiva del matrimonio, y que éste es exclusivo
entre un hombre y una mujer.
- saber descansar en
Dios, suceda lo que suceda.
- tener presente que
no sirve de nada afanarse, que esta vida es pasajera y un camino que conduce a
la eternidad.
Conclusión
Todo esto hay que
hacerlo desde la más tierna infancia. Si Richards comenzó con sus hijas a los
cuatro años, ¿por qué muchos padres cristianos lo dejan para cuando ya es
demasiado tarde? Serena, con 14 años ya era profesional y mostraba una
integridad y madurez admirable. Por el contrario, los jóvenes de hoy en día de
dicha edad... no hace falta que describa la tónica general ya que es evidente.
No digo que deban ser ya completamente maduros, pero tampoco estar en la inopia
mental y moral en la que andan la inmensa mayoría. Entre un extremo y otro, hay
un margen enorme de mejora y crecimiento.
Además, Richards y su
esposa no valoraban a sus hijas únicamente por sus talentos, sino por su forma
de ser. Sin embargo, lo que solemos ver es a padres que valoran a sus hijos por
lo que hacen (sacar buenas o malas notas) pero no por lo que son, limitándose
muchas veces a señalar solo lo malo de ellos.
Con todo lo que hemos visto, no es mi intención que
los padres se sientan inferiores a los Williams. Basta con bucear mínimamente en la vida real de Richards para descubrir que,
en muchos aspectos, dejaba bastante que desear. Tampoco su exesposa ni sus
hijas eran –ni son- perfectas, ni mucho menos. Tampoco quiero hacerles creer
que sus hijos deben ser campeones de Wimbledon, genios o alguien de renombre
que alcanza el éxito ante la sociedad. Creer que sí, que todo el mundo puede lograrlo,
sería lo que se conoce como “positivismo tóxico”, falacia instalada desde hace
muchos años en infinidad de libros de autoayuda, incluso cristianos. Mi deseo,
mi único deseo, es exhortarlos –en el
buen sentido de la palabra-, a que ayuden a sus hijos, incluso en sus fracasos,
a “ser la mejor versión de sí mismos”
(usando por enésima vez esa expresión de la cual no me canso), especialmente en el ámbito moral, no
dejando atrás la faceta intelectual y el desarrollo de los talentos.
Espero que estas sencillas líneas, la visualización de
esta película –emotiva y, en muchas facetas, ejemplarizante si se hila bien y se mira
más allá de las apariencias-, junto
con el libro que publiqué “Para
padres, jóvenes y adolescentes” (que empieza aquí: https://usatumenteparapensar.blogspot.com/2020/10/introduccion-para-padres-jovenes-y.html), conduzca a muchos padres a la reflexión de los
padres y de aquellos que vayan a serlo en el futuro.